15/1/12

Lucecitas 2

15/01/2012

Durante las primeras semanas de enero tuve en mente volver a la Galería-Que-Resplandece. La oportunidad cuajó el fin de semana del 14. Mi tarea prioritaria era comprobar una teoría sobre la niebla que se forma en ciertas zonas de la Cueva del Gándara. Se me había ocurrido hace poco. Pensaba que la dirección de la corriente de aire determinaría la presencia de niebla en base a la cantidad de humedad, a la temperatura y a la velocidad de expansión (al cambiar de cota) Para hacer fotografía en grandes volúmenes resulta imprescindible que el aire esté nítido. Y eso ocurre pocas veces en la Sala del Ángel. Se necesita saber a priori si hay nitidez.
Durante la semana hablé varias veces con Julio y quedamos para el sábado. Pero las circunstancias me obligaron a posponerlo al domingo. Julio no puso inconvenientes. El viernes nos vimos en la sede del club. Al principio no había casi nadie pero luego se animo la reunión. Entre otras muchas personas pude ver a Manu, a Juan, a Álvaro y a Iván. Percibí cierta tensión en el ambiente.
El sábado me acosté tarde, pero preparé todo para poder salir pronto por la mañana. Había quedado a las nueve y media con Julio. Me resulto grato que llegase más temprano que yo. Mi amiga Eva estuvo a punto de venir. Seguramente no vino porque no la animé demasiado. La Cueva del Gándara siempre resulta bastante exigente a nivel físico y ella solo ha visitado cuevas amables de unas tres o cuatro horas. Pero si su deseo es suficientemente poderoso vendrá. Antes de entrar en la cueva nos tomamos unas bebidas calientes en Arredondo.
Hacía bastante frío y las nubes no cubrían el cielo todavía. Como me esperaba el flujo de viento estaba invertido; la boca de la Cueva del Gándara aspiraba aire. Buen día para comprobar la teoría sobre la niebla. Sin embargo la corriente no era violenta, pues la diferencia térmica con el interior era de unos pocos grados. La temperatura media de la cueva es de 8ºC y por ahí andaría la exterior. La corriente invertida porta aire con poca humedad y repercute en poco tiempo en el aspecto de las superficies. Se observaba roca seca en la mayoría de las zonas que normalmente están húmedas y resbaladizas. Eso nos permitió andar más relajados que otras veces.
La necesidad de instalar el Pozo de las Hadas nos obligó a ir cargados con una cuerda de 50 y materiales de instalación. Aparte llevábamos otro mazo de unos 40 o 50 metros para abandonar en algunos puntos delicados de la Galería-que-Resplandece. El camino hacia el interior se nos mostro tranquilo. Nosotros no teníamos prisa y la cueva tampoco. El tiempo era nuestro. Nos habíamos apoderado de él.
Más allá de las gateras le recordé a Julio que, hace unos años, habíamos visitado la Galería-Que-Resplandece con Manu y Mavil. Se acordaba vagamente. La camisa de la cuerda que estrenábamos en el Pozo de las Hadas, de 9mm, era muy deslizante. Fue necesaria la fuerza bruta para frenar en los puntos necesarios. Sin embargo mi tranquilidad iba en aumento. La respiración de la piedra, rítmica y profunda, mágica en sí misma, se imponía sobre un cúmulo de hechos irrelevantes.
Mientras me aproximaba a la Sala del Ángel mantuve una expectativa optimista. El aire venía del este, la roca estaba seca y el ambiente se mostraba nítido. Incluso cuando me asomé a laSala el aire me pareció claro. Pero al avanzar un poco más por la suave pendiente -que acaba abruptamente en los pasamanos- me percaté de mi error. Cierto que menos que otras veces, pero había niebla. Suficiente como para impedir una buena foto. La teoría que había elaborado se me desmoronó.
Más tarde un paso algo delicado, seguido de una estrecha galería y de una trepada en oposición, llevaron a Julio a decir varias veces que estaba cansado. Le respondí varias veces también que el factor psicológico es la clave Con un poco de calma y yendo despacio seguimos adelante sin mayores problemas. La Galería-Que-Resplandece nos presentaba, como siempre, una sucesión sin pausa de pasos atléticos, delicados, peligrosos o sencillamente confusos. Es una galería en la que trepas, destrepas, te mueves en oposición, te arrastras, te encoges, te estiras… pero lo que normalmente llamamos andar, nunca andas.
