17/9/11

Tembleque (17/9/2011) Sistema Pozalagua

  Fotos by  Miguel F. Lliria


Es un hecho ajeno a mí que me resulte casi imposible confiar plenamente en los demás. Y sin embargo -reconozco mis contradicciones sin empacho- no tener que asumir responsabilidades de guía, ni estar obligado a pensar en la logística de una travesía espeleológica, me encanta. El que yo y Miguel fuéramos a jugar el rol de clientes mientras que Hugo, y en menor medida Zaca y Pepe, fueran a actuar como líderes del grupo era un hecho nuevo e inusual para mí en esta zona norte. De alguna sutil manera -quizás un psicólogo podría explicárnoslo- esto actuaba perversamente, produciendo un particular cuestionamiento del líder y debilitando la cohesión y concentración del grupo. Me estoy imaginando que todos los integrantes de Espeleo50 esperan que Hugo, al ser el más joven y fuerte,  vaya asumiendo progresivamente mayor responsabilidad en la organización y liderazgo de las salidas; en el fondo creo que es lo que está sucediendo.
Para todos los componentes del grupo, salvo para mí, la integral Perilde ⟾ Goba Haundi constituía un reto pendiente. En una ocasión anterior, creo que hace menos de un año, habían llegado a alcanzar el Lago Verde. Mi objetivo principal era disfrutar al máximo de las bellezas de la cueva, divertirme con los amigos, todo ello sin partirme la crisma y sin cansarme demasiado. En mi fantasía esperaba una travesía fácil, corta, de unas cinco o seis horas a lo más, para poder estar al día siguiente con ánimos de escalar. La realidad se encargaría de convertir mis pretensiones en humo.
A las nueve y media de la mañana me reuní con el resto del grupo en Tertanga, cerca de Orduña, después de haber conducido una hora y media desde Santander. Andaban -dentro de la autocaravana- un poco resacosos, pero no demasiado. Para espabilarles les hablé de un modesto proyecto de exploración con posibilidades de dar con algo interesante. Mientras me comía unas tostadas fabricadas por Pepe uní mis escasas provisiones -galletas y una tarrina de almendras-  al  desayuno general.
Después de subir el Puerto de Orduña y de dar varias vueltas, gastando ruedas y perdiendo un tiempo precioso, todo para satisfacer el capricho de comer pan del día, por fin aparcamos cerca de Perilde. Andaba por allí un grupo muy numeroso de Madrid, pero sus integrantes no parecían decididos a entrar. Nuestros preparativos se hicieron eternos, casi parecían una competición de natación en leche condesada, y cuando vinimos a darnos cuenta estábamos entrando a Cueva Perilde a las doce de la mañana. Teniendo en cuenta que las guías dan unas nueve horas para la travesía entre bocas, teníamos todas las papeletas para tener que bajar de noche el barranco de Goba Haundi.
Acababa de entrar y solo pensaba en salir cuanto antes. Eso fue al principio. Como que no estaba presente en lo que estaba sino en el plácido futuro, en un paisaje tranquilo y boscoso con jirones de niebla dejándose caer. Pero la cueva me fue ganando el corazón hasta que me olvidé del tiempo. Para evitar complicaciones había decidido llevar por toda indumentaria un neopreno de windsurf/3mm. Realmente fue una buena elección por la comodidad de movimientos que proporciona, pero desde el punto de vista del confort térmico resulto insuficiente. Había subestimado la características acuáticas de la travesía. Si alguien ha hecho la tradicional Cuivo ⟾ Mortero de Astrana tendrá una indicación de lo que le espera en esta travesía. Sin embargo las zonas acuáticas del Sistema de Pozalagua son mucho más prolongadas y con varias zonas de natación obligada. Desde el principio hasta el final hay multitud de galerías inundadas y a menos de veinte minutos de la salida todavía hay que cruzar dos lagos nadando.
Los hermosos gours  de gran tamaño abundan en esta cueva. Hay algunos en que el agua te cubre. En realidad los gours gigantes constituyen la clave que hace posible esta travesía, pues originalmente sifonaban la galería principal de Perilde, al ser su represa más alta que ciertas zonas del techo. Los exploradores del Grupo Edelweiss tuvieron que horadar al menos dos, de forma que al bajar bastante su nivel original de aguas liberaron sendos sifones.  Es una bonita historia que puede encontrarse en la web del grupo Edelweiss.



