20/12/09

Pastelerías (19/12/2009) Udías

Udías - Luna Llena
Iba siendo hora de salir con mis compañeros del SCC. Los tenía muy abandonados y sentía un poco de culpabilidad. Tantas salidas a topografiar y explorar en Udías y ni una sola palmadita en la espalda por mi parte. Después de tantos años esperando a que hubiese iniciativas para practicar espeleología en el club y ahora que un grupo estaba planteando actividades yo ni portaba. Podía auto justificarme pensando en la gran diversificación que arrastraba desde hacía más de un año. Están como platos principales: el tema monotemático de la Red del Gándara, la equipación de vías de escalada en Caloca-Vendejo y la escalada en sí misma. Por otra parte las actividades social-espeleológicas con Espeleo50 de Madrid y los diversos viajes y compromisos que absorben una gran parte del tiempo libre. Además me apetece de vez en cuando no hacer nada o ir de turismo con otros grupos.
Me lié la manta a la cabeza y decidí entrar en harina a saco. A primeros de semana llamé a Manu, a Julio y a Juan para preparar la salida del sábado. El viernes por la noche nos juntamos en la sede del club y concretamos una salida para seguir las exploraciones al final la Galería de la Rana. Un gran desfonde o pozo barre la galería por lo menos durante 20 metros -según mis recuerdos- y deja vislumbrar al otro lado continuación o continuaciones. En principio solo Manu y yo íbamos a ir el sábado debido a la imposibilidad de Miguel, Eva, Luis, Julio, Juan y todos los demás. Pero definitivamente pudimos concretar también con Julio e Izaskun. Mientras se cocía esto a medio gas, estuvimos reunidos en el bar de enfrente del Polideportivo hablando del nuevo proyecto de sede del SCC. Junto con local para material, oficina, biblioteca y sala de reuniones también se proyecta un local de entrenamiento de espeleología y escalada. Así se aprovecha la antigua nave industrial de la empresa de Julio. Juan, y sobre todo Eva ofuscada por mal quedes anteriores, nos conmino a mover el culo y ayudar en algo. Además deberemos implicarnos a tope en el cursillo de este año.
Añoro un club de espeleología en el que la única actividad sea la espeleología. Muchos planes diferentes para poder engancharme a cualquiera de ellos -sin tener que reflexionar que vas a hacer- cuando llegas harto de la semana laboral y lo único que pretendes es perderte en el territorio más salvaje e inexplorado que se pueda imaginar sobre la tierra o bajo ella. Pero no es así; ahora deberemos ocuparnos de multitud de asuntos, algunos de ellos posiblemente relacionados con el dinero...

El sábado a las diez menos cuarto me junté con Manu en la gasolinera de Mompía. Esperaba ilusionado ver la nueva furgona de Manu pero trajo la vieja Expres de color verde manzana. Para consolarme me compré un periódico y continuamos hacia Puente de San Miguel donde habíamos quedado con Izaskun, Julio y Fernando. La temperatura oscilaba alrededor de los 3ºC. La nieve cubría el paisaje a partir de Torrelavega camino de Cabezón de la Sal. Tuvimos que esperar a Julio un buen rato en la gasolinera Shell. Había ido a coger carburo. Manu quería llevar dos coches por seguridad.  Mientras tanto Julio llego y nos arrastro a desayunar en la cafetería de la gasolinera. Allí seguí leyendo periódicos.
 Después de este lento proceso de aglutinación, continuamos hacia El Llano y las minas de Udías. A poca distancia de la entrada, en una buena explanada, pudimos dejar los coches. Los charcos estaban helados y la nieve recubría con una fina capa el entorno. Mientras se preparaba el percal repartí bultos. Finalmente harto de esperar partí hacia la entrada esperando un clima más benigno. En la primera bifurcación de galerías mineras me paré a esperar. No me acordaba del camino. Al cabo de diez minutos pude ver las lucecitas de mis compañeros en la lejanía de la galería. Torcimos a la izquierda. Seguimos por un confuso recorrido de galerías, algunas en cuesta y otras llanas, algunas con rieles de hierro y otras sin ellos, hasta desembocar en una escalerilla metálica que nos bajo hasta las galerías de cueva. De nuevo torcimos a la izquierda, es decir hacia el nordeste, y continuamos un kilómetro -o algo más- por un marcado sendero minero hasta un depósito de agua represado junto a unas coladas chorreantes. Hasta aquí vinimos caminando sin problema alguno. Para continuar nos pusimos los monos exteriores y los equipos verticales. El lugar donde comienza el ascenso del Pozo Pasteloso no es muy recomendable para cambiarse.
Cruzamos la galería principal y subiendo un corto resalte nos introdujimos en otra estrecha y alta galería. Algo antes de su final una gatera a mano izquierda nos puso en la base del Pozo Pateloso. Goteaba pero no era preocupante; solo algo incómodo. Me puse a subir frenético. Los dos fraccionamientos que tiene se pasan sin dificultades especiales. En la cabecera un pasamanos te permite salir hacia una cómoda galería a la izquierda. A los pocos minutos oí resoplar a Manu. Nos sentamos a esperar a los tres compañeros. Al cabo de una hora Manu estaba empezando a estar inquieto. Me fui a echar un vistazo a algunas desviaciones evidentes. Una hora después Manu estaba desesperado. Yo me puse a comer un minibocadillo de atún y avellanas con pan. Un buen rato después Manu me dijo que se iba a comer al comienzo de la Galería de la Rana donde el clima era más seco. Y más rato después me acerqué a la cabecera del pozo en donde encontré a Julio e Izaskun en conversaciones íntimas. Mientras tanto Fernando luchaba a brazo partido por pasar el último fraccionamiento. Nos grito que no podía, pero el ánimo insuflado por Julio hizo mucho y pudo subir hasta arriba del todo todito.

Ya juntos proseguimos por la Galería Este y después de atravesar un largo pasamanos alcanzamos el comienzo de la Galería de la Rana donde encontramos a un Manu cabizbajo. De allí a la zona de exploración no nos detuvimos gracias a que pude convencerles de que al final había un lugar acogedor para comer. En realidad la zona donde íbamos a trabajar era una pastelería de barro con humedad por todas partes. Así que descargaron y se fueron a comer a otro lugar, y a ver las flores gigantes de yeso, con la firme promesa de que volverían a ayudarnos o nos esperarían en la bifurcación. Por nuestra parte comenzamos a ordenar el material y a prepara la instalación del pasamanos. Desde el principio fui consciente que la principal dificultad iba a ser los diez centímetros de barro que tapizaban todo por doquier.
Los cachivaches: equipo vertical completo, taladradora, brocas, mosquetones, saca con 50 metros de cuerda, equipo de espitar, llave, parabolts con la chapa puesta, etc... configuraban una indumentaria que  en circunstancias normales hubiera sido meramente incómoda. Pero en las actuales circunstancias se convirtió en una pesadilla de película de terror. Me entro un agobio oscuro. Cada paso que daba por la cornisa significaba progresar más en un reboce uniforme de crema pastelera color mierda clara. Tarde mucho. Puse siete fijaciones hasta que conseguí llegar arrastrándome hasta un púlpito central que ocupaba el centro del desfonde. Sondeé con piedras y pellas de barro. Calculé unos 90 metros de pozo. Manu se reunió conmigo en el púlpito y juntos montamos el paso a la otra banda y a una galería lateral. Para ello equipamos un corto resalte desplomado. La galería acababa en una salita y una escalada corta -que no hicimos- permitía proseguir por una galería de modestas proporciones. De vuelta al desfonde principal Manu prolongo el pasamanos por la banda izquierda una fijación más. Y ya dimos por finalizada la jornada.