Con cuidado llegamos al punto donde habíamos encontrado la continuación en la anterior incursión. Un poco antes instalé un pasamanos sobre un desfonde de paso fácil pero muy aéreo. Julio miro la trepada por la que había que continuar y me dijo que prefería quedarse descansando y dormitando. Intente convencerle pero yo no estaba seguro de que tipo de dificultades íbamos a encontrar más adelante. Así que decidimos que me esperase mientras yo avanzaba un tiempo indefinido.  No me gusta avanzar en solitario por terrenos delicados, pero Julio insistió, y me dijo que a él no le importaba quedarse solo esperando. Por lo menos iba a instalar la cuerda que me quedo pendiente la última vez.
Me encaramé a la parte alta de la galería por un paso expuesto pero fácil. Pensé que si me sobraba algo de cuerda la usaría para proteger este paso. No todo el mundo es ágil y decidido en todo momento. Una salita me dio paso a una estrechez con abundantes formaciones. Con sumo cuidado transité una zona de corales frágiles. Enseguida llegué a una colada que se desfondaba durante unos metros. Moviéndome en oposición el paso era fácil pero quizás también sería bueno protegerlo. Una corta trepada por colada y estalagmitas me condujo al desfonde del día anterior. Instale la cuerda en un puente de roca estabilizado por las calcificaciones naturales. Suavemente me deslicé por la cuerda posando con cuidado los pies en las paredes. Unos doce metros más abajo tome pié en la continuación de la Galería-Que-Resplandece.
La continuación no presentaba mayores dificultades. Hacia atrás la galería se obstruía por coladas y formaciones, hacia delante tomaba mayores volúmenes y permitía caminar. Se podía elegir entre distintas opciones para transitar; por arriba, por abajo, por la derecha o por la izquierda. Realmente la única preocupación que me asaltó fue que a la vuelta me despistase del camino correcto. Esdecir había veces que tenía que pensar por donde avanzar y no resultaba obvio el camino al mirar hacia atrás. Fui poniendo pequeños hitos que luego se me revelaron útiles. Pasé una zona de cristales blancos amontonados en el suelo, luego otra zona de coladas -de un color blanco cremoso que recordaba a la mantequilla de buena calidad- y algo después una zona de goursfósiles de orillas planas. Sobre ellos observé las nítidas huellas de dos o tres espeleólogos. No más.
Más allá la continuación exigió el paso de zonas con bloques desprendidos. Marqué la ruta cada vez que no resultaba obvia para no tener que pensar al volver.  Cada vez que marcaba volvía la mirada para ver la perspectiva de vuelta. Todo cambia de aspecto cuando miras  en sentido contrario. El tiempo transcurría sin un sentido claro de la duración. Podían haber pasado dos horas o media hora. Como no llevaba reloj tenía una sensación de incertidumbre. La galería continuaba. Solo unas débiles huellas me indicaban que el ser humano había transitado por ese lugar. Me hubiera gustado llegar hasta el final de lo explorado y probar suerte buscando posibles continuaciones pero decidí dejarlo para volver en compañía.
La vuelta hasta donde estaba Julio no me pareció tan larga como la ida. En un acogedor rincón comimos nuestras provisiones. Por el vacío que sentía en mis tripas debía ser tarde. Cuando, luego, fui a terminar de instalar el quitamiedos del resalte me percaté de que había olvidado la maza. En el último momento cuando ya recogíamos descubrí una piedra soldada sólidamente al suelo por la colada de calcita formando un puentecillo de roca. Me congratule de nuestra buena fortuna y pude terminar la instalación.
La vuelta por la Galería-Que-Resplandece fue más rápida que la venida. Julio estaba más animado pero tenía sus reparos con los esfuerzos. Sin contratiempos alcanzamos la boca cuando ya la noche era cerrada. A las ocho y media estábamos cambiándonos de facha en la furgoneta. No sentíamos el frío intenso por la buena actividad física que habíamos llevado adelante. Intente sacarle una promesa a Julio: un palizón de espeleo cada fin de semana como antídoto de todo tipo de males. Creo que me dio la razón y es más que posible que lo llevemos adelante. Antes de volver a nuestras casas recalamos de nuevo en Arredondo. Julio deseaba hablar de no se qué asunto con la chica del bar. Aproveché para beberme una cerveza con patatitas.

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