 Fotos by  Miguel F. Lliria



La primera movida ocurrió justo después del Lago Verde cuando me di cuenta que ninguno traía la descripción de la travesía ni tampoco la recordaban. En realidad no sabíamos que tipo de continuación seguía y había tres posibles: subiendo una cuerda a una galería colgada, continuando por un sendero cómodo la galería hacia arriba o forzando el caos de bloques, justo a la salida del lago, por algún camino a descubrir. El no saber lo que estábamos buscando me produjo mucho más estrés que el no encontrarlo.  El personal se disperso totalmente y Zaca encontró la continuación entre los bloques por un paso muy estrecho marcado por una flecha tallada. Enseguida olvidamos todo gracias a la belleza de la continuación; sin embargo la relajación total me abandono. Además después de atravesar el Lago Verde no me sentía confortable. El agua me robó más calor de lo que me esperaba.
La Galería de la Pesca es un laminador lleno de barro casi líquido sumamente desagradable. Una segunda movida ocurrió al final de ésta. Al no verificar con brújula y topo una bifurcación con indicaciones confusas nos fuimos por donde no era. No paso mucho tiempo para que todos los indicadores se nos empezaran a poner en rojo y, finalmente, terminamos en una ratonera. Volvimos hasta la confluencia y verificamos direcciones de galerías y posiciones. A partir de aquí ya no dejaría de comprobar por mí mismo cada posible cambio de galería con topo y brújula. Me había ganado la desconfianza. Por otra parte unas cuantas zonas totalmente acuáticas me habían conducido al tembleque. Cada vez que parábamos estaba deseando reanudar la marcha para calentarme. Hugo empezó a pedir parada para comer; Zaca y Pepe también. Miguel y yo preferíamos seguir y siempre poníamos la excusa de encontrar una zona seca para estar más cómodos. Por fin algo antes de una zona conocida como Los Desfondes paramos. Comí un poco y no esperé a que los demás acabaran, salí de allí corriendo para entrar en calor. Varios días de antibióticos también contribuían al tembleque. Para rematar la faena a los tres cuartos de recorrido de la gran galería de Goba Haundi tuvimos que nadar de nuevo. Me queje amargamente y pase lo más deprisa que pude.
Anochecía cuando alcanzamos la salida. Habíamos tardado siete horas y media en hacer el recorrido, pero aún nos faltaban más de dos horas para terminar del todo. La cosa es que la senda de bajada atraviesa unos prados sumamente inclinados en los que ya ha habido varios accidentes. Para evitar problemas es mejor bajar por el barranco que forma la salida de la cueva. Sin embargo esto implica tener que descender una cascada de sesenta metros, algún pequeño rapel y bastantes resaltes, lo que lleva tiempo de instalación y recogida de cuerdas. Además las piedras del barranco tenían una pátina de algas o líquenes que los hacía, quizás también por la llovizna presente, resbaladizos como el jabón. El caso es que conseguimos, con paciencia y el control de Hugo, bajar hasta un punto en que una pista a la derecha ponía fin a todas las dificultades. Solo restaba caminar plácidamente por el bosque. Un toque mágico se desprendía de las salamandras que invadían el sendero, al abrigo de la noche húmeda y neblinosa.
A las diez y media, plácidamente sentados en la autocaravana, consumíamos pistachos para matar el hambre. A ellos les quedaba subir el Puerto de Orduña para recuperar el coche de Miguel y las barras de pan. A mí, conducir hasta Santander pasando más hambre que un gitano.






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11/9/11

Flecos (11/9/2011)





