28/1/12

Bolas



          Sergio y Adrián estaban tan entusiasmados que me incliné a conocer la zona que acababan de descubrir el último fin de semana. Tuve que poner un empeño especial para convencerme a mi mismo de volver a Udias. Esa mezcla de mina y cueva que me hace sentirme extraño.  Me encontré con Sergio, Adrián y Jara en Mompía y nos fuimos a la segunda cita: Puente de San Miguel. Allí  nos  juntamos con Fran, Matías y Alfonso. Después de charlar un rato alrededor de unos cafés partimos hacia la entrada de Sel del Haya. Yo monte en la furgoneta con Fran y Matías. Por  el camino nos perdimos dos veces.
            Durante el reparto pude constatar lo poco organizado que está el material de exploración del club. Sergio nos convenció de que teníamos que topografiar hasta el comienzo de lo nuevo. Al principio me supo a cuerno quemado, pero me avine cuando vi que todos íbamos a topografiar, unos un tramo y otros el resto. Más o menos la mitad. Pero después de todo no sirvió para nada la buena voluntad. El disto solo funcionaba hasta 6 metros y el clinómetro no funcionaba en absoluto. Poco después Alfonso, Matías, Fran y yo sobrepasábamos al otro grupo y alcanzábamos el principio de las cuerdas.
            Subí el resalte, unos doce metros en total, y me alejé un poco hasta una zona de gours y estalagmitas. Me dediqué a intentar fotografiar bien aquello. Pero no conseguí dar con la clave. Mientras tanto oí gritar mi nombre varias veces. Supuse que estaban controlando donde estaba para acercarse o para tenerme ubicado. Me pareció imposible que me llamasen por algún problema. Sin embargo cuando volví, después de un buen rato y algo extrañado por la tardanza, Alfonso me manifestó su malestar por no haber atendido su llamadas. Fran había tenido un problema en el fraccionamiento.
            Continué con las fotos mientras se empezaba a instalar hilo señalizador y se seguía topografiando. Sergio me mostro unas repisas colmadas de formaciones. Alicia y Carlos aparecieron y se pusieron a mirar unas gateras que podían dar un acceso mejor a la zona. Pero enseguida nos fuimos todos hacia la zona realmente nueva por unas rampas instaladas. Arriba me dedique a colocar hilo señalizador mientras el equipo de Sergio, Jara y Adrián  volvían a la topo. No muy lejos se llegaba a la punta de exploración. Podía continuarse por unas plataformas superiores colmadas de formaciones pero, mientras Sergio y Adrián miraban esa parte, me encargaron investigar unos pasos estrechos para encontrar un cortocircuito. Jara se quedo conmigo.
            Tuve que romper unas estalactitas para poder pasar la primera gatera. Los laminadores que me encontré me parecieron muy poco prometedores. Parecía que suelo y techo se juntaban. De hecho estuve a punto de darme la vuelta. El primer intento de pasar fue un fracaso. Los trastos se engancharon firmemente en las rugosidades del techo. Me quité todo el equipo vertical de encima y se lo pase a Jara, que esperaba con paciencia al principio de las estrecheces. Me fijé en que había una débil corriente. Esto me animo. En el segundo intento me quedé atorado por el pecho. Reculando observe que haciendo un zig-zag evitaría el laminador. Conseguí pasar sin problema alguno y tomé pie en una zona llena de formaciones. Jara se me unió segundos después.
            Por los huecos del techo avisamos a los de arriba. Jara y yo avanzamos con sumo cuidado entre gours someros y formaciones delicadas. Vimos nidos de bolas. Volvimos atrás y aplicamos el protocolo como es debido. Mientras Alfonso topografiaba con Alicia y Carlos, la avanzadilla formada por Adrián y Sergio balizaron con hilo el recorrido. Hubo que poner especial empeño en ello pues no había casi ningún sitio para sujetar los hilos. Mientras las sacas pasaban los laminadores y se reorganizaba el material, me tome un tentempié.
El avance por la nueva galería fue sencillo y enseguida llegamos al borde de un vasto pozo en cuyo fondo había agua. Me pareció que podría ser la galería principal del río de Udias. Sergio comenzó a instalar el pozo. Mientras tanto observé una posible continuación por una galería colgada. Un sencilla escalada permitiría acceder.
La mitad del grupo, Alicia, Carlos, Fran, Matías y yo, estábamos satisfechos y comenzamos a salir. El resto se quedaron explorando. Por el camino hicimos algunas fotos interesantes. Fuimos un poco lentos en la zona de cuerdas, pero sin problemas. Lo que constituyo un acierto fue quitarse el mono exterior para subir las cuestas por la mina. Apenas sude y la subida se me hizo cómoda.
En el exterior había llovido. Para pasar la laguna de entrada tuvimos que hacer algunos equilibrios. Era el cumpleaños de Carlos y fuimos a tomar unas cervezas a su salud en el bar de La Gándara. A la vuelta iba tan ausente que nos fuimos hasta Mompía. Sólo cuando vi que mi coche no estaba allí recordé que por la mañana había llevado a Sergio hasta Puente de San Miguel.  Atocinamiento de narices.





