29/6/13

Silencios



Camino de Arredondo alcancé el Puerto de Alisas. Las nubes grises se disiparon en el azul. El valle se extendía claro y nítido. Rotundo, podría decirse. Nada que ocultara la montaña Porracolina, nada que ocultara su aura. La contemplé como una pintura hiperrealista. Cada poro de la tierra, cada sima, exhalaba el mismo mensaje. Tuve claro que el día me iba a sonreír. De hecho me sonreía ya. El misterio, esa magia apenas alcanzable, me estaba rozando.
En Arredondo compre algo de comida. De camino, valle arriba del Asón, terminé mi desayuno. Aparqué en la curva donde se toma la vieja senda hacia la Rubicera y espere un rato. Una vocecita interior me dijo que iban a tardar.  Recorrí con una calma casi perfecta el par de kilómetros que faltaban hasta la casa rural. Allí me encontré a todos desayunando a lo grande sin prisa alguna. Estaban Hugo, Pepe y su novia Cristina, Zaca, Chicha, Miguel, MikyTripi, Antonio y una pareja de la que no recuerdo el nombre. Hubo saludos y presentaciones. La conversación giro hacia Islandia. Luego hacia Papúa. Más lejos no fuimos porque no se nos ocurrió en ese momento donde y cómo ir más lejos. Quizás Encélado donde los exobiólogos aseguran que hay condiciones para la vida. El día resplandecía y la prisa no hacía su aparición por ningún lado.
Fuimos con los coches hasta el final de la pista que conduce a la escuela de escalada de Asón. Miguel iba a guiarnos. Nos llevaría por los pasamanos hacia la cueva de la Rubicera. Él los había transitado hace poco con miembros del AER. A mitad de recorrido Miguel dudó. El camino a seguir para acceder a los pasamanos no estaba, en modo alguno, claro. Una canal empinada y herbosa, candidata final a ruta correcta, no tenía puesta la cuerda debida. Fue el momento en que aprovechamos para producir un pequeño motín. Un liderazgo difuso, un grupo con tendencias ácratas, anárquicas o, cuando menos, izquierdosas ¿Qué más se necesita? Cada cual eligió el camino que le pareció más oportuno para llegar a las hayas gigantes. Allí nos esperaba algo mejor que todo lo anterior. Un remanso de vitalidad, un soplo de frescor salvaje, un sueño hecho realidad, una mirada al árbol de la vida.
Descendimos por las canales. Aquí tampoco encontramos cuerda en el último resalte. Pero todo estaba seco y la roca presentaba todos los agarres bien marcados por el tránsito. No hubo dudas: el descenso nunca estuvo tan perfectamente dispuesto. Hasta llegué a sentirme cómodo sin la cuerda. Luego vino la sombra. La sombra de las dos bocas de la Rubicera nos estaba esperando desde hace tanto tiempo... Con una paciencia sin límite. Varios años. Soy incapaz de acordarme de cuántos. Sencillamentemucho tiempo.
La sombra del portal de la Rubicera es de esas que se disfrutan sin más. El contraste entre la radiación solar y la oscura umbría. La hierba jugosa y fresca. Un suave soplo frío, el aliento de la Rubicera. Las cómodas rocas planas para sentarse. El paisaje cargado de mensajes vitales. Como la cascada del Asón. Como los bosques de hayas del Albeo. Como las verdes hazas colgando sobre el abismo.
El ambiente me resultaba acogedor. Me sentía como si estuviera en una segunda residencia, una antigua casa, bien conocida por mí, en que los rincones me susurraban recuerdos. El sendero que nos conducía hasta el caos de bloques estaba perfectamente marcado. La gran galería se conservaba sin deterioro evidente. Sólo eché en falta que solo se hubiese marcado una senda en los arenales. Poderlos contemplar vírgenes de huellas. Pero esta trillada general de los arenales ocurrió en una época en que cada nuevo grupo que entraba en la Rubicera se peleaba durante horas o jornadas intentando encontrar el paso clave. Ese paso, que resulta tan evidente cuando es conocido, requería varios intentos del espeleólogo en la mayoría de los casos. Así es como se trillaron los arenales de la enorme galería.
El paso clave del caos de bloques ha mejorado ostensiblemente. La zona más estrecha, que antes resultaba enormemente penosa, ahora se ha convertido, no sé cómo, en una gatera de agradable tránsito. La saca, que anteriormente requería de una cadena humana, ahora es manejada cómodamente por el propio espeleólogo. Me pareció un avance positivo. Encontré, además, que la cantidad de bloques sueltos –amenazantes- había disminuido notoriamente. Me reuní con Miguel en la base del paso clave respirando la brisa que emergía de la oscuridad.  Avanzamos hacia esa oscuridad sin ninguna preocupación. Se habían evaporado todas como si la oscuridad se hubiese transformado en luz.
Nos alejábamos de la ruta más transitada, la travesía que lleva hacia el Mortero de Astrana. Aquella galería que recorríamos me estaba resultando encantadora. Pequeñas dificultades y grandes bellezas. Y ahora íbamos hacia galerías menos conocidas. En realidad solo Tripi las conocía. Difíciles de encontrar. Me dejaba guiar con el placer del que sabe que lo mejor está por llegar. Un camino prometedor hacia un lugar más prometedor aún. Primero encontramos los zarpazos de un pequeño mamífero. Miles de zarpazos tapizaban la pared. Resultaban intrigantes. Resultaba difícil de comprender el porqué de esos zarpazos. Resultaba un número excesivo de zarpazos para entenderlo. Entre nosotros circuló la hipótesis de que no fuesen zarpazos; de que la dinámica química de los minerales de la roca hubiesen conformado los zarpazos. Quizás. Tal vez. Es posible.




