18/11/06

Through (18/11/2006) Mazo Chico

           
           A día de hoy el Sur sigue soplando. Dentro de ti también. Y dentro de mí. Pero no te preocupes. Eso no significa nada especial. Tienes que acostumbrarte. No te va ocurrir nada. Las piedras resplandecen.
El sol aparece enrejado. Una masa gris se agazapa en la frontera sur del valle. Ramales no reconoce su deseo. Tampoco ellos. Ni siquiera tu. Cristóbal hilvana ideas mientras Wichi mueve sus manos sobre las cosas. Profusas, las imágenes se reparten cubriendo las paredes. Nos sentamos con cuidado. Manu esta a mi izquierda. Wichi justo al frente, a menos de un metro.
Primero llega Pedro. Casi seguido Ángel y Belén. Son más de las diez. Los pasteles calculan su trayectoria libremente. Héroe del reparto, no tomo croissant con nata. Ellos se van al Valle de Mena. Entre que observo, engarzo una cuña en la historia. Voy a tomar chocolate. Mientras, Wichi coge sus cosas.
Salimos por la puerta. Tiene un diseño peculiar. Regules. Luego La Gándara. Hay una piedra gorda en la carretera. No respira apenas. Y Astrana al final. O al principio. Recordaré la piedra –tranquilizo a Manu-. Todas las vacas andan rumiando. No a lugar a invitaciones. 
Ahora estamos junto a los coches. Dos coches, cuatro personas. 2X2. ¿Neopreno ya?, ¿neopreno en la boca de la sima?, ¿neopreno en el comienzo de las arrastradas?. Seguro que neopreno. Manu ya, los demás en la boca. Un reparto inconsciente. Llevo un bidón dentro de otro cortado. Ajuste matemático –me dice Wichi-. Sonrío.


La hemos tenido que buscar. Sima del Mazo Chico escondida entre los brezos. Tenemos rico chorizo y rico pan. Rico neopreno. Rico reparto de chismes. También tenemos un conducto rico con una ventanita al cielo. Y luego veo las primeras ricas cuerdas. Cristóbal cuelga ricamente. Manu observa todas las riquezas.
                La vertical, corta, es acogedora. Los pensamientos claros,  los colores limpios. Y al revés. Otra vertical corta. Es un escaqueo. Eso o hacer el gusano cinco metros. Entramos de lleno: un pozo reverberante. Sesenta a ochenta metros de negrura. Se abre, amplio, magnifico. Para empezar un corto péndulo, casi pasamanos, te pone las pilas. Una perfecta repisa te espera quince pisos más abajo. Cristóbal y la repisa están allí.  El pozo se hunde hacia las profundidades. Setecientos metros de sima te esperan si vas por ahí.
Tenemos que cambiar de vía. Mientras Manu desciende Cristóbal prepara una señal catadióptrica en este punto. Todo a la izquierda trata de decir. Cambia de vía, trata de decir.  




                Se le amontona a Manu el fraccionamiento. Un poco de paciencia. Un poco de comunicación con los aparatos. Bichos raros. Dressler, croll, puño. Puño, dressler, croll. Croll, dressler, puño. Tres permutaciones y quedan otras tres. Una locura profunda. Evanescente. Y vano.
El catadióptrico se parte al apretarlo. Un poco de cinta y queda guapo. Miro a Manu. Quince metros más abajo. Otro fraccionamiento: otra jodienda.
La sima nos vigila. Oigo su respiración alrededor de nosotros. Está viva. Me parece el camino hacia otro espacio diferente. Siempre me lo parecen.  Las simas. Hacia otros mundos posibles. Busco otros mundos. Huyo de este mundo. Complemento este mundo. Todos los mundos son el mismo mundo. Todos los mundos están en este MUNDO. Charlamos.


Entramos en un meandro. Algo estrecho, obliga a llevar la saca colgando. O en la mano. Contorsiones y destrepes. Avanzo. Y retrocedo. Aparece otra cuerda de unos diez metros. La bajo. Luego aparece otra cuerda de unos diez metros. También la bajo. Luego hay barro cremoso en el suelo de una sala. Lo piso. Luego hay un agujero negro. Me paro.
                Estoy parado mirando a Cristóbal. Sobre el agujero negro dos catenarias de cuerda. Unos diez metros de altura cada una. La primera es amplia. La segunda estrecha. Veo a Cristóbal llegar hasta casi el punto bajo de la primera comba. Luego le veo jalar de la cuerda hasta alcanzar los anclajes. Inoxidables. Y le veo trincarse. No parece más complicado que otras veces. Un péndulo muy abierto. Ahora me toca a mí. Dudo. ¿A que altura bloqueo?. El primer intento: demasiado alto, no llego. El segundo intento: demasiado bajo, necesito los dos brazos para mantenerme en posición, no puedo trincarme. El tercer intento: me pongo el croll y con el puño gano la partida.
La otra comba es un paseo. Una ventana alta, meandrosa, por la que desagua un arroyo y una corriente de viento. Es el camino. Cincuenta metros más de ese camino. La galería se inventa un cómodo vestidor. Allí dejamos los aparatos, ropa seca -solo algunos-  y los restos de comodidad. A partir de aquí deberemos arrastrarnos por el arroyo. Como sapos.