Después de pasar revista a la batalla, decidimos diseñar la retirada dejando un depósito con cuerdas, chapas y fijaciones. A pesar de eso llevábamos tres sacas.  Esperábamos encontrar a nuestros tres compañeros esperándonos pero yo tenía algunas dudas. Las dudas se convirtieron en certezas cuando nos encontramos un cartel de plástico en el suelo que ponía: SALIMOS. Como no había nada que perder nos dedicamos a despellejar la imagen mental de nuestros compañeros. Un rato después les dimos alcance llegando a la cabecera del Pozo Pasteloso.  Pudimos transferirles una saca y continuar relajadamente.
Bajamos el pozo en el siguiente orden: Manu, yo e Izaskun. Tuve un pequeño lío con las cuerdas en el primer fraccionamiento que resolví en poco tiempo a base de acrobacias.
Nos sentamos en la galería grande a esperar. Mientras tanto me quité el mono exterior cargado de barro... Íbamos haciendo apuestas sobre a que hora llegaríamos a los coches. Ninguno llevaba reloj y había cierta incertidumbre. Cuando llevábamos casi una hora sentados esperando nos empezamos a inquietar. Volví a la base del Pozo Pasteloso por ver si todo iba bien o si había ocurrido alguna desgracia. Por suerte Julio estaba en la base y Fernando estaba aterrizando. En pocos minutos nos pusimos en marcha hacia el exterior.
Ahora las cuestas eran hacia arriba y el cansancio del día se notaba un poco. Sin embargo Julio y Manu, haciendo gala de su excelente preparación física y del abandono de ciertos vicios, se dedicaron a echar carreras cuesta arriba. Pero al llegar a las galerías planas les dimos alcance.
Según nos acercábamos a la salida un chorro de aire helado nos iba calando en el cuerpo anunciando el clima exterior. Nos recibió una noche cuajada de estrellas y muy fría. Los coches estaban escarchados y las gomas de las puertas se habían pegado. Nos despelotamos -ya eran mas de las nueve y media- para cambiarnos de ropa pues no era cosa de entrar a los coches rebozados de barro. Finalmente pudimos sentarnos limpios y ordenados.
Al conducir, para poder ver algo y no estrellarnos, bajamos las ventanillas y asomamos la cabeza. Algo después la calefacción pudo fundir el hielo del parabrisas y esto nos permitió caldear el coche cerrando los cristales. Nos fuimos a tomar algo caliente en la cafetería de la Shell en Puente de San Miguel. No nos planteamos ir a cenar ni zascandilear: todo el mundo se fue a su casa a entrar en calor y a dormir soñando con cosas agradables...   

30/11/09

SW (28-29/11/2009)


Gándara SW
Ahora ya teníamos la sensibilidad adecuada para volver, aunque no la energía desbordante de otras veces. En esos días a menudo me mire en el espejo de las historias pasadas y vi alguien más despiadado que otros que me lo habían parecido a mí. Un poco más, comprendí la ley que nos devuelve lo que damos, pero eso me predispuso aún más a disfrutar del silencio.
Invité a Manu pero estaba reconcentrado en la labor de topografiar en Udías. Así las cosas, Miguel y yo nos encontramos en Ramales, había pasado cierto tiempo desde la última vez, para continuar juntos hacia La Gándara. Un viento salvaje, del Sur y frío se había adueñado del valle de Soba. Hasta que entré en la Cueva del Gándara -eran las diez y veinte-no me quité el anorak.

Note que Miguel estaba especialmente fuerte y motivado. Andábamos ya lejos cuando comprobamos una hora y media de cueva. Estuvimos, más o menos otra hora, muy entretenidos sudando el mono, para intentar localizar una continuación muy peculiar -que no encontramos-  hacia el Sur. Me tomé un zumito para reponerme.
Íbamos camino de la zona SW. Quizás de forma inconsciente, o descuidada, sin valorar la belleza de lo intacto, alguien había decorado con huellas de botas de pocero el sendero hacia el SW. Habían roto la virginidad del paisaje subterráneo. No me queje, pues de nada iba a servirme, ni me dolió porque, de momento, había conseguido insensibilizarme. Además, pensé, la mirada también deja una huella, imperceptible pero real. Aunque lo más autentico sería encontrar un silencio sin huellas en la Gran Vía de Madrid a hora punta. Eso te haría más poderoso que Superman.

Más allá, las galerías que fuimos desgranando nos sorprendieron con hermosos regalos. Una red algo laberíntica, con ramificaciones y desfondes que duplicaban o triplicaban los caminos posibles, exhibía de vez en cuando paneles de flores de aragonito más delicadas de lo usual. O también flores de calcita en el suelo. Accedimos a una gran sala de la que nos escapamos por un hueco mínimo e improbable, a través de derrumbes al sur de la sala, yendo a dar a una amplia galería descendente hacia el este. Un brusco desnivel entre tierra y bloques nos elevó a un collado desde el que pudimos divisar la negrura de otra vasta sala. Posiblemente la Sala Muguet.
Después de comer nos movimos hacia la parte baja de la sala buscando la continuación. Casualmente encontramos el emplazamiento de un vivac. Los franceses habían dejado una mesa, fabricada con una gran losa plana, y los spits necesarios para colocar varias hamacas retiradas unos quince metros -más o menos- de la zona social. Lo que no pudimos localizar fue agua -ni trazas- en las cercanías. 



Juntos en soledad continuamos dócilmente recorriendo la gran galería del vivac. Tuvimos que ascender un resalte instalado de forma ingeniosa con un empotrador y un lazo a un saliente. Se notaba que el escalador francés que ascendió por primera vez el resalte era bueno trepando. Algo más allá encontramos en el suelo antiestalactitas. Es decir, la forma que dejaría una estalactita si se hiciese penetrar punta abajo en la arena y se barnizara interiormente el hueco que deja al retirarla de calcita cristalizada quitando luego toda la arena que rodea el molde. El aspecto final era el de una rara seta de roca. Tras un giro neto a la izquierda la galería se despeñaba por una empinada rampa. Una evidente instalación a la derecha permitía descender a una zona muy espaciosa. Abajo se oía un río pero decidimos no bajar y, como alternativa, ascender hasta una galería colgada que nos había llamado la atención, situada justo antes del comienzo de las rampas. 
 
De común acuerdo decidimos que tras un breve vistazo a la galería colgada, volveríamos hacia la salida. La cuerda de ascenso -menos de quince metros- pasaba por un ojal muy chulo, como el hilo de una caña de pescar en su extremo. Miguel se entusiasmo con la nueva galería. El rumbo marcaba directo hacia el SW. No se trataba de una galería con tránsito fácil. Tuvimos que efectuar varios pasos atléticos y algo expuestos. Sin embargo las dimensiones iban aumentando. A la altura de una bifurcación en dos galerías paralelas pusimos nuestro final y dimos media vuelta. Nos quedo clara la idea de volver a mirarlo todo despacio, pero nos dimos cuenta que será necesario un vivac para tener un rendimiento razonable entre el tiempo de i/v y el tiempo de reconocimiento en la zona SW.

A la venida Miguel había insistido en que bajase hasta un desfonde para verlas. Y al volver paramos para hacer fotos a las flores de aragonito. Cuando, una hora y media más tarde, reentré en la zona trillada me empecé a notar torpe y cansado. No tenía empuje, pero, de todas formas, no paramos nada -salvo la espera en el Pozo de las Hadas-. La cabecera del pozo es el lugar ideal para reflexionar sobre la vida y la muerte. Tiene unas piedras cómodas para sentarse y se puede apoyar la espalda sobre una lisa pared vertical. Me paré a pensar sobre las grandes diferencias que percibía en mi mismo. Unas veces sobrado de energía y otras arrastrado como un papelillo flotante. Y pensé también en el preocupante estado de deterioro de las cuerdas y anclajes en toda esta zona; y en particular las chapas del pasamanos de bajada a la Sala del Ángel. Salvo los honrosos recambios de las cuerdas en el pozo mismo, creo que nadie ha cambiado ni cuerdas, ni chapas, ni maillons. Un día se romperá algo… y alguien.
Unas nueve horas después de entrar, ya de noche, salimos al exterior. Calor no hacía pero tampoco sentíamos frío. Recogí casi todo el material, el mono y todos los talabartes a la entrada de la cueva. Luego me di cuenta que había olvidado los guantes. No me inquieto apenas.. es posible que todavía estén la próxima vez que vayamos. Nunca se sabe.  

