8/12/14

El Patio




La verdad es que me costo un huevo volver a hacerme a la idea de meterme bajo tierra en el puente de la Inmaculada (inmaculada: sin mácula, sin mancha) Llovía de verdad y estaba llegando el invierno. Aún así no me apetecía entrar a una cueva. Más bien era leer -plácidamente- lo que realmente me seducía. Y a ser posible en una habitación confortable y cálida. Por el contrario mi amigo Miguel estaba entusiasmado con la idea de hacer espeleología. Y sobre todo con la de volver a explorar en la Red del Gándara. Además era su cumpleaños feliz y deseaba un buen regalo. ¿Y qué regalo mejor que el de una gran galería llena de formaciones inmaculadas y bellas? Animado por el ánimo ajeno quedamos el lunes en Ramales a las diez. Nacho estuvo a punto de venir, Eva estuvo a punto  de venir y una espeleóloga del Burnia también estuvo a punto de venir. Pero no vinieron.
Dos éramos, en el aparcamiento, dispuestos a mojarnos. Un grupo salía y otro entraba de la Cueva del Gándara mientras nosotros hacíamos encaje de bolillos -apresurándonos- para no sufrir las consecuencias de un aguacero. Lo conseguimos: entramos sin empaparnos y el frío se nos pasó enseguida. En menos de una hora estábamos ante la punta de exploración.
Tarde un buen rato en colocarme todo el material. De hecho es una de las tareas más complejas que debe emprender un espeleólogo que desee escalar asegurándose con fijaciones tipo parabolt o roscapiedra. Hay que colocarse encima: taladradora, batería, maza, llave de tuercas, parabolts con chapa, mosquetones etc. No lo tengo nada automatizado. Además la conexión entre la batería y mi taladro falla, y obliga a apretar con una mano mientras se sostiene con la otra el taladro; mientras tanto guardas el equilibrio en una posición inestable y precaria con una caída interesante. Bueno, eso es así.
Primero acabé el pasamanos de acceso a la chimenea metiendo dos fijaciones más. Luego monté una cabecera y pasó Miguel. Ahora había que escalar la chimenea. Fácil en principio. El primer seguro lo metí a unos cuatro metros de altura. Excelentes repisas para los pies y bastante buenas presas para manos. Más arriba metí otro parabolt y luego un cordino a un puente de roca antes de ponerse chungo. Hice una travesía ascendente a la derecha y coloqué otro parabolt. Me había quedado sin material. Me descolgué y Miguel bajó a por más chapas con parabolt y a por las baterías restantes. De vuelta arriba metí, en una difícil posición, otro seguro y negocié el paso más delicado. Por la derecha la pendiente se recubría de moonmilk y no había manera de poner el pie sin resbalar. Subí un poco por la izquierda en adherencia y empotre el pie derecho en una fisura recubierta de jabón. Desde aquí no me fue difícil alcanzar una sucesión de agarres descomunales. La dificultad había acabado. La chimenea ascendía girando a la derecha. Bajo el último resalte, en una buena repisa con salientes en forma de cuchillo, monte una reunión. Miguel ascendió recogiendo todo el material.
El resalte era sencillo. Metí un cordino a un punta maciza y salí escalando en oposición/bavaresa con cuidado por la pátina resbalosa. Bonita escalada. Arriba nos encontramos una marmita de aguas prístinas. Yo no quería arriesgarme a caerme en la marmita pero Miguel paso con gran habilidad al otro lado. Descubrió una zona de formaciones y, más allá de una difícil gatera, un meandro con cristalizaciones en el que quizás se pueda avanzar subiendo varios metros. Sin embargo, por el momento, lo abandonó en ese punto.
Para bajarnos dejamos tres chapas y un desviador. Fraccionamos con cordinos en doble para ahorrar mosquetones. La sorpresa vino mientras bajaba Miguel. Yo había descartado una ventana a la izquierda de la escalada pensando  que daba a la sala de donde veníamos. No me pareció relevante. Sin embargo Miguel, trepando un poco, se asomo. Lo que vio no se correspondía en absoluto con la sala ni por el tamaño ni por la distancia al suelo. Se trataba de un patio distinto. Renace la ilusión. ¿Continuará la cavidad por esa ventana? ¿Podremos descubrir algo nuevo a través de ese patio?
Para celebrar el éxito de la exploración paramos en Ramales a beber cerveza y comer patatas con alioli. Todo un lujo después de pasar el día a remojo acompañados de barro, charcos, marmitas, goteos y chorrillos de agua burlándose de nuestros afanes.

