18/12/10

Imprevisto (18-12-2010) Sima Artekona

 

            El hombre propone
y Dios dispone.

Durante las últimas semanas el frío nos había hecho abandonar toda pretensión de escalar en roca caliente hasta no sabíamos cuando. Así que solo me quedaba elegir entre varias actividades cavernarias diferentes. Bien seguir cavando y sacando piedras en Urbio, con Pelos y todos los que apareciesen por allí, bien unirme a la agradable travesía Artekona>>>Arenazas III con Miguel, Zaca, Hugo y Ángel. El viernes por la noche, tras la asamblea del SCC, me fui a dormir sin tener claro que iba a hacer el sábado e incluso sin saber a ciencia cierta si iba a hacer algo. Había algo que me animaba a quedarme en casa.
El sábado, sobre la marcha, llamé a Miguel para que me esperasen en Galdames. Antes de las diez ya estaba allí. En el bar de la plaza nos encontramos con Zape y dos miembros del Burnia que iban a desinstalar la travesía. Buena idea si quieres preservar esa bonita cavidad y cuidar su belleza. Zape y yo hablamos un rato de las cavidades de Candina, una incógnita atractiva que vuelve de forma recurrente a mi mente cada vez que paso por Liendo y veo la montaña. De cualquier forma quedamos en entrar delante de ellos en Artekona para no interferir su trabajo.
En el pueblo se quedo mi coche con la ropa limpia de todo el mundo. Tres kilómetros de fuerte subida en la furgoneta de Zaca nos depositaron en el comienzo de la aproximación a Artekona. Unos diez minutos de sendero cabruno nos condujeron a la boca. Una nube de niebla flotaba sobre ella. Aparte de la anormal pesadez de los preparativos allí me di cuenta que Ángel hacia muchos años que no practicaba con los aparatos de vertical. Interesante situación para él y, como no, también para nosotros. Pero como básicamente se trataba de bajar pozos los problemas serían menores.
        Bajo primero Miguel seguido por Ángel y luego yo, Zaca y Hugo. En el intermedio entre los dos pozos Ángel se quedo haciendo fotos. Las verticales, bonitas y limpias, estaban regadas por las recientes lluvias. Al final del pozo de 60 se trataba de una ducha de intensidad media. Mi descensor Dressler apenas dejaba deslizar la hinchada cuerda debido al desgaste en forma de acanaladura de los dos discos así que tarde cuatro veces más de lo normal en bajar, recibiendo así una ración extra de ducha.  Pero como la cavidad es fósil y templada no me preocupaba la mojadura.


Mientras terminaban de bajar me di un paseo por la galería fósil a la derecha del aterrizaje. Poco después el grupo se volvió a reunir. Avanzábamos por una cómoda y amplia galería fósil con concreciones gravitatorias, algunas coladas y columnas. Pero en pocos minutos tuvimos que desviarnos hacia la derecha subiendo por una fuerte rampa hasta lo que parecía un callejón sin salida. Aquí comenzamos el ascenso de un caos de bloques, algunos no parecían muy estables, primero por una cuerda que superaba una estrechez y luego por un tramo de cuerda más largo y abierto que el anterior. Así alcanzamos, en la cumbre del caos, una enorme sala. Un sendero entre bloques ciclópeos nos condujo a un pequeño resalte y luego a una zona mucho más ancha en la misma sala.
Una pendiente arenosa, a la derecha de la sala grande, nos condujo a la Sala Marlene. De dimensiones más bien modestas, unos 30 metros de larga, concentra una gran hermosura que no tiene nada que envidiar a la misma Cueva del Soplao. En general el tipo de excéntricas, las formas y el aragonito de su composición recuerdan lo que puede verse en grandes extensiones de esa famosa cueva. Pasamos casi una hora filmando y fotografiando las bellezas de ese rincón. En un momento dado nos asalto la preocupación de que los desinstaladores del grupo de Zape se nos adelantaran y luego tuviéramos algún problema.
       Precipitadamente salimos hacia la gran sala y continuamos la travesía siguiendo los hitos y catadióptricos. Poco después nos dimos cuenta que estábamos despistados. No encontrábamos señales evidentes de la ruta principal. Volviendo atrás, y de nuevo en la sala grande, escuchamos voces lejanas. A partir de este momento hubo unos minutos de confusión que terminaron de forma abrupta. Estábamos implicados en un rescate. Comprendí que la intuición me había hecho un guiño la noche anterior y que la Luna Llena, como es usual, se había burlado de nosotros.




Unos minutos antes la caída de un bloque inestable en la zona de la estrechez había alcanzado a Zape. Ahora se encontraba con la pierna izquierda atrapada y en una posición difícil con la cabeza más baja que el cuerpo. Sus compañeros no habían podido liberarle del enorme bloque. La cosa corría prisa. Con la ayuda de Zaca, Hugo y Miguel, aparte de los que ya estaban con él, traccionando con un polipasto y empujando con los pies se pudo mover el bloque lo suficiente para sacarle. Entre todos reunimos sacas, mantas térmicas y ropa para confeccionar un lecho lo más cómodo posible. Miguel le hizo un primer reconocimiento descartando, de entrada, fracturas en las piernas o en las caderas. No quedo claro que alguna costilla si lo estuviese. Mientras tanto dos miembros del Burnía salieron a dar aviso. Calculé que entre reunir el operativo y realizar todas las instalaciones de rescate no estaríamos fuera antes del mediodía del domingo. Pero por suerte me equivoqué.
Zape estuvo consciente en todo momento. Apenas podía mover los miembros inferiores pero con los brazos no tenía ningún problema. Miguel, muy profesional, y los que le rodeábamos le dimos conversación tranquila para relajar la tensión y suavizar la incertidumbre. Me sentía impotente frente a esta situación, casi incapaz de decir nada. A las tres apareció un primer miembro del Burnia con un botiquín y material de instalación. Miguel administro analgésicos y antiinflamatorios al herido para aliviar los dolores, aunque Zape aseguraba que no le dolía mucho salvo al moverse. Eran como las tres y media. Poco después aparecieron otros miembros del Burnia, parte del equipo de rescate y otro médico llamado Dulanto. Se escuchaban más voces abajo de la estrechez del caos de bloques. Enseguida llego la camilla y pudimos acomodarlo mejor, el mismo Zape ayudo en los movimientos. Cristóbal, del AER, comenzó la instalación de la cabecera para descender la camilla por la estrechez vertical. Mientras tanto un miembro del Burnia, ayudado por mi, consiguió desobstruir un pesado bloque que impedía el paso de la camilla. Algo más allá, en la galería principal, un grupo instalaba cuerdas para ayudar al tránsito de la camilla en tres rampas. Finalmente otro grupo estaba instalando los dos pozos ( veinte y sesenta metros)
El  paso de la camilla por la estrechez se produjo sin novedad, si bien es cierto que hubo que poner bastante energía para moverla en la zona de recepción hasta engancharla a la tirolina que seguía. Eran las cinco y media. En las grandes plataformas de abajo se estableció un campamento general. Allí se le hizo una primera cura en la herida de la cabeza y se le arropo mejor. Se intento comunicar con el exterior mediante un aparato de radio especial que puede atravesar espesores importantes de roca caliza -emite en onda muy larga- pero, quizás debido al desarrollo de la antena, no funciono. A Miguel y a mi nos interesaba dar noticia nuestra a las respectivas féminas antes de que se hiciera demasiado tarde. Una parte del equipo de rescate -Ángel, Pedro Merino, Pedro Hierro, Cristóbal- eran bien conocidos por mí. En cuanto estuvieron listas las instalaciones comenzamos a transportar la camilla. Normalmente la controlan seis personas, lo cual hace muy razonable su transporte, salvo en las zonas en que la pendiente o el terreno impide el reparto equitativo de esfuerzos.
Como a las ocho y media estábamos en la base de los pozos. Inmediatamente, tras verificar todos los correajes de la camilla, se procedió a su izado. Mientras esperábamos a poder subir volvimos a recoger todo el material del campamento general. La cosa fue muy rápida y los diez espeleólogos que restábamos abajo comenzamos a subir tras una corta espera. Por suerte los pozos de la Sima Artekona están muy fraccionados y eso agilizo la operación de subida de un grupo numeroso.
Como a las diez salía de la sima. Me costo un poco más de lo usual porque el bloqueador de puño no mordía la cuerda. Comprobé que los dientecillos estaban totalmente desgastados por el uso. En la boca me esperaba una carpa y un numeroso grupo de gente, ertzainas y espeleólogos, desconocida para mi. La gente del AER había desaparecido ya y los del Burnia también. En la confusión del momento había pasado mi saca a Pedro Merino para los últimos metros de sima y ahora no la encontraba. Dentro estaban las llaves del coche. Eché a andar lo más deprisa posible para dar alcance a quien llevara mi saca.
A las diez y media llegaba a la plaza de Galdames. La ambulancia con Zape todavía estaba allí. Salude a Marta, que estaba en la cabina de la ambulancia, antes de acercarme al punto de control situado en un local detrás del ayuntamiento. Jesús Olarra  controlaba la organización. Agradecí la olla de caldo caliente y la comida que habían traído para reponer fuerzas.
Durante un rato me uní al numeroso grupo que platicaba en el bar de la plaza, mientras esperaba a Zaca, Miguel, Hugo y Ángel. Estaba contento de que el rescate hubiese acabado rápido y bien. Se había hecho tarde para quedarse a cenar y, además, ya no tenía hambre porque había comido en abundancia de lo que se ofrecía en el punto de control. Solo me quedaba volver a casa, así que me relajé conduciendo el coche bajo la estrellada y muy fría noche, mientras pensaba en los sucesos del día.