Más allá encontramos arenales en un cómodo laminador. Arenales con un único sendero, con una sola ruta. La emoción de estar rodeado por terreno virgen. Alguna huella perdida rompiendo la perfección de la superficie nos recordaba la importancia de la balización. Nos recordaba la necesidad de hacerlo; la necesidad aun en los casos en que los espeleólogos sean seres humanos cuidadosos. Casi escrupulosos, casi obsesionados por la virginidad y la pureza del paisaje.
Las excéntricas abundaban en algunos rincones. Eran notables. Perfectamente blancas. Perfectamente conservadas. Exactamente colocadas en el punto en que la naturaleza de los hechos coloca a las excéntricas. Exactamente puestas para captar su imagen. Así que hicimos fotos. Y así eché de menos un trípode en condiciones. Una pequeña mancha en la poderosa historia de aquellas horas.  En realidad una mancha sin importancia ninguna. Un fugaz deseo de atraparlo todo. De quedarse con todo. Cuando todo se nos estaba dando sin atraparlo. Cierra el puño y te quedarás con un puñado de arena. Abre tu mano y todo el desierto pasará por ella.
La Galería que arranca de la Teta hacia el norte tiene algo. Algo de especial. Una decoración que no deja indiferente. En la paredes, en el techo. Y en el suelo. El murito que protege los pelos de yeso fue construido por Tripi. Los corales lo tapizan todo. De momento puede recuperarse plenamente balizando el sendero más marcado. No tiene dificultad. Es ligeramente activa por los goteos. El barrillo sobrante, fuera de la ruta balizada, desaparecerá en pocos años. Aquí no hay problema.
Sin embargo el deterioro de la ruta por la que discurre la travesía es muy notable. No hay basura, pero muchas zonas están pisoteadas -sucias- de una forma excesiva por fuera del evidente sendero principal. Que diferente sería si todo se hubiese balizado cuidadosamente. Lo más valioso que han destruido esas trilladas son los arenales cristalinos blancos que rellenaba algunas galerías. Podemos consolarnos pensando que al ser galerías estrechas era muy difícil eludir su deterioro. Pero de cualquier forma es cierto que podría haberse conservado mejor la cavidad. El deterioro principal procede de los tránsitos en la travesía. Si la travesía no se hubiera publicado o, mejor dicho, si solo se hubiese publicado una vez balizada cuidadosamente la cavidad, el deterioro sería casi nulo. El error de apreciación fue solo mío. La responsabilidad, la culpa, de haber publicado la travesía me pertenece como carga.