5/12/14

Prioridades.2



La meteo daba chubascos o lloviznas con cielo cubierto para el viernes y aún peor para el resto del puente de la Inmaculada. Pero yo no estaba dispuesto a diferir más tiempo la balización de la cueva que había visitado el fds pasado, en concreto el día 22 de noviembre. En un principio pensaba ir solo, pero el miércoles me llamó Juan (el joven) para ofrecerse a venir conmigo. Quedamos en hablar al día siguiente por la noche. El jueves fue demencial: todo el día en la mesa electoral de los representantes sindicales del gremio de la Educación. Además no paró de jarrear. A la postre Juan (el joven) no se animó a venir. El tiempo atmosférico había hecho su tarea pulverizando la moral del personal. Mismo yo, dudé por la mañana entre ir y hacer otras cosas.
Agarré un buen paraguas y un impermeable noruego y con todas las herramientas de balización me metí en el coche. En Alisas intuí que el tiempo me iba a sonreír. Y así fue:  no me cayo ni una gota en toda la subida. El impermeable fue en la saca y el paraguas me sirvió de bastón en el resbaladizo sendero de subida. El peso y la incomodidad de ir con el mono exterior hasta la cintura se hizo sentir. Pero había conseguido tener la moral muy alta.
La entrada estaba embarrada y con varios charcos que pasé al estilo gato erizado. Me aposente en la primera sala, seca y arenosa, y dispuse el instrumental. Empecé intentando colocar el cartel de "Cueva Balizada" pero el sitio que elegí, muy cerca de la entrada, era incómodo e inadecuado para su lectura. Los suelos, muy frágiles en la galería de entrada, me aconsejaron modificar la idea inicial. Pondría el cartel algo más adentro. En total me debió llevar unas dos o tres horas el colocar las estacas y el hilo del primer sector. Además encontré un lugar excelente para colocar el cartel: Un gran bloque hincado en la base con una cara plana dando al sendero e inclinada levemente para facilitar su lectura. Después de todo esto comí. Al móvil se le había acabado la batería. No sabía la hora, pero calculé casi las tres -la última vez que lo miré era alrededor de la una-.
El segundo sector incluía desde la salida de un laminador cómodo, con suelo de guijarros, hasta las inmediaciones del pozo. Me di cuenta que iba a llevarme bastante esfuerzo y tiempo acabar aquello en el día. Pero tomé la determinación de hacerlo. La colocación de las estacas, sin ser penosa, me cansó los riñones. Las caperuzas de plástico eran largas y costaba meterlas en frío. De tanto apretar me hice una rozadura en el pulgar derecho. Tuve la repetida sensación de que era tarde . Recogí todo cuidadosamente y dejé un depósito de estacas para seguir con el trabajo más allá del pozo.
La gatera de entrada no sólo estaba embarrada y con charcos; corría un riachuelo por ella. Salí empapado y con barro por doquier. Afuera estaba lloviendo y era noche cerrada. Por suerte se trataba de bajar y no de subir. Pero a punto estuve de darme un buen batacazo varias veces. Aquello parecía una bañera untada de jabón. Dieron las siete en el reloj de la iglesia lejana. 
Mal que bien, conseguí llegar a la carretera. Me encontré con una chica joven que había parado el coche preocupada de que a esas horas y con ese tiempo alguien estuviera en la senda. Me presto el móvil para hacer las llamadas de rigor. La tranquilicé y le agradecí su preocupación. Ella era un maravilloso ejemplo de que no todo está perdido en la sociedad española. Cuando pude arrancar el coche y poner la calefacción alcancé el relax. O casi. Mi jornada laboral había finalizado Pero aún tenía que llegar conduciendo a casa e ir a Santander.