8/12/10

Crisis de la Basura


Un día azaroso, lunes del gran puente resquebrajado, nos condujo a Bustablado. Pelos me enseño el Sumidero 1 que traga aguas fecales y sopla aire frío. Todo construido a base de grandes bloques, esta claro que una desobstrucción seria nos llevaría a la parte activa de Urbió y de allí a la parte fósil. Trabajo duro y húmedo, y entrada mojada. Un poco por variar subimos por la base de la pared hacia Torca Urbió. Pelos localizo una zona con un soplo y, cotejando con la topo, claramente relacionada con la Galería de la Pájara. Un poco más arriba, cruzando tojos y zarzas, volvimos a la boca de la torca donde una densa masa de basura pesada -lavadoras, sofás, frigoríficos, colchones y objetos desechados de diferentes procedencias- gravitaba amenazadoramente sobre cualquiera que intentase bajar el pozo. Razón de más para buscar una entrada alternativa. Luego nos fuimos a comer-comer. 
El miércoles ocho, último día de locura colectiva generalizada, Pelos y yo nos volvimos a reunir en la idea de desobstruir. Paramos a tomar café en la Shell y aparcamos junto a Urbió. Junto a la torca, como si hubiera estado esperándonos, encontramos al paisano José que se vino con nosotros totalmente ilusionado a echar una mano. A la postre más bien fue que nosotros le echamos una mano a él. Bregamos un rato con dos azadas y una pata de cabra de reducidas dimensiones. Partimos el palo de la azadilla y nos deslomamos como cosacos pero, era evidente, avanzábamos poco.  José, que es albañil, a la vista de la ineficacia de las herramientas, bajo a por algunas cosas. Trajo un pico, una pala y una buena pata de cabra. De esta guisa la cosa se acelero. Salieron algunos bloques mastandónticos que lanzamos con estruendo por la pendiente hacia el sumidero. Le cogimos la gracia a hacerlos rodar, cuanto más abajo más divertido. También salió de entre los bloques un caracol troglobio. Cavamos con ahínco hasta que la cosa se puso demasiado estrecha para picar y sacarlo con la pala. Hacia falta un cuezo. Buena excusa para tomarse un respiro. Mientras José bajaba a su casa a comer nosotros hicimos lo que correspondía. Empanadillas, fabada, cervezas y luego postres.
La vuelta de José nos sorprendió en plena faena. A pesar de la falta de cuezo habíamos avanzado bastante. Durante la tarde y hasta el anochecer trabajamos febrilmente. Primero conseguimos pasar una primera panza y vislumbrar a la derecha un ensanche y un laminador. El soplo se hacía muy evidente en algunos momentos. Para pasar con seguridad tuvimos que derrumbar todo el talud de la derecha cosa que formo otra entrada. Finalmente paso Pelos y después de arrastrarse por un laminador un buen tramo formalizo que el soplo provenía de debajo justo de la excavación. Por lo tanto la cosa era seguir sacando piedras y tierra de la grieta principal. Después de estirar el tiempo, currando hasta casi la noche, nos fuimos por  el sendero de la cornisa hasta la mies y de ahí hasta la carretera y el coche nos chupamos el txirimiri de mierda. Bebimos cerveza en el bar Romano de Bustablado, hablamos de todo y de nada, escuchamos el vocerío de los jugadores de cartas y la televisión. Y luego nos fuimos a casa.

20/11/10

Esperanza (20/11/2010)

La esperanza de que hiciese buen tiempo alimento mi falta de decisión a lo largo de la semana. Cada día mire tres veces por lo menos las diferentes previsiones meteorológicas. Y aunque la previsión era mala, malísima, la indecisión se prolongo hasta el viernes por la noche. Incluso el sábado, al ver muchos claros al amanecer y hambriento de días hermosos para estar sobre tierra, dude de hacer espeleo. Parecía que un genio maligno estaba haciendo coincidir con los fines de semana los periodos de peor tiempo, aunque si somos crédulos creeremos que solo se trataba de probabilidad: si los días buenos son escasos y se reparten al azar tienen menos probabilidad de caer en fin de semana.
El sábado a las diez menos cuarto me presente en Arredondo para encontrarme con Pepe, Hugo, Miguel, Antonio J. y Zaca de Espeleo50. Mientras esperaba acompañe un rato a Erik y sus amigos, algunos cubanos, quienes venían con la intención de visitar Coventosa e instalar una ruta alternativa a La Playa. Desayune, aun más, en la autocaravana de Pepe acompañando al resto del personal que tragaba a discreción. Miguel fue al bar con un recipiente para traer unos cafés. Al cabo de un buen rato empecé a desesperarme: no parecía que fuésemos a arrancar. Como a las once subimos hacia la curva de Vallina con la autocaravana y mi coche.
Durante el gran desayuno habíamos estado mareando la perdiz de qué hacer en Vallina: la pequeña travesía entre bocas -defendida por Antonio J. - o una incursión a la zona profunda de Vallina para llegar, al menos, al Río Blanco. La casualidad de que un grupo numeroso ya estuviera preparado para empezar la travesía nos hizo decantarnos por la segunda opción.
Para que pudiéramos aparcar en la curva los del otro grupo tuvieron que mover sus coches. Se quedaron flipados cuando se enteraron de que la mayoría éramos de Espeleo50.  Entre unas cosas y otras conseguimos entrar en la cueva como a la doce de la mañana. Una cuerda de 33, una de 20, otra de 10, mosquetones, maillones, cintas, chapas y algunas ganas. La cueva se mostró bien acogedora y no tuve que hacer más propaganda de ella pues en unos momentos ya había conseguido seducir a todo el grupo. Existía el peligro de que se quedasen colgados de su belleza pero a mí eso me importaba un rábano: que cada cual resolviese su problema.
        La mayor parte de la aproximación hacia la conexión con el Río Rioja es un agradable paseo. Algunas galerías un poco incómodas en la zona más cercana a la entrada y una corta zona de meandro -con algunos pasos estrechos y destrepes- son las únicas dificultades dignas de mención. La bajada al Rioja la instalamos entre Hugo y yo y en poco tiempo estábamos todos en la base del Double Dutch Pitch. El agua pulverizada formaba pequeñas gotitas que impregnaban el ambiente. Cada uno se busco su rincón para ponerse el traje de neopreno y allí se quedo todo el material salvo la comida y la iluminación de repuesto.
El caudal del Rioja, sin ser excesivo, estaba claramente crecido respecto a nuestra última incursión. Nos costo muy poco tiempo colocarnos en la punta que habíamos alcanzado aquella vez. Mayormente después de pasar la crítica gatera que conduce a Breakthrough Chamber Antonio J. nos hizo firmar un contrato sobre el tiempo que íbamos a invertir en la ida calculando que debíamos estar saliendo a las ocho. Desde esa sala localizamos sin dificultades hacia el NW la hermosa galería de Río Grande. El entusiasmo fue creciendo proporcionalmente al tamaño de la galería que recorríamos. Con sumo cuidado localizamos la desviación hacia el Río Blanco y aunque al principio nos desconcertó la falta de correspondencia con el tamaño mostrado en la topografía de los ingleses confirmamos que íbamos por el camino elegido. Aun a pesar de verificar la ausencia de conexión con los pisos fósiles en varios posibles puntos de la topo continuamos hasta el final del Río Blanco donde una gran chimenea con cascada, el Novadome, ancha y espectacular nos sorprendió gratamente.
         Se nos habían hecho las cuatro así que todos estábamos deseando parar y comer algo. Allí mismo, en unas anchas plataformas inclinadas junto al Novadome, nos dedicamos durante un rato a devorar todo lo que se puso a mano. Hacía frío y varias mantas térmicas reflectantes salieron a relucir. Como la esperanza es lo último que se pierde Miguel avanzo un poco más por la ancha galería pero no encontró ningún paso evidente hacia los pisos fósiles. Tampoco encontramos el camino hacia una galería que, en la topo, parecía salir del Novadome hacia el SE. Posteriormente estudiando la topo concienzudamente pude comprender que estaba a unos quince o veinte metros por encima del nivel base.