 

Coverón W
Había insistido desde un mes antes en ir de cuevas con José Miguel para aprender sus técnicas fotográficas. El estaba dispuesto, pero si la cueva era fácil. Para tomarnos las cosas con calma quedamos finalmente el domingo a las 10 y ½ pues el tiempo no animaba a darse madrugones. La sorpresa fue encontrar a los perdidos Pablo y Noelia acompañando a José Miguel en la gasolinera de Solares. Los tres esperaban a Marisa, una reciente inscripción en el SCC. Sugerí que fuéramos en un solo coche los cinco pero José Miguel quería ir cómodo. Me fui con Noelia y Pablo en su nuevo coche.
Mientras nos acercábamos a Colindres la conversación giro alrededor de lo que puede esperarse del aprendizaje universitario. A Noelia solo le queda aprobar el último examen de Estructuras para acabar su larga carrera de ingeniería. No se lo que sentirá ella por sus estudios pero yo tengo la enorme suerte de saber que volvería a estudiar lo que estudié, y que mi pasión no haya disminuido ni un ápice. Como tampoco mi pasión por la vida.
Al pasar por Colindres vi un par de minutos a mi amigo Pepe con dos compañeros –uno de ellos el propietario del gran local de escalada Espacio Acción de Madrid-. Los invité a unirse al grupo de espeleólogos pero estaban entregados en cuerpo y alma a la vida familiar.
El tiempo frío amenazaba pero se mantuvo sin lluvias. Preferí ir abrigado por el anorak. El sendero que lleva al Coverón atraviesa una pequeña parte de uno de las mayores manchas de bosque costero original de Cantabria. El encanto de este rincón no tiene precio. Un claro en el bosque da paso, algo antes de llegar a la cueva, a un bosque de grandes robles y castaños. Helechos enormes jalonan un pequeño descenso hasta el hall de la cueva. En fin se trata de un lugar mágico. Como la cueva en sí.



José Miguel comenzó a hacer fotos. Del hall, de la rampa, de la gran sala desde abajo hacia la entrada... Me quede con la tarea de fotografiar al fotógrafo. Los sensores de radio son mucho más funcionales que la células fotoeléctricas y, en principio, disparan bien a grandes distancias. Hubo algunos fallos pero seguramente fueron debidos a causas fortuitas. No hubo intentos de fotografiar las grandes salas góticas del Coverón. Este es un reto mayor de lo que puede asumirse sin grandes preparativos.
Todos estaban animados a subir el resalte para seguir visitando la cueva. La instalación -una cuerda y una escala- es particularmente incómoda. Apareces arriba por una gatera resbalosa que se abre a una pequeña sala con un lago. De aquí a la gatera de acceso a las nuevas extensiones de la cueva hay solo un minuto. No hubo duda tampoco. Se animaron todos, pasamos la gatera ventosa y accedimos a las pequeñas galerías coquetas recientemente descubiertas. Allí fue donde más fotos hicimos (ver http://misfotosdecantabria.blogspot.com/2009/11/cueva-el-coveron.html )



 
Desde esta muy peculiar zona comenzamos la vuelta poco a poco. Cuando salimos ya atardecía. La vuelta a Solares la hice con José Miguel y Marisa. Me pareció que MIguel se estaba animando de nuevo a hacer espeleología y quedamos para hacer más fotos -quizás en la red del Gándara- en un futuro próximo...  

9/11/09

Sur (9/11/2009) Destapada Higuera

(7/11/2009)
Paso veloz por Madrid rumbo a un sur muy querido por mí, dejando un reguero de señales de humo. Pepe, como una balanza en equilibrio inestable, esta a punto de oscilar. Intuyo que vendrá. Una ocasión perfecta para que él junto con Zaca, Hugo y Antonio conozcan la Sima Destapada.
Transcurre una semana familiar en Alguazas volviendo a tomar el hilo de mi red de relaciones, aprovechando para localizar una nueva batería para la taladradora Hilti, leyendo a Galois, pero sin gran interés por la espeleología. Para mí la Destapada es una vieja conocida. Me atrae volver a ese cálido lago enterrado a más de 200 metros de profundidad del que guardo un hermoso recuerdo. Sus aguas transparentes, profundamente oscuras me atraen de forma mórbida... como una mujer llena de misterio.

A las ocho y cuarto del sábado siete me reúno con Joaquín en el San Onofre, frente a la antigua Casa del Cura. El día es brillante, como un tanka tibetano proyectado al Mediterráneo, y templado, casi primaveral. Siento un gran placer, como si todo los detalles de una complicada trama encajasen de pronto, permitiéndome disfrutar del presente sin restricciones; como un reencuentro sin futuros inciertos, ni añoranzas pasadas.
Esperamos al resto del grupo entrando a tomar café en el bar de la Plaza del Mar en Isla Plana. Nuestros amigos de Madrid han alquilado aquí cerca un apartamento para las noches del viernes, sábado y domingo. Disfrutan del puente de la Almudena. Pensando que estarán todos dormidos todavía, estoy llamando a Pepe cuando me le veo venir sonriente y feliz. Es una gran alegría volver a verle... enseguida aparecen Hugo, Antonio y Zaca.

Nos cuesta un par de intentos dar con el aparcamiento ideal para pillar la senda de la Destapada, pero lo encuentro. Hay por doquier un penetrante olor a plantas aromáticas, que nos hechiza sin escrúpulos, mientras nos vestimos para la cueva. Solo llevaremos bañador y mono de tela ligera. Los más de 30ºC y la humedad 100% de la zona profunda pueden deshidratar a cualquiera. Compruebo que todos llevamos tres litros de líquido. Joaquín se ha fabricado dos botellas aisladas que ha cargado de isostar helado. Parece que su aislante funciona muy bien.
¿Que material llevamos? Dos cuerdas de 100, una de 40, dos de 20 y un cabo de 8 metros; treinta mosquetones y 10 chapas con tornillo y mosquetón. Tenemos previsto 20+40 para los pozos de entrada, 100 para el pozo Coke y solo 100+20 para el pozo Salva (aunque la reseña marca 130) Habrá que tener cuidadín. En los pozos de entrada no hace frío ni calor. Mientras equipo los pozos voy pensando distraído en mis cosas y esperando a Pepe para indicarle la continuación. Curiosamente alguien ha colocado en los destrepes unos tacos de madera atornillados que facilitan los movimientos de los pies.
En la base de los pozos de entrada, al comienzo de la Red Horizontal, me paro a esperar haciendo alguna foto. Poco después, siguiendo una ruta bien trillada y balizada, alcanzamos la cabecera del Pozo Coke. Zaca y Antonio han dejado bien claro desde el principio que no van a bajar al lago por lo del calor. Prefieren ir a la Sala Cartagena sitio en donde no hace calor y en el que  pueden contemplarse formaciones maravillosas. Hugo, Joaquín, Pepe y yo sí que bajaremos al lago. Como no hay cuerdas para todo a la vez Zaca y Antonio nos esperaran en el inicio de los pozos.
Todos los de Madrid coinciden en afirmar que mis nudos son deplorables, siendo difíciles de reconocer como nudos ocho. Me importa un comino. Al comienzo del Coke la charla con Zaca se convierte en una grosera y pornográfica embarrada que Antonio se complace en documentar con una cámara de video. Espero que la mujer de Zaca no lo vea nunca jamás.
No encuentro los anclajes químicos de acero inoxidable que fraccionan el pozo Coke. La instalación me resulta confusa o, quizás mejor dicho, mi mirada está confusa. Como el pozo consiste en una rampa que se podría bajar andando si no fuese por lo resbalosa que está, tampoco me preocupo excesivamente por ello. Pienso que faltan algunos anclajes, pero Zaca y Antonio, que vienen algo después a echar un vistazo, encuentran todos los fraccionamientos necesarios... La rampa barrosa ha sido provista de escalones -tallados en la tierra- que facilitarán su ascenso. Pero la última parte es demasiado angosta y se hace desagradable. A la subida este punto del Coke se nos convirtió en el pasaje más difícil y agotador. En contra de mi comportamiento habitual en las cuevas -crecerme ante las dificultades- me gustaría que la bajada hacia el lago fuera un agradable paseo sin ninguna dificultad. Me encantaría tenerlo a mano.
Para evitar sorpresas desagradables en el pozo Salva, voy economizando cuerda. Pepe me acusa de dejar muy escasos los fraccionamientos, pero no me gustaría que se nos acabasen las cuerdas unos metros antes del final del pozo (en ese caso no podríamos llegar al lago, única justificación de las penalidades del Pozo Salva) La realidad me da la razón. El último fraccionamiento coincide con el final de la cuerda de 100. Desde aquí uso la cuerda de 20 evitando por los pelos el paso de un nudo. Tenemos mucha suerte.
En cuanto veo el lago se me enciende una lucecita. Me quito el mono y me meto en el agua con un placer exquisito, como si de un arcaico ritual de bautismo se tratase. Es un agua de una transparencia mágica. De a buten tronco... como mola -desvaríos madrileños- mientras nos bañamos se nos van aflojando las neuronas. Pepe esta haciendo fotos dentro del agua. Yo me he dejado la cámara en la cabecera del pozo Salva para evitar su destrozo definitivo. Con una humedad tan alta, estando con el objetivo al aire y con el polvo por todos lados tengo todos los boletos para quedarme sin máquina fotográfica. Un termómetro de máximas y mínimas marca 31ºC.

