30/11/09

SW (28-29/11/2009)


Gándara SW
Ahora ya teníamos la sensibilidad adecuada para volver, aunque no la energía desbordante de otras veces. En esos días a menudo me mire en el espejo de las historias pasadas y vi alguien más despiadado que otros que me lo habían parecido a mí. Un poco más, comprendí la ley que nos devuelve lo que damos, pero eso me predispuso aún más a disfrutar del silencio.
Invité a Manu pero estaba reconcentrado en la labor de topografiar en Udías. Así las cosas, Miguel y yo nos encontramos en Ramales, había pasado cierto tiempo desde la última vez, para continuar juntos hacia La Gándara. Un viento salvaje, del Sur y frío se había adueñado del valle de Soba. Hasta que entré en la Cueva del Gándara -eran las diez y veinte-no me quité el anorak.

Note que Miguel estaba especialmente fuerte y motivado. Andábamos ya lejos cuando comprobamos una hora y media de cueva. Estuvimos, más o menos otra hora, muy entretenidos sudando el mono, para intentar localizar una continuación muy peculiar -que no encontramos-  hacia el Sur. Me tomé un zumito para reponerme.
Íbamos camino de la zona SW. Quizás de forma inconsciente, o descuidada, sin valorar la belleza de lo intacto, alguien había decorado con huellas de botas de pocero el sendero hacia el SW. Habían roto la virginidad del paisaje subterráneo. No me queje, pues de nada iba a servirme, ni me dolió porque, de momento, había conseguido insensibilizarme. Además, pensé, la mirada también deja una huella, imperceptible pero real. Aunque lo más autentico sería encontrar un silencio sin huellas en la Gran Vía de Madrid a hora punta. Eso te haría más poderoso que Superman.

Más allá, las galerías que fuimos desgranando nos sorprendieron con hermosos regalos. Una red algo laberíntica, con ramificaciones y desfondes que duplicaban o triplicaban los caminos posibles, exhibía de vez en cuando paneles de flores de aragonito más delicadas de lo usual. O también flores de calcita en el suelo. Accedimos a una gran sala de la que nos escapamos por un hueco mínimo e improbable, a través de derrumbes al sur de la sala, yendo a dar a una amplia galería descendente hacia el este. Un brusco desnivel entre tierra y bloques nos elevó a un collado desde el que pudimos divisar la negrura de otra vasta sala. Posiblemente la Sala Muguet.
Después de comer nos movimos hacia la parte baja de la sala buscando la continuación. Casualmente encontramos el emplazamiento de un vivac. Los franceses habían dejado una mesa, fabricada con una gran losa plana, y los spits necesarios para colocar varias hamacas retiradas unos quince metros -más o menos- de la zona social. Lo que no pudimos localizar fue agua -ni trazas- en las cercanías. 



Juntos en soledad continuamos dócilmente recorriendo la gran galería del vivac. Tuvimos que ascender un resalte instalado de forma ingeniosa con un empotrador y un lazo a un saliente. Se notaba que el escalador francés que ascendió por primera vez el resalte era bueno trepando. Algo más allá encontramos en el suelo antiestalactitas. Es decir, la forma que dejaría una estalactita si se hiciese penetrar punta abajo en la arena y se barnizara interiormente el hueco que deja al retirarla de calcita cristalizada quitando luego toda la arena que rodea el molde. El aspecto final era el de una rara seta de roca. Tras un giro neto a la izquierda la galería se despeñaba por una empinada rampa. Una evidente instalación a la derecha permitía descender a una zona muy espaciosa. Abajo se oía un río pero decidimos no bajar y, como alternativa, ascender hasta una galería colgada que nos había llamado la atención, situada justo antes del comienzo de las rampas. 
 
De común acuerdo decidimos que tras un breve vistazo a la galería colgada, volveríamos hacia la salida. La cuerda de ascenso -menos de quince metros- pasaba por un ojal muy chulo, como el hilo de una caña de pescar en su extremo. Miguel se entusiasmo con la nueva galería. El rumbo marcaba directo hacia el SW. No se trataba de una galería con tránsito fácil. Tuvimos que efectuar varios pasos atléticos y algo expuestos. Sin embargo las dimensiones iban aumentando. A la altura de una bifurcación en dos galerías paralelas pusimos nuestro final y dimos media vuelta. Nos quedo clara la idea de volver a mirarlo todo despacio, pero nos dimos cuenta que será necesario un vivac para tener un rendimiento razonable entre el tiempo de i/v y el tiempo de reconocimiento en la zona SW.