Solución Drástica

29/11/14

Collages


Cuando una persona posee unos recursos limitados tiene que inventarse el camino. Transportar grandes cantidades de material fotográfico, reclutar a varios ayudantes y dirigirles durante la realización -digamos disparar flashes-. Todo ello puesto en acción tanto en localizaciones relativamente accesibles como en otras muy remotas. Estos condicionantes dan como resultado que sea complicado hacer fotos de calidad en las cuevas.
Con la idea de reducir los recursos necesarios comenzamos a experimentar con el montaje de varias tomas a cámara fija en las que solo está iluminada correctamente una parte del total. Se trata de una idea similar a la del HDR pero llevada al extremo absoluto. En una típica toma sólo veremos iluminada correctamente, más o menos, una pequeña zona de la superficie total de la toma, mientras que el resto puede estar a oscuras por completo. Surgen dificultades serias en los solapamientos ya que pueden generarse graves incongruencias en las luces o en la temperatura de los colores. Además debemos garantizar la inmovilidad absoluta de la cámara a lo largo de todas las tomas. Sin embargo los recursos tanto humanos como materiales disminuyen drásticamente. Bastan uno o dos flashes y un ayudante para conseguir buenos resultados. Luego viene el trabajo de fusión de tomas con el ordenador: esto es harina de otro costal. 
El sábado me acerque a la Cueva del Torno para realizar algunas tomas experimentales sin ayudantes y con un solo flash. Estuve muy entretenido unas tres horas para hacer cuatro fotos. La conclusión que saqué es que puede trabajarse con un solo flash. Pero si hay que iluminar zonas complejas es necesario un ayudante o disparadores remotos para los flashes. Además es casi imprescindible usar un disparador remoto para la cámara so pena de estropearlo todo.
La acumulación de caracoles en la rampa de entrada era alarmante -llovía fuera- y la rampa era un barrizal. Tanto a la entrada como a la salida tuve buen cuidado en intentar no aplastar ningún caracol. Casi lo conseguí.





