22/5/11

Cirios (22/5/2011)




En cuanto pude mirar la pequeña topo de lo que habíamos visitado con los franceses hace unos meses en la Cueva del Gándara me motive de nuevo para volver a esa remota zona. Siempre se debe hacer acopio de energía  para cualquier empresa que uno acomete y más cuando sabes que te espera un duro y enrevesado camino. Miguel y yo preparamos esta incursión con poca antelación y a él le costo soltar algunas amarras. Invite a Manu y a Sergio, y a algunos más de forma indirecta pero, qué lástima, no pudieron sumarse. Como dos es un número inadecuado para una actividad de este tipo Miguel invito a Oskar, un de sus compañeros del Burnia, que se sumo al pequeño grupo.
Era el día de las elecciones locales/autonómicas y fuimos, como buenos demócratas, a depositar nuestras papeletas en cuanto abrieron los colegios electorales. Poco después, eran algo más de las diez, nos vimos en Ramales.
En Soba el tiempo estaba neblinoso pero habíamos dejado atrás la lluvia que empapa cerca de la costa. Realmente el tiempo invitaba a estar bajo tierra. Decidimos ir con calma, pero por mucha calma que quieras llevar la ruta hacia los Cirios es dura por la cantidad de trepadas, destrepes, pasos atléticos de todo tipo, pequeños ascensos de cuerdas, arrastradas y contorsiones variadas que se suceden sin pausas. Finalmente alcanzamos el inicio de la zona objetivo en dos horas y media aproximadamente y como recompensa comimos barritas energéticas y líquidos variados.
Una gatera ridícula, insospechada y en el sitio inadecuado permitió el paso a una zona más amplia donde tomamos una galería hacia el oeste que devino en lecho de oscura arenisca. Incluso recorrida por un pequeño río. Muchas desviaciones a izquierda y derecha prometían algo y algunas sin duda tenían contenido neto, pero nosotros seguimos hacia el oeste. Por un caos de bloques poco prometedor desembocamos en una amplia sala concreccionada con estalagmitas y macarrones muy similares a las de otras escondidas salas de este sector. Disfrutamos un rato del paisaje y volvimos a emprender la búsqueda de una continuación.
Esta vez nos repartimos el trabajo ya que no estaba nada claro el tema. Al poco tiempo Oskar encontró un pasaje minúsculo por el que nos deslizamos hacia otra sala también concreccionada y pequeña. Más allá una zona de enormes bloques tuvo que ser negociada con subidas, bajadas y revueltas que, menos mal que se nos ocurrió, balizamos con hitos. Gracias al destino los bloques se acabaron y pudimos entrar a una galería llena de paz. Suelos de arena compacta y hermosas decoraciones sembradas por doquier. El premio al esfuerzo de una dura incursión en las entrañas de la tierra. Miguel hacía fotos. Avanzamos por la bonita galería hasta que se acabaron totalmente las posibilidades de avance en una zona discoidal pavimentada de frágiles cáscaras y sostenida por pequeñas columnas. Allí descansamos.
Volvimos a la sala grande y dedicamos un buen rato a realizar cuatro fotos pintadas. Sin duda fueron posibles gracias a la paciencia de mis compañeros. Además Oskar calentó una sopa con un infiernillo de parafina. Es importante tratarse bien en el duro ambiente de las grutas húmedas y frías, ocho grados, porque el cuerpo siempre responde a eso con energía renovada. Asi que practicamos una apacible sentada llena de encanto en la que nos alimentamos como no solemos hacerlo en otras incursiones.
Para volver hacia la salida escogimos otra galería que conectaba a unos doscientos metros con la que habíamos tomado para venir. Su comienzo nos resulto especialmente complicado por el paso de un laminador muy bajo. Oskar y Miguel solo consiguieron pasar cuando se quitaron todo los aparatos de progresión. Yo tengo ventajas en esos casos. De cualquier forma he de decir que la galería merecía el esfuerzo que realizamos. Había bonitas concrecciones y un hermoso suelo pulido y negro.
El resto del proceso de salida me lo tomé con confianza. Me sentía bien y conseguí reducir los efectos mentales del cansancio a mínimos manejables. De hecho me sentía casi eufórico cuando, a las nueve y media, lleguamos al coche. Lo que no había cambiado apenas era el tiempo. Seguía neblinoso. Pero a pesar de ello celebramos con cerveza las nuevas riquezas que habíamos compartido.  





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