Serían más de las cinco cuando comenzamos a volver sin prisas. Sin embargo el trayecto hasta la base de los pozos de acceso al Rioja se me hizo corto y no me sentía especialmente cansado. Miguel subió inmediatamente con el neopreno puesto -era el único que se había cambiado antes de descender el pozo- y no paso calor a pesar de ello. Luego me toco a mi, y como suelo hacer en los pozos cortos no me quite la saca de la espalda. Transportaba el neopreno húmedo y algunos trastos más así que el cdg estaba muy atrás y me obligo a realizar esfuerzos adicionales para subir. Aún así lo prefiero a llevar la saca colgando del arnés.
En el intermedio entre los dos pozos pude descansar una hora hasta que todos subieron y se desinstaló el pozo. Quedo puesta una cuerda en el pozo corto para facilitar futuras visitas. Metí una cuerda de 20 metros en mi saca y me puse en movimiento. Como el ritmo era suave y las dificultades mínimas pude disfrutar del recorrido. Salimos a las nueve y media y estaba lloviendo, aunque se notaba la claridad de la Luna.
Mientras el grueso de los compañeros terminaban de asearse Miguel y yo bajamos a Arredondo. Nos tomamos un caldo caliente en un bar repleto de gente viendo partidos de fútbol. De vez en cuando echábamos un vistazo a ver si llegaba la autocaravana.  Después de hablar un poco decidimos cenar allí mismo en Arredondo, dentro de la autocaravana. Callos caseros de Zaca, carne con patatas de Hugo, cerveza, aperitivos, vino y postres. Pretendían que Miguel y yo nos emborrachásemos  pero no pudieron con nosotros. Al poco partimos sobrios para casa. 


14/11/10

Cristales (14/11/2010)



            Hay un tiempo para la acción
 y un tiempo para respirar.
      
        Había calculado mal las consecuencias de la escalada del sábado. Una sensación de laxitud, acompañada por una necesidad de mirar calmadamente o, mejor dicho, de sorprenderme por lo inmediato me acompañaba insistentemente. Las palomas arrullaban, entraban y salían por las ventanas del último piso del viejo caserón de la Plaza de Ramales. Extraordinario, teniendo en cuenta el frío y grisáceo momento en que nos encontrábamos. Mientras esperaba a Miguel me tome un café y, por un momento,  abrigué la esperanza de que no hubiese podido venir por alguna extraña causa. Abrir un tiempo para mirar las palomas. 
          Mediado el Valle de Soba, y previniendo un aguacero, preparamos las sacas concienzudamente en el porche de una parada de bus. Pero finalmente las nubes respetaron la breve caminata hasta la boca de la Cueva del Gándara. Nuestra primera parada, para colocarnos los aperos de vertical y beber algo de líquido, fue a medio camino de la Fractura Meandrosa. Tenía sed y me sentía un poco torpe pero ya nos quedaba poco para la sala grande en donde desembocaba la galería. Y desde allí la sensación de cercanía al objetivo de nuestra incursión nos daría alas. El primero que subió la cuerda se encontró un murciélago, colgando de la comba del reaseguro, en la cabecera del pozo. Incrédulo comprobé unos instantes después la certeza de lo que gritaba Miguel. Pero ni por esas levanto el vuelo; soporto, impasible en apariencia, los bamboleos de la cuerda, los chorros de luz de nuestras Stenlights y las fotos. Espoleados por el encuentro continuamos rápidos y reconcentrados la aproximación hacia la gran sala.  
             El pasamanos de entrada a la sala me -más bien nos- resulto tan desagradable como en las ocasiones anteriores.  Esto es debido a la distancia entre las fijaciones y a la poca tensión de la cuerda. La sensación, por un momento, es que te caes hacia el fondo de la sala, pues es imposible mantener el equilibrio. Lo mejor es colgarse desde el inicio para evitar tirones.                                                        
        Hay una cosa curiosa, y es que de unas zonas a otras el clima de la Cueva del Gándara cambia radicalmente. Aquí la humedad y la condensación en las rocas son superlativas. El lugar esta recubierto de una pátina de barrillo deslizante. Como recuerdo principal se te graba la vacilación acerca de donde y cómo pisar. Al final de la sala un destrepe delicado permite ahorrarse una cuerda de siete metros. Pero sería preferible dejar la cuerda puesta, pues el coste en material es mínimo. Un complicado camino entre bloques soldados por coladas nos lleva hasta una zona muy confusa en que se multiplican las galerías modestas con varios niveles, los pequeños aportes de agua, las gateras y en general todo tipo de posibilidades. Está claro que hay mucho material que examinar en esta zona.

De alguna forma me sentía aliviado por estar llegando a nuestro objetivo, pero, por otra parte, no cesaba de asaltarme la imagen de una vuelta llena de pequeñas dificultades minándome la energía. Sin embargo Miguel había enganchado totalmente con la tarea. Mientras yo me tomaba un descanso se encaramó a un nivel superior donde encontró un conducto por el que brotaba el ruido de una  gran masa de agua lejana.  Después de marear la perdiz un rato nos apremiamos a seguir hacia nuestro objetivo principal: el meandro que yo había vislumbrado cuando estuvimos en la hermosa sala con Julio, Manu, Alicia y Carlos.
         Nos arrastrábamos de nuevo por la larga gatera que recordaba haber encontrado con incredulidad hasta dar con la base del meandro. Escalamos la parte alta pero no entramos en la hermosa sala sino que reptamos, sorteando un caos de bloques, y alcanzamos directamente, mediante un corto destrepe, el fondo del meandro. El avance, fácil, por suelo arenoso nos confirmo mi sospecha: la galería era virgen. No tuvimos que recorrer mucho más para encontrarnos con suelos repletos de nidos de cristales. A partir de ahí la dificultad mayor fue el no dejar huella de nuestro paso. 


Almorzamos en una encrucijada arenosa para coger fuerzas y continuamos un poco más hasta topar con una enorme colada cristalina -de un blanco níveo a crema- que nos corto el paso por el meandro. Una breve inspección descarto que hubiera paso por abajo. Solo nos quedaba escalar la colada. Con una cuerda de apoyo psicológico y metiendo un seguro en una columna subí hasta una pequeña sala repleta de nidos de cristales y formaciones de todo tipo. Desde allí comprobé que la galería continuaba más arriba, pero se hacía necesario superar escalando un conjunto de bloques de arenisca metiendo seguros. Dado el cansancio y la hora decidimos dejar este asunto, abandonando una cuerda fija para las próximas ocasiones. Antes de irnos fotografiamos los cristales a discreción.
         En la otra dirección (NE) el meandro se reveló más vasto y exquisito. Profusión de columnas y estalagmitas nos ayudaron a instalar un pasamanos hasta un puente intermedio. Desde allí lo más lógico era bajar al fondo del meandro, pero no teníamos cuerdas ni ganas de seguir trabajando, así que este fue el segundo asunto pendiente. Para bajar hacia la gatera instalamos una cuerda fija.


