28/6/09

Speleo Familiar (27/6/2009)


Hace unos días Eduardo me sorprendió con su interés por hacer espeleo. El fds que venía Edu ya se había organizado una colectiva de ESPELEO50 a la travesía Cuivo-Mortero. Todos se habían quedado con ganotas de meterle mano al Cuivo desde el invierno (posiblemente por una fijación emocional en un pasado remoto)  Ese mismo fds también se reunían un buen puñado de miembros del SCC para una prospección en  Riotuerto. Me tocaba decidir entre tantas opciones. A mí el Cuivo me motivaba poco, quizás por el frío y, sobre todo, por la cantidad de veces que lo he recorrido. Pero tenía ganas de ver a los amigos de ESPELEO50, ya que las ocasiones para verlos no son muy abundantes. Pensé subir a la casa rural de La Gándara y participar en el kaox noxturno poxterior a la axtividad o, al menos, estar un ratito charlando después de la actividad. Así que, para combinar con facilidad, opté por llevar a Edu y Marisa (y si hacía falta a los amigos de Edu) a una excursión ligera por la Red del Gándara. Había que aprovechar que Edu tuviese ganas de hacer espeleo (hace años tuvo un par de experiencias algo duras)  Y también me apetecía continuar las indagaciones en donde lo dejamos Miguel Manu y yo la última incursión.


OK, ya había decidido. Conseguí tres equipos verticales y puse a punto los cascos. El sábado a horas cómodas nos fuimos hacia Soba por Alisas. Cuando llegamos a la casa rural de La Gándara se acababan de marchar los componentes del primer equipo para hacer la travesía del Cuivo. Pude charlar un rato con Chicha, Hugo, Miguel -y dos más- que formaban el segundo equipo. El tiempo era excelente y se habían organizado muy bien. El segundo equipo entraría por lo menos con una hora de retraso para no tropezarse con el primero. Ahora estaban matando el tiempo. Entre a la cocina varias veces seguido de Hugo. Había unos sobaos geniales. Es bien sabido que una de las formas más comunes de matar al tiempo es comiendo de forma compulsiva.

Nosotros tres nos pusimos en acción antes de que ellos se marcharan. A Edu le costo ajustarse el arnés. Y el mono le resultaba un poco estrecho. El tiempo -algo caluroso- obligaba la circulación de aire en la cavidad. Era el día que más viento he percibido en la boca de la Red del Gándara.  A Marisa le resultaba maravilloso las dimensiones y la decoración de las grandes galerías de entrada. A Edu el Delator le resulto un poco pesado y el descenso del Pozo de las Hadas una complicación. Marisa lo encontró menos complicado, ya que a veces hace espeleo. Pero cuando pasan muchos años que no se practican las maniobras de fraccionamiento de cuerdas, como le pasa a Edu, las cosas son más liosas. Mientras nos preparábamos para bajar el pozo un grupo de seis espeleos de Guadalajara acabaron de hacer lo correspondiente.

Accedimos a la zona de nuestra última visita por un estrechísimo meandro del que tuvimos que salir trepando para evitar el cierre final. La corriente era mucho más fuerte que la vez anterior. Me acordaba vagamente del punto en el que Miguel descubrió un acceso al nivel superior de la galería pero me costo un buen rato encontrarlo. Anduve por la parte más evidente alante y atrás hasta dar con una trepada que llevaba a un sendero arenoso muy hollado. Marisa y Edu se reunieron conmigo. Desde hacia un rato se hablaba de parar a comer. Avanzamos por un nivel recubierto de cristalizaciones. Las paredes, el suelo y los techos. Íbamos por una serie de desfondamientos que nos obligaron a realizar pasos expuestos, aunque fáciles. Sin embargo llegamos a un desfonde demasiado profundo y con pequeñas repisas en las paredes. Marisa y Edu optaron por el “hasta aquí hemos llegado” y se prepararon para comer. Yo proseguí con el objetivo de llegar lo más lejos posible. Después de pasar ese impresionante desfonde llegué a una estrechez. Más allá de ésta hubo varios desfondes hasta alcanzar una obstrucción total por el nivel que transitaba. Tenía dos opciones. La primera escalar en chimenea y diedro con desplome unos 4  o 5 metros expuestos, cosa que hacía muy conveniente una cuerda, al menos para bajar más tarde. Por ese camino se accedía a un nivel superior de la galería en el que se vislumbraban muchas formaciones. La otra posibilidad, menos atractiva, consistía en descender unos 7 metros hasta un nivel terroso y llano de la galería por el que posiblemente se podría continuar, al menos unas decenas de metros más. Para esta opción también se necesitaba una cuerda.

