15/12/13

Herencia

Texto: Antonio G. Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria



         El fin de semana se presentó complicado desde el principio. No conseguía cuadrar los planes de viernes, sábado y domingo. Al principio pensé en hacer una incursión espeleológica corta, el sábado, para poder ir a cenar con los amigos. Pero éso no me satisfacía. Además las predicciones meteorológicas daban tiempo “tirando a bueno” para sábado y domingo. Y así no apetecía meterse en una cueva. El jueves abandonamos la idea de ir a hacer espeleo el sábado. Lo dejé para el domingo. Pero el viernes hubo un momento en que no lo tenía tan claro. Al final las cosas quedaron aclaradas de forma natural. Tenía multitud de asuntos pendientes y el sábado era el día ideal para realizarlos. Me tomé la cena con los amigos como un momento de relax. Así que, para el domingo, Miguel y yo acordamos trabajar balizando una zona delicada en la Red del Gándara.
            El domingo se despertó prometedor. Con una clara elección por los de paisajes nítidos. Todo brillaba como en las pinturas tibetanas. Mientras me acercaba a Ramales me replanteé varias veces la idoneidad de meterse en una oscura cueva un día tan hermoso. Pero la determinación de Miguel me sacó de dudas. Acababa de tomarme un café con sobaos en una cafetería de Ramales cuando apareció tan campante. Eran la ocho y media de la mañana. Entre unas cosas y otras se nos fue casi una hora. Pasaban de las nueve cuando iluminamos el oscuro mundo de la Red del Gándara. Sabíamos que no volveríamos al mundo exterior hasta doce horas después como mínimo.
El Delator se nos hizo tremendamente pesado. La cena, o cenas pues Miguel también había estado haciendo vida social, pasaba su correspondiente factura. Las cervecitas, los brandys, el mosto Isabella… No podíamos ir más deprisa de lo que íbamos. El recorrido hasta la zona de balización era largo y complicado. Hacía un año que no volvía por allí. Las señales brillaban por su ausencia, pero las instalaciones aún se mantenían. Algunas eran mejorables. Sobre todo las cabeceras montadas sobre un solo spit, con la rosca totalmente oxidada por el paso de los años. Durante el recorrido me encontré con la herencia de algunos actos del pasado. Herencia a veces puntuada con guiños, tal vez señales, de inteligencia. Y con una hermosa mierda adornada por trozos de papel higiénico.  Ésta también cumplía su papel.
Alrededor de la una alcanzamos la zona de balización. Húmeda y fría, pero bella como ninguna otra. Me recordó a algunas mujeres que me he tropezado en la vida.  Antes de comenzar el trabajo comimos. La comida estaba también fría de nevera. Nada apetecible aunque, pensándolo bien, resultaba conveniente ingerir algo.  Este trabajo de balización se presentaba esencialmente mas complejo que cualquiera de los anteriores. Por un lado las texturas del terreno, suelos repletos de formaciones delicadas y frágiles; por otro lado la irregularidad, y, finalmente, la necesidad de tender alfombras en zonas de tierra/barro para no extender la suciedad a las zonas delicadas. Además era necesario realizar nuevas instalaciones, más limpias y directas, de acceso a  la zona.
Durante horas trabajamos sin descanso hasta agotar las posibilidades del material que habíamos traído.  Necesitábamos algún tipo de alfombrilla para pasar por las zonas barrosas. Y eso nos impidió hacer más de lo que hicimos. Sin embargo nos vino muy bien ese corte ya que todavía nos faltaba instalar un pozo y recoger todo. El pozo se complicó debido a la rebelión del taladro: de pronto dejo de funcionar… al menos nos había dejado hacer toda la balización posible. A pesar de todo la suerte estuvo de nuestra parte y pudimos instalar todo el pozo a base de fraccionamientos en anclajes naturales. Además, por fortuna, los  nudos que tuve que realizar para unir varios trozos de cuerda, coincidieron con puntos de reposo sin ninguna complicación.
Como a las seis de la tarde iniciamos el retorno a la superficie. Todos los pasos de vuelta fueron más pesados y difíciles que a la venida. Es en esos momentos cuando agradeces una instalación que no requiera acrobacias, ni riesgos inútiles. En algunos puntos del Delator y de Alizes paramos brevemente para reponer fijaciones del hilo a las varillas. Volvíamos con movimientos seguros aunque lentos. Miguel comento algo acerca de la edad.  Pero a mí me pareció que nunca habíamos estado en mejor forma. No olvidemos los excesos de la noche anterior y la actividad que habíamos desarrollado. Alrededor de las diez llegamos al coche. La Luna, casi llena, creaba un halo de arco iris en las nubes lenticulares que se interponían. Las estrellas brillaban esplendorosas. Todo exhalaba un aura de vitalidad renovada. El viento arrastraba nuestros pesados pensamientos como hojas secas. Y la música de Björk sonaba mejor que nunca en esa noche incomparable.  