22/11/14

Prioridades.1






Cuando se descubren todas las cuevas son vírgenes. Esta también era virgen. Pero, además, era –es- bonita y sencilla de recorrer. La senda de aproximación es un viejo sendero de cabras abierto por las cabras, mantenido por ellas y utilizado esporádicamente para marchas de montaña. Hacía tiempo que Juan me había hablado de esa cueva. Una sola vez la había visitado con un pequeño grupo, pero no lograron avanzar mucho. A lo sumo anduvieron un kilómetro, de la decena que afirman haber explorado, antes de encontrarse con un pozo que no cuadraba. La información que Juan había recibido acerca de cómo bajar a un nivel inferior mencionaba una rampa sin pozos y no un pozo.
A primeros de octubre hablamos de ir a la cueva. Pudimos ponernos de acuerdo en una fecha pero nos costó. Semanas después hubo que posponer la fecha a noviembre. Es la cruz que arrastramos en el mundo de la comunicación fácil e instantánea: el torbellino de cuadrar planes que implican a varios individuos. La cosa se pone fina porque los fines de semana se están convirtiendo en una desbandada de esclavos ansiosos. Como una ballesta que se tensa hasta el paroxismo la semana laboral va aumentando la presión hasta que el fin de semana de abre la válvula. La vida social, familiar, las amistades, el cuidado de la casa, las compras y las aventuras en la Naturaleza deben conseguir encajar entre el sábado y el domingo. Eso suponiendo que el individuo en cuestión tenga un fin de semana normal. Porque hay mucha gente que no lo tiene o que lo tiene sólo a veces.
El sábado 22 de noviembre quedamos en Solares a las nueve y media. Aunque podríamos haber ido tan solo en dos vehículos, Juan, Julio, J. Ángel, Cristina, Iván, Juan (el joven) y yo nos repartimos en tres coches para poder flexibilizar la vuelta. Una gran parte del grupo deseaban quedarse a picar algo en Arredondo al anochecer. Antes de prepararnos para la subida paramos a tomar unos cafés.
El tiempo era perfecto para caminar. Hacía algo de fresco, pero no frío. El aire estaba en calma y nítido. Aunque Juan me había contado que se tardaba una hora en la dura subida la impresión que me produjo fue que se tardaba menos. Y a pesar de que se notaba mucha pendiente en algunos tramos, las cabras siempre son cabras, el sendero no es malo y está bien trazado. Además a esas horas de la mañana la ladera por la que discurre el camino se encuentra en sombras. Personalmente disfrute de la aproximación. En el último centenar de metros nos encontramos varios agujeros marcados por los grupos exploradores.
La cómoda gatera de entrada desemboca en una galería de techo bajo que va haciéndose progresivamente más cómoda. Los suelos están en su mayoría impolutos. Se progresa con facilidad avistando algunas zonas de belleza peculiar. Así fácilmente se llega a una sala de hundimiento en que la continuación principal está en el fondo de la bloquera. Allí hay un pozo. Sin embargo las noticias de Juan eran que podía bajarse al nivel inferior por unas rampas. Esto significaba volver atrás y buscar. Así lo hicimos. Mientras buscábamos pudimos visitar algunas desviaciones pobladas de ristras de zanahorias, naranja intenso a rojo obscuro, colgadas del techo. Todas las pequeñas galerías acababan obstruyéndose por tierra o concreciones.
De vuelta la sala colapsada formamos dos grupos: el formado por Iván, Cristina y Juan (el joven) bajaron el pozo y visitaron someramente el piso inferior. El formado por J. Ángel, Julio, Juan y yo mismo nos quedamos a hacer fotos. Mientras hacíamos las fotos -bajo el imperio de la tranquilidad- una idea fue cuajando en el ambiente: ésta cueva esta en un estado virginal y nos gustaría, ahora que todavía estamos a tiempo, balizar las galerías para preservar el paisaje subterráneo tal y como está. Sera un ejemplo maravilloso de lo que puede conseguirse con un poco de esfuerzo. ¡La prioridad es conservar y no explorar!  
Hicimos unas veinte tomas para cuatro o cinco fotos experimentales (collages) Pasaba el tiempo. Comimos… Tres horas después, con un desatado deseo de tomar el sol, escuchamos al grupo de Iván saliendo del pozo. Unos minutos después estábamos fuera. Un atardecer suave se había apoderado del valle. Cada paso de la bajada me resulto un placer. Los colores se adivinaban, cabalgaban sobre las formas, como un dictado sobre un público ávido de palabras. No merecíamos más, quizás menos. Me senté sobre el suelo fresco para cambiarme. Luego bajamos a tomar unas bebidas en Arredondo. Cambiamos varias veces de opinión. En todos los bares la gente veía un partido de fútbol y vociferaba. No necesitábamos tales cosas. La noche había caído ya. J Ángel y yo volvimos a Solares. 