A la subida endosamos a Joaquín y Hugo, mucho más jóvenes y fuertes, la pesada tarea de desinstalar los dos pozos. Cuando alcanzo la mitad del Salva me chorrea tanto sudor por la frente que me entra en los ojos. Resulta ser un líquido que escuece a rabiar. En el entreacto de los dos pozos puedo limpiarme el sudor y beberme medio litro de agua.
Dejo de oír a Pepe en cuanto paso hacia el Coke. No más alcanzar su cabecera comienzo a vociferar a pleno pulmón. Pienso que Zaca y Antonio, aburridos por la espera, se han ido. Zaca me contesta destempladamente que a qué vienen esos gritos. Los he despertado de su magnífica siesta. Me uno a ellos en la posición yacente hasta que llega Pepe. Una hora después comenzamos a inquietarnos por Hugo y Joaquín. Sopesamos las posibilidades de que haya reventado uno de ellos por el camino. Dejamos pasar un rato más, hasta que Antonio y Zaca no pueden más y deciden bajar. Cuando Antonio ya esta descendiendo oímos una débil respuesta a nuestros gritos. Media hora después Hugo y Joaquín se encuentran a nuestro lado cansados de la brega.

La distancia a la Sala Cartagena es escasa. Zaca se adelanta con Antonio y cuando llegamos a la cabecera del pozo de acceso ellos ya se encuentran abajo. Todo lo que hago en la sala es sacar la cámara junto con el trípode y comenzar a disparar fotos como un poseso hasta que me toca el turno de salida. La Sala Cartagena no defrauda a nadie, es un magnífico panel de excéntricas de aragonito de una delicadeza y belleza extremas. Es necesario acercar la mirada a las paredes para que se hagan evidentes estas hermosuras.
Los primeros en salir son Antonio y Zaca. Les sigo rápido para indicarles en la Red Horizontal la ruta alternativa, mucho más corta, hacia la base de los pozos de acceso. Luego vuelvo para esperar a todo el resto. Con el barrillo que tengo a mano voy construyendo todo un ejército de pequeñas peonzas con aspecto de seta dobles. Me quedo ensimismado hurgando en soledad mis pensamientos indecibles.
Pepe viene desinstalando. Él y yo somos los últimos en salir de la Destapada. La calma domina la escena. Todo preñado de las lucecitas de los pueblos, de estrellas y de la oscura masa del Mediterráneo hasta el horizonte. Disfrutamos de una templada noche-hermosa mientras bajamos por la senda. Un cartel grafiteado en una losa de roca: I love you me recuerda algo olvidado. La noche se resuelve apaciblemente en el apartamento de Isla Plana con unas setas preparadas por Zaca y un delicioso pastel de carne aportado por Hugo. Todo regado por muchas cervezas. 

       
(8/11/2009)
Una noche de la semana anterior fui a casa de Lola a llevarle unas revistas y conocí a su hermana Raquel. En plena euforia de sobremesa y hablando de la próxima incursión a la Sima de la Higuera y del grupo que íbamos a entrar le solté a Raquel, como si nada, si le apetecería venir a una cueva el fds y se apuntó, sin pensárselo, a la idea. El único problema que surgía en el horizonte era que no había tocado una cuerda de espeleología ni de escalada en toda su vida. Y además no hacía deporte desde catorce años atrás... Me imaginé que se desinflaría a lo largo de los días venideros en cuanto le dieran detalles de lo que significa bajar y subir una sima. Pero nos equivocamos totalmente con Raquel. Joaquín le había dicho a Lola que diese un minicursillo a Raquel en el rocódromo casero, y recolecto material para equipar a las dos hermanas; pero en la indecible vorágine de la semana laboral no tuvieron tiempo -ni ganas- de realizar aprendizajes deportivos.
Esta era la situación a las once de la mañana del domingo: Joaquín esta en el veterinario para que recosan a su perra -operada hace días y descosida la noche anterior-, Raquel sigue sin tener ni zorra idea de lo que es un mosquetón o una cuerda y su hermana Lola está en casa un montón de nerviosa. Felizmente yo he dejado de preocuparme por este asunto confiando en que algún duendecillo resuelva la situación; pero Joaquín me confiesa que ha tenido la noche anterior una pesadilla. De cualquier forma, montados en el coche de Joaquín, los cuatro nos deslizamos suavemente por el hermoso paisaje de Yéchar.

Justo llegar al cementerio de Pliego y la furgoneta del grupo de Madrid apareció por la carreterilla en lontananza. De golpe un torbellino: Raquel y Lola formando el ojo de un ciclón cuyas nubes son casi todos los machos que hay en el lugar. Posiblemente los muertos del cementerio también se han levantado de sus tumbas al oír el follón que se organiza. Me disponía a hacer las presentaciones pero nadie las necesitó. Se presentaron abalanzándose unos sobre otros.
Durante los preparativos el chirrido de la falta de experiencia de Raquel comenzó a subir de volumen. Ya no me podía escaquear... Raquel quiere entrar en la cueva con un clavel sobre su oreja derecha. Zaca me lanzo una mirada seria mientras me hacía algunas preguntas sobre la situación. Yo estaba esquivando el asunto bastante bien. No tenía ningún plan en la cabeza... creo que esperaba una solución llovida del cielo. Nos llevamos una cuerda de 40 por si acaso... por si acaso nada. 
Cuando abrimos la cancela de la sima la realidad cayo sobre nosotros como una pesada losa. Raquel no iba a poder bajar los fraccionamientos. Zaca sugirió la genial idea de descender a Raquel con un ocho o un dinámico y me agarre a ella como un desesperado. Realmente en esta sima no había problema para hacerlo. Tiene buenas repisas que dividen la bajada en tres sectores de menos de 40 metros. Incluso de menos de 20. Llevar a la práctica la idea no nos costo ningún esfuerzo, salvo desliar de vez en cuando las cuerdas, y en poco tiempo estábamos abajo. Para más tarde quedaba el asunto de ascenderla.

El inicio de la experiencia espeleológica de Raquel había sido poco ortodoxo pero su continuación iba a serlo menos todavía. Comencé haciendo algunas fotos en las que la utilicé como figura femenina en medio de la extraña naturaleza. Pepe, Antonio y Hugo habían desaparecido atraídos por los catadióptricos que llevaban a la Sala del Paraíso. No me extraño su ansiedad. Un cartel bien visible daba instrucciones precisas respecto a los cuidados necesarios para proteger la cueva. De inmediato Raquel y Lola se saltaron una de las normas: no fumar. Intenté convencerlas de que no lo hiciesen pero no encontré la manera adecuada de convencer a unas chicas tan fuertes. Sin embargo no me enfadé. Al fin y al cabo un poco de humo no iba a conseguir destrozar la cueva ni una milésima parte de lo que lo hace un pisotón en las arenas cristalinas de color blanco crema, ni tampoco lo que destruye un manotón sobre los corales que tapizan las paredes.
Los catadióptricos cilíndricos de dos centímetros de largo y cuatro milímetros de diámetro que jalonan la ruta fueron todo un descubrimiento. La gran ventaja de estos chismes es que se ven por igual desde 360º a su alrededor. Bueno para la ida y bueno para la vuelta.
Ya habíamos pasado varias gateras retorcidas y nos tocaba la famosa gatera cuya desobstrucción condujo hace unos años al descubrimiento de la Sala del Paraíso. Primero pase yo. Instruí a Zaca para que tuviera cuidado con el pequeño desfonde que sucede a la gatera. Hay que evitar salir de forma descontrolada si no quieres caer de cabeza o de espaldas, dependiendo de la elección. Zaca instruyo a Lola. Y luego Lola siguió avanzando conmigo y con Zaca.
El hecho fue que Zaca no instruyo a Joaquín en el delicado paso pues era un tío. Pero... ocurrió que Joaquín era en realidad Raquel. Oímos el batacazo desde unos metros más adelante. Mi primer pensamiento fue hacer un cálculo de los posibles daños. Me recorrió un escalofrío.
La chica estaba sentada  y hablaba de forma coherente. Después de un rato vimos con alivio que no tenía nada roto. Avanzamos un poco más hasta el lago y dejamos que se recuperase y que decidiese si quería continuar o salir ya. Joaquín y Zaca fueron a buscar al resto del grupo para conseguir una pastilla de ibuprofeno -que suele llevar Antonio-. Contra todo pronóstico la aguerrida Raquel decidió seguir adelante pese a todos los hematomas y porrazos -cadera, muslo, codo... - Hicimos el paso del lago limpiamente con mucha agilidad y nos encontramos de frente con algunos que volvían. Poco después nos reuníamos todos en la Sala del Paraíso.