           Volviendo hacia la gran sala hicimos un hueco temporal para ir a explorar la gatera del gran ruido de agua. Después de un par de pasos engorrosos la cosa se estrecho de verdad. Miguel le dio un tiento con ánimo crecido. Para pasar tuvo que romper varias columnas. Pudo alcanzar  un meandro estrecho y alto que fue estrechándose hasta ser demasiado estrecho. El estruendo del ruido animaba a seguir, pero fue imposible. Un tercer asunto lleno de incógnitas que solo una seria desobstrucción podría despejar.

          La vuelta fue un tour de resistencia y autocontrol. Aun a pesar del cansancio acumulado solo paramos una vez. Mejor así para evitar derrumbarse. Como el título de un conocido libro: “Camina o revienta”. Sea como fuere a las ocho en punto salíamos al exterior. Por suerte no llovía y el ambiente estaba tranquilo. Pero el calvario del cansancio no se difumino justo hasta que pude acomodarme con ropa limpia en el asiento del copiloto del coche de Miguel. A partir de ese momento disfrutamos rumiando el día, hablando de proyectos y deslizándonos por la suave noche hasta Ramales. Hacía frío pero nos apeteció una cerveza con patatitas antes de iniciar el último salto hacia casa.          

   

24/10/10

Vallina (24/10/2010)


             No vamos porque tengamos un deseo,
vamos porque abandonamos muchos deseos.

Había muchos planes buenos y solo un fin de semana para realizarlos. Al final renunciamos a todos los planes y elegimos solamente uno: aquel que más pasión nos generaba. O mejor dicho: aquel que te podía hacer más feliz. Incluso a costa de no sentirse arropado por un numeroso grupo de amigos.
Tenía una cita el domingo 24 a las 9 de la mañana en Arredondo con Miguel. La idea era recorrer el Río Rioja de Vallina, al menos hasta la conexión con Breakthrough Chamber. El plan original de ir al Gándara el sábado había quedado aplazado para otra ocasión en que hubiese más participantes. Además, el fin de semana anterior llovió y para éste daban lluvias también, aunque el sábado había esperanzas de buen tiempo. Concluimos que lo mejor era apostar por el tiempo soleado del sábado y meterse bajo tierra el domingo.
Antes de la hora prevista ya estábamos en la curva de la pista que sube a Vallina. Sin embargo yo estaba tan cansado, a consecuencia de las escaladas del día anterior, que si Miguel me hubiera sugerido dedicar la mañana a confraternizar con los amigos, tomando cervezas con aperitivos, seguramente me hubiera dejado convencer sin esfuerzo alguno por su parte. También él venía tocado por la  falta de sueño y el trabajo que daba la marabunta hospedada y/o de visita en su casa. Y no precisamente todas las historias eran felices. Pero ambos lo teníamos claro: íbamos para adentro.
El amanecer hacia el este del valle fue fastuoso y de hecho se convirtió en la única foto que realicé en todo el día aunque arrastré la cámara y el trípode durante toda la incursión. Sin embargo cogimos un ritmo de avance incompatible con hacer fotos. A las 10h 30m nos encontrábamos ya en la Galería de la Zorra (Sorra según los catalanes; pero a mi me gusta más Zorra). Poco después montábamos sin problemas el primer pozo de acceso al Rioja (menos de 10 metros) El segundo pozo iba a ser harina de otro costal.
Miguel traía una cuerda que inicialmente era de 50 metros a la que se le había cortado un par de trozos pequeños en Cuvías. Calculaba que quedarían al menos 40 metros. Pero, aunque  el pozo esta marcado en el plano de 31 metros, la cabecera esta lejos de la vertical del pozo habiéndose de montar un pasamanos y un corto destrepe que suman más de diez metros de cuerda. Todo iba a pedir de boca hasta que lance la cuerda al aéreo pozo desde el último reborde: no oí el latigazo que da la cuerda al impactar contra el suelo. Esto me dio mala espina pero como los focos no resolvían nuestra duda decidí bajar a comprobar. Cuando llevaba unos 15 metros descendiendo en aéreo pude ver con desagrado como el cabo de la cuerda oscilaba libremente en el vacío bastantes metros más abajo. Me costo poco subir y enseguida pensamos como resolver el problema. Para el pasamanos y el resalte usaríamos un cordino de kevlar de unos 10 metros cedido gentilmente por los bomberos a Miguel y desde el reborde final usaríamos la cuerda de 40. Pesadamente acabamos el montaje y me dispuse a lanzar la cuerda. Sorprendentemente tampoco se escucho el latigazo. Con buen ánimo se ofreció Miguel a bajar esta vez y, pese a todo, la cuerda llegaba al fondo y aun sobraban varios metros. Estábamos en un afluente del Río Rioja a menos de 100 metros de éste.
Peter Smith me había dicho que ellos en verano no utilizaban neopreno en Río Rioja. Avancé un poco aguas abajo y comprobé que al menos cubría por la cintura. No tuvimos dudas: justo a la salida del afluente el suelo de la galería tenía áreas secas suficientes para cambiarse de indumentaria. Dejamos allí todo salvo la comida, el material de seguridad y los planos.
El avance por el Rioja es hermoso. Grandes bañeras de aguas transparentes , paredes pulidas y formas caprichosas talladas por el agua nos acompañaron un buen tramo hacia el este. Sin novedad alcanzamos Where the Rioja goes y enseguida un ligero cambio de rumbo hacia el E-NE nos confirmo la posición sobre el plano. Poco más allá de un ensanche caótico el río se encañona durante un tramo que súbitamente muere en un sifón. Incrédulos, pudimos deducir que la continuación era por una difícil trepada a la izquierda. Ayudado de Miguel escale la resbalosa rampa mediante pequeñas presas. Arriba encontré una cuerda de cáñamo enrollada para facilitar el paso. Asimismo al final de este bypass otra cuerda facilitaba el descenso de nuevo al cauce.  De aquí a la zona de conexión con Vallina II avanzamos unos 100 metros. Una rollo de hilo guía en un lateral de la sala nos indico cambios inminentes.
El caos de bloques al final de la salita daba paso a un sifón. Unos plomos de buceo abandonados definían el carácter acuático de la continuación. Hacia arriba seguimos un pequeño aporte hasta dar con una zona de grandes salas por encima de nivel del río. Ensayamos cuatro caminos diferente que nos llevaron a diferentes tipos de ratoneras. A pesar de todo nos confundían los hitos y la abundante huella hacia algunas de éstas ratoneras. Desconcertados retornamos al río.
Justo donde estaba el rollo de cuerda percibimos un soplo de aire. Trepando un poco entre los bloques accedimos a una sala  con una ramificación hacia un afluente por el norte. Estábamos en el buen camino pero el afluente se sifonaba  hacia el norte. la continuación estaba de nuevo por  una trepada entre bloques por la que accedimos a una sala arenosa. La ruta continuaba por un laminador y una gatera infernal que soplaba con fuerza. A primera vista me pareció casi imposible pasar la gatera, pero solo fue un error de perspectiva. La gatera se dejaba trabajar. Accedimos al afluente en una sala. La sala, marcada por hitos, conducía hacia el lecho del río y por éste Miguel llego a una amplia sala. Nos dimos por satisfechos y optamos por volver a comer al Rioja.
Claramente teníamos más ánimos después del refrigerio y tardamos poco en alcanzar el afluente de los pozos. Allí nos despojamos de los neoprenos y vestidos de espeleos normales iniciamos el ascenso. Una vez recogido todo el material de los pozos comprobamos consternados que las sacas pesaban más que a la venida debido al agua absorbida por todos los trastos. Tuvimos que medir los movimientos para transigir con el cansancio acumulado. Sin embargo una nueva energía se nos había añadido: Vallina nos había abierto un nuevo mundo subterráneo que conocer. Así, a pesar del cansancio, llevábamos un humor excelente y el camino se nos hizo corto. Algún paso que otro se puso borde pero salimos en poco tiempo.
       Las galerías cercanas a la entrada estaban chorreando y tenían pequeños arroyos. Fuera llovía con intensidad. Mientras subíamos la empinada cuesta los monos se limpiaron un poco. Como a las 6 estábamos en los coches. Habíamos hecho una incursión notable. Y, lo que es más importante, nuevos sueños espeleológicos nos acompañaban en nuestra vida cotidiana dándonos una energía renovada.