Sigo a Cristóbal. Trato de controlar la mojadura. Dura. Tres arrastradas con entreactos discretos. Y llegamos a nuestro objetivo. La siguiente arrastrada es un laminador demasiado incómodo. Una bonita travesía o una jodida travesía. Esa es la diferencia entre ensancharlo o dejarlo al natural. Desembalamos. Tenemos la taladradora, una pata de cabra, un puntero, una azadilla, un bidón-balde y un gordo martillo. Y grandes dosis de confianza. 


Poco tardan en llegar Manu y Wichi. Cristóbal devora un bocadillo. Yo devoro el tiempo. Wichi se pone a trabajar. Manu también devora algo. La travesía será bonita. Al otro lado las nuevas galerías del Mortero del Crucero, el río hasta la pequeña sima. Y su conexión con La Calaca. Si será bonita. Veinte veces lo diría.
Al cabo de un tiempo interminable hemos sacado suficientes piedras. Hemos apilado las piedras. Hemos cavado el lecho del río. Hemos engordado las tripas. Hemos vomitado veneno. Hemos tragado demasiado. Hemos participado en una rifa. Hemos pasado al otro lado.
Cristóbal se da un paseo por allá. Luego recogemos todo. Nadie quiere desinstalar. Sacar cuerdas no apetece. Nadie, salvo Cristóbal. Responsable y trabajador. Muy responsable. No podemos escapar de su sermón. Estamos atrapados por Cristóbal. De pronto Wichi cambia a su bando. Él va a tener que subir el taladro. Los demás podemos sacar las cuerdas. No es para tanto. Se me enciende una lucecita. Yo subiré la saca del taladro. Y mis cosas. Vale. Luego Cristóbal me endosa una cuerda de 10 metros. Protesto pero me lo paso bien.


Miro hacia arriba. Veo una luz. Le grito que se quede quieto. Estoy en la base del pozo largo.  Pueden caer piedras. Wichi me grita que es Chavi. Vale. La cabecera es algo delicada –por las piedras-. Allí esta Chavi. Hablo un poco con él. Y continúo. Me queda poco. Fuera ya, el viento se manifiesta. Es fresco. Pero menos que la corriente del último conducto antes de la boca. Sale Manu y de seguido Cristóbal y Chavi. Manu tiene frío. Nos vamos a cambiarnos al coche. Al pasar Entremazos el decorado cambia y el viento arrecia. Las lucecitas del valle titilan. El sur esta enfrente.
Cristóbal se marcha corriendo. Ya llega tarde. Le echaran un rapapolvo. Los demás paramos en La Gándara a tomar unas cervezas. Luego seguimos el viaje. En Ramales es tarde de sábado. No nos apetece pasearnos. Nos vamos hacia casa. 

11/11/06

Chivos Muertos (11/11/2006) Chivos Muertos

I.
    ¡Hola, estamos subiendo a Lunada!. Mogollón de niebla. 11ºC. La carretera se estrecha hasta un pelín y conduzco con pies de uranio. Estoy harto de subida. 10ºC. Manu no para de tararear un esquema musical que a veces me recuerda a un conocido bolero. Son ya las diez y media. 8ºC. De porrazo aparecen entre la niebla un mogollón de coches aparcados a la derecha de la carretera. No queda apenas sitio para meter otro. Viene corriendo un tipo a preguntarnos si más abajo, en dirección a Cantabria, despeja la niebla. Le desilusionamos sin compasión. Aparcado, contemplo las pocas ganas de Manu. Cambiar de indumentaria y soplar viento del norte que te moja. Hacer frío y caer chirimiri. Le dejo que se explaye. Y después de escuchar varias premoniciones de desastre abandono la idea de ir hacia Bustalveinte arrastrando su falta de entusiasmo.
    Con alivio Manu sigue tarareando la misma canción mientras descendemos hacia San Roque. Ya cerca del pueblo submergemos de la niebla y podemos ver el paisaje. Las morrenas se aclaran. Atrevesando un rebaño de cabras guapas nos creemos cerca del espíritu de la montaña. Luego se embarranca el Miera. Más cabras con pastores, pastorcillos y cabritillos. Paro. Por nuestra ladera desemboca un barranquito coqueto. En la otra ladera del valle hay un conjunto de agujeros llamativos. Ya los había mirado con interés en otras ocasiones. Pregunto a los pastores. Me encaminan a la Cueva de los Moros. Se la ve flotar por encima de unas cabañas cerca de Calseca. ¿No es la cueva que vinculan con Canto Encaramao?. Bajo un poco y aparco en un ensanche. Abajo el Río Miera forma unas pozas transparentes y golosas. Y nos colocamos encima los monos de espeleo.