18/10/14

La Foto



Una de las fotos tenía unos pendants rosados. Las texturas habían quedado perfectamente reflejadas. Era una buena foto para el nuevo calendario, pero faltaba una referencia humana. Juan me sugirió repetir la foto con alguien en ella.
El jueves Oscar fue a terminar las instalaciones en Cuevamur. Le acompañaron Sergio y Sara. Pensaba ir con ellos a realizar la nueva foto pero no pudo ser. Y fue por eso que quede el sábado con el grupo que iba realizar la visita. En total éramos más de veinte personas. Como a las diez estábamos preparándonos en el aparcamiento de Las Covalanas. Había mucha más gente por allí, creo que estaban realizando unas pruebas para un curso de Habilitación de Monitores de Espeleología. Una cascada de calorazo nos inundaba a marchas forzadas. 
Yo albergaba la esperanza de que alguna fémina se viniese a la Sala de los Cristales para posar en la foto y ayudarme con los flashes. En la puerta de Cuevamur nos paramos unos minutos para dar explicaciones sobre la visita y sobre los senderos balizados que iban a encontrarse. El primer pasamanos, el resalte, la rampa, los laminadores y el pasamanos de la Gran Sala los transitamos en grupo. Allí los visitadores se dispusieron a bajar la enorme rampa hasta el fondo de la Sala para realizar el circuito que atraviesa la Gatera de los Retales. Mientras tanto se preparaban para el descenso sugerí que alguien me ayudase a hacer fotos en la Sala de los Cristales, pero todos querían hacer la visita completa. Tenía que inventarme una foto conmigo mismo como modelo.
Antes de comenzar a pensar en las fotos me di un paseo por las instalaciones de balización. Revise algunas varillas en las que habían saltado las caperuzas. Fije el hilo lo mejor que pude. Es claro que algunos tropezones fueron sobre varillas (resisten bastante pero a veces se parten) Me concedí un rato para reflexionar sobre cómo colocar los flashes. Era difícil hacerlos funcionar con el disparador remoto a la distancia que pretendía. Tuve que colocarme en la foto como modelo cercano a los flashes para poder disparar. En la primera tanda de fotos disparé un flash frontalmente a mano y dos en ángulos transversales. Además puse una linterna a iluminar difusamente el fondo de la galería. La cosa se empezó a poner complicada. Tiré por lo menos nueve fotos intentando sacar lo mejor posible de los instrumentos que tenía. Finalmente me harté de hacer fotos con el trípode fijo en la misma postura y con la cámara inmovilizada en la misma mirada.
Me trasladé a una zona de concreciones masivas en el centro de la Sala y me dispuse a realizar unas cuantas fotos diferentes. Como ahora las distancias eran más cortas fue más sencillo manejar los flashes (la distancia de disparo de los sensores es demasiado corta para las necesidades espeleológicas…) Allí realicé unos quince disparos a temas varios y en algunos me incluí como modelo humano. En un momento dado me sentí saturado de tanta foto. Además empezaba a sentir un poco de hambre.
No sabía que hora era, no llevo reloj en las cuevas ni tampoco fuera, pero por lo menos habían pasado dos horas desde que me separé del grupo. Me entretuve un rato aplacando mi hambre pero esperarles en la Sala de los Cristales significaba demasiado tiempo para mi escasa y débil paciencia. Opté por salir. En el enorme Hall de entrada había un innumerable grupo de personas practicando instalaciones. El calorazo era casi insoportable considerando que estábamos en la Cornisa Cantábrica. Más abajo, ya cerca de aparcamiento y en el mismo, había más manadas de cursillistas. Me encontré con Cipri, un viejo compañero de espeleo, realizando uno de los cursillos. Un bajón de tensión me estaba adormeciendo. Opté por marcharme rápidamente a casa antes de caer redondo al suelo. Además estaba ansioso por echar un vistazo a las tomas que había capturado. Fue una sabia decisión…