19/1/12

(Sfera) 2




            Hace bien poco Antonio Dólera se quedó prendado de la Cueva del Gándara. Además teníamos que acabar el trabajo de las esferas cuanto antes. En principio si hacía suficiente frío pensaba que la vasta Sala del Ángel estaría sin niebla. Pero poco después comprobé que esta teoría no era del todo correcta. Así que cambiamos de objetivo: iríamos a realizar esferas en una zona de tamaño modesto, pero con muchas concreciones.
            Bien entrada la tarde del dieciocho aparecieron A. Dólera, Juan Pablo y David (Bicho) por casa. Antes de irnos a nuestros aposentos concretamos la logística del jueves. Levantarse a las siete…  desayunar…  salir a las siete y media… llegar a La Gándara de Soba una hora después… y a las nueve entrando en la cueva. El horario se cumplió y obtuvimos nuestra recompensa. Un amanecer onírico con el Valle de Soba inundado por nubes bajas desbordantes, y un cielo nítido y despejado sobre nuestras cabezas. La mágica luz fue la absoluta protagonista de las tomas fotográficas. El escaso contraste entre las temperaturas del exterior y del interior de la cueva hacía prácticamente inexistente la típica corriente de aire en la boca. Con un poco de atención se percibía que era débil y entrante.
            Nuestra ruta nos llevo hasta el Delator y más allá de la Sala del Ángel. Las pesadas sacas, llenas de material fotográfico, y las dificultades físicas de A. Dólera hicieron que el tránsito por la interminable serie de atléticos pasos nos ralentizase. Pusimos unos cordinos en dos resaltes especialmente duros. Y, de vez en cuando, tuve que insuflar ánimos en el espíritu del grupo. En una de las pocas paradas que hicimos dedicamos media hora a reforzar con un spit un pasamanos delicado. Cada paso difícil nos hacía parar varios minutos. Además fuimos haciendo cortas paradas para realizar tomas con una minicámara de video. Una cámara  especialmente diseñada para deportes de acción. Todo ello fue sumando horas y cuando nos vinimos a dar cuenta casi habíamos duplicado el horario estándar.
Se habían cumplido las dos de la tarde al llegar a nuestro primer objetivo: una sala con bonitas concreciones. Hubo, en aquel remoto lugar, un momento de crisis total del grupo. Como una pesada losa cayo sobre nosotros la suma estimada de los tiempos  de entrada, salida y trabajo. En definitiva: íbamos a demorarnos en el interior de la cavidad hasta la madrugada del viernes. Las personas que esperaban nuestras llamadas podían ponerse nerviosas y solicitar una ayuda que sólo conseguiría formar un gran lío. Decidimos que, al menos, haríamos una esfera. Antes de comenzar nuestro trabajo almorzamos con ánimo pesado.
            Nuestra primera esfera nos llevo más de una hora. Nos repartimos por la sala: la cámara en el centro, David con un flash cerca de ésta, Juan Pablo al sur y yo al norte. Una vez acabada la esfera levantamos el tinglado y en menos de media hora nos acercamos a una zona amplia con abundantes estalagmitas. Nuestro estado de ánimo había mejorado un 100% y veíamos con optimismo el horario que íbamos a necesitar para cumplir con nuestros objetivos básicos. Tampoco era tan grave que esperasen nuestra llamada unas horas. Con un poco de perspicacia asumirían un lógico retraso.
