28/9/08

Forbidden Lands II (20/9/2008 y 27/9/2008) El Coverón

3.
A lo largo de la semana se afanaron en llevar a cabo todas las tareas pendientes, antes de comenzar cualquier cosa que pudiera despistarles. Si bien habíamos quedado el sábado en Solares para ir al Coverón con Miguel, Eva y Manu, minutos antes de la cita llamo Miguel para comunicarnos que el coche no le arrancaba y que iba a dedicar el día a arreglarlo. Luego hablo por teléfono con Manu para obtener consejos de un mecánico experto pero el coche no funciono de ninguna manera.
Poco después conducíamos hacia Riba a través del puerto de Alisas. Aparcamos el coche en la curva de siempre a trancas de conseguir un lugar mejor. Después de tres veces ya pudimos localizar a lo lejos, entre el denso bosque primitivo, la calva que indica la cercanía de la boca del Coverón. Durante el trayecto de ida caímos en la cuenta de lo ventajoso de seguir el camino principal hasta un prado que bordea la carretera Riba-Matienzo (para el futuro esto eliminara la necesidad de atravesar ningún trozo de bosque denso con ramas invasoras que descargan toda su humedad sobre el desgraciado peatón y espinos tramposos colgados al tresbolillo que le arañan la ropa y el pellejo)
La cueva nos produjo una impresión similar a la de otras veces. Quizás con una pequeña componente de familiaridad. Al llegar al fondo de la gran rampa de entrada, en medio de la Sala abovedada, y con la luz verdosa tamizada por las hojas de las plantas, tomamos la galería hacia el este (izquierda) hasta el acceso a los pisos inferiores. Un resalte de cuatro metros con su correspondiente cuerda seguido de una cómoda rampa, también con cuerda, y en su final un pozo aéreo pero corto y muy ancho al estilo gótico del resto de la cueva.
En la base del pozo se nos abrieron muchas posibilidades de continuación. Nos repartimos el trabajo como buenos amigos. Después de hurgar por múltiples rincones de estilos variados –típica gatera, laminadores, pequeños meandros, salas de estrecha entrada y gótica estructura- pudimos comprender que el nombre de la zona estaba bien puesto: Minilaberinto. En un golpe de intuición Manu se metió detrás de un recoveco, sin ningún atractivo, que se prolongó en un pequeño meandro. Al cabo de un corto tramo desemboco en otro meandro algo mayor en donde la corriente de aire se hizo evidente. Continuando por una sucesión de montañas rusas y diminutas gateras sopladoras pronto alcanzamos un gran balcón arenoso hendido por un profundo meandro. Desde su fondo –imposible de ver por lo sinuoso de las paredes- podíamos escuchar el rumor de un arroyo mediano. Avanzamos por una zona de balcones y cornisas arenosas cruzada por puentes de roca sobre la grieta del meandro hasta que accedimos a una corta galería arenosa. La galería desemboco en una instalación de bajada. Unos veinte metros de estrecha y sinuoso descenso nos depositaron sobre el lecho de un riachuelo.
Decidimos ir aguas arriba pensando que la vuelta sería menos cansada. Enseguida empezaron las dificultades. El piso de la galería era estrecho, recorrido por el arroyo y con depósitos blanquecinos y resbaladizos a ambos lados formando aceras. Un resalte muy resbaladizo y sin cuerda, nos obligo a emplearnos a fondo para ascender. Por suerte una cuerda colgando del otro lado del resalte nos permitió bajar con  seguridad. Y, pensando en la vuelta, mucho mejor. Continuamos con algunas contorsiones y equilibrios par salvar zonas algo más profundas hasta que nos topamos con un nuevo resalte mucho más serio que el anterior. Una cuerda nos elevó hasta unos dos tercios de la altura del meandro en donde unas plataformas daban acceso a otro meandro muy estrecho, afluente del principal, y a la base de una alta chimenea, inaccesible sin escalada en condiciones. Mediante una trepada técnica alcanzamos el final del resalte. Para nuestra desgracia la bajada hacia el otro lado, aguas arriba, no estaba equipada. No nos quedo más remedio que volver.