A la venida Miguel había insistido en que bajase hasta un desfonde para verlas. Y al volver paramos para hacer fotos a las flores de aragonito. Cuando, una hora y media más tarde, reentré en la zona trillada me empecé a notar torpe y cansado. No tenía empuje, pero, de todas formas, no paramos nada -salvo la espera en el Pozo de las Hadas-. La cabecera del pozo es el lugar ideal para reflexionar sobre la vida y la muerte. Tiene unas piedras cómodas para sentarse y se puede apoyar la espalda sobre una lisa pared vertical. Me paré a pensar sobre las grandes diferencias que percibía en mi mismo. Unas veces sobrado de energía y otras arrastrado como un papelillo flotante. Y pensé también en el preocupante estado de deterioro de las cuerdas y anclajes en toda esta zona; y en particular las chapas del pasamanos de bajada a la Sala del Ángel. Salvo los honrosos recambios de las cuerdas en el pozo mismo, creo que nadie ha cambiado ni cuerdas, ni chapas, ni maillons. Un día se romperá algo… y alguien.
Unas nueve horas después de entrar, ya de noche, salimos al exterior. Calor no hacía pero tampoco sentíamos frío. Recogí casi todo el material, el mono y todos los talabartes a la entrada de la cueva. Luego me di cuenta que había olvidado los guantes. No me inquieto apenas.. es posible que todavía estén la próxima vez que vayamos. Nunca se sabe.  

 

Coverón W
Había insistido desde un mes antes en ir de cuevas con José Miguel para aprender sus técnicas fotográficas. El estaba dispuesto, pero si la cueva era fácil. Para tomarnos las cosas con calma quedamos finalmente el domingo a las 10 y ½ pues el tiempo no animaba a darse madrugones. La sorpresa fue encontrar a los perdidos Pablo y Noelia acompañando a José Miguel en la gasolinera de Solares. Los tres esperaban a Marisa, una reciente inscripción en el SCC. Sugerí que fuéramos en un solo coche los cinco pero José Miguel quería ir cómodo. Me fui con Noelia y Pablo en su nuevo coche.
Mientras nos acercábamos a Colindres la conversación giro alrededor de lo que puede esperarse del aprendizaje universitario. A Noelia solo le queda aprobar el último examen de Estructuras para acabar su larga carrera de ingeniería. No se lo que sentirá ella por sus estudios pero yo tengo la enorme suerte de saber que volvería a estudiar lo que estudié, y que mi pasión no haya disminuido ni un ápice. Como tampoco mi pasión por la vida.
Al pasar por Colindres vi un par de minutos a mi amigo Pepe con dos compañeros –uno de ellos el propietario del gran local de escalada Espacio Acción de Madrid-. Los invité a unirse al grupo de espeleólogos pero estaban entregados en cuerpo y alma a la vida familiar.
El tiempo frío amenazaba pero se mantuvo sin lluvias. Preferí ir abrigado por el anorak. El sendero que lleva al Coverón atraviesa una pequeña parte de uno de las mayores manchas de bosque costero original de Cantabria. El encanto de este rincón no tiene precio. Un claro en el bosque da paso, algo antes de llegar a la cueva, a un bosque de grandes robles y castaños. Helechos enormes jalonan un pequeño descenso hasta el hall de la cueva. En fin se trata de un lugar mágico. Como la cueva en sí.



José Miguel comenzó a hacer fotos. Del hall, de la rampa, de la gran sala desde abajo hacia la entrada... Me quede con la tarea de fotografiar al fotógrafo. Los sensores de radio son mucho más funcionales que la células fotoeléctricas y, en principio, disparan bien a grandes distancias. Hubo algunos fallos pero seguramente fueron debidos a causas fortuitas. No hubo intentos de fotografiar las grandes salas góticas del Coverón. Este es un reto mayor de lo que puede asumirse sin grandes preparativos.
Todos estaban animados a subir el resalte para seguir visitando la cueva. La instalación -una cuerda y una escala- es particularmente incómoda. Apareces arriba por una gatera resbalosa que se abre a una pequeña sala con un lago. De aquí a la gatera de acceso a las nuevas extensiones de la cueva hay solo un minuto. No hubo duda tampoco. Se animaron todos, pasamos la gatera ventosa y accedimos a las pequeñas galerías coquetas recientemente descubiertas. Allí fue donde más fotos hicimos (ver http://misfotosdecantabria.blogspot.com/2009/11/cueva-el-coveron.html )



 
Desde esta muy peculiar zona comenzamos la vuelta poco a poco. Cuando salimos ya atardecía. La vuelta a Solares la hice con José Miguel y Marisa. Me pareció que MIguel se estaba animando de nuevo a hacer espeleología y quedamos para hacer más fotos -quizás en la red del Gándara- en un futuro próximo...  