17/10/10

Reunión Familiar (16/10/2010) Hoyuca


            No podía decir  que tuviera intenciones serias de practicar espeleología. Pensaba en una bonita escalada para este fds. Pero al fin y al cabo lo importante era hacer algo en familia dado que las circunstancias se habían manifestado claramente como fin de semana familiar. Además curiosamente me pareció que la espeleo interesaba en la familia algo más de lo que yo pensaba. Ananda, Eduardo, Marisa e Irene iban a venir. Invité a Alex pero no le fue posible acompañarnos.
            No tuve dudas: la mejor opción era ir a La Hoyuca; cueva buena, bonita y barata. Únicamente pequeñas dificultades. Algunas gateras y varias/os trepadas/destrepes cortos.
A las once de la mañana nos pusimos en marcha. Llovían chaparrones intensos mientras un aire otoñal, fresco, acompañaba el menú. Cuando tuvimos que bajarnos del coche se nos planteo que la lluvia mojaba y nos dimos ánimos unos a otros. Cosas de una familia con algunos miembros tan adaptados al clima de Madrid que han olvidado Cantabria.
Mientras apremiábamos en los preparativos finales un paisano se paro a mirarnos y a hablar. Curioseo lo que pudo y actualizó sus conocimientos, kilometraje incluído, sobre la cueva de La Hoyuca. Abandonamos la escena por la pista que vuelve a Riaño y descendimos al fondo del pequeño polje que da nombre a la cueva.
En el buen sentido de la palabra: la entrada se había transformado. Parte de la mezcla de piedras con barro que la enmarcaban habían cedido y ahora dejaban un cómodo paso mucho más sencillo de transitar. La naturaleza de ese desprendimiento no me quedo clara pero bienvenido sea; quizás la mano de los británicos esté detrás de este hecho.

La escenificación del grupo al entrar fue triunfal. Tuve que contenerme para no morirme de risa con las dificultades que asaltaban a los espeleólogos noveles. Mientras tanto pude hacer fotos de los pasajes iniciales. Justo después de entrar nos reunimos en una pequeña sala, con techo bajo y conchas de caracoles troglobios, que puede considerarse el hall de la red de entrada. Di unas cortas explicaciones de lo que íbamos a hacer y a ver. Me pareció que sirvieron para satisfacer  un poco la curiosidad del grupo. 

Un poco después Ananda -que me seguía en una zona de poca altura en que hay señales de inundación total- me mostro cierta inquietud. Le expliqué que aunque lloviese mucho una inundación total es lenta y hay zonas fósiles que nunca se verán afectadas. Además esas zonas interconectan de tal manera que podríamos salir de la cueva a pesar de que hubiera zonas inundadas.
La enrevesada red de entrada tiene múltiples galerías paralelas formando dos grupos que se intersecan a 45º. La mayoría de las galerías acaban colapsando antes de alcanzar la galería principal pero hay tres o cuatro caminos que si conectan con ésta. Nosotros fuimos por el más cómodo aunque tiene una corta dificultad muy peculiar.
Tras una galería que se va estrechando progresivamente hasta emparedarte se localiza a la derecha una ventana por la que escapas mediante un retorcido paso. Así se llega a la galería principal. Como era de esperar este paso fue muy resultón para generar jolgorio. Y dejo preocupados a varios componentes del grupo, principalmente Ananda e Irene, por eso de que tendríamos que pasarlo en sentido inverso. Como íbamos a volver por otra ruta diferente hacia la entrada pude tranquilizar a los que más preocupados estaban.
La galería principal es ancha y alta, con suelo arenoso y cómoda de transitar. Tiene una sección rectangular de unos 4x5 metros. Los tramos rectilíneos, que se alargan según avanzamos, se suceden formando, aproximadamente, ángulos de 45º. Ya cerca del Primer Río observamos dos instalaciones que llevan a sendas galerías colgadas a unos cuatro metros de altura. Me huele que las exploraciones continúan en estos sectores cercanos a la entrada. 
Por la galería principal el grupo familiar se movió con facilidad y rápidamente llegamos hasta donde el protagonismo lo toma el Primer Río. Poco más allá, aguas abajo, un pequeño embalsamiento requiere un paso divertido. Marisa y yo nos ofrecimos a trasladar a coscaletas sobre las aguas a los que hiciera falta pero no fue necesario al final. Se paso por un lateral con algo de equilibrio y armonía o de un salto.  Y así llegamos a la entrada de Quadraphenia.
Un bonita cascada desaguando en un gour gigante nos entretuvo un rato; que si fotos que si trípode, que si no entra... la falta de perspectiva hacía difíciles las fotos y la buena actitud  de los colaboradores las hacía más fáciles. No estuvimos mucho tiempo allá pero Ananda sugirió apagar todas las luces... enseguida una corta marcha nos llevo al primer objetivo de la incursión.
La fisura por la que se asciende a ese nivel superior es al final sumamente incómoda. Estrecha, ascendente y con el suelo deslizante. Un bloque soldado hace complicados los últimos movimientos. El primero en emerger fue Ananda seguido por Marisa, Irene y Eduardo. Unas hermosas cortinas -formaciones colgadas del techo- sirvieron de premio al esfuerzo del grupo. Volviendo a la ruta principal y un poco más allá accedimos a una gran sala.


En esta sala, de planta triangular, se puede tomar la cómoda galería que nos conduce a lo más profundo de Quadraphenia. Hay que bordear un par de pozos pequeños y algo más allá un pozo grande cuyo tránsito hace más seguro un pasamanos quitamiedos. En este punto de la cavidad un resbalón puede costarte la vida, pero no deberíamos olvidar que en una calle urbana también te puede pasar. Unos cuarenta metros más allá nos introdujimos a la derecha por una estrecha fisura ascendente que nos colocó en un piso superior.
Ésta es la parte de la visita más interesante. Podríamos decir que bella. Una zona de formaciones masivas precedida de coladas estalagmíticas  concéntricas y de estalactitas teñidas de un rojo hematites que seguramente es debido a la presencia de óxidos de hierro. Un conjunto francamente sorprendente y que merece el esfuerzo de llegar. Hicimos alguna bonita foto y disfrutamos de unos momentos tranquilos. Luego volvimos hacia el exterior.


La ruta de salida escogida exigió una trepada por un estrecho y sinuoso meandro y el descenso por la continuación del meandro algo más allá. El paso, un poco delicado y además agobiante por lo estrecho, es un buen exponente de la práctica seria de la espeleología. Sirve de prueba, divertida, para los noveles. A Irene le pareció muy complicado. Poco después salíamos arrastrándonos y patinando por la pendiente arcillosa que se forma en la entrada. No llovía pero amenazaba volver a hacerlo. Irene decía que estaba llena de moratones.
         Nos fuimos a comer una buena comida hecha por nosotros mismos aunque durante unos momentos planeo sobre nosotros la idea de comer en un asador de Hoznayo. Pero era demasiado tarde para que nos dieran, con buena cara, de comer en un sitio así. Y además demasiado guarros para entrar en un restaurante.

3/10/10

Rioja (3/10/2010)

            Decían las previsiones de la meteo que el sábado haría un poco mejor, pero que el domingo casi seguro que llovía. Sin embargo tanto el sábado como el domingo hizo un día espléndido aunque se levanto una fuerte surada que arrecio a lo largo del domingo. Seguramente por ello las corrientes de aire del interior de Cueva Vallina aumentaron su intensidad después del mediodía. Allí estábamos Miguel y yo buscando una alternativa para bajar a Río Rioja, nivel activo y llave del sector más remoto de la cueva. Ni Manu, ni el Pelos pudieron venir, únicos espeleos a los que invitamos a la incursión.
            Llegamos los dos temprano a la cita en Arredondo y por primera vez yo llegué antes. Mientras esperaba me deleité leyendo mi libro predilecto desde hace unos días. Una biografía de Copérnico muy bien documentada y ambientada. Desgraciadamente me durará sólo un par de días más. Pero tengo una buena cola de libros excelentes... Miguel me invito a un croasán que me ayudo a complementar el parco desayuno. De comida iba bien pero de líquidos iba muy escaso pensando que en los afluentes del Rioja podría aprovisionarme. Desgraciadamente la cosa fue que no alcanzamos el Rioja. 