Aguas abajo del punto de acceso al riachuelo la galería nos llevo rápidamente a una zona estrecha y baja en que hubiera sido necesario mojarse por completo para continuar. Con esta información tan contundente volvimos hacia el pozo de acceso. Ya de nuevo en la zona de los balcones arenosos constatamos que la corriente de aire no provenía de la parte profunda del meandro. La conclusión fue que la corriente se perdía en algún sitio de este nivel fósil y que, por tanto, hay un fleco importante en el conocimiento de la cavidad. También nos dimos cuenta que la ruta que habíamos usado para llegar hasta aquí a través del Minilaberinto no era la única existente. Guiados por una fuerte corriente saliente pudimos llegar a la base del primer pozo por otro camino, algo más penoso que el de venida.
El éxito de la incursión nos obligo a celebrar el día poniéndonos las botas en el restaurante El Mirador de Ogarrio.  

4.
Al viernes siguiente Julio organizó un nutrido grupo formado por Marta, Izaskun y Miguel SCC para ir a la red del Gándara. Al final, el sábado por la mañana Miguel, de Balmaseda, se nos unió después de varias oscilaciones entre la vela y la espeleo. Mientras tanto nuestros amigos de Madrid organizaban una salida a Fuentemolinos que nos hizo dudar de actividad.
Desde Arredondo fuimos hasta La Gándara en tres coches. Nos habíamos convencido de llevar neopreno para intentar cruzar una zona de aguas profundas que visitamos en otra salida de hace unos meses y que nos intrigaba. Le dejamos a Marta un neopreno. Llevaba el pelo formando trenzas africanas. Miguel le comento que podía darle una capa de barro como ciertas tribus africanas (eso lo protegería del sol y de los insectos...) Además llevábamos un bote playero -de plástico- con su correspondiente inflador. Como ejercicio especial nos propusimos pasar todas las gateras de la cueva sin quitarnos la saca. 
En no mucho tiempo alcanzamos la zona del Pozo de las Hadas. Pero a partir de aquí las esperas se prolongaron debido a la falta de experiencia de Marta e Izaskun con las cuerdas. Mientras pasaba el tiempo con lentitud pudimos disfrutar la rareza de un ambiente casi nítido en la Sala del Ángel. En ese estado de espera mística nos convencimos de que el objetivo que nos habíamos marcado para hoy era inalcanzable en un tiempo razonable. Íbamos a tardar demasiado en algunos pozos que debíamos pasar obligatoriamente. Así que, tras una consulta general, reconducimos la situación hacia objetivos más modestos.
Cuando volvimos a juntarnos en grupo compacto bajamos calmadamente, todos, a ver el conjunto de excéntricas a la izquierda de la cascada. Luego continuamos galería adelante. A una corta distancia y a la izquierda localizamos, en una especie de llamativo hundimiento, una galería paralela muy interesante. Formada básicamente por un meandro vertical, a veces colapsado de enormes bloques, con pasos agaterados entre éstos, fue haciéndose cada vez de proporciones mayores, al avanzar hacia el este, hasta que alcanzamos un punto en que, por seguridad, era recomendable instalar una cuerda para descender a una zona muy amplia en que sonaba un río.
Algo más lejos visitamos unas galerías meandrosas, de suelo arenoso, y cuyo acceso requería una corta trepada a la derecha. Las galerías se interconectaban entre sí por algunas gateras semiobstruidas por bloques empotrados y, finalmente, se lanzaban, con un salto de unos 40 metros en volado, sobre una sala arenosa con un riachuelo. No todos quisieron subir a ver esta bonita zona quizás por la trepada que requería, aunque su dificultad era mínima.
