12/10/13

Blanco & Brown




           Ya me lo había avisado Miguel.  Aunque, en realidad, el no pudo llegar a la sala la primera vez que la visitaron. Se sentía enfermo, tenía la gripe encima apretando a tope las tuercas. Así que él no había visto con sus propios ojos la sala. El resto de los compañeros de E50 si que llegaron a verla en aquella primera vez. De ahí había salido la información que me llego a través de Miguel. Aunque uno siempre sabe lo que ocurre en estos casos, nunca me siento preparado del todo para asumir la tontería generalizada, el infantilismo idiotizante y la estupidez profunda. Y  la mala fe. Era blanca.
            Me encontré en Gibaja con Zaca, Tripi, Pepe, Miguel y Antonio J.G. Poco después apareció Manu. Aparte de comer tostadas y beber café la charla ocupo todo el espacio disponible. La conversación paso levemente sobre Islandia y se posó sobre Getsky. La nueva empresa de Zaca proporciona Cielos a quien lo desee, aunque el coste de un Cielo no está al alcance de cualquier currito. Cielos que resultan maravillosamente reales, con sus nubes y sus copas de los arboles y sus pájaros y sus insectos y sus hojas secas cayendo, todo esto destacándose con nitidez contra el azul celeste.
            Para llegar a la Sala Blanca hay que recorrer parte de la antigua mina Chomin. Está bastante cerca de Lanestosa, en una desviación de la carretera que la une con Carranza. Dentro de la mina hay, de momento, unos ocho soplaos conocidos. Son simas en todos los casos. Una de ellas es la Txomin IV con un pozo de 235 metros. Sin embargo para llegar a la Blanca solo es necesario recorrer un cómodo pasamanos, bajar un pozo de unos 20 metros, otro de unos 110 metros y finalmente un resalte de unos de 10 metros. La instalación corrió a cargo de Pepe y Antonio J.G. No hubo ningún problema hasta llegar al pozo de 110. Allí esperamos unas dos o tres horas a que acabasen la instalación. Surgieron inconvenientes con los nudos, con los fraccionamientos y en definitiva con la longitud de las cuerdas.  Finalmente pudimos bajar el pozo. Desgraciadamente la instalación quedo con una tirada de cuerda de unos 60 metros. Pero mejor esto que no bajar. De la base del pozo a la Sala Blanca sólo tuvimos que dar un corto paseo, bajar un pozo de unos 10 metros y pasar una estrechez insignificante.
            La Sala Blanca se anuncia a lo largo de la sima (en general de todo el recorrido) Nos habíamos encontrado paneles de colada fina, concreciones y formaciones. Y, aunque no siempre, a menudo eran blancos, blanquísimos, de un blanco que llamaba la atención. Sin embargo a pesar de todo, e incluso a pesar de lo que te cuentan, la blancura de la Sala Blanca impacta al neovisitante. Es muy blanca. Más allá de si es más o menos blanca que otros sitios blancos en los que he estado, se trata de una blancura que te envuelve. Por todos lados hay blanco. Incluido el suelo.
La cosa empezó a txirriar en cuanto entramos en la Sala. En vez de encontrar un único rastro, fácil de seguir, en la blancura nívea, nos enfrentamos a tener que tomar una decisión: ¿por donde está más pisoteado (para seguir por ahí)? ¿por donde se ha pisoteado menos (para no pisar)? ¿por qué el sitio más pisoteado no es el más lógico, ni el mas fácil, ni el que menos impactaría? ¿por qué un sitio como éste no se ha balizado ya? ¿por qué el grupo responsable de su exploración no ha cuidado de algo como esto:  LA SALA BLANCA…? Todas estas preguntas me gustaría formulárselas personalmente al grupo responsable de la exploración y también a aquellos que siguen en sus trece, afirmando que “balizar es meter basura en las cavidades”. Me gustaría que pudieran ver, todos ellos, el estado de la Sala Blanca. Y me gustaría que me respondiesen a esta sencilla pregunta: ¿qué es preferible pisotear y embarrar toda la Sala Blanca o poner algunas varillas blancas de fibra de vidrio y un fino hilo de pesca, que apenas se ve lo suficiente, para conseguir que sólo un estrecho sendero se embarre? Les recuerdo a los listillos que afirman que “balizar es meter basura” que en algunas cavidades de otros Estados (no España claro!!)  no solo se baliza, sino que se exige cambiar de calzado y de mono para pisar en zonas cristalinas. Pero los españoles somos más listos que nadie y también más gallos. Así nos va en casi todo…
En la Sala Blanca estuvimos mucho menos de lo que me habría gustado. Una media hora para hacer fotos y un poco más para comer. Pepe y Antonio J. G. partieron hacia el gran pozo con intención de fraccionar la tirada de 60 Poco después partimos el resto. Cuando llegué a la base del pozo grande Pepe  estaba en la tirada de 60 y Antonio J. G. en el volado inicial de 25. Para desconsuelo de la mayoría no habían fraccionado la tirada de 60.
 Tuve la suerte de que, gentilmente, me cedieran el paso todos los que allí estaban. Así que me toco subir trás Antonio J.G. Subí bien el volado inicial: seis pedaladas y descansar unos segundos y así sucesivamente. Pero estaba preocupado por la tirada de 60. No tenía ningunas ganas de subir esa tirada de cuerda. Recordaba de otras ocasiones el chicleo de 60 metros, la rotación incontrolada, la falta de contacto con algo sólido. Suena prosaico, pero me sentí muy aliviado al salir de la tirada.
Manu y yo esperamos más de una hora en la cabecera de los pozos hasta que nos pasaron una saca llena de cuerdas. Un poco despistados en las galerías mineras iniciamos la vuelta al exterior. Zaca nos alcanzo enseguida. Cerca de la salida Zaca recogió la piedra que encontró cuando entrábamos: cristales grises metálicos que a mí me parecieron de galena más que de blenda.
Ya anochecido nos reunimos junto a los coches. Los móviles funcionaban a destajo con y sin whatsapps. Las cosas volvieron a estar en su sitio cuando, en Gibaja, comenzaron a salir cervezas del frigorífico. Esto no era más que el preámbulo de lo que vino después. Sin embargo, después de una cerveza, yo no me quede a la velada. Dicen que soy insociable, pero sencillamente es que me aburro cuando hay mucho lío a mi alrededor. Mi mente, y yo mismo, somos demasiado simples para comprender simultáneamente tantos fenómenos cambiantes …