II.
    La pendiente es fuerte. Un par de fotos en las pozas de abajo. Como una promesa de venir a bañarme en tan guapo lugar. Como la aceptación completa. Mojarse. El río, abajo, ha tallado un enorme desplome dominado por paredes. Arriba, cornisas estrechas o menos estrechas. Montones de cagarrutas como señales de un camino practicable. La senda, por la cornisa, tiende a ser cómoda.
    Nos colocamos encima de la enorme oquedad que exhibe la ladera. No hay bajada directa. Avanzamos un tanto más. Miramos veinte metros arriba de la canal. Descendemos hasta otra cornisa. Volvemos atrás. La oquedad es eso, solo una oquedad. La enorme galería que la forma esta perfectamente colmatada por sedimentos al fondo. Un estrato de varios palmos de grosor se extiende tapizando toda la cueva de mierda cabruna.
    Retomamos la senda por la cornisa. Cien metros más. Llegamos al porche de otra cueva. Sale aire frío. Se avanza sin problemas hacia el interior. Encendemos los leds. Entramos hacia dentro de la tierra sintiendo el chorro de aire en la cara.

III.
    Una cueva que se presenta a sí misma con un hito, un reloj parado y viento. Extraordinaria impresión. No miro la hora del reloj. La primera bifurcación. Nos vamos por la izquierda. Salita. Más bifurcaciones. Un meandro estrecho y ascendente, mas o menos, hacia el norte. Al cabo de unas decenas de metros se acaban todas las posibilidades de continuar por allí. Volvemos mirando pequeñas galerías. Pasamos de nuevo por el reloj. Nos metemos hacia lo que parecen anchas galerías meandrosas. Así es. La impresión es de todo grande, todo laberíntico.

     La hermosa galería promete hacia el norte y hacia el sur. Nos vamos al norte. Saltamos un desfonde. Dejamos varios desvíos para mirar después. Bajamos por una amplia arenera hasta el cauce de un riachuelo. Ahora solo tiene humedad. Me pregunto el sentido de las aguas. Manu mira también sin decidirlo. Avanzamos rápido. Comienza una zona cuestosa. Una pequeña trepada y alcanzo una colmatación caída de una chimenea. No es posible seguir. Ya volviendo escalo un resalte y alcanzo una gran chimenea por la que no se puede avanzar. Poco más allá destrepo hasta un meandrillo que se sifona por un pequeño charco. Nada que hacer.
      Un poco más atrás volvemos al enlace con la salida y nos metemos por debajo hacia un nivel inferior. Lo alcanzamos por un cordino que alguien dejo. Me sorprende la liada de galerías. Yendo hacia el sur la galería se simplifica. Termina convertida en un tubo de presión por el que se avanza sin dificultades. Luego aparecen un par de resaltes, subida y bajada, para volver a convertirse en tubo. Finalmente emergemos a una galería grandona por una gatera bastante justa.
     Hacia la derecha la galería se va estrechando hasta que una colmatación por sedimentos arenosos nos dice que no. Hacia la izquierda hay varios niveles que parecen entrelazarse. Avanzamos hasta llegar a una zona de bifurcaciones múltiples, confusa, con señales en varias direcciones. Me siento un poco perdido. O liado. Decidimos volver hacia la gatera. Sin embargo tengo la impresión de que hemos pasado ya por aquí.
     Manu mira el reloj del hito. No es un reloj. Un termómetro tampoco es. ¿Un higrómetro?. Marca, parece que funciona, la humedad ambiental al 90%. Perfecto. Nos damos unas vueltas por las galerías que rodean este punto y descubrimos que todas desembocan por balcones altos encima de la ancha galería del comienzo...


     El sol ha salido y nos ha engañado tontamente. El día hubiera permitido ir hacia Bustalveinte...Pero quizás nunca habríamos conocido la cueva de los Chivos Muertos. Ni la posible apertura de un barranquito, enfrente de esta cueva, en la otra ladera del valle. De todas formas, por añadir razones, luego vuelve a nublarse y a lloviznar. No hay nada especial. Solo el flujo que pasa. Taladrándonos el cerebro (o el alma?).



   Cuando vuelvo a casa miro el libro de Pepe León:

   Cueva de los Chivos Muertos.

   Curiosa. Parece que tiene otra entrada, travesía cortita.

   Habrá que comprobar los flujos de aire.