Un poco más adelante localizamos un paso entre bloques que fue resolviéndose en una zona de pesados laminadores. Poco a poco las dimensiones de la galería se fueron ampliando y tras unos descensos por unas rampas con bloques aparecimos en una galería ancha, de unos tres metros de alta, con sección elíptica y suelo arenoso. Recorriendo esta galería encontramos varias zonas de interesantes formaciones. Finalmente alcanzamos una zona de desfondamientos y chimeneas ascendentes que parecían prologar la cavidad en esa dirección.
Nos quedo un recuerdo de tranquilidad y limpieza que se fue haciendo un hueco en nuestras cabecitas. Mientras, comíamos formamos un círculo de amigos lejos de la superficie, bajo la montaña y en medio de una corriente de aire.
Los carbureros dieron tantos problemas como es habitual. Hubo agua, descarburadas en bolsas de plástico, tochos de carburo incómodos de colocar en el depósito, olores desagradables, manos manchadas y pequeñas contaminaciones en el suelo. Existe una solución muy fácil para todas estas incomodidades: LEDS.
La espera en el Pozo de las Hadas se dedico, según quien, a vagar mentalmente, charlar o dormitar. Como íbamos un poco por delante de los dos Migueles, durante el camino de vuelta, y antes del Delator, nos desviamos para mirar unas cortas galerías, conectadas por distintos puntos a la galería principal, que desembocaban en un pozo rodeado de terrazas arenosas. Resulto ser un sitio acogedor para un posible vivac
Pudimos salir de la cavidad temprano, en pleno atardecer Sobano. Poco después todo el grupo tomaba unas cervezas en Arredondo. Curiosamente se presento la madre de Marta en el bar para recoger a su hija. Había un ruido infernal, incluido el fútbol en un televisor gigante de plasma, y al final optamos por sentarnos fuera. Pero fue muy poco el tiempo que estuvimos así.
Mientras volvíamos hacia Solares Julio contaba historias personales que le preocupaban un poco. Pero mirándolo con cuidado todo parecía en calma relativa.

14/9/08

Forbidden Lands (7/9/2008 y 13/9/2008) Rubicera

1.
Hace casi veinte años que los espeleologos del SEII consiguieron encontrar, al final de la gran galería de entrada de la cueva de Las Canales, un paso clave. Durante largos años distintos grupos de exploradores habían intentado sin éxito encontrar el origen de la fuerte corriente de viento que barre la salida de la cueva.  Visto en retrospectiva la mera localización de la fuente ventosa constituye una pequeña hazaña. Nosotros, aun sabiendo que existía, tardamos en localizarla tres salidas (o quizás cuatro?) Cuando alguien ve por primera vez el estrecho paso entre bloques no puede creerse que retorciéndose entre éstos -y casi veinte metros más abajo- pueda encontrarse una amplia galería transitable y cómoda. Pero esas son las circunstancias. El primero que se atrevió a introducirse entre los amenazantes bloques le echo, sin duda, un coraje notable. Y no se trata de un  mero factor psicológico. En una de las ocasiones se desprendió un bloque “relativamente pequeño” golpeando a un explorador en la cara. El espeleologo acabo en el Hospital de Valdecilla. Por eso, y a pesar de las múltiples ocasiones en las que hemos pasado la estrechez, continuamos admirándonos y encogiéndonos ante ese pasaje. 
Pocos días antes del domingo nos planteamos una salida tranquila y sin complicaciones verticales. En esta ocasión nos iba a acompañar Lola, una joven murciana, con poca experiencia en cavidades junto con su novio -Joaquín- y nuestros amigos Miguel y Mavil. Estuvimos sopesando tres posibilidades: la cueva de Françoise, la red del Gándara o la cueva de Las Canales. Finalmente optamos por la tercera opción pensando en una aproximación corta y en una cueva hermosa. La cueva de Françoise esta más lejos y no es tan atractiva como la Rubicera. Por otro lado la red del Gándara es nuestro monotema y nos estamos acercando al punto de saturación.