4/10/14

Avatares



Los exploradores de la Red de Udías me habían sugerido que les ayudase a balizar una zona delicada descubierta recientemente. De hecho se trata de una zona con suelos muy frágiles y a la que ya han conseguido acceder espeleólogos foráneos. Se corría el peligro de que se pisotease por doquier. Así pues cuadramos una salida exprés para diseñar los senderos de la zona Avatar. Miguel, yo y como guía Manu. Nadie más pudo venir a pesar de que muchos lo deseaban.
Eran poco más de las diez cuando nos reunimos y media hora después estábamos entrando por el Hoyo Cobijón. Unas dos horas después, y tras un recorrido esforzado, accedíamos al nuevo sector. Nos costo dar con el camino correcto hacia la zona frágil. Tras unos titubeos, que duraron menos de cinco minutos, estábamos en el lugar. Después de una inspección general, en la que anduvimos con todo el rigor que pudimos por donde ya se había pisado, comenzamos el trabajo. Con la taladradora fui instalando las varillas. Miguel en una banda y Manu en la otra colocaron el hilo. Solo hubo alguna duda en cuanto a la anchura del sendero (prefiero hacer los senderos estrechos…) y en la posición de una varilla
Comimos pacíficamente un frugal menú que a mí me dejo medio insatisfecho. Y luego nos pusimos a hacer fotos (Miguel ya había empezado mientras trabajaba) La sesión se prolongó más de una hora pero a mi se me hizo corta. Si entras en un estado de calma todo va suave. Lo que más echo en falta es un conjunto de flashes cómodo. La iluminación de los cascos con exposición nunca da una foto de calidad óptima. Lo más sugerente fueron las islas flotantes colgando del techo (recuerdan las de la película Avatar) La vuelta se desarrollo sin contratiempos. Me pareció más corta que la ida, pero ya sé que el tiempo es un factor subjetivo de la experiencia.
Afuera llovía suavemente. Según íbamos cambiándonos de ropa, en cuestión de minutos, empezó a arreciar. Cuando llegamos al bar cercano jarreaba. Sin embargo la temperatura seguía siendo veraniega. Mientras tomábamos una buena cerveza nos congratulamos de la hermosa lluvia que tanto falta hacía y del trabajo realizado en Udías. Aunque bien pensado sería necesario convencer a todos los paisanos y ayuntamientos de la zona para que no arrojen basura al Hoyo Cobijón. El río de la cueva se ha convertido en una vertedero en que uno puede encontrar objetos de plástico, goma, metal o de cualquier  material imaginable en cantidades industriales. Y sin embargo encontramos un tritón! y un pez! Lo que demuestra que el agua no puede estar tan contaminada como pensamos ¡o que mi idea de que los tritones sólo habitan en aguas muy puras es falsa!