13/12/13

Hondojón




Breve camino
sobre la blanca nieve
una gota de sangre








30/11/13

Carteles




            El mundo gira a pesar de todo. La basura y los diamantes van juntos. A la vez. Miro las nubes que se adensan y oscurecen. Un pálido reflejo nacarado suaviza los matices del gris. Me recuerdan los paisajes del centro de Islandia, entre el cielo y la tierra. Luego vuelvo a mirar el texto del cartel. Sigue lloviendo. Terminaré los carteles mañana martes y los plastificaré. Luego tendré que cortar el tablero plástico de celdillas para dar asiento a los carteles. Pero lo conseguiré. Si, el jueves lo tendré todo preparado. Incluida la batería, el taladro, los elementos de fijación, el material de balización, las estacas largas, el equipo fotográfico… la comida la prepararé el mismo viernes por la tarde.  
            He quedado con Miguel en casa de Chicha, en Gibaja. Con él estarán Zaca, Antonio, Tripi y Hugo. Me levanto temprano, a las siete, y salgo antes de y media. Estoy por la labor de hacer una incursión ágil. Escucho el nuevo disco de Björk. Me resulta extraño, como toda su música al principio. Luego me enamora. Pero éste me parece más raro todavía. Hay cambio de planes: Hugo no viene y, en cambio, si lo hacen Ángel y Carlos. Carlos es amigo de Miguel y médico como él. Mientras desayuno el tiempo discurre con calma. No tengo mucho apetito. Me siento un poco bajo a nivel físico. Parece que incubo un buen catarro. Mejor el silencio.
            Los preparativos se alargan y alcanzamos la boca de la cueva a las diez. El borde de un chubasco me roza levemente. Los compañeros, que llegan unos minutos después que yo, no tienen tanta suerte. Les cae un pequeño chaparrón encima. No es un asunto serio. Sólo una incómoda y vulgar mojadura que se les secará andando por la cueva. Cómo vamos un poco lentos pienso en adelantarme para instalar el Pozo de las Hadas. Así cuando lleguen no habrá esperas inútiles. Recorro el Delator a la máxima velocidad que me da el resuello. El estómago lleno de desayuno no me ayuda a ir agachado, en cuclillas y a rastras. Es como si tuviera sólo la mitad de mi capacidad torácica usual. Pero después de terminar la instalación del pozo todavía no hay nadie por allí. Descanso un poco mientras oigo bajar a Miguel.
            Llevo esperando un buen rato junto la cascada de la Sala del Ángel. Zaca, Tripi y yo decidimos adelantarnos para poder hacer el trabajo con calma. Miguel se queda con Antonio, Carlos y Ángel. A partir de este momento nos movemos a un ritmo eficaz. No vamos deprisa, pero tampoco despacio. La llegada a Anestesistas se produce suavemente, sin ningún ruido especial. La galería cambia de ser un montón de cascotes de arenisca a ser un hermoso arenal delicadamente nevado aquí y allá...
            El primer cartel queda instalado con la ayuda de un hito que le da la verticalidad adecuada. Luego vamos a colocar el del punto 5. De nuevo construimos un hermoso hito para mantener en posición su cartel. En el punto 2 dudo. ¿En qué posición debemos colocar el cartel? Pero queda tan perfecto como los otros. Es un buen lugar para sentarse a comer y descansar. Cuando estamos saliendo hacia el punto 4 oímos llegar al resto de los compañeros. Tras un corto intercambio nos vamos a colocar el último cartel. Mientras taladro la roca para colocarlo en la pared Zaca hace un intento de entrar en la zona de flores de aragonito. Pero no le va bien entrar con el mono exterior. Parece que se le va a romper. La taladradora se pone farruca un par de veces. El gatillo se atasca con el seguro, y sólo moviendo éste vuelve a funcionar. Mal que bien acabamos la instalación y me siento liberado de la tarea.
            Nos juntamos con el resto del grupo en el punto 3. Inicio una sesión fotográfica con ayuda de las luces frontales de los compañeros. Desde el extremo de la galería hago algunas tomas con contraluces y luces rasantes. Luego me dedico a los detalles de las pequeñas galerías. En conjunto necesitaría varias horas para quedar satisfecho. Pero tampoco es despreciable el número de tomas que hago. Todo el grupo se dedica con afán al video y la fotografía durante un largo rato.
            Comemos en el punto 2. Hay un caldo muy rico que han traído en un termo. No sé si es obra de Zaca o de Antonio, pero es un buen invento. En cuanto acaba la comida empieza la inquietud. Hay que salir. Me tomo con mucha calma los movimientos. No quiero cansarme. Algo más allá Zaca y Miguel se desvían para ir a visitar una zona que Miguel no conoce aún. El resto sigue su camino hacia el exterior sin prisa pero sin pausa. Como tengo que reparar algunos detalles de las balizaciones encabezo la subida del Pozo de las Hadas. Las combas están algo cortas. Ángel y Carlos pasan un poco de apuro en uno de los fraccionamientos. Para las próximas ocasiones debo tener más en cuenta el chicleo de las cuerdas en  la medida de las combas.
            No tardo mucho en colocar las sujeciones del hilo y un par de tarjetas de aviso. Una vez pasado el Delator dormito un rato saboreando el descanso, pero el frío me pone en acción de nuevo. Encuentro mi camino realizando unas cuantas fotos, con trípode y unas linternas de apoyo lumínico. Son linternas baratas que compré en una web china. La luz que arrojan es potente, pero el ángulo es muy reducido, y poco uniforme la densidad lumínica. No dan buen resultado en general. Lo más importante sería tener un superficie iluminada uniformemente, a ser posible con un ángulo mayor de 90º. Tendré que buscar el material adecuado.
            La salida se realiza ordenadamente, en fila, sin mayor complicación. No llueve pero hace unos deliciosos 4ºC ambientales. Las corrientes de aire de la cueva están un poco locas hoy. Por la mañana salía aire y ahora, que hace más frío, el aire entra. Cosas interesantes.
Bajamos hacia Gibaja. Pero antes Zaca me regala un cuerda gorda y nueva. Es poco útil para montar pozos, pero ideal para pasamanos. Y también un cable de acero inoxidable, excelente para lo mismo. Son unos magníficos regalos para la revisión de instalaciones que se avecina.
Uno de los momentos mejores de la jornada es dejarse llevar por el coche, arrebujado y caliente, en el asiento trasero. Desconecto de intereses. El grupo se aproxima hacia una noche hedonista en casa de Chicha y yo, en otro lugar diferente, también: es el cumpleaños de mi hijo Eduardo.    



24/11/13

Tontos

Texto: Antonio G. Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria


Tonto/Falto o escaso de entendimiento o razón.
Hacerse el tonto/Aparentar que no advierte algo de lo que no le conviene darse por enterado.