Lola se despertó pronto para remolonear entre las sábanas. Joaquín se encargo de ponerla en marcha. Poco después nos reunimos con Miguel en Arredondo. Un tipo agradable nos vendió apetitosos croissants en la panadería. Dentro hacía un calor agradable. Creo que Lola fue a comprar tabaco acompañada de Joaquín. Luego subimos repartidos en los dos coches hasta los altos del Asón. A voces  llamamos desde la carretera a Mavil, que andaba en su campamento. Nos recibió con muestras de alegría. Se le veía fuerte y exultante. Producía un onda positiva. Nos contó sus andanzas arriba y abajo de los Picos de Europa y mostró el corte de su dedo. 

Fuimos prevenidos y no mostramos nuestro verdadero pelaje. Nuestra apariencia cristalizo en forma de montañeros excursionistas. Estuvimos ojo avizor frente a la cascada del Asón mientras íbamos haciendo las mochilas. Teníamos un cuento aprendido por si nos preguntaban los rurales: nosotros vamos de excursión para localizar algunas cuevas, pero no vamos a entrar en ninguna.
La caminata se hizo agradable. El calor no era excesivo. Sin embargo, devorada por la vegetación crecida en el pluvioso verano, la senda de las cornisas apenas era visible. Pusimos una cuerda en el descenso de la segunda canal. Lola utilizo un arnés para bajar. La hierba estaba demasiado larga y peinada hacia abajo y no era segura para caminar con pendiente fuerte. En la boca sur de la cueva había tres espeleologos manchegos. Tres compañeros suyos les llevaban la delantera en la travesía hacia el Mortero de Astrana. Uno de ellos contó que iba en el segundo grupo para no divorciarse de su mujer que iba en el primero. Entraron unos minutos antes que nosotros. A la altura de la estrechez entre bloques les adelantamos. Sus amigos les habían dejado una luz intermitente para ayudarles a localizar la entrada del pasaje.
Fuimos interrogando a Mavil acerca de su incursión en solitario en las profundidades de la Red del Gándara. Estuvo tres días. Alcanzo lo que, según sus apreciaciones, podría ser la Sala Catalana y la Sala de la Sardina con Cabeza Gorda. El primer día avanzó por río Viscoso hasta que, cansado y sin encontrar un lugar adecuado, montó vivac en las playas del río. El segundo día subió unas cuerdas hasta una sala que podría ser la Sala Catalana y más tarde, avanzando río arriba, dio con otra sala que albergaba un vivac y una forma en el techo que recordaba una sardina gorda. El tercer día salió muy cansado. A lo largo de casi 15 días un pastor, que ya le conocía, fue su único interlocutor.
Antes de llegar a la Sala de la Teta tomamos una desviación particularmente llamativa que nos condujo por una galería pulida y de elíptica sección, algunas arrastradas y varios desfondes hasta una sala con abundancia de cristales. Desde allí tomamos un meandro con más cristales y arena hasta desembocar en la ruta clásica de la travesía. Pocos minutos después comíamos junto a la Sala de la Teta. 
Mas tarde tomamos uno a uno los cañones que conducen hacia el norte. El primero que visitamos, grande, tenía hermosas formaciones. Pronto se convirtió en un cañón desfondado con dificultades de paso. En el primer desfonde serio montamos un pasamanos basado en anclajes naturales. Mientras Mavil caminaba en equilibrio por una cornisa Lola se tapo los ojos. Un poco más allá pudimos pasar por un lateral un segundo desfonde. Una piedra canto más de 50 metros de vertical. En una tercera fase  utilizamos para eludir el desfonde una galería lateral llena de cristalizaciones y filigranas en la que nos entretuvimos con las fotos. El siguiente paso implicaba atravesar una colada de incierta adherencia con caída directa al desfonde. Mavil iba a pasar pero le retuvimos. Aquello era una ruleta rusa.