9/11/09

Sur (9/11/2009) Destapada Higuera

(7/11/2009)
Paso veloz por Madrid rumbo a un sur muy querido por mí, dejando un reguero de señales de humo. Pepe, como una balanza en equilibrio inestable, esta a punto de oscilar. Intuyo que vendrá. Una ocasión perfecta para que él junto con Zaca, Hugo y Antonio conozcan la Sima Destapada.
Transcurre una semana familiar en Alguazas volviendo a tomar el hilo de mi red de relaciones, aprovechando para localizar una nueva batería para la taladradora Hilti, leyendo a Galois, pero sin gran interés por la espeleología. Para mí la Destapada es una vieja conocida. Me atrae volver a ese cálido lago enterrado a más de 200 metros de profundidad del que guardo un hermoso recuerdo. Sus aguas transparentes, profundamente oscuras me atraen de forma mórbida... como una mujer llena de misterio.

A las ocho y cuarto del sábado siete me reúno con Joaquín en el San Onofre, frente a la antigua Casa del Cura. El día es brillante, como un tanka tibetano proyectado al Mediterráneo, y templado, casi primaveral. Siento un gran placer, como si todo los detalles de una complicada trama encajasen de pronto, permitiéndome disfrutar del presente sin restricciones; como un reencuentro sin futuros inciertos, ni añoranzas pasadas.
Esperamos al resto del grupo entrando a tomar café en el bar de la Plaza del Mar en Isla Plana. Nuestros amigos de Madrid han alquilado aquí cerca un apartamento para las noches del viernes, sábado y domingo. Disfrutan del puente de la Almudena. Pensando que estarán todos dormidos todavía, estoy llamando a Pepe cuando me le veo venir sonriente y feliz. Es una gran alegría volver a verle... enseguida aparecen Hugo, Antonio y Zaca.

Nos cuesta un par de intentos dar con el aparcamiento ideal para pillar la senda de la Destapada, pero lo encuentro. Hay por doquier un penetrante olor a plantas aromáticas, que nos hechiza sin escrúpulos, mientras nos vestimos para la cueva. Solo llevaremos bañador y mono de tela ligera. Los más de 30ºC y la humedad 100% de la zona profunda pueden deshidratar a cualquiera. Compruebo que todos llevamos tres litros de líquido. Joaquín se ha fabricado dos botellas aisladas que ha cargado de isostar helado. Parece que su aislante funciona muy bien.
¿Que material llevamos? Dos cuerdas de 100, una de 40, dos de 20 y un cabo de 8 metros; treinta mosquetones y 10 chapas con tornillo y mosquetón. Tenemos previsto 20+40 para los pozos de entrada, 100 para el pozo Coke y solo 100+20 para el pozo Salva (aunque la reseña marca 130) Habrá que tener cuidadín. En los pozos de entrada no hace frío ni calor. Mientras equipo los pozos voy pensando distraído en mis cosas y esperando a Pepe para indicarle la continuación. Curiosamente alguien ha colocado en los destrepes unos tacos de madera atornillados que facilitan los movimientos de los pies.
En la base de los pozos de entrada, al comienzo de la Red Horizontal, me paro a esperar haciendo alguna foto. Poco después, siguiendo una ruta bien trillada y balizada, alcanzamos la cabecera del Pozo Coke. Zaca y Antonio han dejado bien claro desde el principio que no van a bajar al lago por lo del calor. Prefieren ir a la Sala Cartagena sitio en donde no hace calor y en el que  pueden contemplarse formaciones maravillosas. Hugo, Joaquín, Pepe y yo sí que bajaremos al lago. Como no hay cuerdas para todo a la vez Zaca y Antonio nos esperaran en el inicio de los pozos.
Todos los de Madrid coinciden en afirmar que mis nudos son deplorables, siendo difíciles de reconocer como nudos ocho. Me importa un comino. Al comienzo del Coke la charla con Zaca se convierte en una grosera y pornográfica embarrada que Antonio se complace en documentar con una cámara de video. Espero que la mujer de Zaca no lo vea nunca jamás.
No encuentro los anclajes químicos de acero inoxidable que fraccionan el pozo Coke. La instalación me resulta confusa o, quizás mejor dicho, mi mirada está confusa. Como el pozo consiste en una rampa que se podría bajar andando si no fuese por lo resbalosa que está, tampoco me preocupo excesivamente por ello. Pienso que faltan algunos anclajes, pero Zaca y Antonio, que vienen algo después a echar un vistazo, encuentran todos los fraccionamientos necesarios... La rampa barrosa ha sido provista de escalones -tallados en la tierra- que facilitarán su ascenso. Pero la última parte es demasiado angosta y se hace desagradable. A la subida este punto del Coke se nos convirtió en el pasaje más difícil y agotador. En contra de mi comportamiento habitual en las cuevas -crecerme ante las dificultades- me gustaría que la bajada hacia el lago fuera un agradable paseo sin ninguna dificultad. Me encantaría tenerlo a mano.
Para evitar sorpresas desagradables en el pozo Salva, voy economizando cuerda. Pepe me acusa de dejar muy escasos los fraccionamientos, pero no me gustaría que se nos acabasen las cuerdas unos metros antes del final del pozo (en ese caso no podríamos llegar al lago, única justificación de las penalidades del Pozo Salva) La realidad me da la razón. El último fraccionamiento coincide con el final de la cuerda de 100. Desde aquí uso la cuerda de 20 evitando por los pelos el paso de un nudo. Tenemos mucha suerte.
En cuanto veo el lago se me enciende una lucecita. Me quito el mono y me meto en el agua con un placer exquisito, como si de un arcaico ritual de bautismo se tratase. Es un agua de una transparencia mágica. De a buten tronco... como mola -desvaríos madrileños- mientras nos bañamos se nos van aflojando las neuronas. Pepe esta haciendo fotos dentro del agua. Yo me he dejado la cámara en la cabecera del pozo Salva para evitar su destrozo definitivo. Con una humedad tan alta, estando con el objetivo al aire y con el polvo por todos lados tengo todos los boletos para quedarme sin máquina fotográfica. Un termómetro de máximas y mínimas marca 31ºC.