Es posible conservar a partir del punto en el que nos situamos en la actualidad. Eso es lo mejor que podemos hacer en este momento. No digo que las bellas travesías no deban publicarse, ni que deba impedirse las visitas a bellas cavidades. Lo que digo es que antes de ello deben prepararse cuidadosamente para esas actividades. Y es eso lo que no pude comprender hace una década. Pero ahora lo he comprendido plenamente. Mi único consuelo consiste en decirme: mejor tarde que nunca. Antes solo pensaba en democratizar la belleza. Ahora sigo pensando en democratizarla, pero garantizando su conservación. Ese es mi punto de vista. Varios grupos me han pedido ayuda para realizar travesías en el Gándara. O para visitar ciertos sitios. Está en marcha un proceso de balización para que esas visitas no deterioren nada. Una vez culminada la balización de las zonas clave las cosas serán de otra manera. Todos nos congratularemos de poder visitar o hacer una travesía de calidad. Con todas las bellezas intactas. Solo hace falta algo más de paciencia. Porque el trabajo de balización requiere su tiempo. Y hacen falta muchas manos para hacerlo.
Nuestra visita tocaba a su fin. Pero todavía nos quedaba un bonus extra que iba a darnos lo mejor del día. En el grupo había algunos que se habían quedado con ganas de recorrer la vía de acceso a lo largo de los pasamanos. Zaca, Miguel, Chicha y yo decidimos recorrerlos de vuelta. La senda estaba perfectamente marcada. Pero la cornisa herbosa se iba estrechando sin que aparecieran las cuerdas. Ya andábamos un poco temerosos de que no hubiera cuerdas cuando divisamos el primer pasamanos un poco más allá. El recorrido fue como un regalo definitivo y pleno. Como cuando saboreas la fruta más deliciosa del árbol. Como una estancia en el lugar que más amas. Como el rincón más bonito de los recuerdos de tu infancia. Como una terapia total de la locura contagiosa. Como la armonía de las esferas.
La última cuerda de los pasamanos te posaba en un hombro herboso en mitad del haza. Flanqueamos por la hierba con despreocupación hasta la primera canal a nuestra izquierda. Al principio la pendiente era suave. Luego fue empinándose hasta un punto en que empezamos a necesitar las manos. El paseo se convirtió en una trepada por hierba y roca. Tuvimos una ligera sensación de peligro. Algo estimulante pero sin tensiones. Es cierto que estábamos subiendo. No bajando. Si hubiéramos estado bajando la sensación hubiera sido otra. Pensé o pensamos o dijimos: para bajar mejor poner la cuerda. Y con peso también para subir.
Me despedí hasta agosto de todos mis amigos. Ellos querían que me sumase a la fiesta que se avecinaba. Doscientas cervezas, tres botellas de ginebra y dos de ron para empezar. Datos parcialmente recabados por mí y parcialmente facilitados por Zaca. Era tentador. Sobre todo porque amo el sabor de la ginebra. Pero también era inadecuado. Tenía compromisos y, lo principal, tenía que terminar de preparar el viaje que comenzaba al día siguiente. Viaje que me llevaría muy lejos. Tremendamente lejos. Hermosamente lejos. A mi reserva de silencio. Aunque, pensándolo bien, esto no es del todo cierto. La reserva de silencio ¿esta solo en un sitio? O mejor dicho: ¿está en algún sitio en particular? Seguro que en todos los que consiguen alzar el silencio sobre el ruido. Seguro que en aquellos en que el ruido se transforma en silencio. En esos en que, a pesar de todo, permiten conectar con tu propio silencio.