La continuación fue deliciosa. Hicimos muchas fotos, disfrutamos del paisaje subterráneo, comimos en un cruce con arena blanca, hablamos de la conservación de las cuevas, algun@s fumaron, otros les criticaron y vimos otra sala tan bonita como la del Paraíso. Pero lo más divertido fue la guerra dialéctica que estallo entre Zaca y Raquel: dos titanes de la invectiva. En algún momento pareció que la guerra iba a terminar a palos...
La logística acordada para salir de la sima fue la siguiente: Primero saldría Antonio seguido de Lola, y de Joaquín supervisando a Lola. Luego saldrían Pepe y Zaca, que montarían con una polea y un puño un sistema de ascenso para Raquel. Raquel escalaría en la medida de lo posible los pozos (por suerte son muy escalonados) Finalmente Hugo y yo seguiríamos a Raquel ayudando y supervisando.

En mucho menos tiempo del que esperábamos todos nos encontrábamos fuera. La noche era primaveral y con los focos de leds tuvimos pocos problemas para descender y seguir la senda. Pocos, pero no ninguno... Raquel tuvo algún resbalón y le entró una flojera cuando ya estábamos cerca de los coches. Y Lola piso una piedra en el camino y se torció un tobillo. Vamos, que si el padre de las dos chicas llega a estar por allí nos hace picadillo.
De cualquier forma el grupo 8 se sentía muy unido. Después de cambiarnos junto al acogedor cementerio de Pliego y de dejar las llaves de la sima en el lugar debido, Lola nos sugirió para cenar el restaurante El Niño de Mula.
Entramos prácticamente al asalto en el restaurante. Había tres o cuatro mesas ocupadas pero curiosamente una mesa redonda para ocho comensales estaba preparada como si hubieran estado esperándonos. El servicio era rápido como el rayo. Dicho claramente: nos pusimos ciegos de ricos platos. Los pobreticos madrileños tuvieron la enorme suerte de conocer de primera mano y en un sitio excelente la comida murciana. Jamás olvidarán esos sabores y hasta es posible que les obsesione el recuerdo del Sur... Raquel nos aseguró que había encontrado el deporte de su vida o su deporte. Nos dejo a todos alucinando. Incluso se hablo de las próximas cuevas a las que podría entrar: el Solins y la Cueva del Gigante en Cala Estrella. De cualquier forma en Navidades volveremos a tomar el pulso de esta insólita espeleóloga en ciernes. Que me aspen si es verdad que sigue haciendo espeleo...

17/10/09

Paso Clave (17/10/2009) Gándara

Teníamos previsto entrar el sábado 17 a la Red del Gándara por la Cueva de Bustalveinte para sobrepasar el punto más lejano conocido por nosotros y, con un poco de suerte, alcanzar la Sala Catalana. Pensando en ir bien acompañados Miguel y yo invitamos a todos nuestros amigos de Espeleo50, quienes se disculparon afablemente por su imposibilidad de asistir a tan atractiva actividad. También invitamos a nuestros amigos Miguel, Julio y Manu del SCC y además invitamos a Oscar del Tajahierro. Solo pudo acompañarnos Manu.
Los días anteriores habían sido fríos. Al amanecer del viernes el termómetro marco tres grados centígrados y lo mismo ocurrió el sábado. La cita era a las nueve en el puerto de Lunada. Nos recibieron cuatro grados centígrados, nubes rasantes y un fuerte viento del nordeste. Resultaba de lo más alentador. Rebuzné -o aullé- para hacer más soportables los preparativos. Luego me embutí en una chaqueta de forro polar más un anorak, pensando en quitarme alguna capa más tarde, pero no me sobró nada en ningún momento. Además me encasquete un gorro de fibra polar.
El frío había borrado del entorno muchas señales de vida. No teníamos a la vista ganado, ni se escuchaban en la lejanía los típicos campanos. Me vi sumergido en una oleada de pensamientos sobre el sol, el sur y la placidez. Para probar suerte -acortando la aproximación- Miguel, seguido por Manu, fue por una senda que se desviaba a la derecha subiendo suavemente. Me alcanzaron llegando ya a la boca y les retuve unos instantes más para retratar el frío en sus miradas.

Había llevado una saca grande y un plástico de basura para poder volver limpio al coche. A la salida metería dentro de la bolsa todo lo embarrado incluyendo las botas. En cuanto estuve listo me precipité al interior de la cavidad. Comparado con el exterior me pareció un sitio templado y acogedor. A los dos minutos me alcanzo Miguel y juntos esperamos sentados a Manu. Paso el tiempo y comencé a inquietarme. Al poco Miguel, más voluntarioso que yo, salió a buscar a Manu. No estaba en el porche de la cueva pero era imposible que se hubiera perdido al entrar: no había ninguna bifurcación. Además Manu ya había estado aquí una vez.  Empezamos a pensar si se habría caído al precipicio. Volvimos al porche los dos. Miguel se metió por otra oquedad -más a la derecha- e increíblemente se encontró con Manu reptando de vuelta.  Gastamos media hora en este divertido lance.
Silenciosos, pero bien concentrados, nos sumergimos en el accidentado curso del Río de la Conjugaison. Intentaba memorizar todos los pasos. Se trata de una sencilla economía energética. El conocimiento preciso del camino hace gastar menos fuerzas en inútiles movimientos. Nada que no sepa cualquier espeleólogo. El leve buzamiento del estrato de arenisca basal -oscurecida y pulida por el agua- ahorraba esfuerzos también. Deslizamientos sobre el culo y cuesta abajo con estilo tobogán nos ayudaban a progresar adecuadamente. No podía ocultarme a mí mismo que sentía todo éste recorrido como un mero trámite, necesario para poder acceder a las hermosas galerías del sector W en la Red del Gándara. Pero no teníamos otra opción mejor, ya que la entrada por la Cueva de Calígrafos tiene peor fama todavía
A su mitad el Río de la Conjugaison tiene un desagradable paso en oposición que desfonda lo suficiente como para partirse algún hueso. Esta vez me quite la saca para pasar (a la vuelta Miguel me señalo un paso alternativo por debajo de un bloque) Pensé que si no hubiera cierta prisa, ni horarios, ni tampoco la necesidad de llevar peso el itinerario podría resultar ameno. Pero el caso es que llevábamos una saca que, aunque ligera, se notaba. Comida, agua, todo el equipo para verticales, cámara fotográfica y trípode y una bolsa con elementos de seguridad, orientación y repuestos. Así pues sentí un gran alivio al sobrepasar la última zona agaterada del río y llegar a la confluencia con un afluente que marca claramente el comienzo del sector con galerías cómodas.

Manu dejo caer como si nada que tenía hambre. Era bastante temprano y tanto Miguel como yo pensamos que para la media hora larga -menos de una hora con seguridad- que nos quedaba hasta la Sala de la Sardine à Grosse Tête merecía la pena aguantar un poco más. Con la ilusión de sentarse a una mesa con unos buenos bocadillos aceleramos el ritmo. Encontramos más señales que otras veces, -flechas de tizne groseramente marcadas sobre paneles impolutos o pequeñas tarjetas plastificadas-. Algunas de ésas flechas nos parecieron innecesarias. Surgió la duda de si quizás no fueran responsables los exploradores franceses, dado que ellos conocen bien la ruta y que el rastro principal resulta evidente.
Las grandes dunas que preceden a la Sala de la Sardine son increíbles. Se tiene la impresión de estar llegando a un centro neurálgico del sistema. Se trata de un lugar acogedor y magnífico para dormir. El único problema es que a este lugar se accede con el mono exterior mojado y con el interior húmedo por las arrastradas del Río de la Conjugaison. Así, al cabo de quince minutos no resulta cómodo seguir quieto allí. Pero con un poco de paciencia -y teniendo a mano ropa seca de repuesto- puede convertirse en un cálido hogar para una estancia de casi una semana, como suelen realizar los exploradores del SCD varias veces al año.
Como en todas las ocasiones en que hemos visitado este remoto lugar, el vivac 4 estaba preparado para recibir a los exploradores en cualquier momento. La instalación de hamacas y todo tipo de pertrechos -incluidas pequeñas planchas de aislante para conservar el culo caliente al sentarse sobre las húmedas piedras- hacen de la Sala de la Sardine un sitio perfecto como base de exploraciones en el sector W. Además un riachuelo hiende la sala por un hundimiento de pocos metros permitiendo repostar agua de una forma cómoda.