A la subida endosamos a Joaquín y Hugo, mucho más jóvenes y fuertes, la pesada tarea de desinstalar los dos pozos. Cuando alcanzo la mitad del Salva me chorrea tanto sudor por la frente que me entra en los ojos. Resulta ser un líquido que escuece a rabiar. En el entreacto de los dos pozos puedo limpiarme el sudor y beberme medio litro de agua.
Dejo de oír a Pepe en cuanto paso hacia el Coke. No más alcanzar su cabecera comienzo a vociferar a pleno pulmón. Pienso que Zaca y Antonio, aburridos por la espera, se han ido. Zaca me contesta destempladamente que a qué vienen esos gritos. Los he despertado de su magnífica siesta. Me uno a ellos en la posición yacente hasta que llega Pepe. Una hora después comenzamos a inquietarnos por Hugo y Joaquín. Sopesamos las posibilidades de que haya reventado uno de ellos por el camino. Dejamos pasar un rato más, hasta que Antonio y Zaca no pueden más y deciden bajar. Cuando Antonio ya esta descendiendo oímos una débil respuesta a nuestros gritos. Media hora después Hugo y Joaquín se encuentran a nuestro lado cansados de la brega.

La distancia a la Sala Cartagena es escasa. Zaca se adelanta con Antonio y cuando llegamos a la cabecera del pozo de acceso ellos ya se encuentran abajo. Todo lo que hago en la sala es sacar la cámara junto con el trípode y comenzar a disparar fotos como un poseso hasta que me toca el turno de salida. La Sala Cartagena no defrauda a nadie, es un magnífico panel de excéntricas de aragonito de una delicadeza y belleza extremas. Es necesario acercar la mirada a las paredes para que se hagan evidentes estas hermosuras.
Los primeros en salir son Antonio y Zaca. Les sigo rápido para indicarles en la Red Horizontal la ruta alternativa, mucho más corta, hacia la base de los pozos de acceso. Luego vuelvo para esperar a todo el resto. Con el barrillo que tengo a mano voy construyendo todo un ejército de pequeñas peonzas con aspecto de seta dobles. Me quedo ensimismado hurgando en soledad mis pensamientos indecibles.
Pepe viene desinstalando. Él y yo somos los últimos en salir de la Destapada. La calma domina la escena. Todo preñado de las lucecitas de los pueblos, de estrellas y de la oscura masa del Mediterráneo hasta el horizonte. Disfrutamos de una templada noche-hermosa mientras bajamos por la senda. Un cartel grafiteado en una losa de roca: I love you me recuerda algo olvidado. La noche se resuelve apaciblemente en el apartamento de Isla Plana con unas setas preparadas por Zaca y un delicioso pastel de carne aportado por Hugo. Todo regado por muchas cervezas. 