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6/10/13

Perretes


(21/9/2013)
            Como no había donde agarrarse nos agarramos a la nada. El día iba a ser bueno y no teníamos ganas de andar bajo tierra. Me quedaba demasiado cercana la experiencia de estar doce horas en la Red del Gándara para empezar a balizar Anestesistas. La posibilidad de irse de excursión –senderismo-, a escalar plácidamente o a contemplar el paso de las nubes nunca fue descartada del todo. Pero a la postre peso nuestra curiosidad por los agujeros del Hondojón y allí fue donde nos fuimos Manu y yo.
            Teníamos que visitar las pequeñas dolinas herbosas del Hondojón, elegir una y comenzar a sacar piedras.  La furgoneta de Manu alcanzo por la pista el collado de acceso al Hondojón. No hubo mayor problema que una fuerte cuesta con el surco de las aguas muy marcado. Un todoterreno paso a nuestro lado mientras nos preparábamos. Descubrimos que estaban trabajando con una excavadora en una finca. Me dio la impresión de que mejoraban el acceso a la cabaña. De cualquier forma teníamos compañía cercana. En una de las dolinas habíamos trabajado Mavil y yo hace un año. Sin embargo no encontré ni rastro de nuestro trabajo a pesar de las vueltas que di. No cabe duda de que los paisanos taponan, si pueden, cualquier desobstrucción en curso. Por eso decidimos sacar las piedras fuera de la dolina y enviarlas a otra. Al menos si alguien intenta taponar lo destaponado le costará trabajo. Como a las tres se estropeo el cabezal de la broca y no pudimos seguir con la obra. No más que sacar alguna piedra pequeña suelta. Sin embargo el resultado fue alentador. Teníamos roca madre a la vista y hueco hacia abajo muy evidente.
            Cruzamos el Puerto de la Sía y torcimos hacia Las Machorras. Nos tomamos una gran cerveza fresca. Nos hacía falta. El sol estaba castigador, el calor era sofocante. Poco antes de Lunada abandonamos el vehículo y tomamos la pista hacia Los Campanarios. Nuestra frustración subió varios grados cuando vimos lo que quedaba de nuestra obra en La Bloquera: nada. Un enorme montón de tierra coronada por brezos y tojos marcaba nuestra excavación. Era claro que, sin un buen uso del apuntalamiento y la contención, seguir trabajando allí iba a ser inútil. Así que decidimos dar un paseo en busca de agujeros. Desde luego teníamos dos agujeritos aspiradores con muy buena pinta. Uno en el colladito y el otro al ladito de La Bloquera. Pero para nuestra suerte Manu tuvo un golpe de buena suerte y localizó a unos 30 metros al oeste una cuevecita marcada como 1624 por nuestros amigos franceses. Prometedora… 
  