Para conseguir secar la ropa en poco tiempo -a base del propio calor que generas- tienes que moverte. Y eso es lo que nosotros hicimos en cuanto acabamos de comer.
Más al norte de la Sala de la Sardine tomamos un río -similar a otros muchos ríos de este sector- orientado hacia el este. A una distancia que podríamos estimar como medio kilómetro alcanzamos una confusa confluencia de galerías que nos llevo por la izquierda a una sala goteante. Primero miramos un estrecho meandro ascendente que se complico. Aguas abajo llegamos a una sala arenosa con extrañas formaciones adosadas como pólipos a un techo extenso y plano. Miguel continuo por laminadores al nivel del techo hasta llegar a una sala muy grande con hermosas formaciones y unas pocas huellas perdidas. Yo mire el meandro por el que seguía el río hasta que se estrecho demasiado y Manu estuvo por otro meandro paralelo que continuaba... Miguel abogaba por explorar la sala que había encontrado. Pero en el fondo ninguna de las opciones nos pareció prometedora, principalmente por la falta de rastros claros. Después de una reunión en cónclave en que sopesamos las opciones que se nos presentaban optamos por volver al meandro ascendente que ya habíamos mirado.
Tras el paso de un bloque cabalgante sobre un desfonde y una revuelta por detrás de otro bloque enorme, la galería se resolvió en un cómodo conducto que nos llevo en pocos minutos a una sala alargada. Más allá de ésta, la galería continuaba y, aunque se observaban opciones variadas, el rastro principal no era difícil de seguir. Después de varias escaladas y destrepes y de unas gateras desembocamos en una sala enorme ocupada por bloques con una pátina de barro blanco. El rastro, que atravesaba la sala hacia el norte, era muy fácil de seguir en esta zona. Nos condujo a una gatera mínima. Al otro lado de la gatera nos esperaba otra sala de dimensiones medianas -cincuenta metros de diámetro máximo quizás- y repleta de bloques. Sobre unos bloques lejanos al borde de la sala Miguel localizo tres flechas de tizne que indicaban el comienzo de una larga serie de estrecheces entre bloques por debajo ésta.
Evidentemente habíamos llegado al paso clave de la Sala Catalana del que tanto hablan los informes del SCD. La bajada entre bloques es verdaderamente compleja. Solo se sigue medianamente bien gracias al rastro de los espeleólogos que han pasado y a alguna flecha de tizne. Abajo se alcanza una galería, pero las estrecheces laberínticas no acaban. Primero hay un inquietante zigzagueo E-W-E que nos lleva a un río repleto por un caos de bloques. Este caos también se pasa gracias a los rastros dejados por los exploradores, aunque no es tan complicado como el de la Sala Catalana. Al final del caos emergimos al último lugar alcanzado por nosotros -desde Río Viscoso- en la última estancia. Habíamos cumplido el objetivo propuesto para esta incursión. Ahora faltaba salir de la cueva y volver al coche.

Pasaban de las cuatro cuando comenzamos la vuelta. Como sabía lo que nos esperaba no tenía demasiadas ganas de parar a hacer fotos. Sin embargo hice unas cuantas. El objetivo de la Lumix no se cerraba bien debido al polvillo acumulado. La ruta hasta la Sala de la Sardine y luego hasta el Río de la Conjugaison fue amable con nosotros y aunque nos sentíamos ya algo cansados no nos desgasto excesivamente. Los problemas empezaron en el Río de la Conjugaison.
Poco a poco el leve ascenso y las arrastradas en subida suave iban haciendo mella en nosotros y nos obligaban a parar de vez en cuando. Prefería no pensar demasiado. El asunto era que íbamos a salir de noche cerrada y no sabíamos si con niebla o lluvia. Aunque intente poner el turbo no funcionaba en esta ocasión. Me sentía verdaderamente muy cansado. Quizás debido a las dos semanas de catarro que arrastraba. De cualquier forma hay un punto en el que se acaban las arrastradas con barrillo y ya solo tienes que ir a gatas, en cuclillas o agachado. Saber que va a ser así, aunque falte casi media hora, es muy consolador. En los últimos metros hay que arrastrarse por una gatera arenosa cuesta arriba y me costaron tanto esos últimos metros que casi salí de mal humor. Necesitaba espacio a mi alrededor.
Mire hacía el exterior desde el porche de la cueva y solo percibí niebla. Me concentré tercamente en ordenar todo dentro de la bolsa de basura -que a su vez iba dentro de la saca grande- y en colocarme ropa de abrigo. Cuando acabe la tarea volví a mirar hacia el exterior y vi algunas estrellas entre la niebla. Me cambio el talante de golpe. Miguel había perdido un calcetín sucio y volvió a vaciar la saca para buscarlo. Le dije que si estaba dentro no merecía la pena vaciarla y que si estaba fuera tampoco... pero...
Con la niebla aligerada y los perfiles de las montañas marcándose comenzamos el ascenso hacia el collado. Se me hizo muy largo, casi seguro que debido al cansancio. Sin embargo me fui relajando al sentir que era un esfuerzo trivial en comparación con las arrastradas. Además el paisaje nocturno era maravilloso. Las luces fantasmales de la base militar dominaban hacia el sur el valle de Bustalveinte. Más allá del collado el leve descenso hacia Lunada se hizo agradable. Casi tocábamos la comodidad y el calor de la calefacción del coche.

Hicimos las llamadas pertinentes para confirmar el OK y nos despedimos de Miguel. Eran más de las diez. En total trece horas de actividad. En el descenso de Lunada puse música y decidimos parar a cenar en San Roque. Pero según íbamos bajando comprobamos que los restaurantes de los pueblos no estaban para dar cenas de sábado. A la altura de Liérganes habíamos perdido el interés. Al menos yo. Cuando llegamos a Solares solo me interesaba una ducha caliente o, mejor aún, una bañera de agua hirviendo. Sin duda había perdido mucho calor en esta jornada.
Se cumplía una etapa en nuestro conocimiento de la Red del Gándara y, por otra parte, se habrían nuevas perspectivas y posibilidades.
El tiempo dirá que sorpresas y maravillas nos esperan en esta hermosa cavidad en un futuro cercano...

28/9/09

Stubborn Inlands (2) Gándara

(25/9/2009)

El jueves envié a Julio y Manu un mensaje para informales de nuestra entrada inminente en la Cueva del Gándara para una permanencia de fin de semana. Julio ni me respondió, pero Manu tenía compromisos y sintió no poder venir. Miguel había quedado conmigo para estas fechas desde hacía un tiempo. Mientras tanto Mavil nos esperaba por los altos del Asón disfrutando la realidad del clima cántabro. Algo bestial.
         Tierras tercas. Stubborn Inlands. Durante toda la semana soñé con la mágica cualidad de ese lugar privilegiado. Ahora era viernes por la tarde. Miguel parecía preocupado por la evolución de la crisis económica y, particularmente, por su deseo de emigrar hacia tierras cántabras. Sus análisis políticos conseguían sacarme del mundo de sombras y luces sesgadas, que creábamos al avanzar, iluminando desigualmente los rincones, en la Galería de Cruzille. A Mavil  le pesaban los más de treinta días que llevaba acampado en los Altos del Asón, sin más compañía que los bichos y las, en perpetuo cambio, nubes del valle. Era mucho tiempo solo. Un día se presento en su campamento un guardia rural que le apremio para levantar la tienda antes del atardecer. El estrés que le causo ese incidente hizo que se olvidase, ese día, de mandar el sms de aviso de entrada (y confirmación de salida) al Sistema del Mortero de Astrana. Por suerte el rural era inteligente y, para evitar crear problemas estúpidos, no volvió a presentarse por la zona. Por suerte a Mavil no le ocurrió nada en el Mortero de Astrana.

En la galería de las Alizes nos habíamos cruzado con cuatro jóvenes del grupo Niphargus procedentes de la Sala del Ángel. En el extremo sur de la Sala repostamos agua. Mi equipaje engordo unos 4,5 kilos en cinco minutos. Fue la decisión correcta ya que en los alrededores del vivac 1  pudimos constatar que no corría ni una gota.
Sábado. Ese era el día esperado. Quizás, con suerte, alcanzaríamos un lugar conocido por nosotros en el sector oeste de la cavidad. Me había comprado una brújula nueva para interpretar bien las señales. A pesar de la excitación que generaban las expectativas para el sábado, conseguí dormirme. El reloj no sonó. A las ocho, aburrido de estar despierto dentro del saco, pregunte la hora. A las nueve dejábamos el campamento rumbo a río Viscoso, vía la Sala del Gran Pozo.
  