            Me vi con Miguel a las diez en Ramales. Había sido una semana invernal/infernal. Y estaba siendo un día invernal. Cuanto más al este peor era el tiempo. Me habría quedado en casa bien calentito. Pero sublimé mis tendencias hedonistas y me monté en el coche. Había quedado, y los trabajos que íbamos a realizar eran urgentes. Lo que nos había pasado a nosotros podía pasarle a otros. Y, quizás, no tener buena suerte.
El remate de la balización en la Sala del Mago había sido un objetivo incumplido el fin de semana anterior. Encontramos una de las cuerdas de acceso a la Sala en un estado lamentable. A más de cinco metros de altura, la camisa de la cuerda estaba destruida por completo debido a un roce. Sin embargo a simple vista, desde abajo, era difícil de ver porque el color de la cuerda se había igualado con el de la pared. Miguel ascendió varios metros hasta que advirtió el estado de la cuerda y luego se bajó a toda velocidad. Lo que nos preguntábamos, una y otra vez, es cómo los últimos espeleólogos que la habían utilizado no dejaron un nudo para evitar el roce o, al menos, un claro aviso de que la cuerda estaba deteriorada. Sin embargo el simple hecho de hacer un nudo hubiera facilitado totalmente la substitución de la cuerda. Solamente un grupo de tontos pueden dejar una cuerda en ése estado sin hacer nada. Podría haberse herido o matado alguien.
Mientras nos preparábamos, y subíamos hacia la boca, las lloviznas nos molestaron de forma intermitente. Los brezos, tojos y roblecillos nos dejaban un buen empape. Como la subida es corta no daba para empaparse totalmente, y además luego, en la cueva, caminando todo se seca.  La corriente aspirante de la entrada era fuerte. En el exterior se notaba bastante más frío que dentro. Nada más entrar se mezclaban aire -muy frío- del exterior con aire -muy húmedo- del interior, formando una neblina de condensación que unos metros más allá, en cuanto te alejabas un poco de la entrada, desaparecía. De hecho la cueva resultaba bastante confortable en comparación con el exterior.
Portábamos un par de sacas. Eran algo pesadas para ser una incursión a un punto tan cercano. Cuerdas, taladradora, baterías, equipo de balización, equipo fotográfico, etc. Acceder a la cabecera de la cuerda medio rota exigía el tránsito, bastante arriesgado, de una cornisa. Ésta vez volvíamos con material variado. De hecho iba a probar los roscapiedras por primera vez. Puesto que nunca había metido un roscapiedras decidí hacer una prueba antes de empezar la escalada. Primero hice un agujero de diámetro 6 mm. Pero no pude introducir el roscapiedras. Giraba sin entrar; incluso le di un par de martillazos suaves, a ver si empezaba a morder, pero no funciono. A continuación probé con una broca de 8 mm. Pero resultaba demasiado holgado para el roscapiedras. Estaba claro que el agujero debía de ser de 6 o 7 mm. Y también era evidente que éste asunto requería algún aprendizaje. Por la cuenta que nos traía opté por los clásicos parabolts de 8 mm. 
Para comenzar la travesía de la cornisa primero hacía falta trepar una chimenea fácil, pero estrecha, de unos diez metros. Subió Miguel primero y le envié las sacas con una cuerda. Luego subí yo. Instalamos una reunión desde dos parabolts, me ordené el material lo mejor que pude y comencé la travesía. Por una repisilla arenosa avancé unos cuantos metros y a su final coloqué un seguro. Luego subí con buenas posiciones para pies hasta otra repisilla arenosa y coloque otro seguro.  A partir de aquí la cosa se ponía un poco más fina, pues había que ir en adherencia y no estaba nada claro el nivel de adherencia. Había una pátina barrosa pero seca. Lo mismo pisaba y me deslizaba hacia abajo... Además estaba impresionado, pues los exploradores del SCD pasaron hasta más allá de donde yo estaba sin ningún seguro…  Con un poco de decisión subí en diagonal poniendo los pies en adherencia hasta que alcancé una presa para la mano con la que conseguí estabilidad. Allí me encontré con un spit sin chapa. Bravos los exploradores del SCD. Metí un nuevo seguro y con un par de pasos llegué a otra repisilla arenosa que seguí hasta la plataforma final. Desde ese punto había un corto destrepe -un poco tonto- para alcanzar la cabecera. Así que opté por volver y descolgarme directamente hasta dicha cabecera. Asegurando  Miguel pasó con todo el peso, recogiendo todas las chapas salvo la última.
Después de unos breves preparativos, y de agenciarme la afilada navaja de Miguel, me dispuse a cambiar la cuerda y a meter un fraccionamiento adicional dejando así una instalación apta para tontos. Me costo un buen rato encontrar la solución. La roca en el primer tornillo es poco fiable y la chapa baila sobre la rosca. Opté por meter un reaseguro al lado y un fraccionamiento tres o cuatro metros más abajo.
En el siguiente resalte, de unos cinco metros, la cuerda tenía una flor importante. Faltaba bien poco para que cascase. Y es que tal y como está hecha la instalación tiene mala solución. Como el último  pozo estaba muy regado decidí dejar los apaños de éste último para otro día. Me dediqué a arreglar la instalación del resalte y Miguel se fue a dar un paseo, con ducha incluida, por la Sala del Mago.
A la vuelta, ya debían ser las tres, nos encontramos con un grupo de chicas espeleólogas. Cinco chicas y un chico. Habían entrado muy tarde porque no encontraban la boca. Y ahora estaban practicando la orientación en la cavidad. Con topo y brújula. Esa es la manera de conseguir ser autónomo en una cavidad. Coges la topo y te pones como meta llegar a cierto lugar. Al cabo de un tiempo acabas yendo a cualquier sitio. Eso sí: el aprendizaje requiere paciencia y tesón.
A la salida, y mientras nos cambiábamos, nos llovizno débilmente. Estábamos contentos del trabajo que habíamos realizado. Y para el próximo fin de semana, si no mejora el tiempo francamente, preveo que de nuevo iremos la hermosa Red del Gándara.





16/11/13

Multitudes

Texto: Antonio G. Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria



     Aquel día había nevado. Mavil tomo la sabia decisión de evacuar, sin esperar a vernos, su campamento en Soba y coger rumbo al Sur. El deseo de conocer las cuevas de Cantabria sólo le dio ímpetu para cinco días. Pero con el invierno cantábrico no se puede jugar impunemente. Así las cosas llamé a Miguel y acordamos una incursión leve en la Red del Gándara. Había que acabar algunas tareas de balización y revisar algunos desperfectos en las zonas ya instaladas. Pero fundamentalmente teníamos que realizar algunas instalaciones nuevas, balizaciones urgentes por su cercanía a la entrada de la cavidad. Me hubiera gustado contar con un grupo más nutrido de colaboradores pero las circunstancias no lo permitieron.
            Eran casi las once cuando llegamos a la desviación del Portillo de la Sía. La carretera estaba bloqueada por un rebaño de vacas. Dos chicas jóvenes, con aspecto saludable y enérgico controlaban el rebaño. Iban a pie y portaban flexibles varas de avellano extremadamente disuasorias para los bóvidos. Al fijarme en el ganado me sorprendió el evidente cruce de razas que pintaba en su piel: vacas rubias, al 50% o más, con tudancas. Algunas portaban los típicos anteojos de esa raza. Me apeno que no fuesen 100% tudancas. Me gustan las tudancas: ágiles como cabras. Pare el motor para saborear el espectáculo. Era evidente que la amenaza de las nieves tempranas les había obligado a hacer ese trabajo el sábado por la mañana. El telón se cerro con dos adolescentes a caballo. Seguramente eran los hermanos pequeños de las chicas.
            Unos doscientos metros carretera arriba accedimos al aparcamiento acostumbrado. Un enjambre de espeleólogos rodeaban los tres coches aparcados. Sin dudar ni un instante dimos la vuelta para dejar el coche más abajo, junto a la curva de la desviación. En cinco minutos estábamos listos  y andando. Camino de la cueva nos mezclamos con un pequeño grupo de británicos. Uno de ellos comentó que iban hacia la Sala del Ángel. A pocos metros de la entrada nos sobrepasaron casi todos. Teníamos que revisar las fijaciones del hilo a las varillas.
No tardamos mucho en reparar todas las instalaciones hasta el Delator. Sólo faltaban algunas fijaciones que habían saltado, con toda probabilidad, por la fuerza producida al formar el hilo ángulo obtuso en un plano vertical y no estar bien afianzado. De cualquier forma una revisión anual o bianual sería suficiente para las instalaciones más transitadas. Realmente es muy raro que alguien tropiece y rompa una varilla y mucho menos el hilo. Que yo recuerde solo he visto, en los más de tres kilómetros que están balizados en las cavidades cántabras, una varilla rota por un tropezón.
El objetivo principal consistía en terminar la balización en la Sala del Mago. Desgraciadamente encontramos una de las cuerdas de acceso a la Sala del Mago en un estado lamentable. A unos cinco metros de altura la camisa estaba destruida por completo debido a un roce. El alma era perfectamente visible a lo largo de cinco centímetros al menos. Intentamos acceder a la cabecera escalando en chimenea hasta una cornisa. Pero la cornisa se cortaba exigiendo un paso arriesgado. La seguridad requería colocar alguna fijación y el uso de cuerda de escalada. Es digno de destacarse que la realización, por parte de los últimos usuarios, de un sencillo nudo hubiera facilitado el ascenso y sustitución de las cuerdas.
La balización de una desviación de la Sala del Fisc exigió poco esfuerzo mental y físico.  Justo después de acabar fuimos a visitar una zona cercana, que no conocíamos ni Miguel ni yo. Encontramos, más allá de unas gateras, una sala con un pozo y unos aportes cuyas posibilidades de prolongarse resultaban obvias. Hará falta material y esperar una época de menos lluvias para poder mirarlas.
Mientras Miguel iba de visita a la zona superior del Jacuzzi, comencé la colocación de varillas en la Galería preliminar a la Sala del Fisc. Ésta zona, que en un primer análisis no parecía requerir balización se ha mostrado interesante al mirar con más detalle. Corales y riachuelos salpican el suelo y, tanto en su comienzo como en su final, es necesario indicar sin ambigüedades donde se debe pisar (para no pisotear todo) Mientras terminábamos este trabajo pasaron de vuelta los británicos. No habían conseguido llegar a la Sala del Ángel por falta de cuerda en los pozos.
Salimos relativamente pronto y descansados. Dedicamos un rato, sobre el plano, a estudiar las posibilidades de continuación pero, mientras elucubrábamos, cayeron varias cervezas en el Restaurante de Casatablas. Lo que está claro es que se presenta un conjunto de atractivos proyectos espeleológicos para el próximo año. Y la necesidad ineludible de balizar las zonas sensibles de las cuevas transitadas por multitudes.