22/6/13

Túnel de Vacío



  Hago un extraño giro. Me salto uno de los principios básicos de este blog de espeleo. Hablaré de escalada. Aparentemente dos actividades que solo tienen en común el uso de cuerdas. Pero hay algo más. Algo sutil y efectivo Algo universal y maravilloso. Se trata de fabricar túneles en el vacío universal. Esos túneles solo se hacen con la voluntad de poder hacer.
            El asunto comienza cuando te enfrentas a algo. Algo que supone un esfuerzo especial, tal vez un reto, quizás vencer un miedo, a veces conseguir cuadrar un encaje de bolillos. Entonces inviertes tiempo en visualizar y proyectar hacia delante la voluntad de poder hacer. La luz crea un túnel en el vacío y hace que todas las piezas del puzle se compongan encajándose entre sí. Es algo que ocurre sin que tengas la más mínima noción de cómo. Parece el azar actuando libremente. Pero azar es el nombre que ponemos a lo que no podemos encuadrar en las leyes conocidas.
            Hace dos meses acabamos de equipar una nueva vía de escalada en la Pared SW de la Cima Sur de Peña Cigal en Caloca. Se trata de una pared vertiginosa y lisa. Incluso en ciertas zonas extraploma. Su altura supera los doscientos metros. La escalada que hemos equipado se compone de ocho largos. Las dificultades y longitudes son muy variables. Desde largos de veinte metros y 5c a largos de cuarenta metros de 6b o 6c. El día que recogimos todos los materiales utilizados para equiparla dejé caer una cuerda para plegarla en la base de la pared. Cayó con tan mala fortuna, que se engancho en un saliente del quinto largo. Además otra cuerda, perteneciente a mi amigo César, se quedo enredada a la altura de la primera reunión de la vía Garrido. Eso implicaba subir cuanto antes a rescatarlas. Principalmente porque el viento y el sol destrozan las cuerdas. Además antes de recomendar la vía a otros escaladores teníamos que verificar la posibilidad de escape desde la cuarta reunión. Dicha reunión se alcanza por un largo en diagonal ascendente que hace muy difícil rapelar entre la cuarta y la tercera reuniones. La mejor opción era montar un sistema de rápeles directos hasta el suelo. Y, en caso de que fuera posible, aprovechar para los rápeles la primera reunión de la vía Garrido.
            El dos de Junio, domingo, subí con mi amiga Amelia para realizar esos trabajos. Me obsesionaba retirar todo el material. Sin embargo no estaba suficientemente concentrado en ello. De hecho el sábado había estado todo el día currando en la balización de cavidades con un grupo de doce espeleólogos. El intento de ascender el domingo se saldo con un primer largo hecho a rastras y un segundo largo hecho a medias. No conseguimos ninguno de los objetivos marcados.
            El fin de semana del veintidós decidimos que lo íbamos a intentar de nuevo. Durante los días anteriores visualice la vía en la mente y, sobre todo, puse empeño en realizar los objetivos. Esto no significaba, de ninguna manera, que me sintiese seguro ante la jodida vía. Todo lo contrario. Me sentía encogido ante ella. Pero de todas formas, durante esa semana, dediqué varios ratos a recorrer mentalmente las dificultades y preparé la pequeña mochila que íbamos a subir. Necesitábamos la taladradora Maquita y el conjunto de objetos usados para montar un punto de rápel (maza, parabolts, chapas anilladas, llaves, brocas, etc)  Ese conjunto de útiles más el agua y algo de comida formaban un lastre muy notable.
            A las ocho de la mañana pare un instante en Unquera y una hora después recogía Amelia en Vieda. Cuando llegamos a la base de la pared todavía estaba en sombras. Me tomé los preparativos como un ritual para calmar los nervios. Tome la delantera y me lleve la pértiga. No las tenía todas conmigo y si no me hacía un paso de una manera me lo haría de otra. Amelia cargo con la pesada mochilita. Habíamos diseñado un sistema de recuperación con un fifí, de forma que el que fuera de segundo de cordada pudiera escalar con placer. El primer largo lo fui resolviendo en parte con la pértiga y en parte echándole huevos. Amelia arrastro la mochilita y varias veces la llevo puesta. El fifí no funciono como esperábamos. Decidí continuar de primero.