19/9/14

Susana




Susana vino a estar con Ananda un par de semanas en España. Primero pasaron unos días en Andalucía. Y un buen día estaban en casa. Susana es una joven austríaca que habla muy bien español. Extraordinariamente bien para tener una única corta estancia en nuestro país: seis meses de prácticas en un hospital de Sevilla. Allí tuvo que ponerse las pilas bien rápido porque ningún médico del hospital sevillano hablaba inglés. Bueno, el efecto práctico de eso fue que pude hablar en castellano con Susana de cualquier cosa.
Cuando Susana supo lo interesante que es la espeleología en Cantabria le entraron ganas de visitar una cueva. Como no era pertinente ir a un sitio que requiriese el uso de técnicas verticales decidí llevarles a la Rubicera: grandioso paisaje y grandiosa cueva. Pero el viernes, a la hora que debíamos cruzar Alisas para llegar al Valle del Asón, el tiempo estaba tormentoso en las montañas y había comenzado a chispear. Decidimos ir a una cueva más costera y con un acercamiento muy corto: La Hoyuca. Esa cavidad me produce la misma impresión que visitar una habitación de mi propia casa. Sin embargo siempre que voy lo veo con los ojos de alguien que no ha estado allí o que, incluso, no ha estado en ninguna cueva. Y este era el caso de Susana, aunque no el deAnanda.
Susana puso cara “de susto” en la gatera de entrada. Pero no emitió ninguna queja. Se nota que le gustan los retos y el deporte. Nuestro objetivo era una visita a Quadraphenia mirando todas las galerías que pudiésemos. Mientras avanzábamos el silencio entre nosotros era notable. Sólo mis breves explicaciones rompían ese silencio. Me pregunté si, quizás, estarían inquietos por el ambiente subterráneo. Tal vez a Ananda no le apetecía de verdad estar allí y sólo lo hacía por Susana. Preguntas sin respuestas.
Fue divertido el paso de la estrechez que da acceso a galerías amplias. Susana paso detrás de mí. Ananda fue el último y tuvo alguna dificultad en sacar una de sus largas piernas. Anduvimos con calma sobre las cómodas galerías arenosas: es la mayor sequía que he observado en todo los años que llevo entrando en La Hoyuca. Ningún rastro de los arroyos que suelen circular por esas galerías.
En una encrucijada donde aparece un afluente meandroso lo tomamos -a la izquierda- para que conocieran una galería de ese tipo. Luego inspeccionamos la zona donde la red de galerías fósiles arenosas zigzagueantes a 45º se colapsa sobre FirstRiver. Eso está muy cerca de Las Playas, ensanche natural de la galería por donde transcurre tranquilo First River antes de sumirse en un sifón doscientos metros río abajo y en donde también desembocan ciertas galerías superiores y algunas procedentes deQuadraphenia. De cualquier forma optamos por ir a Quadraphenia.
Las primeras galerías son muy simpáticas. Nos entretuvimos unos minutos visitando en un nivel superior, al que se accede por un estrecha fisura, unas encantadoras cortinas ondulantes de un precioso color cremoso. Poco después desembocamos en la Sala Colapsada. La llamo así pues no sé qué nombre le han puesto los ingleses. A esa sala  se emerge procediendo de un nivel algo inferior por un caos de bloques del tamaño de casas unifamiliares. Los bloques proceden de un desprendimiento del techo. Aún pueden observarse en algunos sitios las estalactitas pegadas a los bloques e inclinadas unos 15º. En una esquina de la sala se toma una galería fósil arenosa salpicada de una sucesión de pozos que caen a un nivel inferior. Poco más allá se vadea un desfonde por un puente de bloques recubiertos de tierra compactada. Siguiendo unos metros se abre a la derecha una fisura por la que se trepa fácilmente a un nivel superior.  
Puede que esa zona sea la más bonita de este sector de la cavidad. Son notables las formaciones de un rojo oscuro intenso, estalactitas, goteras y alguna bandera. Llaman mucho la atención porque casi toda la superficie es color cremoso claro. También hay corales de diversos tipos: globulares, planos con colores claros y oscuros. Un poco más adelante nos encontramos con un campo de gours en una colada recubierta de un fino barro muy resbaladizo. Subiendo con mucho cuidado hasta arriba por esta colada alcanzamos grandes superficies de colada con estalagmitas masivas y, finalmente, un conjunto de formaciones grandes y muy atractivas.
De vuelta al puente sobre el desfonde visitamos la galería que lo prolonga. Una cuerda ayuda al tránsito por una zona de repisas. Luego hay  que trepar un par de metros para continuar adelante. La galería se hace cómoda -y ancha- con arenas y tierra en los suelos. Más tarde se llega a una zona de formaciones discretas. Finalmente nos detuvimos ante un sorprendente fenómeno: una gran raíz colgando del techo. Dado que estábamos bastante dentro de la montaña (en planta) cuesta creer que una raíz de esas dimensiones aparezca por el techo y de vueltas por el suelo de la galería. Es posible que la superficie no esté tan lejos como pensaba. Una dolina quizás. De cualquier forma aquí detuvimos nuestra excursión subterránea para iniciar la vuelta.
En Las Playas tomamos un poco de queso y unas manzanas. Salimos por el pequeño meandro que necesita de escalada para luego bajar por un desfonde al otro lado. Un broche agradable a un recorrido encantador. Habían pasado casi cuatro horas. Sin embargo en el exterior seguía sin llover y con un calor veranigo.