10/11/13

Arroz




                 El arroz cocido es totalmente comestible.  Pero si está duro puede resultar muy difícil de masticar. Así es la vida: unas veces masticamos durezas y otras veces un aromático y buen arroz. Sin embargo el arroz es el mismo siempre: su naturaleza es idéntica. Todo depende de cómo lo tratemos. Si lo cocinamos con esmero puede dar como resultado un plato delicioso, pero si no lo cocinamos puede partirnos una muela…
            Las personas son como el arroz. Si las tratamos bien y con un punto de creatividad pueden llegar a ser amigos excelentes. Si las maltratamos es posible que acaben partiéndonos la cara. Sin embargo la esencia de esas personas es, día a día, siempre la misma. Un buen día comprendes que no hay gente mala, ni gente buena. Los comportamientos dependen de una constelación de circunstancias y de un cúmulo de factores internos. La mayoría de nosotros solo creemos elegir nuestros comportamientos. Nos parece que somos libres cuando hacemos lo que nos da la gana. Sin embargo deberíamos reflexionar cuidadosamente para verificar si esto es así.
            Aquel día se me acumulaban éstas y otras reflexiones parecidas. Me encontré con Miguel en la estación FEVE del Astillero. Para flexibilizar las horas de vuelta decidimos llevar los dos coches hasta Mompía. Así, si Miguel decidía quedarse hasta más tarde, no tendría ningún problema. Volvería a Mompía con Sergio y Adrián. La intención de Manu era haber venido. Sin embargo los sucesos de la tarde anterior no le dejaron ganas de hacer espeleo el sábado. Así pues nos fuimos en dos coches: en uno de ellos irían Adrián y Sergio y en el otro nosotros dos. En el aparcamiento de Sel del Haya nos encontramos con Luis. En total cinco personas. O cinco granos de arroz. O cinco esferas de percepción. O cinco individualidades. O cinco nadas transitando por el vacío universal.
            Realmente no tenía ganas de andar por una mina. Ni tampoco por el cauce barroso de un río. Es un paisaje subterráneo que me produce disgusto o al menos una sensación de no haber tocado la naturaleza. El momento peor fue el cruce de la absurda tirolina que se ha instalado en cierto punto. Una tirolina. Seguro que existen un buen puñado de alternativas cómodas, pero a algunos parece que les sienta mejor un parque de atracciones que una buena instalación para avanzar con seguridad. Nos paramos en un punto anodino para efectuar una escalada. Mediante este paso accedimos a uno de los pisos superiores de Udías. Otro resalte nos envío a través de una chimenea a un piso todavía más alto. Mientras Sergio, Adrián y Luis continuaban explorando la zona Miguel y yo fuimos a balizar un conjunto notable de gours someros, pisolitas y estalactitas/estalagmitas. Al cabo de un tiempo indeterminado, nadie había llevado reloj, se me acabaron las estacas cortas y consideramos finalizado lo que podía hacerse en esa jornada. Acompañado de Sergio, Luis y Adrián comí un bocado y dispare unas cuantas fotografías. En ese momento di por acabada la estancia.
            Como Luis también quería salir pronto nos hicimos compañía hasta llegar a los coches. Tuvimos tiempo de comentar cuales eran las opciones que se presentaban en la panorámica del Club. Sólo el tiempo nos dibujará el paisaje posterior a esta crisis. Esperemos que las decisiones que se tomen sean las mejores para todos.