     En el segundo largo volví a encontrarme ante el paso que me hizo bajarme dos semanas antes. Una posición del seguro muy a desmano y una dificultad por encima de lo que yo había estimado a ojo. Puse el seguro con la pértiga y tomé la decisión de colocar, en cuanto pudiese, el parabolt en otra posición más lógica. Ahora no era el momento adecuado. Acabé el largo sin más problemas. Para el tercer largo tenía buenas expectativas. No me parecía difícil visto desde abajo. La escalada me fue confirmando la primera impresión.
            Primero unos fáciles resaltes para entrar en la chimenea que domina la reunión. La chimenea se escala en X  y luego en oposición espalda/pies. Para alcanzar la fisura que ponía final al tercer largo tenía que decidir entre dos posibilidades. Una: ascender un poco más por la chimenea y luego flanquear a la derecha. Otra: subir en diagonal ligeramente a la derecha. El problema era la poca fiabilidad de la roca. Aunque me parecía más difícil decidí usar la primera posibilidad porque exhibía roca compacta en su mayor parte. Puse cuidado en no tocar ninguna presa que me pareciera poco segura. De roca dudosa solo tuve que rozar con suavidad un gran bloque que presidia el flanqueo. Acabé el largo sin contratiempos.
            Desde la tercera reunión alcanzaba la cuerda que pendía enganchada en algún saliente del quinto largo. Tire de ella sin mucha convicción. Para mi sorpresa la cuerda cedió sin esfuerzo. Le grite a Amelia para que tomara posiciones. La cuerda se deslizo hasta la segunda reunión y desde allí Amelia la reenvió hacia la base de la pared. Esta sencilla operación nos ahorro encaramarnos al quinto largo para soltar la dichosa cuerda. Ascendiendo la chimenea Amelia se quito la mochilita varias veces. Poco antes del flanqueo le avise para que siguiera recto buscando la buena roca. Al pasar hacia la derecha se pillo un poco al bloque. Sin previo aviso el bloque cedió pasando por delante de Amelia sin rozarla. Su tamaño vendría a ser como un lavavajillas o una nevera pequeña. Golpeó en la segunda reunión partiéndose en dos mitades del mismo calibre. El impacto contra tierra fue cerca del inicio de la vía. Quizás un susto sin consecuencias. Pero si yo me hubiera agarrado a él hubiera sido muy diferente el desenlace.

            El cuarto largo ofrecía un aspecto de mediana dificultad. La abundancia de hierba estropeaba la belleza de algunos movimientos; la búsqueda de posiciones y agarres. Las últimas tres chapas del largo protegen los movimientos por un terreno espectacular. La pared cae vertical de plomada más de cien metros. En cuanto llego Amelia a la reunión un breve intercambio me aclaro lo que siempre habíamos sabido. Lo mejor era seguir con el plan original: bajarse montando los rápeles.
            Instalé el rapel bloqueando las cuerdas en previsión de un posible ascenso con prusik. Preparé concienzudamente todo el material necesario para montar un punto de rápel y me deslicé suavemente hacia abajo. La verticalidad era absoluta. En algún punto solo rozaba la pared con los pies estirados. Mirando con intensidad hacia abajo no me aclaraba si la cuerda llegaba bien a la repisa de la Garrido o no. Desde luego si no lo hacía era por menos de un metro. Decidí que podía arriesgarme, con bastantes posibilidades de no tener que ascender hasta otra repisa. Unos quince metros por encima de la repisa de la Garrido existe otra punto adecuado para montar un rápel. Durante la bajada me emocioné viendo las bonitas posibilidades de trazar una audaz ruta de escalada. Obviamente los largos serían de nivel 7 u 8 pero eso no me impidió seguir con mis fantasías. La suerte me acompañaba hoy por tercera vez: no solamente las cuerdas llegaban –eso sí muy justas- sino que en la repisa estaba montada una buena reunión con argollas de rápel. Sólo tuvimos que recoger con cuidado las cuerdas y montar el siguiente rápel. De camino hacia abajo liberé la cuerda azul de mi amigo César.
        El resto fue relajarse, recoger todas las cuerdas que yacían por doquier, ordenar el material y hacer los bultos para descender. Las mochilas y el peso se habían multiplicado, pero me encontraba de buen humor y me lo tome con alegría. Además la tarde estaba deliciosa: ni frio ni calor. Nos fuimos con mucha parsimonia valle abajo. La música de Radiohead sonaba en los altavoces. Las ganas de volver a la Pared de Cigal se habían actualizado. Pero lo más importante es que había comprendido claramente que un proyecto sólo sale bien si tiendes con tu voluntad un puente hacia él, como un túnel en el vacío universal.
           