En la segunda zona hicimos dos esferas. La primera desde un punto central tuvo una distribución similar a la anterior y nos llevo una hora. La segunda, en una capilla muy cercana, fue más complicada de hacer. El reducido tamaño de la galería y las delicadas concreciones no permitieron una iluminación óptima y nos obligaron a descalzarnos en algún punto. Pero el resultado fue satisfactorio. Abandonamos el lugar con las mismas precauciones con las que habíamos accedido y comenzamos la vuelta con toda la energía que pudimos atesorar. Sabíamos que nos esperaban unas seis horas para alcanzar la salida.
Llevábamos más de doce horas bregando.  El cansancio estaba haciendo su aparición en todo el grupo. Sin embargo una larga parada para hacer otra esfera nos permitió descansar algo. En esa zona hay coladas, que caen desde el techo, acompañadas por una pequeña cascada. Fue un interesante ejercicio técnico iluminar correctamente todo el conjunto. Y A. Dólera es un maestro consumado en ese arte.
Oculto tras la colada, con el flash en la mano, esperaba mi turno de iluminaciones. Y mientras tanto tuve tiempo de sobra para reflexionar sobre lo que nos esperaba hasta llegar a casa. Pero también pensé en el privilegio que supone vivir estas experiencias marginales. La existencia humana normalmente transcurre en un mundo en que nuestro tiempo está cuadriculado. Mis preocupaciones y neuras se habían evaporado como un sueño lejano que ya no me pertenecía. O como el recuerdo de una película que hemos visto hace largo tiempo. Una sonrisa, que no me atreví a exteriorizar, me inundo por dentro. La mejor terapia estaba allí, al alcance de mi mano: la tierra misma me daba una energía renovada.
No estaba demasiado cansado. Aún disfrutaba anticipando los movimientos que se sucedían. Durante un rato lleve una de las sacas más pesadas para animar la marcha o, más bien, para mejorar el tono general. Habíamos hecho cuatro esferas. Aún teníamos previstas otras dos en el trayecto de salida. La primera en una zona especialmente atractiva de un galerión y la otra en elPozo de las Hadas. Pero decidimos que por ese día ya era suficiente y que esas esferas podían esperar otro momento más adecuado. De cualquier forma había suficiente material para realizar la presentación que teníamos proyectada.
Dieciocho horas después de entrar, salíamos. Eran las tres de la mañana del viernes. En cuanto llegamos al coche hicimos las llamadas de rigor. Pasadas las cuatro y media estábamos en casa tomando un refrigerio. Y poco después dábamos con nuestro huesos entre las sábanas del dulce lecho. No fue hasta las once de la mañana que volvimos a la vigilia para devorar un buen desayuno en la cocina.
La Cueva del Gándara nos había vuelto a hacer un hermoso regalo. Para corresponder a esos dones solo nos quedaba un camino: proteger esta bella cavidad haciendo todo lo que, buenamente, esté en nuestras manos, ahora y en el futuro.