12/10/13

Blanco & Brown




           Ya me lo había avisado Miguel.  Aunque, en realidad, el no pudo llegar a la sala la primera vez que la visitaron. Se sentía enfermo, tenía la gripe encima apretando a tope las tuercas. Así que él no había visto con sus propios ojos la sala. El resto de los compañeros de E50 si que llegaron a verla en aquella primera vez. De ahí había salido la información que me llego a través de Miguel. Aunque uno siempre sabe lo que ocurre en estos casos, nunca me siento preparado del todo para asumir la tontería generalizada, el infantilismo idiotizante y la estupidez profunda. Y  la mala fe. Era blanca.
            Me encontré en Gibaja con Zaca, Tripi, Pepe, Miguel y Antonio J.G. Poco después apareció Manu. Aparte de comer tostadas y beber café la charla ocupo todo el espacio disponible. La conversación paso levemente sobre Islandia y se posó sobre Getsky. La nueva empresa de Zaca proporciona Cielos a quien lo desee, aunque el coste de un Cielo no está al alcance de cualquier currito. Cielos que resultan maravillosamente reales, con sus nubes y sus copas de los arboles y sus pájaros y sus insectos y sus hojas secas cayendo, todo esto destacándose con nitidez contra el azul celeste.
            Para llegar a la Sala Blanca hay que recorrer parte de la antigua mina Chomin. Está bastante cerca de Lanestosa, en una desviación de la carretera que la une con Carranza. Dentro de la mina hay, de momento, unos ocho soplaos conocidos. Son simas en todos los casos. Una de ellas es la Txomin IV con un pozo de 235 metros. Sin embargo para llegar a la Blanca solo es necesario recorrer un cómodo pasamanos, bajar un pozo de unos 20 metros, otro de unos 110 metros y finalmente un resalte de unos de 10 metros. La instalación corrió a cargo de Pepe y Antonio J.G. No hubo ningún problema hasta llegar al pozo de 110. Allí esperamos unas dos o tres horas a que acabasen la instalación. Surgieron inconvenientes con los nudos, con los fraccionamientos y en definitiva con la longitud de las cuerdas.  Finalmente pudimos bajar el pozo. Desgraciadamente la instalación quedo con una tirada de cuerda de unos 60 metros. Pero mejor esto que no bajar. De la base del pozo a la Sala Blanca sólo tuvimos que dar un corto paseo, bajar un pozo de unos 10 metros y pasar una estrechez insignificante.
            La Sala Blanca se anuncia a lo largo de la sima (en general de todo el recorrido) Nos habíamos encontrado paneles de colada fina, concreciones y formaciones. Y, aunque no siempre, a menudo eran blancos, blanquísimos, de un blanco que llamaba la atención. Sin embargo a pesar de todo, e incluso a pesar de lo que te cuentan, la blancura de la Sala Blanca impacta al neovisitante. Es muy blanca. Más allá de si es más o menos blanca que otros sitios blancos en los que he estado, se trata de una blancura que te envuelve. Por todos lados hay blanco. Incluido el suelo.
La cosa empezó a txirriar en cuanto entramos en la Sala. En vez de encontrar un único rastro, fácil de seguir, en la blancura nívea, nos enfrentamos a tener que tomar una decisión: ¿por donde está más pisoteado (para seguir por ahí)? ¿por donde se ha pisoteado menos (para no pisar)? ¿por qué el sitio más pisoteado no es el más lógico, ni el mas fácil, ni el que menos impactaría? ¿por qué un sitio como éste no se ha balizado ya? ¿por qué el grupo responsable de su exploración no ha cuidado de algo como esto:  LA SALA BLANCA…? Todas estas preguntas me gustaría formulárselas personalmente al grupo responsable de la exploración y también a aquellos que siguen en sus trece, afirmando que “balizar es meter basura en las cavidades”. Me gustaría que pudieran ver, todos ellos, el estado de la Sala Blanca. Y me gustaría que me respondiesen a esta sencilla pregunta: ¿qué es preferible pisotear y embarrar toda la Sala Blanca o poner algunas varillas blancas de fibra de vidrio y un fino hilo de pesca, que apenas se ve lo suficiente, para conseguir que sólo un estrecho sendero se embarre? Les recuerdo a los listillos que afirman que “balizar es meter basura” que en algunas cavidades de otros Estados (no España claro!!)  no solo se baliza, sino que se exige cambiar de calzado y de mono para pisar en zonas cristalinas. Pero los españoles somos más listos que nadie y también más gallos. Así nos va en casi todo…
En la Sala Blanca estuvimos mucho menos de lo que me habría gustado. Una media hora para hacer fotos y un poco más para comer. Pepe y Antonio J. G. partieron hacia el gran pozo con intención de fraccionar la tirada de 60 Poco después partimos el resto. Cuando llegué a la base del pozo grande Pepe  estaba en la tirada de 60 y Antonio J. G. en el volado inicial de 25. Para desconsuelo de la mayoría no habían fraccionado la tirada de 60.
 Tuve la suerte de que, gentilmente, me cedieran el paso todos los que allí estaban. Así que me toco subir trás Antonio J.G. Subí bien el volado inicial: seis pedaladas y descansar unos segundos y así sucesivamente. Pero estaba preocupado por la tirada de 60. No tenía ningunas ganas de subir esa tirada de cuerda. Recordaba de otras ocasiones el chicleo de 60 metros, la rotación incontrolada, la falta de contacto con algo sólido. Suena prosaico, pero me sentí muy aliviado al salir de la tirada.
Manu y yo esperamos más de una hora en la cabecera de los pozos hasta que nos pasaron una saca llena de cuerdas. Un poco despistados en las galerías mineras iniciamos la vuelta al exterior. Zaca nos alcanzo enseguida. Cerca de la salida Zaca recogió la piedra que encontró cuando entrábamos: cristales grises metálicos que a mí me parecieron de galena más que de blenda.
Ya anochecido nos reunimos junto a los coches. Los móviles funcionaban a destajo con y sin whatsapps. Las cosas volvieron a estar en su sitio cuando, en Gibaja, comenzaron a salir cervezas del frigorífico. Esto no era más que el preámbulo de lo que vino después. Sin embargo, después de una cerveza, yo no me quede a la velada. Dicen que soy insociable, pero sencillamente es que me aburro cuando hay mucho lío a mi alrededor. Mi mente, y yo mismo, somos demasiado simples para comprender simultáneamente tantos fenómenos cambiantes …




más fotos

6/10/13

Perretes


(21/9/2013)
            Como no había donde agarrarse nos agarramos a la nada. El día iba a ser bueno y no teníamos ganas de andar bajo tierra. Me quedaba demasiado cercana la experiencia de estar doce horas en la Red del Gándara para empezar a balizar Anestesistas. La posibilidad de irse de excursión –senderismo-, a escalar plácidamente o a contemplar el paso de las nubes nunca fue descartada del todo. Pero a la postre peso nuestra curiosidad por los agujeros del Hondojón y allí fue donde nos fuimos Manu y yo.
            Teníamos que visitar las pequeñas dolinas herbosas del Hondojón, elegir una y comenzar a sacar piedras.  La furgoneta de Manu alcanzo por la pista el collado de acceso al Hondojón. No hubo mayor problema que una fuerte cuesta con el surco de las aguas muy marcado. Un todoterreno paso a nuestro lado mientras nos preparábamos. Descubrimos que estaban trabajando con una excavadora en una finca. Me dio la impresión de que mejoraban el acceso a la cabaña. De cualquier forma teníamos compañía cercana. En una de las dolinas habíamos trabajado Mavil y yo hace un año. Sin embargo no encontré ni rastro de nuestro trabajo a pesar de las vueltas que di. No cabe duda de que los paisanos taponan, si pueden, cualquier desobstrucción en curso. Por eso decidimos sacar las piedras fuera de la dolina y enviarlas a otra. Al menos si alguien intenta taponar lo destaponado le costará trabajo. Como a las tres se estropeo el cabezal de la broca y no pudimos seguir con la obra. No más que sacar alguna piedra pequeña suelta. Sin embargo el resultado fue alentador. Teníamos roca madre a la vista y hueco hacia abajo muy evidente.
            Cruzamos el Puerto de la Sía y torcimos hacia Las Machorras. Nos tomamos una gran cerveza fresca. Nos hacía falta. El sol estaba castigador, el calor era sofocante. Poco antes de Lunada abandonamos el vehículo y tomamos la pista hacia Los Campanarios. Nuestra frustración subió varios grados cuando vimos lo que quedaba de nuestra obra en La Bloquera: nada. Un enorme montón de tierra coronada por brezos y tojos marcaba nuestra excavación. Era claro que, sin un buen uso del apuntalamiento y la contención, seguir trabajando allí iba a ser inútil. Así que decidimos dar un paseo en busca de agujeros. Desde luego teníamos dos agujeritos aspiradores con muy buena pinta. Uno en el colladito y el otro al ladito de La Bloquera. Pero para nuestra suerte Manu tuvo un golpe de buena suerte y localizó a unos 30 metros al oeste una cuevecita marcada como 1624 por nuestros amigos franceses. Prometedora… 
  