Foto: Jose

9/6/13

Pruebas




            Varios meses mareando la perdiz y por fin se iba a realizar esa incursión con amigos a una cuevita fácil. Incluso es posible que alguno de ellos se transforme en una especie rara: Espeleólogo Aficionado. Invité a Goyo, Raquel, Eva  y J. Ángel. La tropilla final quedo constituida por Eva, Marisa, J. Ángel y yo mismo. La lluvia impedía desplazarse a ningún sitio so pena de quedar empapados. Así que no me lo planteé ni un minuto: volvería a llevar a los principiantes a La Hoyuca por la entrada clásica.
            Las predicciones meteorológicas acertaron en lo peor: llovía sin parar. La tierra empapada, embarrada, anegada no daba cobijo ni a los bichos anfibios. Creo que todos habían muerto ahogados. Recogimos a Eva en Solares y a José Ángel en Hoznayo. Pero J. Ángel volvió un momento a su casa de Navajeda. Había olvidado llevar ropa limpia para cambiarse. Y a la salida de la cueva estaría del todo impresentable. Más sabiendo en como de barro iba a estar la entrada a La Hoyuca.
            En Riaño llovía gota fina con insistencia. Al atravesar el pueblo y, de hecho mucho antes, comprobamos que se han puesto cuidados letreros de madera para indicar los barrios y los lugares. Para mí eso supone una mejora neta del ayuntamiento. Hay más conciencia del valor del entorno. Aparqué en un trozo de la pista en que pudimos pisar sobre asfalto eludiendo el barro de los arcenes y de los prados. Como había agua por doquier saqué unos grandes plásticos para posarnos. Los preparativos fueron algo pesados: mono, linterna, casco, modo de ponerse el frontal y demás detalles. Para atravesar el prado que conduce a la boca tuvimos que fletar una canoa. Con un chof-chof  e intermitentes patinazos sobre el barro conseguimos acceder a la boca. Hace poco han montado un pequeño museo lácteo. Muestra los aperos y modos de los antiguos ganaderos lácteos. Es otra indicación de que se está cuidando el entorno.
            Como, poco a poco, la entrada a la Hoyuca se desmorona las dificultades para caber por la estrechez se evaporan. Sin embargo el extraño pocete que hay que cruzar para acceder a la primera galería también se desmorona y cada vez está peor. Al final tendremos que montar algún sistema que lo haga más fácil. Las cascadas y arroyuelos estaban a tope de agua. Elegí la ruta clásica para acceder a las galerías en zig-zag.
            No tuvimos ningún problema en acceder a los zig-zags. Las galerías siguen limpias. Los arroyos comenzaban a notarse antes de lo usual. Algunos accesos a galerías colgadas se están explorando. Parece que el interés por La Hoyuca crece de nuevo entre los miembros de la expedición británica a Matienzo. Eso es bueno. La cueva creo que tiene un enorme potencial inexplorado en pisos intermedios. Nuestra modesta incursión llego a la confluencia del primer afluente. Lo recorrimos aguas arriba unos trecientos metros para ver sus bonitos suelos amarillos y la transparencia de sus aguas. De vuelta  a la encrucijada visitamos la prolongación de las galerías zig-zag fósiles. Nos quedo muy claro como se generaron y entrelazaron el nivel fósil y el activo. Luego continuamos hasta las Playas donde está el acceso a Quadraphenia.


            Saqué la cámara para intentar plasmar la cascada amarilla pero la verdad es que resulta una foto difícil. Y más con sólo un flash independiente de la cámara. Luego penetramos en Quadraphenia. Visitamos el piso superior con sus bonitas banderas. Luego la sala grande de la que desconozco el nombre. De allí fuimos hasta el pasamanos y subimos, con algunas divertidas dificultades –zonas resbaladizas y pequeñas trepadas- al nivel de las formaciones bonitas. Saqué la cámara y preparé algunas fotos. Algunas no me salieron mal del todo. Se notaba como disfrutaban de la cueva. Para mí es una zona de la cueva tan conocida que apenas me causa sorpresa alguna, pero me place la sorpresa de mis compañeros. Después de visitar con cuidado esa zona comenzamos la vuelta al Mundo Exterior.
            El plan era volver por la ruta clásica tranquilamente. Eva pasó de culo y a la primera sin problemas. Luego se introdujo en la grieta J. Ángel. De culo también. Sin embargo no pudo a la primera. Ni a la segunda, ni a la tercera. Así que a la cuarta desistió. Si hubiera sido otra cueva hubiéramos tenido un serio problema, pero en La Hoyuca existen cuatro caminos, que yo conozca, hacia la salida. Así que nos fuimos al segundo por orden de comodidad. Un meandro ascendente seguido de una cómoda gatera y de un meandro descendente (o mejor dicho desfondado) Por suerte este camino aunque requiere habilidades escalatorias es mucho más ancho .
            En pocos minutos estábamos en el exterior. El tiempo seguía igual o peor. No tenía remedio. Dejamos a J. Ángel en Hoznayo descalzo junto a su furgoneta y a Eva la llevamos hasta su casa de Astillero. Nos encaminamos a casa, una comida decente y un sesteo que duro toda la tarde. Espeleo tranquila!!