Volví a donde estaban Edu y Marisa y después de comer un bocadillo empezamos el regreso. En el Pozo de las Hadas volvimos a coincidir con los de Guadalajara... Primero subió Marisa, que no tuvo dificultades con los aparatos. Edu se atranco un rato al pasar los fraccionamientos sobre todo en la salida a la plataforma de la cabecera. Es lo que hace la falta de práctica. De cualquier forma antes de las siete estábamos en el coche. Nos cruzamos con Perico y Félix que bajaban hacia La Gándara. Después de cambiarnos estuvimos esperando en la casa rural. Edu y Marisa empezaron a erosionar mi deseo de quedarme a charlar. El hambre, el hecho de que Irene estuviese sola y la incertidumbre de cuánto iban a tardar nos llevaron a tomar la opción de irnos a hacernos la cena en Setién (“pan para ahora es hambre para mañana”) Poco después charlaba por tf con Pepe. Nada más irnos habían llegado ellos... otra vez sería la reunión.  

15/6/09

No cave – no frost (14/6/2009) Haza tras el Albeo

               Encuadre la intensa mirada de Marta-Ojosazules y dispare la cámara. Elegí como telón de fondo el bosque de hayas y sus pautas de luz y sombra arrojando algo de frescor. Me gusto el resultado, y repetí el experimento con Eva-Ojosverdes y con Izaskun-Ojoscastaños. Miguel, rápido, se adelanto bosque arriba para vencer al calor. Descubrí que nuestras sombras nos seguían de cerca en los claros del bosque. Improvisando allí mismo, Manu cantaba novedosas canciones.

Al principio hablamos de asesinatos de animales de laboratorio. De cerdos rajados y vueltos a coser en las prácticas de cirugía. De perros y gatos atrapados en redadas por un gitano, que luego vendía al laboratorio. En algún momento intermedio hablamos de la sombra y la claridad. Incluso hubo un atisbo de análisis freudiano. Al final hablábamos de películas. Marta acabo apuntando una lista con las que le íbamos recomendando. Todos parecíamos contentos aunque, quizás, algunos no se sentían del todo satisfechos. No puedo asegurarlo...

Por la mañana -al reunirnos- estuvimos indecisos. La niebla estaba muy cerrada en la zona costera. Barajamos la posibilidad de ir a la Cueva de los Tocinos. Optamos por subir Alisas y tomar la decisión en función de lo que nos encontrásemos allí. Las nubes se rasgaban a unos 500 metros de altitud y se intuía un mar de nubes que llenaba todos los valles. Bajando a Arredondo volvimos a penetrar en las nubes. De subida a los Altos del Asón vimos los preparativos de las fiestas.  Un castillo inflable ocupaba la mitad de la calzada en el último pueblo.

Cerca del collado de Brenavinto abandonamos los coches. El tiempo no era fresco, pero soplaba una suave brisilla. Bajo el bosque de hayas resultaba agradable. La pista de Saco estaba llena de lodazales acribillados por la pezuñas del ganado. Caminar requería una atención mantenida para no meter el cuezo en un hoyo lleno de barro. Señalizada por un cartel que indicaba a Cerrillas, la senda al Albeo no estaba mejor que la pista. Agradecimos entrar en los prados con árboles y cabañas. Paramos en una que tiene fuente y abundante sombra. Apetecía quedarse allí, sin más, charlando y dormitando. Tanto nos gustó que Miguel y Manu empezaron a acariciar la idea de pasar  una semana en una de las cabañas. Vi la oportunidad y les hablé de volver a la exploración del Sistema del Carrio en un futuro próximo. 