(28/9/2013)
            Manu y yo nos habíamos quedado solos. Pero mejor ir acompañado sólo por alguien que te acompaña bien que quedarse sin compañía alguna o con malas compañías. El objetivo que nos planteamos era algo duro. Alcanzar la zona de Anestesistas y balizarla entera. Para conseguir algo así necesitábamos todo el día y algo más. Al final nuestra estancia sólo duro 13 horas. Sólo.
            Comenzamos el devenir a las ocho y media. Nos metimos a la cueva un poco tarde. Y avanzamos sin prisa pero sin pausa. La cueva estaba más húmeda de lo habitual. Te hacía sudar. Al poco de pasar el Pozo de las Hadas dejamos atrás la cascada de la Sala del Ángel algo crecida. Había neblina en la sala pero no me pareció demasiado densa.  
            La zona de Anestesistas nos pareció muy lejana. Incluso más que la última vez. Protegerla mediante una balización exhaustiva casi parece exagerado. Pero llegarán los días en que menudearan las visitas.
            Dividimos el proceso de balizar en tres sectores. Hicimos un reparto de trabajo basado en la especialización: yo colocaba las varillas de fibra y Manu colocaba el hilo. Después de balizar el sector más delicado nos paramos a comer algo. Luego vino el sector de entrada desde el oeste. Finalmente nos dedicamos al sector más oriental . En mi opinión prefiero pecar de exagerado que dejar algún detalle que luego se pisotee.
            Estábamos bastante cansados de colocar estacas e hilo. Así que la idea fue ir saliendo manteniendo la moral alta. Ya de noche volvimos al exterior. Había llovido pero la tierra no había formado barro aún. Cuando llegue a casa todavía no eran las doce. Me tome una cena más ligera que abundante y me sumergí en el sofá antes de hundirme en la cama…
  
(6/10/2013)
Ese día estuvimos a punto de no ir a ningún lado. Pero a pesar de la falta de respuesta inicial la perseverancia de Marta tuvo su recompensa. Adrian, Jara, Marta y yo. Una buena cuadrilla.
La noche anterior pudimos cuadrarlo todo para estar a las diez en Solares. La música que elegí para amenizar el viaje aguas arriba del Miera tuvo una acogida desigual. A la altura de Linto opté por apagarla. Nos acompañaban algunas nubes viajeras transitando con indolencia por las laderas. Los trozos de cielo azul aumentaban según ascendíamos hacia Lunada. En tierra burgalesa el sol era evidente.
Teníamos una razón para estar otra vez en Lunada: se llamaba 1624. Nada especialmente llamativo pero al menos cercana a La Bloquera. Todo el trabajo del año pasado se había arruinado. Una montaña de tierra, brezos y tojos acumulada  sobre la excavación que tanto nos había costado. Pero no hay mal que por bien no venga. Al menos en este trabajo no habrá hundimientos.
El día fue exitoso. A base de sacar piedras conseguimos avanzar tres metros. No está mal teniendo en cuenta que puede ser el portal de cien kilómetros de pasillos!  Las dos chicas se pasaron charlando gran parte del tiempo a la puerta de la cueva. Mientras Adrian y yo movíamos bloques se podía escuchar vagamente su conversación.
El tiempo fue empeorando hasta que  las nubes y el viento hicieron caer la temperatura a menos de 10ºC. Tocaba largarse de allí cuanto antes.  Valle abajo el tiempo fue templándose hasta alcanzar unos maravillosos 20ºC.  En Solares el verano estaba en su apogeo. Me entró una modorra que dignificaba arrastrarse hasta un sofá. Por suerte mi casa estaba cerca y pude llegar…  

7/9/13

Trabajos

Fotos: Miguel F. Liria
Texto: Antonio González-Corbalán


Tenía una prisa especial.  No podía quitarme de la cabeza algunos lugares hermosos y, simultáneamente, frágiles. La sensación de urgencia por preservar y proteger. Me he sentido, a menudo, responsable de su conservación. En realidad la responsabilidad por la conservación de las cavidades es de todo el colectivo espeleológico. En muchos lugares de nuestro país, y en bastantes países desarrollados, se ha iniciado, en algunos casos hace ya muchos años, un proceso para tomar medidas de protección. Dichas medidas pasan necesariamente por la sensibilización del colectivo espeleológico. Sin embargo esta medida es del todo insuficiente. Por muy concienciados que se sientan los espeleólogos es muy difícil, si no imposible, que todos pisen por el mismo camino en una galería de suelos delicados y paredes llenas de formaciones. En primer lugar  porque si los suelos son cristalinos la huella es difícil de ver. Y lo más obvio: porque a cada persona le llama la atención un punto diferente al que deseará acercarse. Se hace necesario, si queremos mantener los suelos intactos, indicar de alguna manera el sendero. Existen varios procedimientos para conseguirlo. Uno de ellos sería poner indicadores como hitos o catadióptricos. Otro determinar un sendero mediante estacas e hilo. Un tercero pavimentar de alguna forma el sendero a seguir. El tercer sistema es el ideal pero su coste es elevado. Solo se utiliza en cavidades muy protegidas y en cuevas turísticas. El primer sistema es adecuado para zonas poco frágiles como caos de bloques o grandes galerías con suelos de grava, piedras y bloques, siempre y cuando no existan sobre las piedras o bloques zonas de cristalización, arenales o depósitos de ningún tipo. Sin embargo este sistema no funcionará correctamente ni a nivel práctico (no sería suficientemente preciso en un distanciado) ni tampoco a nivel estético (visual) sobre suelos de concreciones, suelos de tierra frágil o suelos arenosos del cualquier tipo (polvorientos, gravosos, cristalinos, etc.)  El sistema adoptado en casi todos los países en estos casos ha sido la balización de senderos mediante estacas e hilo. Evidentemente existen muchas posibilidades en cuanto a los materiales y colores a usar. Los que nos hemos preocupado por el tema hemos llegado a los siguientes criterios:
1)     los materiales deben ser estables y durables
2)     el impacto visual debe ser mínimo
3)     el coste de los materiales debe ser reducido
4)     los paquetes de materiales a transportar deben ser muy manejables (a veces hay que transportarlos a lugares remotos durante varios días de estancia en las cavidades)
5)     su colocación debe ser sencilla.  
De momento la mejor opción que hemos encontrado consiste en usar: estacas de fibra de vidrio blancas de 4mm de  e hilo de nylon (de pesca) de llamativo color, amarillo o verdoso.