Cueva del Torno

Un día del pasado Junio las circunstancias nos obligaron a cambiar el plan de visitar Vallina Remota por el más modesto de la Cueva del Torno. En esa ocasión Pelos y yo descubrimos -mientras hurgábamos en las galerías que se aproximan a Cueva Riaño recientemente descubiertas por los británicos-  una galería superior con formaciones blancas. Le comuniqué a Peter Smith nuestro pequeño descubrimiento y quedamos para, en algún momento del verano, explorarla con detenimiento.
El primer fin de semana de Septiembre, exactamente el domingo 4/9/2011, en la plaza de Solórzano me encontré con Peter para realizar la proyectada visita al Torno. Debatimos dos posibilidades para aproximarnos hasta Torno Chamber. Una por la zona fósil y otra directamente por el río. Escogimos la última, pensando que la cantidad de agua sería mínima y que mojarse un poco tampoco tendría importancia. Por el camino Peter me mostró un bypass, en la zona del meandro desfondado, que ahorra bastante esfuerzo. En una hora, más o menos, nos encontrábamos bajo la galería vislumbrada por Pelos y yo.  
Dejé la saca en la base de la trepada -justo en la amplia galería meandrosa por la que habíamos venido- para evitar engorros en las estrecheces. Peter no llevaba saca. Buscando eludir lo peor de la trepada intenté, primero, subir por un camino alternativo que se revelo muy problemático: un gran bloque que teníamos que sortear escalando por su izquierda se movió al tocarlo. Decidimos que era mejor usar lo malo conocido que lo peor por conocer.
El tránsito por la nueva zona nos llevo primero a una pequeña sala con concreciones blancas. La tónica dominante de la nueva galería consistía en grandes bloques recubiertos de una capa de tierra sedimentada. Se trataba de una sucesión de ensanches -llamémoslas salas- interceptadas por pasos más estrechos y/o con cierta complicación. Finalmente todas las posibles prolongaciones se colmataban por sedimentos. Varios pozos evidentes quedaron sin poder bajarse. Sin embargo al volver, en un recodo, observamos una bajada hacia el nivel inferior.Destrepando con cuidado entre corales y formaciones alcanzamos la continuación de la galería principal más allá de los derrumbes.
Por supuesto esta galería si que estaba explorada. No había dificultades ni desviaciones hasta una pequeña trepada equipada con una cuerda con nudos. A la derecha abandonamos alguna posibilidad de continuación, pero nosotros seguimos por el camino más transitado y evidente. Desembocando en una amplia sala comprobamos varias posibles continuaciones hasta que dimos con la que parecía mejor: un pequeño pozo que no pudimos bajar por no llevar equipo vertical.



Agujero Soplador

          Hace como un año algunos integrantes de Espeleo50 alquilaron una casa en Soba. Durante su estancia descubrieron en mitad de un prado un agujero que exhalaba un fuerte soplo helado. Les quedo la curiosidad de echarle un vistazo, ya que el escandaloso soplo auguraba algo importante bajo tierra. Mi amigo Miguel era el más curioso de todos y un día de la primavera pasada fuimos a Soba con intenciones de entrar en el agujero. El propietario del prado nos dijo que nunca nadie había entrado a ese agujero. Parecía una perita en dulce. Sin embargo ese mismo día descubrimos dos cosas:

1)   El agujero era bastante estrecho y se convertía mediante un incómodo paso en un pozo.
2)   Había cuerdas en el pozo

¿de quien serían las cuerdas? ¿cuánto tiempo llevarían allí?

El segundo fin de semana de Septiembre (domingo 11/9/2011) me reuní con Miguel en Solares para entrar en el  dichoso agujero a satisfacer nuestra insaciable curiosidad. A las nueve ya estábamos aparcando en las cercanías. Nos llevo poco tiempo prepararnos y aproximarnos. Equivocadamente dejamos en la entrada una saca con cuerdas y algún material de instalación. Pasada las primeras estrecheces un pozo de apenas diez metros -destrepables con cierto riesgo- daba paso a una pequeña sala llena de derrumbes. La cuerda se colaba por el fondo de la sala entre una zona sólida y una rampa con bastantes derrubios que amenazaban taponar el paso. En previsión de problemas procedimos a retirar abundantes piedras, calzamos un gran bloque que se movía y fraccionamos la cuerda mediante un cordino a un puente natural. Miguel tuvo que volver a por la saca.
Un pozo ramposo bastante corto nos depositó en otra salita. La misma cuerda de antes volvía a colarse por el fondo entre piedras. Esta vez se trataba solo de una gatera seguida por una rampa y enseguida se llegaba a un ensanche del que solo podía salirse por la cabecera de otro pozo. Este nuevo pozo, por fin, se veía limpio e invitador. Estábamos en ascuas.
Dos fraccionamientos nos llevaron a un hundimiento. Se salía de éste por una ventana que daba a un pozo paralelo con forma de diaclasa. El fondo estaba tapizado de tierra y por un lateral se había hecho un duro trabajo de desobstrucción que produjo una gatera  modélica. Parecía que casi toda la corriente se encarrilaba por la gatera. Pero yo hubiera jurado que no toda. Al otro lado nos esperaba un chimenea adiaclasada con varios puntos interesantes.
El más llamativo era un estrecho pozo, bien sobado por el paso de exploradores, por el que parecía continuar la historia. Aunque hacían falta tornillos y chapas se podía destrepar sin problemas. Bajé hasta el fondo y comprobé que estaba tapizado de tierra compactada. Ninguna posibilidad por ahí. Unos metros más arriba, mientras iba trepando de nuevo, descubrí uno de los orígenes del soplo. Una estrecha fisura, menos de un palmo de anchura, se prolongaba sin que pudiera verse ningún ensanchamiento cercano. Descorazonador. Dedicamos un buen rato a mirar otras tres posibilidades: una trepada hacia las alturas buscando una ventana, otra hacia el extremo de la diaclasa y un meandrillo descendente que acababa en un lecho de guijarros. Por este último también se percibía un ligero soplo. En definitiva trabajo y más trabajo. De lo que no pudimos asegurarnos fue de la identidad de los exploradores aunque nuestra principal elucubración es que se trate de los mismos franceses que exploran la Red del Gándara.