(26/9/2009)

Transitábamos por una hermosa galería. Llevaríamos unos dos kilómetros por ésta. Un gran arenal de grano intermedio (de 0.5 a 1 mm) formaba una larga pendiente. Me recordaba una duna. Una duna en un gran desierto subterráneo. Pasamos junto a un envoltorio con forma de telaraña hecho de pelos de yeso. En su interior se podía observar un insecto alado de buen tamaño. Solo pudimos sentirnos estupefactos.
La galería giro netamente hacia el NE. Un kilómetro más allá alcanzamos un desfonde. Bajamos unos 70 metros aéreos con un solo fraccionamiento. El cañón en el que nos encontrábamos ahora seguía un rumbo sinuoso que variaba entre el W y el N.  Unos veinte minutos de tránsito, complicado por los cambios de nivel, nos arrojaron en una sala alargada en la que desembocaba un río desde el W. El río ocupaba el fondo de una grieta de unos cinco metros de profundidad y medio de anchura. Avanzando más, por una marcada senda en el suelo arenoso, encontramos un vivac. Un vivac acogedor que pudimos identificar como el número 3 de los informes del SCD. Allí nos sentamos y disfrutamos de bocadillos y tranquilidad. Hice unas cuantas fotos.
En el extremo norte de la sala tomamos una galería muy encañonada que giraba bruscamente hacia el W. Las dificultades eran mantenidas. Sobre todo pasos entre bloques. Unos doscientos metros más adelante descendimos hasta el lecho de un río sobre areniscas oscuras. Era el Viscoso. Quizás anduvimos medio kilómetro hasta que un caos de bloques nos cerro el paso. Una cuerda invitaba a ascender. Unos veinte metros más arriba el camino discurría entre canchales de enormes bloques recubiertos por una pátina de barro deslizante y pegajoso.
Tras unos trescientos metros con esta tónica, una desagradable y difícil instalación nos permitió volver al lecho de areniscas del Viscoso. De nuevo se presentaban dificultades mantenidas. Laminadores, gateras, caos de bloques -que se resolvían dando vueltas-, destrepes y trepadas, desfondes muy delicados, zonas estrechas o zonas bajas que impedían ir erguidos. Ese fue el paisaje que nos acompaño a lo largo de -es una estimación- unos dos kilómetros.
Luego empezaron las dudas. Seguimos el viento de cara y fuimos a dar a una galería amplia. Un caos de bloques la obstruía hacia el W. Miramos durante dos horas todos los pasajes de la zona y forzamos -a través de gateras marcadas de forma mínima- el caos de bloques. Calculamos que estábamos muy cerca de la Sala Catalana.
A las seis comenzamos la vuelta. Teníamos la sensación de estar muy lejos de nuestro campamento y de que íbamos a desgastarnos bastante en las próximas horas. Hubo un momento -como a las once y cuarto de la noche- en la que pusimos el turbo. La cruda realidad fue que tardamos algo más de seis horas en hacer el camino de vuelta al campamento. Exactamente a las doce y ocho minutos, tras más de quince horas de ardua jornada, pisábamos su suelo terroso. Me tomé tres sopinstant, media barra de pan con leche condensada e inmediatamente me metí en el saco. 


(27/9/2009)

Dormimos profundamente hasta las siete y media. El desayuno lo hicimos con un talante de buen humor alrededor de la mesa -fabricada con una gran losa de piedra- y con velitas que daban una luz más cálida que los leds. A las nueve ya habíamos hecho los petates y ordenado el depósito. Y a las doce, tras una tres horas que nos tomamos con bastante tranquilidad, pudimos comprobar que el sol seguía iluminando y calentando el mundo exterior.

Nos cambiamos rápidamente. Bajamos a recoger mi coche en La Gándara, cargado con todos los bultos de Mavil. El lunes cogía un vuelo hacia Alicante. Para celebrar su estancia en las tierras de Soba nos invito en Ramales a un almuerzo. Cayeron unas cervezas con varias raciones. Fue un momento delicioso. Toda la tensión, la concentración y el esfuerzo mantenidos los días anteriores se transformaron en una exquisita sensación de disfrutar el instante.
La despedida nos convocó a próximas permanencias en la Red del Gándara. Para Mavil quizás iba a transcurrir un año sin volver al Norte. Quizás para entonces fuera una realidad la posibilidad de una travesía de esta cavidad...

14/9/09

Stubborn Inlands (1) Gándara/T. de la Sima




(5/9/2009)

Ni  Manu, ni Mavil, ni Julio, ni Antonio tenían idea de lo lento que iba a ser el descenso de la Torca de la Sima. En realidad al principio todo fue sobre ruedas. Incluso podríamos decir que nos sonreía la fortuna. De solo formar una pareja solitaria habíamos engrosado a un cuarteto dispar. Pero esto sucedió a últimas horas del viernes. Bueno, a la hora fijada, el sábado en Solares, ya empecé a estresarme y a estresar al personal. Pan y embutidos en la carnicería y Julio preguntándome si lleva nectarinas  para postre. Al final sería pasta de nectarinas con migas de pan…



Dos coches, uno en donde siempre, para la Cueva del Gándara, y otro por la carretera de La Sía y la pista al Hondojón para acercarse a la Torca de la Sima en 15 minutos. Arándanos, robles y helechos alrededor del hermosón agujero. Una bajada decorada con paredes lisas: estratos de caliza como espejos pulidos. 
A medio camino del primer pozo (150 metros) un fraccionamiento corto me obliga a cambiar el nudo y a utilizar el puño. Más abajo sustituyo un desviador a un canto empotrado por un fraccionamiento. Un piedra avisada me pasa rozando a 40 metros por segundo. Un instante antes construyo un túnel en el vacío universal por el que se solidifica mi voluntad de que la piedra no me toque. Con el estrés me cago en los muertos de todos los presentes a moco tendido y groseramente.
Me calmo al tocar fondo en el primer pozo. Para relajarme preparo un par de fotos mientras espero a mis compañeros. Y luego el segundo pozo requiere de nuevo atención a las piedras sueltas de las repisas. Bajo al máximo de velocidad para conseguir minimizar el riesgo de pedrada. La cuerda continua por un último resalte resbaloso que desemboca en una salita húmeda.
Continuamos por una galería estrecha y una gatera que da a una sala. Más allá siguen una sucesión de salas chiquitas y gateras que nos llevan a una ratonera. Mavil nos guía de nuevo hacia atrás y acierta con la trepada que resuelve el tema. Difícil, y requiere una cuerda de seguro. Siguen más trepadas, un corto tramo horizontal y un destrepe… y estamos –más o menos estresados- en el Pozo de las Hadas. Hemos tardado bastante más de lo previsto. Julio quiere salirse por el camino usual pero no le dejamos. Entramos en la Sala del Ángel y allí decidimos que en vez de avanzar hacia zonas remotas, mejor nos quedamos hurgando por algunas galerías más cercanas a la entrada de la cueva.

Es la tercera vez que vuelvo a esta bella galería. Me he propuesto reconocerla a fondo sin perderme ninguna continuación. Machaco a mis compañeros en hacer honor a los exploradores franceses que han marcado una estrecha huella para pasar y no como hacen los españolos de m... (dicho francés) que lo pisotean todo por doquier. Primero nos vamos hacia el ramal este. Colocamos una cuerda en el resalte que nos paro la otra vez que estuve aquí. Lo bajamos y hacemos una parada en su base. Allí mismo calmamos el hambre con unos bocatas. Continuamos hacia el este hasta llegar a una obstrucción por bloques. De ésta se escapa por unos infinitos laminadores hacia el sur. Los reconozco de la ocasión en que Miguel y yo los alcanzamos por el otro lado...
Hacia el oeste volvemos a recorrer una zona desfondada recamada primorosamente de cristales, pequeños gours, nidos de pisolitas, coladas y formaciones clásicas. Lamentablemente Julio se queda descansando y se pierde esta bonita zona. Después de dos arriesgadas escaladas realizadas por Mavil y de hurgar duramente por todos lados nos dejamos convencer con la idea de que lo hemos visto todo. Pero la topo del BCE16 muestra claramente una larga galería paralela a la de Cruzille y al sur de esta que parece emerger de la misma zona. Sabemos que se nos está escapando algo importante... en esta terca Red del Gándara

Desde el balcón sobre el Río Gándara contemplamos fascinados las aguas que exuda el sistema cárstico y la enormidad del valle que ha tallado. Me produce la impresión de ser la surgencia principal de esta zona de Cantabria a pesar que el nombre del río que llega  a la costa sea Asón. Algo me dice que la Red del Gándara aún guarda muchos de sus secretos a sus exploradores franceses. Nos vamos al restaurante de al lado del súper y nos ponemos moraos de comida y vino. Algo bestial.