       
(8/11/2009)
Una noche de la semana anterior fui a casa de Lola a llevarle unas revistas y conocí a su hermana Raquel. En plena euforia de sobremesa y hablando de la próxima incursión a la Sima de la Higuera y del grupo que íbamos a entrar le solté a Raquel, como si nada, si le apetecería venir a una cueva el fds y se apuntó, sin pensárselo, a la idea. El único problema que surgía en el horizonte era que no había tocado una cuerda de espeleología ni de escalada en toda su vida. Y además no hacía deporte desde catorce años atrás... Me imaginé que se desinflaría a lo largo de los días venideros en cuanto le dieran detalles de lo que significa bajar y subir una sima. Pero nos equivocamos totalmente con Raquel. Joaquín le había dicho a Lola que diese un minicursillo a Raquel en el rocódromo casero, y recolecto material para equipar a las dos hermanas; pero en la indecible vorágine de la semana laboral no tuvieron tiempo -ni ganas- de realizar aprendizajes deportivos.
Esta era la situación a las once de la mañana del domingo: Joaquín esta en el veterinario para que recosan a su perra -operada hace días y descosida la noche anterior-, Raquel sigue sin tener ni zorra idea de lo que es un mosquetón o una cuerda y su hermana Lola está en casa un montón de nerviosa. Felizmente yo he dejado de preocuparme por este asunto confiando en que algún duendecillo resuelva la situación; pero Joaquín me confiesa que ha tenido la noche anterior una pesadilla. De cualquier forma, montados en el coche de Joaquín, los cuatro nos deslizamos suavemente por el hermoso paisaje de Yéchar.

Justo llegar al cementerio de Pliego y la furgoneta del grupo de Madrid apareció por la carreterilla en lontananza. De golpe un torbellino: Raquel y Lola formando el ojo de un ciclón cuyas nubes son casi todos los machos que hay en el lugar. Posiblemente los muertos del cementerio también se han levantado de sus tumbas al oír el follón que se organiza. Me disponía a hacer las presentaciones pero nadie las necesitó. Se presentaron abalanzándose unos sobre otros.
Durante los preparativos el chirrido de la falta de experiencia de Raquel comenzó a subir de volumen. Ya no me podía escaquear... Raquel quiere entrar en la cueva con un clavel sobre su oreja derecha. Zaca me lanzo una mirada seria mientras me hacía algunas preguntas sobre la situación. Yo estaba esquivando el asunto bastante bien. No tenía ningún plan en la cabeza... creo que esperaba una solución llovida del cielo. Nos llevamos una cuerda de 40 por si acaso... por si acaso nada. 
Cuando abrimos la cancela de la sima la realidad cayo sobre nosotros como una pesada losa. Raquel no iba a poder bajar los fraccionamientos. Zaca sugirió la genial idea de descender a Raquel con un ocho o un dinámico y me agarre a ella como un desesperado. Realmente en esta sima no había problema para hacerlo. Tiene buenas repisas que dividen la bajada en tres sectores de menos de 40 metros. Incluso de menos de 20. Llevar a la práctica la idea no nos costo ningún esfuerzo, salvo desliar de vez en cuando las cuerdas, y en poco tiempo estábamos abajo. Para más tarde quedaba el asunto de ascenderla.