15/1/12

Lucecitas 2

15/01/2012

Durante las primeras semanas de enero tuve en mente volver a la Galería-Que-Resplandece. La oportunidad cuajó el fin de semana del 14. Mi tarea prioritaria era comprobar una teoría sobre la niebla que se forma en ciertas zonas de la Cueva del Gándara. Se me había ocurrido hace poco. Pensaba que la dirección de la corriente de aire determinaría la presencia de niebla en base a la cantidad de humedad, a la temperatura y a la velocidad de expansión (al cambiar de cota) Para hacer fotografía en grandes volúmenes resulta imprescindible que el aire esté nítido. Y eso ocurre pocas veces en la Sala del Ángel. Se necesita saber a priori si hay nitidez.
Durante la semana hablé varias veces con Julio y quedamos para el sábado. Pero las circunstancias me obligaron a posponerlo al domingo. Julio no puso inconvenientes. El viernes nos vimos en la sede del club. Al principio no había casi nadie pero luego se animo la reunión. Entre otras muchas personas pude ver a Manu, a Juan, a Álvaro y a Iván. Percibí cierta tensión en el ambiente.
El sábado me acosté tarde, pero preparé todo para poder salir pronto por la mañana. Había quedado a las nueve y media con Julio. Me resulto grato que llegase más temprano que yo. Mi amiga Eva estuvo a punto de venir. Seguramente no vino porque no la animé demasiado. La Cueva del Gándara siempre resulta bastante exigente a nivel físico y ella solo ha visitado cuevas amables de unas tres o cuatro horas. Pero si su deseo es suficientemente poderoso vendrá. Antes de entrar en la cueva nos tomamos unas bebidas calientes en Arredondo.
Hacía bastante frío y las nubes no cubrían el cielo todavía. Como me esperaba el flujo de viento estaba invertido; la boca de la Cueva del Gándara aspiraba aire. Buen día para comprobar la teoría sobre la niebla. Sin embargo la corriente no era violenta, pues la diferencia térmica con el interior era de unos pocos grados. La temperatura media de la cueva es de 8ºC y por ahí andaría la exterior. La corriente invertida porta aire con poca humedad y repercute en poco tiempo en el aspecto de las superficies. Se observaba roca seca en la mayoría de las zonas que normalmente están húmedas y resbaladizas. Eso nos permitió andar más relajados que otras veces.
La necesidad de instalar el Pozo de las Hadas nos obligó a ir cargados con una cuerda de 50 y materiales de instalación. Aparte llevábamos otro mazo de unos 40 o 50 metros para abandonar en algunos puntos delicados de la Galería-que-Resplandece. El camino hacia el interior se nos mostro tranquilo. Nosotros no teníamos prisa y la cueva tampoco. El tiempo era nuestro. Nos habíamos apoderado de él.
Más allá de las gateras le recordé a Julio que, hace unos años, habíamos visitado la Galería-Que-Resplandece con Manu y Mavil. Se acordaba vagamente. La camisa de la cuerda que estrenábamos en el Pozo de las Hadas, de 9mm, era muy deslizante. Fue necesaria la fuerza bruta para frenar en los puntos necesarios. Sin embargo mi tranquilidad iba en aumento. La respiración de la piedra, rítmica y profunda, mágica en sí misma, se imponía sobre un cúmulo de hechos irrelevantes.
Mientras me aproximaba a la Sala del Ángel mantuve una expectativa optimista. El aire venía del este, la roca estaba seca y el ambiente se mostraba nítido. Incluso cuando me asomé a laSala el aire me pareció claro. Pero al avanzar un poco más por la suave pendiente -que acaba abruptamente en los pasamanos- me percaté de mi error. Cierto que menos que otras veces, pero había niebla. Suficiente como para impedir una buena foto. La teoría que había elaborado se me desmoronó.
Más tarde un paso algo delicado, seguido de una estrecha galería y de una trepada en oposición, llevaron a Julio a decir varias veces que estaba cansado. Le respondí varias veces también que el factor psicológico es la clave Con un poco de calma y yendo despacio seguimos adelante sin mayores problemas. La Galería-Que-Resplandece nos presentaba, como siempre, una sucesión sin pausa de pasos atléticos, delicados, peligrosos o sencillamente confusos. Es una galería en la que trepas, destrepas, te mueves en oposición, te arrastras, te encoges, te estiras… pero lo que normalmente llamamos andar, nunca andas.