         El hecho es que a finales de agosto me estaba acordando de una zona caliente por su belleza y rareza. En realidad me acorde mucho antes, todavía era julio, cuando vi el grado de conservación y los cuidados que prodigan los islandeses a sus delicados y maravillosos paisajes ¡no salirse de las sendas ni de las pistas! ¡prohibido el off-road! Paisajes infinitos, hasta donde alcanza la vista en el horizonte, sin una piedra fuera de su sitio, ni una huella, ni un poste, ni un nada… Verificar que existe un país en que una de las preocupaciones principales de los ciudadanos consiste en preservar el paisaje intacto. Eso es impactante. Es mi sueño hecho realidad. Una sensibilidad que le pertenece a todo un pueblo, a toda una nación, y no solo a un grupo marginal de individuos. Eso y el silencio.
Así que volvía con ganas de proteger, en la medida de mis posibilidades, las hermosas cuevas de Cantabria. En mi mente particular el caso más urgente era, y de momento es, una bellísima zona llamada Anestesistas. Remota y difícil de alcanzar, pero delicada a más no poder. Me ocupe de buscar compañeros para hacer el trabajo. Miguel se animó desde el primer momento. Tenía ganas de espeleología. La logística cuajo de la siguiente forma: a) entrar a las ocho de la mañana el sábado b) aproximación de entre tres y cuatro horas a la zona c) cuatro o cinco horas de trabajo d) volver a la superficie en unas cuatro horas. La estimación daba, en total, una jornada de unas 12 horas como mínimo. El jueves lo dedique a preparar todos los materiales. Tuve que ir a Maliaño, a conseguir estacas e hilo en el local que posee la FCE, y al local del club SCC, en Santander, para coger la taladradora Makita y las nuevas baterías. Eso me llevo gran parte de la tarde. Además, el viernes, tuve que supervisar la carga de las baterías durante varias horas. En resumen: una tarea.
El sábado llovía bastante. Con un pequeño retraso entrábamos, algo después de las ocho, en la Red del Gándara. Tardamos más de lo previsto en alcanzar la zona a balizar. Sencillamente no me acordaba de que galería debía tomar y, además había algo de sabia lentitud añadida. Quizás habían pasado cinco años desde la última vez que visité esa zona. A pesar de su enormidad, o quizás por ella, no recordaba con claridad el extraño paso de la cornisa. De hecho alcanzamos nuestro objetivo por una galería diferente a la que yo había recorrido la primera vez. 
El hecho es que habíamos tardado mas de cuatro horas. Nos pusimos a trabajar, pero el entusiasmo de Miguel por fotografiar, y verlo, todo no tenía límites. Y yo tenía que reflexionar sobre la balización.  Por donde y hasta donde. Los nidos de cristales tapizan todo el suelo hasta el punto en que no es posible pasar sin destrozar algo al pisarlo. La forma precisa en que se termine la balización de esa zona será compleja. Además requerirá de varios carteles explicativos para evitar que la gente intente cruzar las zonas frágiles deseando llegar a todos lados. Sitios que en todos los casos, sin excepción, se pueden alcanzar por otra ruta balizada sin destruir nada. Realmente mucho trabajo. Y cada vez que se vaya hasta allí serán necesarias, al menos, doce horas o un fin de semana.
Cuando llevábamos un cuarto de hora balizando se partió la broca. En vez de lloriquear terminamos de colocar el hilo en donde estaban puestas las estacas y balizamos una zona arenosa en la que no se requería broca para poner las estacas. El resto estuvo bien: pudimos hacernos una idea global de la zona y del trabajo a realizar. En realidad es la primera tarea que debe realizarse cuando se proyecta una balización.  Además Miguel pudo hacer todas las fotos que le dio la gana. Y si que las hizo.
Nos sobraban horas previstas. Durante la vuelta visitamos todas las ramificaciones importantes de las grandes galerías de la zona. Es difícil creer que no vaya a haber algo más en una zona tan rica en huecos. A las ocho salíamos de la cavidad. Había llovido bastante pero la tierra del sendero no parecía estar embarrada. Al poco, ya junto a los coches, nos cayo una fina pero densa llovizna. Mientras le mostraba a Miguel el Calendario 2014 nos tomamos una cervezas raqueras que me parecieron especialmente buenas. Quedamos emplazados para volver cuanto antes a balizar Anestesistas. Posiblemente el próximo fin de semana.



29/6/13

Silencios



Camino de Arredondo alcancé el Puerto de Alisas. Las nubes grises se disiparon en el azul. El valle se extendía claro y nítido. Rotundo, podría decirse. Nada que ocultara la montaña Porracolina, nada que ocultara su aura. La contemplé como una pintura hiperrealista. Cada poro de la tierra, cada sima, exhalaba el mismo mensaje. Tuve claro que el día me iba a sonreír. De hecho me sonreía ya. El misterio, esa magia apenas alcanzable, me estaba rozando.
En Arredondo compre algo de comida. De camino, valle arriba del Asón, terminé mi desayuno. Aparqué en la curva donde se toma la vieja senda hacia la Rubicera y espere un rato. Una vocecita interior me dijo que iban a tardar.  Recorrí con una calma casi perfecta el par de kilómetros que faltaban hasta la casa rural. Allí me encontré a todos desayunando a lo grande sin prisa alguna. Estaban Hugo, Pepe y su novia Cristina, Zaca, Chicha, Miguel, MikyTripi, Antonio y una pareja de la que no recuerdo el nombre. Hubo saludos y presentaciones. La conversación giro hacia Islandia. Luego hacia Papúa. Más lejos no fuimos porque no se nos ocurrió en ese momento donde y cómo ir más lejos. Quizás Encélado donde los exobiólogos aseguran que hay condiciones para la vida. El día resplandecía y la prisa no hacía su aparición por ningún lado.
Fuimos con los coches hasta el final de la pista que conduce a la escuela de escalada de Asón. Miguel iba a guiarnos. Nos llevaría por los pasamanos hacia la cueva de la Rubicera. Él los había transitado hace poco con miembros del AER. A mitad de recorrido Miguel dudó. El camino a seguir para acceder a los pasamanos no estaba, en modo alguno, claro. Una canal empinada y herbosa, candidata final a ruta correcta, no tenía puesta la cuerda debida. Fue el momento en que aprovechamos para producir un pequeño motín. Un liderazgo difuso, un grupo con tendencias ácratas, anárquicas o, cuando menos, izquierdosas ¿Qué más se necesita? Cada cual eligió el camino que le pareció más oportuno para llegar a las hayas gigantes. Allí nos esperaba algo mejor que todo lo anterior. Un remanso de vitalidad, un soplo de frescor salvaje, un sueño hecho realidad, una mirada al árbol de la vida.
Descendimos por las canales. Aquí tampoco encontramos cuerda en el último resalte. Pero todo estaba seco y la roca presentaba todos los agarres bien marcados por el tránsito. No hubo dudas: el descenso nunca estuvo tan perfectamente dispuesto. Hasta llegué a sentirme cómodo sin la cuerda. Luego vino la sombra. La sombra de las dos bocas de la Rubicera nos estaba esperando desde hace tanto tiempo... Con una paciencia sin límite. Varios años. Soy incapaz de acordarme de cuántos. Sencillamentemucho tiempo.
La sombra del portal de la Rubicera es de esas que se disfrutan sin más. El contraste entre la radiación solar y la oscura umbría. La hierba jugosa y fresca. Un suave soplo frío, el aliento de la Rubicera. Las cómodas rocas planas para sentarse. El paisaje cargado de mensajes vitales. Como la cascada del Asón. Como los bosques de hayas del Albeo. Como las verdes hazas colgando sobre el abismo.
El ambiente me resultaba acogedor. Me sentía como si estuviera en una segunda residencia, una antigua casa, bien conocida por mí, en que los rincones me susurraban recuerdos. El sendero que nos conducía hasta el caos de bloques estaba perfectamente marcado. La gran galería se conservaba sin deterioro evidente. Sólo eché en falta que solo se hubiese marcado una senda en los arenales. Poderlos contemplar vírgenes de huellas. Pero esta trillada general de los arenales ocurrió en una época en que cada nuevo grupo que entraba en la Rubicera se peleaba durante horas o jornadas intentando encontrar el paso clave. Ese paso, que resulta tan evidente cuando es conocido, requería varios intentos del espeleólogo en la mayoría de los casos. Así es como se trillaron los arenales de la enorme galería.
El paso clave del caos de bloques ha mejorado ostensiblemente. La zona más estrecha, que antes resultaba enormemente penosa, ahora se ha convertido, no sé cómo, en una gatera de agradable tránsito. La saca, que anteriormente requería de una cadena humana, ahora es manejada cómodamente por el propio espeleólogo. Me pareció un avance positivo. Encontré, además, que la cantidad de bloques sueltos –amenazantes- había disminuido notoriamente. Me reuní con Miguel en la base del paso clave respirando la brisa que emergía de la oscuridad.  Avanzamos hacia esa oscuridad sin ninguna preocupación. Se habían evaporado todas como si la oscuridad se hubiese transformado en luz.
Nos alejábamos de la ruta más transitada, la travesía que lleva hacia el Mortero de Astrana. Aquella galería que recorríamos me estaba resultando encantadora. Pequeñas dificultades y grandes bellezas. Y ahora íbamos hacia galerías menos conocidas. En realidad solo Tripi las conocía. Difíciles de encontrar. Me dejaba guiar con el placer del que sabe que lo mejor está por llegar. Un camino prometedor hacia un lugar más prometedor aún. Primero encontramos los zarpazos de un pequeño mamífero. Miles de zarpazos tapizaban la pared. Resultaban intrigantes. Resultaba difícil de comprender el porqué de esos zarpazos. Resultaba un número excesivo de zarpazos para entenderlo. Entre nosotros circuló la hipótesis de que no fuesen zarpazos; de que la dinámica química de los minerales de la roca hubiesen conformado los zarpazos. Quizás. Tal vez. Es posible.