8/6/13

Camino Rápido

Fotos: J Carlos y Antonio
Texto: Antonio



           Después de mucho tiempo Adrián lo consiguió. Me había entusiasmado, por fin, para una visita al Sistema de Udías. De hecho una de los sectores más atractivas para mí: la Luna Llena. Un nuevo acceso directo a la Galería Sur que te catapulta de “forma fácil, cómoda y rápida” hacia las puntas de exploración. Y además ¡¡con bonitas formaciones en paredes, techo y suelo!! El nuevo acceso permite mediante una corta aproximación por zona mina entrar en zona cueva. El argumento de Adrián caló hondo en nuestros tiernos cerebros y poco después recolectaba como fruta madura un destacamento constituido por: Manu, Marta, Cura, Alicia, J.Carlos, Nacho, un canadiense, yo mismo y, por supuesto, Adrián. Digamos que bastantes.
La lluvia no cesaba de caer de forma pertinaz a lo largo de una sucesión interminable de días. Aun así, mientras nos vestíamos con los monos, ceso brevemente. El Cura había pinchado una rueda en su viaje desde Oviedo. Eso significaba un retraso importante, así que dejamos como guía a Manu y Marta y partimos hacia el mundo subterráneo. Nosotros mismos habíamos ido retrasándonos sin cesar: a las diez en Mompía, a las diez y media en La Gándara, a las once en la Gándara… se percibía cierta tendencia a la desgana, a irnos a tomar rabas con blancos. Pero al final, había perdido la cuenta de la hora, llegamos a la entrada del Mundo Subterráneo.
Los accesos a la Mina Sel del Haya han mejorado notablemente. Ahora no hay que botar una canoa para llegara a la cancela. Y también han adecentado la verja de entrada. Sin embargo el control que esperaban conseguir poniendo un candado se ha visto enmendado por la realidad de los hechos: ya no hay candado.
            Unas cuantas cuestas abajo por la mina y un breve desvío nos ponen en el comienzo de un alto meandro que se desfonda intermitentemente. Lo peor, sin embargo, no es el tener que transitar varios largos pasamanos, sino la aparición de un barro que tapiza todo, desde suelos a techos. Un barro pegajoso y consistente que se adueña de todo lo que toca. Las botas pesan cinco kilos más de barro, la saca está embadurnada así como los guantes y el mono. Abandono la idea de sacar la cámara para hacer fotografías en este lugar. Un incomodo desviador multiplica su dificultad debido al resbaladizo barro que tapiza los muros del meandro. Cada paso hay que afinarlo y controlarlo. Hay que poner diez veces más fuerzas para estabilizar la posición en las oposiciones y trepadas. Al final, como todo, esto se acaba, pero ahora estas en un estado lamentable. Rebozado de pringoso barro que te hace asquearte de ti mismo. Y, para colmo, entrando en una zona de delicados y raros espeleotemas.



          Si bien había dudado entre dedicarme a hacer fotos o balizar, ahora no me cabía la menor duda de lo que tenía que hacer ese día allí: intentar preservar lo mejor posible la belleza de la galería diseñando y montando la balización adecuada. A la salida de la zona de laminadores, en una encrucijada, montamos el campamento, extendimos los materiales y nos organizamos. Las estacas las pondríamos Ali y yo mientras Juan Carlos iba haciendo fotos. La dificultad consistía en tener que balizar en zona de laminadores, algunos bastante bajos, y con el suelo muy irregular.
      El proceso de taladrar llevo un buen rato. Las posturas de trabajo eran muy forzadas. Pusimos estacas cortas mayoritariamente debido a que la altura de tránsito era muy escasa. Cuando estábamos acabando en dirección hacia la salida nos encontramos con Adrián, Manu y el Cura que venían del meandro. Para poner hilo hicimos dos equipos: uno formado por Ali y yo y otro por el Cura y Adrián. Acabamos pronto gracias a esto. Sin embargo Ali y yo nos turnamos poniendo caperuzas para descansar un poco.
            Una vez acabada la balización nos reunimos para comer en la encrucijada. Cuando acabamos eran las cuatro de la tarde. Me despedí del grupo e inicié en solitario la salida. Tenía que salir temprano. Según me contaron después, la exploración fue un éxito. Se topografió más de cuatrocientos metros de galerías inexploradas. Pasadas las diez salieron de la cueva-mina. Sin dudad este camino rápido va a relanzar la exploración de Luna Llena a pesar de su barro . 