Con cuidado llegamos al punto donde habíamos encontrado la continuación en la anterior incursión. Un poco antes instalé un pasamanos sobre un desfonde de paso fácil pero muy aéreo. Julio miro la trepada por la que había que continuar y me dijo que prefería quedarse descansando y dormitando. Intente convencerle pero yo no estaba seguro de que tipo de dificultades íbamos a encontrar más adelante. Así que decidimos que me esperase mientras yo avanzaba un tiempo indefinido.  No me gusta avanzar en solitario por terrenos delicados, pero Julio insistió, y me dijo que a él no le importaba quedarse solo esperando. Por lo menos iba a instalar la cuerda que me quedo pendiente la última vez.
Me encaramé a la parte alta de la galería por un paso expuesto pero fácil. Pensé que si me sobraba algo de cuerda la usaría para proteger este paso. No todo el mundo es ágil y decidido en todo momento. Una salita me dio paso a una estrechez con abundantes formaciones. Con sumo cuidado transité una zona de corales frágiles. Enseguida llegué a una colada que se desfondaba durante unos metros. Moviéndome en oposición el paso era fácil pero quizás también sería bueno protegerlo. Una corta trepada por colada y estalagmitas me condujo al desfonde del día anterior. Instale la cuerda en un puente de roca estabilizado por las calcificaciones naturales. Suavemente me deslicé por la cuerda posando con cuidado los pies en las paredes. Unos doce metros más abajo tome pié en la continuación de la Galería-Que-Resplandece.
La continuación no presentaba mayores dificultades. Hacia atrás la galería se obstruía por coladas y formaciones, hacia delante tomaba mayores volúmenes y permitía caminar. Se podía elegir entre distintas opciones para transitar; por arriba, por abajo, por la derecha o por la izquierda. Realmente la única preocupación que me asaltó fue que a la vuelta me despistase del camino correcto. Esdecir había veces que tenía que pensar por donde avanzar y no resultaba obvio el camino al mirar hacia atrás. Fui poniendo pequeños hitos que luego se me revelaron útiles. Pasé una zona de cristales blancos amontonados en el suelo, luego otra zona de coladas -de un color blanco cremoso que recordaba a la mantequilla de buena calidad- y algo después una zona de goursfósiles de orillas planas. Sobre ellos observé las nítidas huellas de dos o tres espeleólogos. No más.
Más allá la continuación exigió el paso de zonas con bloques desprendidos. Marqué la ruta cada vez que no resultaba obvia para no tener que pensar al volver.  Cada vez que marcaba volvía la mirada para ver la perspectiva de vuelta. Todo cambia de aspecto cuando miras  en sentido contrario. El tiempo transcurría sin un sentido claro de la duración. Podían haber pasado dos horas o media hora. Como no llevaba reloj tenía una sensación de incertidumbre. La galería continuaba. Solo unas débiles huellas me indicaban que el ser humano había transitado por ese lugar. Me hubiera gustado llegar hasta el final de lo explorado y probar suerte buscando posibles continuaciones pero decidí dejarlo para volver en compañía.
La vuelta hasta donde estaba Julio no me pareció tan larga como la ida. En un acogedor rincón comimos nuestras provisiones. Por el vacío que sentía en mis tripas debía ser tarde. Cuando, luego, fui a terminar de instalar el quitamiedos del resalte me percaté de que había olvidado la maza. En el último momento cuando ya recogíamos descubrí una piedra soldada sólidamente al suelo por la colada de calcita formando un puentecillo de roca. Me congratule de nuestra buena fortuna y pude terminar la instalación.
La vuelta por la Galería-Que-Resplandece fue más rápida que la venida. Julio estaba más animado pero tenía sus reparos con los esfuerzos. Sin contratiempos alcanzamos la boca cuando ya la noche era cerrada. A las ocho y media estábamos cambiándonos de facha en la furgoneta. No sentíamos el frío intenso por la buena actividad física que habíamos llevado adelante. Intente sacarle una promesa a Julio: un palizón de espeleo cada fin de semana como antídoto de todo tipo de males. Creo que me dio la razón y es más que posible que lo llevemos adelante. Antes de volver a nuestras casas recalamos de nuevo en Arredondo. Julio deseaba hablar de no se qué asunto con la chica del bar. Aproveché para beberme una cerveza con patatitas.