Muchas yeguas tenían potros jóvenes en las praderías del Asperón. Por fin nos asomamos al Barranco de Rolacias. El mar de nubes mitigaba la vertiginosa impresión de caída en picado. La senda del Haza tras el Albeo estaba como siempre. Por suerte la hierba no era demasiado larga y permitía seguir la traza. Nada más llegar al aplomo me encaramé hacia la boca de la cueva para evitar pensar en lo impresionante que es el lugar. Eva no quiso subir. No veía seguridad en el asunto (las tres o cuatro veces que he estado en la Cueva de Francoise puse una cuerda quitamiedos para agarrar con las manos; las personas que venían en ningún caso eran espeleologos o gente acostumbrada a esos avatares)  En esta ocasión la cuerda, de treinta metros, quedaba muy por encima del nivel de la senda. Había que subir trepando por la hierba, un poco, hasta alcanzarla. Izaskun y Marta se quedaron con Eva. Manu y Miguel me siguieron. Quedamos en vernos en la cabaña bucólica.

                Un minuto más tarde empecé a tener frío. Casi me congelo. Fuera se seguía sudando sin remedio. No-cave, no-frost. Me costo un esfuerzo despojarme de la ropa playera para forrarme con el mono. Como la cueva es laberíntica me arme de topo en mano y fuimos recorriendo galerías y más galerías controlando la posición hasta alcanzar la zona oeste. La formas redondeadas y blancas, en general amplias y seductoras, apenas nos mancharon. Una cueva limpia de verdad. En menos de una hora y sin darnos cuenta nos encontrábamos al lado de las otras dos entradas que marca la topo. Percibimos aire caliente entremezclándose con el frío. Una gatera estrecha nos puso en la ladera de nuevo. La travesía divertida y perfecta. Como puntos en la lejanía divisamos a nuestras tres amigas, de negro y con sus sacas amarillas.

Con menos dificultades que a la subida bajamos hasta la senda y, volviendo hacia el este, nos colocamos bajo la primera entrada. Manu subió alegremente a recoger la cuerda y el resto de nuestras pertenencias. Ahora ya de bajada volvíamos dejándonos rodar por las praderías del Asperón, mientras las yeguas nos observaban con recelo. Ningún obstáculo se perfilaba en nuestro horizonte vespertino. Poco después nos reuníamos con las tres chicas, bajo la sombra de los fresnos, junto a la fuente. Más tarde los coches -que nos esperaban con paciencia metálica- se dejaron comparar sin protestas. Manu aseguraba que el VW Golf, rojo, de Marta era un coche inmejorable. A mi en particular me encantaba la tapicería de cuero negro que forraba los asientos. Me acomodé atrás para dejarme llevar por la conductora Marta. Dentro el olor era penetrante. Nos cruzamos con la Guardia Civil bajando del Mirador del Asón. Luego nos quedamos tomando refrescos, cervezas, rabas y cascadas en el bar Coventosa. Era mi Santo. San Antonio es un santo ideal. Supergüai como dirían ahora.      

7/6/09

Sicigias (6/6/2009)



                Sicigia significa alineación de varios cuerpos celestes, lo que normalmente se llama conjunción planetaria. Tuvimos la suerte de hacer nuestras sicigias particulares, es decir de unir varios cabos sueltos que nos torturaban desde hacia meses en la laberíntica Red del Gándara. Ni Miguel, ni Manu, ni yo esperábamos encajar las piezas de un puzzle tan interesante como el que nos ofreció la cueva el sábado seis de Junio. 