El inicio de la experiencia espeleológica de Raquel había sido poco ortodoxo pero su continuación iba a serlo menos todavía. Comencé haciendo algunas fotos en las que la utilicé como figura femenina en medio de la extraña naturaleza. Pepe, Antonio y Hugo habían desaparecido atraídos por los catadióptricos que llevaban a la Sala del Paraíso. No me extraño su ansiedad. Un cartel bien visible daba instrucciones precisas respecto a los cuidados necesarios para proteger la cueva. De inmediato Raquel y Lola se saltaron una de las normas: no fumar. Intenté convencerlas de que no lo hiciesen pero no encontré la manera adecuada de convencer a unas chicas tan fuertes. Sin embargo no me enfadé. Al fin y al cabo un poco de humo no iba a conseguir destrozar la cueva ni una milésima parte de lo que lo hace un pisotón en las arenas cristalinas de color blanco crema, ni tampoco lo que destruye un manotón sobre los corales que tapizan las paredes.
Los catadióptricos cilíndricos de dos centímetros de largo y cuatro milímetros de diámetro que jalonan la ruta fueron todo un descubrimiento. La gran ventaja de estos chismes es que se ven por igual desde 360º a su alrededor. Bueno para la ida y bueno para la vuelta.
Ya habíamos pasado varias gateras retorcidas y nos tocaba la famosa gatera cuya desobstrucción condujo hace unos años al descubrimiento de la Sala del Paraíso. Primero pase yo. Instruí a Zaca para que tuviera cuidado con el pequeño desfonde que sucede a la gatera. Hay que evitar salir de forma descontrolada si no quieres caer de cabeza o de espaldas, dependiendo de la elección. Zaca instruyo a Lola. Y luego Lola siguió avanzando conmigo y con Zaca.
El hecho fue que Zaca no instruyo a Joaquín en el delicado paso pues era un tío. Pero... ocurrió que Joaquín era en realidad Raquel. Oímos el batacazo desde unos metros más adelante. Mi primer pensamiento fue hacer un cálculo de los posibles daños. Me recorrió un escalofrío.
La chica estaba sentada  y hablaba de forma coherente. Después de un rato vimos con alivio que no tenía nada roto. Avanzamos un poco más hasta el lago y dejamos que se recuperase y que decidiese si quería continuar o salir ya. Joaquín y Zaca fueron a buscar al resto del grupo para conseguir una pastilla de ibuprofeno -que suele llevar Antonio-. Contra todo pronóstico la aguerrida Raquel decidió seguir adelante pese a todos los hematomas y porrazos -cadera, muslo, codo... - Hicimos el paso del lago limpiamente con mucha agilidad y nos encontramos de frente con algunos que volvían. Poco después nos reuníamos todos en la Sala del Paraíso.

La continuación fue deliciosa. Hicimos muchas fotos, disfrutamos del paisaje subterráneo, comimos en un cruce con arena blanca, hablamos de la conservación de las cuevas, algun@s fumaron, otros les criticaron y vimos otra sala tan bonita como la del Paraíso. Pero lo más divertido fue la guerra dialéctica que estallo entre Zaca y Raquel: dos titanes de la invectiva. En algún momento pareció que la guerra iba a terminar a palos...
La logística acordada para salir de la sima fue la siguiente: Primero saldría Antonio seguido de Lola, y de Joaquín supervisando a Lola. Luego saldrían Pepe y Zaca, que montarían con una polea y un puño un sistema de ascenso para Raquel. Raquel escalaría en la medida de lo posible los pozos (por suerte son muy escalonados) Finalmente Hugo y yo seguiríamos a Raquel ayudando y supervisando.

En mucho menos tiempo del que esperábamos todos nos encontrábamos fuera. La noche era primaveral y con los focos de leds tuvimos pocos problemas para descender y seguir la senda. Pocos, pero no ninguno... Raquel tuvo algún resbalón y le entró una flojera cuando ya estábamos cerca de los coches. Y Lola piso una piedra en el camino y se torció un tobillo. Vamos, que si el padre de las dos chicas llega a estar por allí nos hace picadillo.
De cualquier forma el grupo 8 se sentía muy unido. Después de cambiarnos junto al acogedor cementerio de Pliego y de dejar las llaves de la sima en el lugar debido, Lola nos sugirió para cenar el restaurante El Niño de Mula.
Entramos prácticamente al asalto en el restaurante. Había tres o cuatro mesas ocupadas pero curiosamente una mesa redonda para ocho comensales estaba preparada como si hubieran estado esperándonos. El servicio era rápido como el rayo. Dicho claramente: nos pusimos ciegos de ricos platos. Los pobreticos madrileños tuvieron la enorme suerte de conocer de primera mano y en un sitio excelente la comida murciana. Jamás olvidarán esos sabores y hasta es posible que les obsesione el recuerdo del Sur... Raquel nos aseguró que había encontrado el deporte de su vida o su deporte. Nos dejo a todos alucinando. Incluso se hablo de las próximas cuevas a las que podría entrar: el Solins y la Cueva del Gigante en Cala Estrella. De cualquier forma en Navidades volveremos a tomar el pulso de esta insólita espeleóloga en ciernes. Que me aspen si es verdad que sigue haciendo espeleo...