Los Gorgullones

Era temprano aún y, en vista de que nos quedaban ganas de actividad, ese mismo domingo, 11/9/2011, fuimos a visitar una cueva en la que me había interesado hace más de diez años, en un tiempo en que el Sistema del Lobo era uno de mis preferidos.  
Un viaje bien corto nos llevo a aparcar el coche en un ensanche de la carretera a La Sía cerca de la desviación a las cabañas de Zucía.  Echamos un vistazo a los dibujos que tenía en las fotocopias y calculamos que un poco más allá, y algo por debajo de la carretera,  debía encontrarse la salida de Los Gorgullones. Se trata de un resurgencia así que debíamos buscar una vaguada con bloques y gravas.
Después de un rato peinando la zona habíamos encontrado de todo incluyendo sacos con cadáveres, paraguas, motores, neveras, bidones y de todo lo que uno pueda imaginar. También un hermoso bosque de hayas centenarias que me recordó los que se encuentran cerca de la Cueva del Lobo. A la media hora, más o menos, dejé de oír a Miguel. Le llamé a voces hasta que escuche una débil llamada. Unos cien metros hacia el este y en horizontal me reencontré con Miguel justo en la surgencia.
El laminador que da acceso al interior conducía una fuerte corriente de aire muy frío y un par de tubos de agua potable. Acompañamos a los tubos durante los primeros doscientos o trescientos metros hacia el interior, sembrados de pasos estrechos y de zonas laminadas o muy bajas, y en general comprobamos que no se trata de una cueva cómoda, pero si de una cueva relativamente limpia. 



La cueva, sin ser nada especial en cuanto a formaciones, posee cierto encanto. La limpieza de sus conductos y las formas talladas por el agua son algunos de esos encantos. Aguas arriba del torrente tuvimos que superar un paso agaterado, casi en el techo de la galería y bastante técnico, antes de encontrar la confluencia con la galería principal de la cueva. Por esta galería discurre el río más importante de la cavidad, siendo la surgencia de Los Gorgullones un trop-plein del sistema. Nos topamos enseguida con un pequeño lago represado que servía como fuente para las conducciones de agua potable. Para ser finales de verano podía considerarse que el torrente subterráneo traía un buen caudal.
Uno debería saber que aunque la pendiente sea poca siempre cuesta más subir y desde luego íbamos subiendo.  Algo más allá de la represa el terreno resultaba más cómodo, e incluso durante un tramo notable no tuvimos que reptar. Sin embargo siempre había trepadas, destrepes y pasos de embalsamientos con aguas profundas para los que había que emplearse a fondo. Empecé a cansarme de esta tónica y me puse remolón. Miguel me iba animando a ir siempre un poco más lejos. Finalmente llegamos a un punto en que unos laminadores acuáticos requerían mojarse y en este caso estuvimos de acuerdo los dos: no queríamos mojarnos.
En poco tiempo estábamos fuera y como seguía siendo temprano fuimos a tomarnos unas cervezas a La Gándara. Entre unas cosas y otras hicimos algunos planes para las próximas semanas. Para variar: no más que algo de espeleo.