(28/9/2013)
            Manu y yo nos habíamos quedado solos. Pero mejor ir acompañado sólo por alguien que te acompaña bien que quedarse sin compañía alguna o con malas compañías. El objetivo que nos planteamos era algo duro. Alcanzar la zona de Anestesistas y balizarla entera. Para conseguir algo así necesitábamos todo el día y algo más. Al final nuestra estancia sólo duro 13 horas. Sólo.
            Comenzamos el devenir a las ocho y media. Nos metimos a la cueva un poco tarde. Y avanzamos sin prisa pero sin pausa. La cueva estaba más húmeda de lo habitual. Te hacía sudar. Al poco de pasar el Pozo de las Hadas dejamos atrás la cascada de la Sala del Ángel algo crecida. Había neblina en la sala pero no me pareció demasiado densa.  
            La zona de Anestesistas nos pareció muy lejana. Incluso más que la última vez. Protegerla mediante una balización exhaustiva casi parece exagerado. Pero llegarán los días en que menudearan las visitas.
            Dividimos el proceso de balizar en tres sectores. Hicimos un reparto de trabajo basado en la especialización: yo colocaba las varillas de fibra y Manu colocaba el hilo. Después de balizar el sector más delicado nos paramos a comer algo. Luego vino el sector de entrada desde el oeste. Finalmente nos dedicamos al sector más oriental . En mi opinión prefiero pecar de exagerado que dejar algún detalle que luego se pisotee.
            Estábamos bastante cansados de colocar estacas e hilo. Así que la idea fue ir saliendo manteniendo la moral alta. Ya de noche volvimos al exterior. Había llovido pero la tierra no había formado barro aún. Cuando llegue a casa todavía no eran las doce. Me tome una cena más ligera que abundante y me sumergí en el sofá antes de hundirme en la cama…
  
(6/10/2013)
Ese día estuvimos a punto de no ir a ningún lado. Pero a pesar de la falta de respuesta inicial la perseverancia de Marta tuvo su recompensa. Adrian, Jara, Marta y yo. Una buena cuadrilla.
La noche anterior pudimos cuadrarlo todo para estar a las diez en Solares. La música que elegí para amenizar el viaje aguas arriba del Miera tuvo una acogida desigual. A la altura de Linto opté por apagarla. Nos acompañaban algunas nubes viajeras transitando con indolencia por las laderas. Los trozos de cielo azul aumentaban según ascendíamos hacia Lunada. En tierra burgalesa el sol era evidente.
Teníamos una razón para estar otra vez en Lunada: se llamaba 1624. Nada especialmente llamativo pero al menos cercana a La Bloquera. Todo el trabajo del año pasado se había arruinado. Una montaña de tierra, brezos y tojos acumulada  sobre la excavación que tanto nos había costado. Pero no hay mal que por bien no venga. Al menos en este trabajo no habrá hundimientos.
El día fue exitoso. A base de sacar piedras conseguimos avanzar tres metros. No está mal teniendo en cuenta que puede ser el portal de cien kilómetros de pasillos!  Las dos chicas se pasaron charlando gran parte del tiempo a la puerta de la cueva. Mientras Adrian y yo movíamos bloques se podía escuchar vagamente su conversación.
El tiempo fue empeorando hasta que  las nubes y el viento hicieron caer la temperatura a menos de 10ºC. Tocaba largarse de allí cuanto antes.  Valle abajo el tiempo fue templándose hasta alcanzar unos maravillosos 20ºC.  En Solares el verano estaba en su apogeo. Me entró una modorra que dignificaba arrastrarse hasta un sofá. Por suerte mi casa estaba cerca y pude llegar…