                La mañana resplandecía preñada de primavera. En Ramales nos reunimos con Miguel y dio la agradable casualidad que Cristóbal (AER) estuviese en la placita y pudiésemos platicar unos minutos sobre nuestras actividades predilectas, él explorando en la Red de Mortillano y yo conociendo la Red del Gándara. P.Hierro me saludo tras la ventanilla del coche en el que, pacientemente, esperaba a Cristóbal.
                En lo más interior estábamos muy contentos de volver a la Cueva del Gándara. Últimamente la cavidad había sido muy generosa, compartiendo sus secretos con nosotros. A mitad de los preparativos Manu descubrió que la iluminación Scurion no funcionaba. Comprobamos los terminales y parecían correctos. Dedujimos que lo más probable era un fallo del cargador dando una falsa carga. Tanto Miguel como yo llevábamos como linterna de seguridad la Tika de Peztl. Se las ofrecimos a Manu. Muy a regañadientes -y jurando en arameo- se avino a entrar en la cueva pero, al principio, durante el periodo de acomodación de la luz solar a la débil iluminación de nuestros artefactos, tuvimos que animarle a que continuase hacia adentro. 



                Rápidos, en menos de una hora, nos colocamos en la zona en la que íbamos a gastar la jornada. Al principio tanteamos una galería colgada a la que no pudimos ascender desde los varios puntos en los que la adivinábamos. Finalmente avanzando un centenar de metros alcanzamos una zona por la que, volviendo atrás, pudimos trepar al nivel superior. Accedimos a una galería recta de tiralíneas con pequeños desfondes a su izquierda que permitían mirar al nivel inferior. Anduvimos por ésta unos centenares de metros hasta llegar a una ventana colgada sobre otra galería bien conocida, por los frecuentes tránsitos a que está sometida.
                Más tarde visitamos en dirección este otra galería transitada por nosotros a menudo. Al principio fue complicado encontrar el camino entre los desfondes y los gigantescos bloques inestables. Verdaderamente peligroso. Pero siguiendo por la parte más profunda no tuvimos ninguna dificultad para avanzar decididamente hacia el este. Una estrecha galería a contrapelo llamo nuestra atención, pero la dejamos para seguir la principal. Poco después llegamos a un cul de sac sin posibilidades de continuación. Entonces volvimos a mirar la pequeña galería. Al poco de entrar se transformo en un estrecho y sinuoso meandrito de tamaño crítico en algunos puntos. Subiendo unos cinco metros y avanzando algo más nuestra sorpresa fue mayúscula. Desembocamos en una gigantesca galería con estructura de meandro entrelazado, como si varias serpientes se enredasen entre sí.
Comenzamos la tarea de conocer la nueva zona echando un vistazo a los alrededores de la conexión. Enseguida nos dimos cuenta que el meandro tenía varios niveles de sección muy diferente. El más moderno -es decir la base- era el más estrecho también. Primero fuimos hacia la izquierda. Visitamos zonas con algunos grupos de formaciones algo raras. Sin previo aviso la galería comenzó un prolongado ascenso a lo largo de un cono de derrubios enorme. Una chimenea dejaban caer agua abundante. Poco más allá un resalte descendente nos corto el paso. Sin seguridad absoluta creímos reconocer una zona que habíamos visitado hace unos meses desde el otro extremo de la galería.



De vuelta a la conexión y tras actualizar nuestro sistema digestivo nos lanzamos a conocer el sector oeste de la galería. Elegimos lo más simple: ir por la zona más baja de la galería. Enseguida comenzaron las pequeñas dificultades. Pero no nos importo, pues consistían en hermosas formaciones que nos cerraban el paso obligando en algunos casos a hacer trepadas -más o menos largas- para volver a bajar después. Por el camino encontramos una zona llena de nidos de pisolitas. En general se trataba de una zona muy bien decorada. Finalmente tuvimos que poner una cuerda para descender un resalte y las complicaciones y las estrecheces nos acabaron venciendo. Uno de los aspectos más cansados fue el calcular todos los movimientos para preservar de cualquier deterioro las formaciones. A la vuelta Miguel observo que la parte alta de la galería permitía un avance más ágil.
Iniciamos el retorno como a las cinco de la tarde y a las siete estábamos montados en el coche. Para celebrar el éxito de la jornada entramos en una cafetería de Ramales. Intente convencer a Manu para una próxima incursión de dos días pero no pude conseguirlo. Nadie se comprometió a venir. La Red del Gándara esta esperando a ser conocida con una paciencia sin fin...