            En un momentín nos pusimos en el parking de la curva en la pista que sube a Vallina. Una corta bajada por el bosque y ya estábamos entrando.  Miguel fue controlando la topo a menudo por lo liosa que le parecía. Luego a luego se dio cuenta que la ruta principal está muy marcada por las huellas. Pero no cabe duda que si no llevas la topo seguramente no llegas a donde quieres llegar aunque no te pierdas. Y es que hay varios pasos clave un tanto anodinos que parecen más bien rincones secundarios que una ruta principal. Parada obligada en la formación más famosa de Vallina: El Dragón. Y continuación sin paradas hasta el acceso clásico al Rioja. Para nuestro desconsuelo, y en contra de los pronósticos que yo me hacía, las cuerdas de los dos pozos no estaban puestas. Se trata de un pozo de menos de 10 y otro de más de 30. Para la próxima ya sabemos que hay que llevar las cuerdas.
            Además llevábamos los neoprenos para recorrer sin problemas, en su parte embalsada, el Rioja. Bueno, como teníamos tiempo decidimos mirar varios accesos potenciales al Rioja que no andaban muy lejos de la Galería FN. Primero lo más cercano, una ancha galería con varias ramificaciones y varios pozos. En un punto nos llamó la atención una obstrucción por bloques con fuerte viento y dando acceso a un pozo. En planta casi encima del Rioja. Tiene muy buen aspecto para alcanzar el río de una forma más directa. Pero hace falta desobstruir e instalar. Luego fuimos a unas pequeñas galerías muy pesadas de recorrer  -están cerca de Six Hundred Pesetas-   con abundantes laminadores y estrecheces que llevan a uno o varios pozos. La topo no se corresponde bien con lo que vimos. Mientras yo dormitaba delante de una gatera Miguel avanzó más y consiguió llegar a los pozos que estaban sin instalar. Además la topo indica que la continuación es un acceso al Rioja por un afluente sumamente estrecho. 

Finalmente volviendo a la Galería de la Zorra tomamos el camino que asciende a una gran sala (Swirl Chamber) en donde merendamos. Continuamos luego por una hermosa galería arenosa hacia el oeste, más o menos lo que podría ser la continuación de la Galería de la Zorra, hasta un pasamanos muy mal instalado con una cuerda dinámica que luego asciende hasta una galería superior. Mientras Miguel echaba un largo vistazo yo miré algunas desviaciones modestas. Una de ellas daba a un pozo sin instalar y otra a un hermoso pozo que tampoco parecía haber sido descendido. En general parece que hay muchas pequeñas galerías que están solo miradas por encima, a la ligera. Como Miguel tardaba me tumbé a soñar y me deslicé a un entresueño plagado de imágenes eróticas rescatadas de los recuerdos de este verano. Me contrario que Miguel volviese antes de acabar mi viaje astral. De nuevo juntos, volviendo levemente  atrás la galería arenosa, localizamos la entrada a la larguísima Galería de la Cisterna. El pozo de acceso no estaba instalado.
            Pase sed pero la vuelta a la superficie se nos hizo muy corta. A las cinco ya estábamos fuera. El ruido del viento enfurecido era como el mar. Mientras subía hacia Alisas tuve que tener cuidado, el viento había llenado toda la carretera de ramas y amenazaba con derribar algún árbol. 

           A la caída de la tarde me sume a una magosta organizada por nuestro amigo Pedro Crespo en su cabaña del barrio Tirao de Suesa. Allí, frente a una fogata repleta de castañas, me tumbe entremezclando mis sueños y las vivencias del día...

27/9/10

Madre de Dios (25/9/2010) Sistema del Alba

            Puse todo el empeño en ésta salida pues hacía muchos años que deseaba materializar este proyecto. El viernes 24  pasadas las tres conseguíamos partir  hacia Benasque en la furgoneta de Julio. Atrás quedaban un buen puñado de seres humanos a los que, por diversas razones, no les había sido posible venir. Por otra parte nos sorprendió la energía de Joaquín conduciendo en solitario desde Murcia a Benasque para visitar el Sistema del Alba.  También quedaban atrás un cúmulo de pequeñas dificultades -cuerdas, tienda de campaña, localización de materiales prestados, etc- que tuvimos que ir resolviendo a lo largo de la semana.
            A lo largo del viaje nos acompaño un atardecer en technicolor y cinemascope. Manu condujo hasta Pamplona, Julio hasta Graus y el resto yo. Alrededor de las diez pasábamos Benasque. Según subíamos hacia los Baños el termómetro caía en picado. En el aparcamiento de los Baños nos recibió un fuerte viento, lloviznas intermitentes y unos 8º C.  La furgoneta de los andorranos estaba aparcada allí mismo aunque Pep y Bruno se habían refugiado en el bar. Pensaban pasar la noche en el Hotel de los Baños así que me prestaron su furgoneta para dormir. Manu y Julio dormirían en nuestra furgoneta. Cuando ya me iba a retirar apareció Joaquín que aparco al lado. Mantuvimos una corta conversación antes de irnos al saco.
            La noche fue toledana para algunos. El viento zarandeando las furgonetas y los aguaceros repicando sobre el metal contribuyeron a minar la moral del grupo. Apenas pegué ojo, al igual que Julio, pero la mayoría dijo haber dormido bien. La cita para prepararnos era a las siete y media pero cuando asomé la nariz me recibieron un viento helado y el aguanieve que caía del cielo plomizo. El ánimo del personal estaba por los suelos. Julio y Manu declararon su intención de no subir y yo tampoco lo veía claro. En cuanto a Joaquín parecía a la expectativa. Fue Pep quien nos rescato de este estado depresivo. El cambio de chip se produjo cuando, burlándose un poquito de nosotros,  nos contó que en su estancia en el archipiélago Madre de Dios, en la Patagonia chilena, todos los días hacía un tiempo parecido a éste. A veces el viento era tan fuerte que tenían que aferrarse a las piedras para no ser derribados sobre los afilados lapiaces.
            Finalmente antes de las nueve nos pusimos en marcha hacia el Lago del Alba. Pep, Joaquín, Manu y yo íbamos a hacer la travesía. Bruno nos acompañaría en plan excursionista aguerrido hasta la boca del Bujerín del Alba. Julio prefirió pasar un día tranquilo en el valle.
            Al principio íbamos forrados pero enseguida -la subida tiene una fuerte pendiente con trepadas incluidas- tuvimos que quitarnos prendas. Mediado el ascenso comenzó una ventisca con aguanieve que fue convirtiéndose en copos algodonosos de nieve. Estos cambios nos obligaron a reajustar varias veces la indumentaria.  Los últimos repechos del sendero hasta el Lago del Alba los hicimos pisando nieve.
 