(12/9/2009)

Obsesionados por los remates, Mavil y yo volvemos el sábado, 12 de septiembre, por la mañana a la Cueva del Gándara. Esta vez serán dos días. No podemos quitarnos de la cabeza la galería del sábado pasado ni, tampoco, la de la Myotte. Pero las cosas no se nos ponen fáciles precisamente.
Nuestro primer cartucho no es desde luego mirar en algo nuevo. Llovemos sobre mojado. No conseguimos lo que buscamos pero como consuelo descubrimos una galería no hollada por nadie en la Red del Gándara. Cierto que no es nada sorprendente encontrar galerías vírgenes en una cueva llena de rincones y con más de cien kilómetros explorados. A nosotros nos hizo mucha ilusión. La galería, semejante a una pequeña fracción de la Red de los Parisinos de Cueva Fresca, nos llevo hasta un final en forma de diaclasa, estrechándose progresivamente en un desfonde (para los que no conozcan la Fresca, la Red de los Parisinos es un laberinto tridimensional con formas redondeadas y dimensiones modestas)

El segundo cartucho en la búsqueda desesperada de continuación de la galería bonita nos condujo a una gran sala, con cristalizaciones por doquier, llenando las paredes, las superficies de las piedras, las rendijas, la arena blanca de los suelos... Le dimos la vuelta a la sala mirando por todos los rincones que se nos ocurrió. Y visitamos tres hundimientos entre bloques. Aparentemente muy prometedor todo, pero nada de nada después. Solo una galería secundaria llena de arena blanca y una capillita con goteos y formaciones nos gratifico ligeramente. Además Mavil se marco una escalada a una galería colgada. De cualquier forma nos lo pasamos bastante bien. Aún no estábamos desesperados.
Los primeros doscientos metros de la Galería de Cruzille fueron la base para quemar nuestro último cartucho. Comenzamos mirando los rincones en las partes bajas. Eso no dio ningún resultado. Luego observamos una galería colgada a la izquierda. Su recorrido, antes de volver a Cruzille, fue de apenas cincuenta metros. Unos cien metros más allá  -y a la izquierda- volvimos a subir a una galería colgada. Nos empezamos a emocionar cuando percibimos un soplo evidente hacia el este. Después de un sector de buenas dimensiones la cosa empezó a ponerse estrecha, pero, simultáneamente, el soplo se iba poniendo violento. Esto me entusiasmaba, pero llegué a una zona sin huellas –efectivamente virgen- y tan estrecha que me hizo pensármelo dos veces antes de seguir. La perspectiva de encontrar algo nuevo y grandote me dio alas para seguir arrastrándome como un gusano entre cantos afilados. ¿Cómo levitar en una gatera? Respuesta: ir a la galería chunguita que estábamos explorando. Mavil necesito de algún estímulo por mi parte para seguir adelante. Finalmente bastante gatera más allá llegamos a un pequeño ensanche –llámese salita-  en el que no había posibilidad ninguna de continuar adelante. El aire se escapaba entre bloques medianos al fondo del conducto. Se escuchaba un ruido difuso. Agucé el oído en el fondo final y percibí, con gran sorpresa, el fragor amortiguado de la cascada de la Sala del Ángel.

Habíamos quemado la ración de cartuchos del día asignada a buscar la galería paralela a Cruzille. Me sentía –quizás nos sentíamos- frustrado y cansado. Muchas horas de varias jornadas diferentes dedicadas a esta tarea, sin éxito hasta el momento, solo podían ser mitigadas por las pequeñas galerías vírgenes que habíamos recorrido hoy. Recogimos nuestros petates y nos deslizamos meditabundos hacia el vivac I. Llegamos antes de las ocho y hasta las nueve me dediqué a comer sistemáticamente infusiones, sopas, callos, puré de patatas, pan y postres. A pesar de mis ofertas Mavil se comió de forma espartana unos bocadillos y alguna barrita energética. A las nueve estábamos en el saco y proyectábamos levantarnos a las seis.


(13/9/2009)

Dormí intermitentemente aunque no tuve frío. Para no caer en el mismo error que otras veces me había agenciado unos patucos de lana y una funda de goro-tex para el saco. Mis antiguos patucos de pluma quedaron olvidados o birlados en el vivac de Titanes de Garma Ciega. A las cinco y media de la mañana Mavil me pregunto la hora. A las seis y media estábamos levantándonos y a las siete y media salíamos del vivac rumbo a la Sala del Gran Pozo.
El informe de abril del 2009 del SCD -puesto en su página web- muestra una foto de un pasamanos en la Galería de la Myotte y ubica esta galería cerca del vivac V. Por un informe muy anterior sabíamos que la Myotte es una galería larga e interesante. El informe de abril también muestra el vivac V, muy cercano a la Sala del Gran Pozo, y la galería del Coccyx. En una de las jornadas de la anterior permanencia habíamos conseguido dar con la Sala del Gran Pozo y le habíamos dedicado unas horas a la búsqueda de la Galería de la Myotte. Así pues el domingo nuestro objetivo era encontrar esa huidiza galería.
Unas dos horas después estábamos en la zona, vía las, así llamadas por nosotros, galerías del Quinto Nivel. Después de dar varias vueltas por los laminadores arenosos cercanos a la sala encontramos varias galerías laterales que nos llevaron bien a puntos ya conocidos por nosotros, o a galerías colgadas sobre la principal o a ratoneras impracticables. Unas cuantas vueltas más por la zona nos permitieron localizar el agradable vivac V montado sobre una zona plana y arenosa.
A estas alturas había comenzado a dolernos la cabeza; llevábamos varias horas buscando. Mavil lo achaco al madrugón que yo le había dado (¿¡!?) y yo, sencillamente, a la frustración. O más bien a la falta de ideas atractivas para poder proseguir la búsqueda. Nos quedaba mirar más a fondo lo que ya habíamos mirado la vez anterior o que la flauta tocase sola... e increíblemente la flauta toco solita.

Nada más entrar en la Myotte se nota un cambio de onda. Mavil dijo que le resultaba tenebrosa e impresionante. A poco tiempo del comienzo de la galería, sobre un desfonde muy oscuro y estrecho, se encuentra el pasamanos de la Myotte. Aparte de ser espectacular como pasaje, las paredes exhiben un manto continuo de corales. Y esto es así durante unos cincuenta metros a lo largo de la galería. Literalmente: no hay donde pisar si no pisas los corales. Un centenar de metros más allá se acaban las dificultades de cuerda y la galería toma un cariz mas suave aunque sigue guardando grandes diferencias con las otras grandes galerías de la zona. Es más encañonada que cualquier otra.
Después de un neto cambio de rumbo -de SW a W- y de pasar varios grupos de formaciones, llegamos a una acumulación espectacular de estalagmitas blancas gigantes. Allí decidimos dejar el avance y comenzar la vuelta. Para despedirnos hicimos unas cuantas fotos.

A las cinco partíamos del vivac I hacia la salida después de haber ordenado y limpiado el depósito de víveres y el campamento. Mavil quería quedarse en el vivac I a dormir para salir al día siguiente. Le dolía la cabeza y estaba cansado. Se tomo dos pastillas de paracetamol y eso le animó. No tuvo ningún problema más, salvo el lógico cansancio después de dos intensos días de trabajo en la cueva. A las siete y media emergíamos de buen humor. Nos esperaba una tarde de nubes y claros que me recordó más a la primavera que al otoño incipiente. Un rato después nos preparábamos para cenar en el restaurante de al lado del súper. Esta vez lo celebramos de verdad con chuleta de vaca, ensalada, patatas fritas, entremeses calientes y postres.
Deje a Mavil preparando sus próximas incursiones y excursiones en el valle de Soba. Los paisanos de la zona ya le conocen bien aunque, por lo reservados que son, no sabemos lo que piensan de este extranjero que pasa tanto tiempo al año en sus tierras...
En mi camino de vuelta a casa tuve que sortear las castañas caídas en la carretera, quizás algo tempranas, poco antes de llegar al cruce de Arredondo...