El segundo cañón que miramos tenía una estrecha entrada sobre un desfonde. Paso Mavil  que tras unas decenas de metros alcanzó una zona estrecha con resaltes por la que no nos iba a interesar avanzar.  Para el tercer cañón que visitamos tuvimos que destrepar hasta alcanzar el fondo. A base de acrobacias Miguel y Mavil avanzaron por una sucesión de hermosas marmitas llenas de aguas cristalinas y rodeadas de bosques de formaciones. Finalmente Mavil se cayo en una marmita y desistieron de seguir.  Se estaba haciendo tarde. Un último cañón, muy cercano a la Teta, se dejo para mejor ocasión.
Volvimos a los coches por una senda mejor que la de las cornisas pues ésta estaba demasiado llena de vegetación. Llegamos muy avanzado el atardecer. Recorrimos todos los bares y restaurantes de La Gándara pero en ninguno nos dieron de cenar. Entre otras cosas porque en el pueblo de Cañedo estaban de fiestas y todos se iban para allá. Nosotros también fuimos por ver si comíamos algo, pero solo había música estridente, algunos paisanos que nos miraron raro, adolescentes buscando relacionarse y una caja de sardinas crudas junto al chiringuito donde un hombre se afanaba con una fogata para hacer brasas. Volvimos de nuevo a La Gándara donde, tras unas cervezas, nos despedimos de Miguel y dejamos a Mavil en su campamento. Los que quedábamos bajamos a cenar al bar Coventosa. Pedimos chuletones de vaca, regados con una botella de tinto que apuramos sin compasión. Más tarde el único que pudo conducir fue Joaquín. Mientras, Lola dormitaba en los asientos traseros y el copiloto daba breves indicaciones para llegar,  que Joaquín  se afano en llevar a cabo.
2.
Lola se marcho al día siguiente. Joaquín decidió subirse al campamento de Mavil unos días. A lo largo de la semana hicieron la clásica travesía Cuivo-Mortero y una incursión en La Cañuela. Joaquín se fue al Sur el viernes. Teníamos proyectada, con Mavil, una incursión de dos o tres días en la Red del Gándara, pero avanzada la mañana del viernes nos comunico que le había dado un severo ataque de lumbago al mover un calcetín sucio. Además había llovido con intensidad los últimos días y los ríos andaban crecidos. 
Nos reunimos con Mavil en su campamento la húmeda mañana del sábado. Se tomo un antiinflamatorio que le dio Miguel pero el lumbago no tenía mala pinta. Mientras Mavil seguía tumbado en su colchoneta unas horas más decidimos hacer una incursión rápida en la red del Gándara. Cuando nos fuimos, el rebaño de ovejas continuaba ramoneando los frescos tallos verdes un poco más arriba de su tienda y las gotas de agua sobre las plantas nos mojaban la ropa.
Vimos un buitre posado en lo alto mientras nos preparábamos. De pronto otro buitre echo a volar. Mientras estaban posados no los veíamos pero ahora, como una reacción en cadena, se fueron sumando dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce,...quizás había veinticinco buitres girando en círculo cuando paramos de contarlos. Todos habían surgido de su perfecto camuflaje entre los árboles y el roquedo, adosados al farallón de la Cueva de los Santos. Nos dimos cuenta que un círculo de buitres más lejano evolucionaba largo rato antes. Nítidamente se dibujaban contra las nubes blancas y grises y los agujeros azules.
Tuvimos que abrirnos paso entre la vegetación cargada de rocío, sacudiéndola antes de pasar para que no nos empapase. Tocamos algunos temas de fondo mientras trepábamos, andábamos o nos arrastrábamos. Entre otros se mencionaron los francotiradores y los referéndums. Hero y el Tao Te King fueron referencias que citamos en algún momento.