            A orillas del lago libramos una batalla contra el frío para terminar de prepararnos. A todos se nos helaron las manos a pesar de actuar contrareloj. Finalmente un corto ascenso de 50 metros por la empinada ladera izquierda del lago nos depositó junto al Bujerín del Alba. El aire que salía por la boca -bastante frío en sí mismo- nos parecía en aquel momento una buena calefacción. Nos colamos por la gatera de entrada aliviados de poder abandonar el helado mundo exterior. Incluso Bruno, a pesar de su aversión por los sitios cerrados, se metió unos minutos hasta el hall del primer pozo.
            Animados por el cambio de clima pudimos disfrutar la belleza de los primeros pozos, anchos, limpios y de un hermoso color blanco. Cosa que no nos esperábamos por los comentarios que habíamos oído y/o leído. En la base del primero -32 metros- encontré el cadáver perfectamente conservado de una lustrosa marmota. Uno siempre siente pena por los animales que encuentran la muerte en un sitio tan desolado como el fondo de una sima pero la perfecta conservación de éste quitaba dramatismo al hecho. Paredes blancas en los meandritos que unen al segundo pozo -16 metros- y al tercero -56 metros- estrecheces y agua en pequeños embalses que obligan a mojarse por debajo de la rodilla o, como alternativa, a hacer malabarismos para pasar. Yo opte desde el principio por no preocuparme de la mojadura, mientras Manu y Joaquín se lo curraron a brazo partido por evitar el agua.
            El pozo de 56 lo instalo Pep mientras los demás chupábamos frío observándole. Para evitar roces en la zona convexa del principio la cabecera se presenta en volado (me recordó el último pozo de la Toño-Cañuela). Un primer tramo de 18 metros nos deposita en una hermosa repisa. Se continua por un tramo de 38 metros que estaba instalado con cuerdas fijas. Estaban hinchadas y nos ofrecieron una bajada poco elegante debido a la falta de fluidez en el deslizamiento, aunque el pozo era de lo más estético. Justo en la base del pozo aparece el Río Avall procedente del Lago del Alba.
            La Escala Fosca es una cascada escalonada que se baja por un lateral. Es un lugar verdaderamente hermoso aunque para contemplarlo en toda su pureza necesitaríamos una iluminación poderosa. Manu se quejaba del frío cada poco tiempo, Pep había tenido que pasarnos parte del contenido de su pesada saca -un equipo de spitar-  y Joaquín se mantenía muy silencioso como de costumbre. Yo empezaba a estar contento aunque, como siempre que me muevo por una travesía desconocida, algo de estrés había. Después de algunas revueltas y resaltes accedimos a la Sala Maldita por una galería fósil.
            Pep nos había sugerido hacer la nueva vía, descubierta hace poco por el ECS, que une la Sala Maldita con la Sala Leonor. Se trata de una alternativa más larga que la ruta clásica pero mucho más bella e interesante. El único inconveniente era que Pep no la conocía, en contraste con la cantidad de veces que había recorrido la clásica. Pero la reseña que traíamos afirmaba que la ruta no tiene pérdida y que esta perfectamente balizada.
            La salida clásica de la Sala Maldita está en su centro, entre unos grandes bloques, pero para entrar en la nueva vía tuvimos que ascender una pedrera por la derecha de la sala hasta una oquedad que se forma en su parte más alta. Se accede así a una gran grieta por la que se avanza entre desprendimientos hasta que se desfonda. Aquí encontramos un pasamanos muy largo, técnico y aéreo que nos obligo a emplearnos a fondo. Madre de Dios y Madre del Amor Hermoso fueron las frases más manidas aparte de los tacos clásicos. Tuve que sacar el pedal para poder cambiar los cabos de un tramo al siguiente. Lo peor fue que más abajo estaba instalado un pasamanos alternativo. La incertidumbre nos acompaño hasta que vimos que ambos llevaban al mismo lugar...
            Vinieron varios pozos y pasamanos más y accedimos a la hermosa Galería de las Marmitas. Montones de gours tapizaban el suelo. Manu me pedía que hiciera fotos pero yo andaba más ocupado en avanzar que en sacar el trípode. Y desembocamos en el Agujero Negro -40 metros-, hermoso pozo, ancho como una sala y tremendamente oscuro. Baje el primero siguiendo las cuerdas fijas hasta encontrarme con la desagradable situación de la cuerda casi partida -quedaban cuatro hilos del alma- a mitad del pozo. Volví  a remontar hasta alcanzar la instalación de acero inoxidable para cuerda doble.  La instalación nos llevo pocos minutos. En general  no hay que fiarse nunca del estado de las cuerdas fijas.
            Siguiendo aguas abajo bajamos un pequeño pozo y recorrimos la Galería de las Pisolitas hasta la cabecera del aéreo pozo sobre la Sala Llopis -27 metros-  que nos desconcertó por completo. Una extraña instalación: por un lado cuerdas en fijo hasta el fondo de la sala, por otra parte un cuerda tensa bajando a unos 75º de inclinación hacia la parte opuesta de la sala???  Pep comenzo el descenso por las fijas utilizando la otra cuerda como guía. Pero desistió al poco y comenzó a subir de nuevo. Instalé un rapel con la cuerda de 40 y me deje guiar por la cuerda tensa. En lo que yo pude entender el único sentido de esta guía es evitar los roces con los salientes de la pared a plomo, pero me quedó la impresión de algo artificioso y gratuito.
            A partir de la Sala Llopis la continuación resultó evidente y la balización impecable. Además la sensación de haber pasado lo más complicado nos hacía sentirnos más a gusto. El bonito Pozo Fantasma  -27 metros-  dio paso a otros tres pozos y resaltes sumamente divertidos y en poco tiempo alcanzamos un resalte equipado que nos saco de la galería hacia la izquierda conduciéndonos a una sucesión de toboganes y rampas algo laberínticas. El buen humor cundía por doquier ya que veíamos cerca la Sala Leonor y pensábamos que de allí a la salida sería un agradable recorrido. Cinco minutos antes de la sala nos desviamos a un campamento bien pertrechado de tiendas, cuerdas, agua y todo lo necesario, donde nos sentamos a tomar un refrigerio.
         La cascada de la Sala Leonor es magnífica. El estruendo de toda el agua que viene del Lago del Alba cayendo en un salto de más de 50 metros produce una fuerte impresión. Remontando hacia la izquierda la sala nos unimos a la ruta clásica y enseguida comenzamos a bajar varios pozos pequeños muy bien instalados. Al principio este sector me resulto divertido pero poco a poco se empezó a hacer pesado por la cantidad de trepadas, destrepes, oposiciones, estrecheces, gateras, pasos atléticos, resaltes equipados, pasamanos, meandros desfondados que íbamos encontrándonos sin un respiro. Para cuando vinimos a darnos cuenta se nos hizo evidente que estábamos en la principal dificultad de la travesía y que poco a poco nos estaba minando la energía. El Bar, el paso Pilé 43, el Estripamonos son algunas dificultades con nombre, pero en realidad todo el recorrido es una dificultad mantenida de casi dos kilómetros en la que terminas confundiendo unas cosas con otras. Un paso atlético me hizo alcanzar el punto de cansancio manifiesto. En realidad todos estábamos cansados. Se nos acumulaba la noche toledana, con el ascenso hipotérmico, con la tensión de la zona desconocida y con el esfuerzo acumulado en multitud de pasos. 
Algo antes de las nueve de la noche Manu y yo asomamos el hocico por la Cueva del Alba a la fría noche y unos minutos después aparecían Joaquín y Pep. Me resulto largo llegar a los Baños y tener que cambiarme. Solo pensaba en sentarme placidamente a una mesa en un sitio cálido y tomarme una sopa. Para mi sorpresa a Pep le quedaba energía para bajar a Benasque con Bruno a cenar chuletones. Manu, Julio, Joaquín y yo nos quedamos en los Baños en donde nos ofrecieron una sencilla cena. Cerraban la temporada al día siguiente y ya se había ido la cocinera. Eso si, nos bebimos dos botellas de Viñas del Vero entre los cuatro. 
Esa noche dormí en una buena habitación del Hotel después de darme una ducha de media hora de agua termal hirviendo. Me hizo compañía una pequeña serpiente negra que me hacía frente valientemente. A la mañana siguiente habíamos quedado todos, incluidos los andorranos, para tomar un almuerzo en Benasque. Pep me contó la historia de las serpientes en los Baños. El se había encontrado dos veces con serpientes. En una ocasión con una de un metro y medio que la encargada del hotel saco a escobazos de las duchas. Por lo visto los romanos introdujeron estas serpientes que limpian las aguas termales de batracios y de todo tipo de bichos de forma que se hicieron endémicas en el lugar.
               Después de almorzar Joaquín y yo fuimos a probar un par de vías de escalada en la escuela de Benasque. A la una nos reunimos con Manu y Julio, tomamos un aperitivo y partimos hacia casa. A Joaquín le quedaba un largo viaje en solitario. En Graus nos dimos el placer de una buena comida en un  restaurante agradable pues aún nos quedaban muchas horas de carretera...

4/9/10

B&W (4/9/2010) Sistema del Lobo


          Esa decisión llevaba tiempo colgada en la lista de cosas pendientes. A menudo me corroía, y terminaba por obligarme a disparar varias veces sobre el mismo objeto. ¿Cual era el mejor modo de hacerlo? Dependiendo de los detalles todos los modos parecían tener ventajas y, para complicar el asunto, además quedaba olvidado el orden en que había hecho los disparos. Sin embargo durante el verano del 2010 seguí experimentando, de vez en cuando, las distintas formas de disparar. Ahora ya era septiembre y de nuevo surgió la cuestión.