1/6/13

Transmisión



       El fin de semana se presentó espeso desde el comienzo. Por alguna azarosa razón durante la tarde del viernes ninguna de las cosas previstas salió como debía. La broca que tenía que comprar apareció en la tercera ferretería que visité. La persona con la que trataba de conectar para recoger el material de balización había desaparecido. La taladradora que Sergio me iba a prestar no tenía el cargador localizado. Las dos personas con las que había quedado en el club llegaron media hora tarde. Mejor no seguir contando. Pasadas las once de la noche Subiñas me abrió el local de la Federación y pude hacer acopio de varillas, hilo y tarjetas. Finalmente, y en contra de la fatalidad, conseguí todo lo necesario para trabajar durante el sábado.
            A las nueve de la mañana comprobé con satisfacción que tenía cuatro compañeros Nano, Fran, Nacho y Julio. Lo más interesante es que de Madrid venían varios espeleólogos de diferentes clubes para aprender/ayudar. Después de una breve charla partimos hacia La Gándara en dos coches. En el mío: Nacho. En el de Julio: Nano y Fran. Pasadas las diez nos encontramos en el aparcamiento de la desviación a La Sía con los madrileños: Álvaro, Vanesa, David, Ana, Fran, Natalia y Julio. De Álvaro me sonaba la cara. Luego Álvaro se acordó. Estuvimos juntos hace años, cuando realice la travesía de La Piedra de San Martín con César y sus amigos del grupo de Geológicas. Él no participo en la travesía pero estuvo en el grupo que fue al albergue.
            Una vez hechas las presentaciones nos trasladamos hasta una zona de coladas y gours cerca de la Sala del Fisc en la Red del Gándara. Allí extendimos todos los recursos necesarios para balizar: taladros, brocas, carteles, lomeras, superglue, tijeras, hilo y estacas. De forma somera expliqué el procedimiento : la inspección visual, la colocación de las estacas, la colocación del hilo y la señalización. Y a continuación balicé, con alguna ayuda, la zona del Jacuzzi. Cuando acabamos ese sector la cosa iba estando ya bastante clara para todos. Así que lo que hicimos fue formar dos grupos para colocar estacas en el siguiente sector. Era una zona bastante más complicada -y delicada- que la anterior, pero todo fue a pedir de boca. La colocación de estacas se acabo pronto y bien. Antes de poner el hilo nos relajamos y paramos a comer.





Para el hilo también se formaron dos equipos. Pero en esto de poner el hilo las chicas se mostraron más interesadas que en la tarea de horadar agujeros y meter estacas (¿habrá algo simbólico en ello?). De cualquier forma: el hecho fue que se formaron dos equipos que ponían hilo. La tarea se realizó en muy poco tiempo. Después emigramos desde esa zona hacia un sector más cercano a la salida.
Para la Sala del Mago teníamos que subir tres tramos de cuerdas. Además el último tramo tenía un roce importante que cedió dejando el alma de la cuerda al aire. Hubo que hacer un nudo. Esto ralentizó aún más los ascensos. Para cuando emergió el último a la Sala del Mago teníamos la colocación de estacas bastante avanzada. Hubo dudas de que superficies íbamos a sacrificar para trazar el sendero, pues los suelos de esta sala son una filigrana los mires por donde los mires. Finalmente dejamos la tarea con algún fleco por rematar, pero bastante conseguida.
Los descensos por la cuerda del nudo se eternizaron debido a que algunos de los participantes carecían de experiencia. Pero así pudimos ejercitar la santa paciencia. Como a las ocho estábamos cambiándonos en los vehículos y a las nueve nos reunimos en el bar Coventosa para tomar algo. La jornada de balización había cumplido con sus objetivos. Extender la práctica y ayudar en una zona concreta. Fue algo muy satisfactorio para todos los asistentes al evento.