Más allá encontramos arenales en un cómodo laminador. Arenales con un único sendero, con una sola ruta. La emoción de estar rodeado por terreno virgen. Alguna huella perdida rompiendo la perfección de la superficie nos recordaba la importancia de la balización. Nos recordaba la necesidad de hacerlo; la necesidad aun en los casos en que los espeleólogos sean seres humanos cuidadosos. Casi escrupulosos, casi obsesionados por la virginidad y la pureza del paisaje.
Las excéntricas abundaban en algunos rincones. Eran notables. Perfectamente blancas. Perfectamente conservadas. Exactamente colocadas en el punto en que la naturaleza de los hechos coloca a las excéntricas. Exactamente puestas para captar su imagen. Así que hicimos fotos. Y así eché de menos un trípode en condiciones. Una pequeña mancha en la poderosa historia de aquellas horas.  En realidad una mancha sin importancia ninguna. Un fugaz deseo de atraparlo todo. De quedarse con todo. Cuando todo se nos estaba dando sin atraparlo. Cierra el puño y te quedarás con un puñado de arena. Abre tu mano y todo el desierto pasará por ella.
La Galería que arranca de la Teta hacia el norte tiene algo. Algo de especial. Una decoración que no deja indiferente. En la paredes, en el techo. Y en el suelo. El murito que protege los pelos de yeso fue construido por Tripi. Los corales lo tapizan todo. De momento puede recuperarse plenamente balizando el sendero más marcado. No tiene dificultad. Es ligeramente activa por los goteos. El barrillo sobrante, fuera de la ruta balizada, desaparecerá en pocos años. Aquí no hay problema.
Sin embargo el deterioro de la ruta por la que discurre la travesía es muy notable. No hay basura, pero muchas zonas están pisoteadas -sucias- de una forma excesiva por fuera del evidente sendero principal. Que diferente sería si todo se hubiese balizado cuidadosamente. Lo más valioso que han destruido esas trilladas son los arenales cristalinos blancos que rellenaba algunas galerías. Podemos consolarnos pensando que al ser galerías estrechas era muy difícil eludir su deterioro. Pero de cualquier forma es cierto que podría haberse conservado mejor la cavidad. El deterioro principal procede de los tránsitos en la travesía. Si la travesía no se hubiera publicado o, mejor dicho, si solo se hubiese publicado una vez balizada cuidadosamente la cavidad, el deterioro sería casi nulo. El error de apreciación fue solo mío. La responsabilidad, la culpa, de haber publicado la travesía me pertenece como carga.




Es posible conservar a partir del punto en el que nos situamos en la actualidad. Eso es lo mejor que podemos hacer en este momento. No digo que las bellas travesías no deban publicarse, ni que deba impedirse las visitas a bellas cavidades. Lo que digo es que antes de ello deben prepararse cuidadosamente para esas actividades. Y es eso lo que no pude comprender hace una década. Pero ahora lo he comprendido plenamente. Mi único consuelo consiste en decirme: mejor tarde que nunca. Antes solo pensaba en democratizar la belleza. Ahora sigo pensando en democratizarla, pero garantizando su conservación. Ese es mi punto de vista. Varios grupos me han pedido ayuda para realizar travesías en el Gándara. O para visitar ciertos sitios. Está en marcha un proceso de balización para que esas visitas no deterioren nada. Una vez culminada la balización de las zonas clave las cosas serán de otra manera. Todos nos congratularemos de poder visitar o hacer una travesía de calidad. Con todas las bellezas intactas. Solo hace falta algo más de paciencia. Porque el trabajo de balización requiere su tiempo. Y hacen falta muchas manos para hacerlo.
Nuestra visita tocaba a su fin. Pero todavía nos quedaba un bonus extra que iba a darnos lo mejor del día. En el grupo había algunos que se habían quedado con ganas de recorrer la vía de acceso a lo largo de los pasamanos. Zaca, Miguel, Chicha y yo decidimos recorrerlos de vuelta. La senda estaba perfectamente marcada. Pero la cornisa herbosa se iba estrechando sin que aparecieran las cuerdas. Ya andábamos un poco temerosos de que no hubiera cuerdas cuando divisamos el primer pasamanos un poco más allá. El recorrido fue como un regalo definitivo y pleno. Como cuando saboreas la fruta más deliciosa del árbol. Como una estancia en el lugar que más amas. Como el rincón más bonito de los recuerdos de tu infancia. Como una terapia total de la locura contagiosa. Como la armonía de las esferas.
La última cuerda de los pasamanos te posaba en un hombro herboso en mitad del haza. Flanqueamos por la hierba con despreocupación hasta la primera canal a nuestra izquierda. Al principio la pendiente era suave. Luego fue empinándose hasta un punto en que empezamos a necesitar las manos. El paseo se convirtió en una trepada por hierba y roca. Tuvimos una ligera sensación de peligro. Algo estimulante pero sin tensiones. Es cierto que estábamos subiendo. No bajando. Si hubiéramos estado bajando la sensación hubiera sido otra. Pensé o pensamos o dijimos: para bajar mejor poner la cuerda. Y con peso también para subir.
Me despedí hasta agosto de todos mis amigos. Ellos querían que me sumase a la fiesta que se avecinaba. Doscientas cervezas, tres botellas de ginebra y dos de ron para empezar. Datos parcialmente recabados por mí y parcialmente facilitados por Zaca. Era tentador. Sobre todo porque amo el sabor de la ginebra. Pero también era inadecuado. Tenía compromisos y, lo principal, tenía que terminar de preparar el viaje que comenzaba al día siguiente. Viaje que me llevaría muy lejos. Tremendamente lejos. Hermosamente lejos. A mi reserva de silencio. Aunque, pensándolo bien, esto no es del todo cierto. La reserva de silencio ¿esta solo en un sitio? O mejor dicho: ¿está en algún sitio en particular? Seguro que en todos los que consiguen alzar el silencio sobre el ruido. Seguro que en aquellos en que el ruido se transforma en silencio. En esos en que, a pesar de todo, permiten conectar con tu propio silencio.