            Había quedado con Pep el primer fin de semana de Septiembre en los Baños de Benasque para conocer el Sistema de Alba. La cosa no pudo ser por un esguince de última hora que le retuvo en Andorra. Con los amigos de Santander, Madrid y Murcia que iban a venir reconducimos el plan Alba transformándolo en el plan Lobo. La interesante travesía  Torca Fría >>>> Cueva del Lobo enriquecida con una visita a la galería del Eurotúnel. Así quedo formulado el plan.
            Pepe, Antonio y Hugo de Madrid, por un lado, y Manu y yo, de Santander, por el otro. El viernes por la noche los madrileños pernoctaron en los Altos del Asón dentro de una autocaravana Hymer, propiedad de Pepe. Me reuní con Manu a las ocho y media del sábado en Solares. Seguimos de inmediato hacia Arredondo y Asón y, montando a los tres madrileños en la furgoneta de Manu, terminamos el viaje en la Pista del Carrascal. Los detalles de los preparativos, que ya habían comenzado un rato antes en el Collado de Asón, se hicieron pesadísimos. Debido al aburrimiento la necesidad de disparar apareció sin llamarla. Primero dispare a Hugo en Natural, luego a Manu en Estándar, estaba cogiéndole gusto al gatillo, a Antonio en Sepia y a Pepe en Vivido. Finalmente me dispare a mi mismo en Black&White. Y descubrí mi verdadero deseo: disparar Black&White.


           Hacia buena temperatura pero menos sol del que esperábamos. La subida desde el Carrascal nos hizo sudar a todos menos a Hugo, que no tiene una mota de grasa por no se qué extraño gen. Aunque me quede en pantalón corto pase calor, pero a partir del Pasillín de las Escalerucas apenas había subida -se llaneaba todo el tiempo- y el camino se hizo delicioso. Poco después sorprendíamos una apretada manada de caballos refugiados a la sombra de la Cueva Fría.
            Los tres pozos de entrada estaban completamente equipados y la instalación había mejorado sustancialmente con fijaciones de acero inoxidable. Las tres cuerdas que transportábamos, en previsión de que no las hubiera, habían sido un peso inútil.  Primero un pozo de unos 12 metros, luego otro de unos 20 y después un pozo -comienza con un desviador- que no se baja hasta el fondo sino que, siguiendo la cuerda y mediante un sencillo péndulo, conduce a una estrecha ventana por la que se continúa. Aquí está una de las dificultades mayores de la travesía: se trata de una estrecha fisura vertical que corta la galería y que deberemos ascender, son unos cinco metros, hasta alcanzar  una pequeña repisa en mitad de un pozo espectacular. Mientras esperaba dispare algunas veces a Manu, que venía a continuación, pero enseguida evacue el lugar para evitar amontonamientos. Finalmente por un pequeño resalte y un corto pasamanos aterricé en el Meandro de la Carpeta Verde y me puse a esperar.
            Había pasado un minuto escaso cuando empecé a congelarme. La corriente no nos daba tregua y busqué, sin éxito, algún rincón donde guarecerme. Me recordaba la sensación de haber entrado en una cámara frigorífica como una trozo de carne argentina preparándose para la exportación. La impaciencia me crecía como un enano que se te sube a la chepa. Intenté distraerme disparando a todo lo que pillaba aunque desgraciadamente no pude combinar B&W y paisaje nocturno. Y a meter prisa a los que no llegaban hasta que, afortunadamente, hicieron aparición y pudimos salir pitando.


            Mayormente hay que andarse con mucho ojo por los desfondamientos continuos y por varios cambios de nivel que hay que localizar. A pesar de que la señalización ha mejorado de forma sustancial es fácil despistarse. En los pasos más peligrosos hay cuerdas instaladas. Todo esto hace del Meandro de la Carpeta Verde un sector ameno y disfrutón. Pero solo es recomendable a espeleólogos que se muevan con facilidad en terrenos abruptos. En cualquier caso se puede llevar una cuerda de apoyo para asegurar algún paso cuando sea  necesario.
            Para cuando desembocamos en el  cruce con la Galería McGyver ya íbamos bastante animados. Les conté lo escasas que eran las instalaciones hace 15 años cuando estuve más interesado en el conocimiento del Sistema del Lobo. En concreto del largo pasamanos, que facilita y marca el camino actualmente, no existía ni las trazas. El paso se resolvía progresando por el fondo del meandro y realizando una escalada de unos quince metros en oposición y a pelo. Además había que tener “claro” el punto donde empezar a remontar. Todo esto nos fue abriendo el apetito y a la  altura del acceso al Meandro Maxim’s hicimos una parada para almorzar. Aproveche para disparar unas cuantas veces.
  
          Antonio y Manu no las tenían todas consigo. En el cruce con la Galería de los Torreros y la Galería de los Minusválidos el ambiente ya estaba caldeado. Sea como fuere conseguimos convencer a todos para añadir a nuestra travesía una visita al Eurotúnel.  El acceso a la ruta se hace desde los Minusválidos por una cuerda que remonta unos ocho metros hasta una pequeña galería colgada casi imposible de localizar desde abajo. Al comienzo las galerías son modestas, hay varias gateras, laminadores y estrecheces pero al cabo de unos 15 minutos se  desemboca en una amplia galería procedente del noroeste. Un poco más allá de este punto mis observaciones sobre el terreno dejaron de cuadrar con la topo. Había mucha ambigüedad  en la posición. Tras un rato que se nos hizo bastante largo y después de pasar varias sitios característicos hicimos un alto. Mirando hacia abajo vislumbre un catadióptrico. Sin embargo en la señalización de esta zona no habíamos visto ninguno antes. Me entro una sospecha que instantes después confirmo Hugo: era uno de los catadióptricos que el había colocado hacía un buen rato. Estábamos en un círculo. Después de esto me desanimé,  pensé en que nos faltaba un buen trecho  de la travesía y que volver a buscar el camino correcto hacia el Eurotúnel nos iba a llevar demasiado tiempo subjetivamente hablando.
            Había un cierto tono de buen humor según avanzábamos por los Minusválidos. Se nos estaban antojando unas buenas cervezas. En la Sala del Carbón, donde desembocan los Minusválidos, el Meandro de la Fourche y el de la Machoire, hicimos una paradita en donde casi acabamos con los líquidos y con los sólidos. El buen humor subió uno o dos puntos. Me acerque al comienzo del Meandro de la Fourche donde una cuerda colgaba dócilmente y un bloque siniestro hacía guardia. Al poco reanudamos la marcha.
            A partir del Meandro Negro, que desemboca en la Sala del Balcón, lo mejor es tener las cosas muy claras. La única dificultad que resta es un largo meandro desfondado y algo técnico, pero las posibilidades de despiste, pese a la cantidad de señalización que hay, se multiplican por diez. Una gatera sopladora nos lleva hasta la Sala de la Cabra y de aquí hasta la salida las galerías se hacen de grandes dimensiones. Todo esto nos llevo poco tiempo. Estaba atardeciendo cuando salimos al bosque de hayas cubierto por un grueso manto de hojas secas. Bajamos hacia el Carrascal -Hugo disfrutaba como un niño dejándose rodar por el manto de hojas- siguiendo una senda algo enrevesada. Junto a la furgoneta nos encontramos a un paisano motorizado sobre tractor que buscaba unos caballos. Le pregunte por unos agujeros cercanos al Carrascal pero no sabía nada de nada. 


           Ya de noche, pero temprano, pedimos una buena cena en el bar Coventosa de Asón. Hice labor de enganche para enrolar en los varios proyectos en que ando metido. Por orden de prioridad: Gándara, Hoyo Salcedillo, Vallina y Lobo. Aparte exploraciones de Udías a las que no les estoy haciendo mucho caso últimamente. Conseguí una declaración de buenas intenciones por parte de Hugo. En cualquier caso dejamos a los madrileños preparándose para una velada repleta de mus, alcohol y red bull. Incluso consiguieron una bolsa de cubitos de hielo. Manu, con pocas ganas, y yo volvimos a la costa...