En menos de una hora nos encontrábamos cerca de la Sala del Ángel. Después de varios ensayos localizamos un pasillo alto del que salimos trepando. Un poco más allá la densa negrura de un vasto espacio subterráneo se abrió ante nuestros ojos. La sala con bloques planos grandes, como tejados posados y recubiertos de fina arena cristalina y de pequeños cristales acidulares, no estaba hollada. Apenas alguna huella perdida rompía el brillo perfecto de los cristales depositados sobre todas las superficies. Un soplo de viento marcado nos arrastro a lo largo de una galería de 15X4 que se fue abriendo en una segunda sala más redondeada. Al final de ésta nos encontramos una fuerte pendiente de gravas, arenas y bloques de tamaño variado, por la que fuimos ascendiendo con cuidado. Unos grandes bloque formaban un pórtico, muy por encima de nosotros. Encontramos bloques de arenisca roja, seguramente desprendidos de un estrato.
La galería se convirtió en una gran cuesta con bloques, semejantes a saurios que nos mirasen desde las alturas. Mientras uno de nosotros ascendía pegado a la pared de la izquierda el otro fue por el centro. Así pudimos percibir las dimensiones del lugar en que habitábamos. Al cabo de un rato el suelo se acerco al techo y nos reunimos ante un laminador de incierta anchura y longitud, buzado hacia el sur.
Ascendimos por el laminador hacia el noreste llegando a varias ratoneras  y a zonas que podían continuar indefinidamente de forma penosa. En un último intento, siguiendo unos hitos y la fuerte corriente, alcanzamos un buzón tras un bloque. Al girarlo entramos en una amplia galería alta -más de 30 metros según que sitios- meandrosa y de unos 4 metros de ancha. Pudimos seguirla unos 200 metros hacia el oeste con ascensos en varios puntos para alcanzar los niveles superiores que observábamos. Finalmente nos dimos por vencidos.
Por el camino de vuelta visitamos, en el lado derecho de la sala, unas formaciones inverosímiles. Se trataba de estalactitas que surgían del techo con ángulos de entre 45º y 30º. No se trataba de excéntricas...y junto a las que formaban ángulo coexistían otras verticales.
Intentamos volver por otra ruta pero debimos desistir por lo peligroso de una trepada que se nos enfrento. Comimos cerca de las cuerdas de acceso a la Sala del Ángel y en poco tiempo estábamos fuera. Eran como las siete y las nubes seguían pasando en procesión formando masas compactas. Mavil había recogido todo salvo la tienda. Al poco estábamos en el coche bajando las revueltas del Asón. No vimos con buenos ojos las obras de la carretera. Como románticos empedernidos que somos, dejamos que fluyese toda nuestra añoranza por la naturaleza intocada y virgen. Pero teníamos hambre y pronto olvidamos ese tema para hablar de los restaurantes de Ogarrio y Ramales.
En Ramales compre un periódico estatal y tomamos unas cervezas. Una pareja discutía sin palabras a la puerta de la cafetería. Sus rostros distaban apenas diez centímetros y sus miradas chocaban en silencio. Ella parecía más fuerte que él. El periódico se mancho de cerveza en la barra. Al poco Miguel se despidió de nosotros y nosotros tomamos el Opel Corsa de Ana para irnos hacia Santander. Nos estuvimos preguntando durante el trayecto si hacíamos la cena en casa o nos íbamos a un restaurante. Decidimos hacer lo segundo. Nos acercamos al Asador de Hoznayo, restaurante recomendado en alguna ocasión por Juan Colina, y tomamos una mesa. No había, en ese momento, más que otra mesa ocupada, pero cuando nos fuimos sólo quedaban dos mesas. No salimos defraudados. La carne estaba deliciosa, el vino era bueno y el servicio agradable.
Mavil tomo un autobús el domingo al mediodía para ir a Madrid y luego otro a las doce de la noche para llegar a Murcia. En la estación de autobuses de Santander un hombre de unos 30 años se comportaba como un niño malcriado dando gritos y llorando mientras su madre -atribulada y triste- le negaba un dinero. Alterne la insólita escena, que atraía a gran cantidad de público, con la tienda de revistas. Finalmente las rabietas ganaron y la madre le entrego unos billetes, que de inmediato tomo el hombre infantil. Mientras tanto Mavil, ajeno a estos sucesos, guardaba cola ante las taquillas de ALSA.