13/9/14

Todo terreno

Texto: A. González-Corbalán
Fotos: Miguel F. Liria




A lo largo de la semana del 8 al 14 de septiembre me llamaron varios amigos para hacer espeleología durante el fin de semana. También hablé con una amiga de ir a escalar un rato el sábado. En realidad todo me resultaba indiferente. Es una tendencia clara de que en mí están apareciendo otros intereses o, mejor dicho, que otras motivaciones están tomando el mando.  Todo ello alimentado por una desconexión prolongada de los planes que he mantenido a lo largo de este último año se mezclaba en un extraño cóctel. De cualquier forma que fuere, el viernes a las seis de la tarde tenía varios planes potenciales y ningún plan real. En esta tesitura me llamó Miguel y me animó para hacer espeleología. La posibilidad que más armonizaba con las obligaciones de Miguel era entrar a mirar flecos de exploración en zonas próximas a la entrada de la Red del Gándara. Y no me negué, aún a pesar de mi falta de entusiasmo.
Colindres no ha sido nunca nuestro punto de cita. Pero esta vez lo fue. Eran las diez de la mañana de un sábado veraniego cuando nos montamos en mi coche y partimos hacia Ramales. Luego seguimos por la carretera de Soba hacia La Gándara. La carretera se desplazaba; más aun: se iba quedando atrás. Mientras, las historias del verano se sucedían. Anécdotas. Y la preocupación social de Miguel se manifestaba como casi siempre que volvemos a vernos. Una voz me atraía hacia mis viejos intereses. Pero otra me alejaba cada vez más de ellos. El terreno se notaba seco. La sequía se prolongaba. Un sediento reino vegetal.
Las sacas se llenaron hasta llegar a alcanzar un peso algo incómodo. Pero somos humanos y tenemos espíritu de sacrificio. No somos camellos, ni llamas que protestan, muerden y se niegan a levantarse cuando el peso pasa de un valor crítico. Así que cargamos estoicamente  con las sacas hasta la boca de la cueva. Nos recibió un ambiente frío que nos llevo a la gloria directamente. Me sentí feliz de abandonar el bochorno estival. El viento helado y ruidoso nos dio una cariñosa bienvenida. Totalmente inolvidable el sentimiento de entrar en otro reino.
Al avanzar fuimos comprobando que los senderos balizados se habían respetado y que los desperfectos eran mínimos: tres o cuatro taponcillos de sujeción habían saltado, quizás por tropezones o tal vez por la tensión que produce un ángulo mayor que 180º. Miguel, mucho más previsor que yo, los fue sustituyendo sacando de una bolsita que portaba los nuevos taponcillos. Poco después nos encontrábamos en la zona de exploración.
Hace unos meses el Río Pintado nos freno en una estrechez defendida por un charco profundo que obligaba a mojarse casi entero. Ahora traíamos trajes de neopreno para pasar cómodamente la gatera. Después de algunos intentos fallidos pude conseguir pasar el tronco y asomarme al otro lado. Desgraciadamente no había continuación de ningún tipo. El laguito final estaba seco y, salvo una estrecha fisura, la pequeña sala era hermética. Recogimos la instalación de acceso al Río Pintado y volvimos sobre nuestros pasos.
Nuestros próximos movimientos fueron para escalar dos chimeneas con hueco evidente arriba. La primera era demasiado estrecha como para poder continuar. Después de escalar unos metros con la ayuda de dos parabolts, y de sostener un encarnizada batalla, Miguel tuvo que desistir. En la segunda chimenea me encargué yo de montar un pasamanos de acceso. Sin embargo no pude acabar la tarea por falta de parabolts. Teníamos spits, pero no la broca adecuada para colocarlos. No obstante, conseguí meter dos fijaciones y dejarlo todo preparado para acabar fácilmente en un futuro cercano. Tras estas pequeñas actividades nos trasladamos a las inmediaciones de la Sala del Mago. Era hora de comer.
Las instalaciones de acceso al Mago, que habíamos montado el año pasado, funcionaban correctamente. Las balizaciones de senderos también. Nuestro objetivo era conocer más a fondo las continuaciones de la zona. Titubeamos un poco buscando las fijaciones de acceso al pozo que queríamos bajar. Pero la cosa estuvo clara enseguida: dos fijaciones en cabecera y un fraccionamiento a unos tres o cuatro metros. Después de esto un salto en el vacío de casi cincuenta metros.
Abajo me encontré sobre un suelo onírico: multitud de pequeños gours, secos temporalmente, sobre una colada de tono marrón cremoso. Bello. Hacia el este una galería descendente nos condujo a un tapón de bloques cementados por tierra y depósitos carbonatados y hermético del todo. Sólo una estrechez puede dar una hipotética continuación hacia un meandro descendente. Eso sí: con bastante trabajo desobstructivo. Hacia el oeste la galería meandriforme se hacía majestuosa. Alta, no se sabe cuánto, quizás 40 o tal vez 60 metros. Y en profundidad rota por desfondamientos que no pudimos estimar. Nos recordó poderosamente a la Fractura Meandrosa. La dirección y alineamiento nos hicieron sospechar que se trata de la misma estructura. Dos repisas planas a distinta altura permitían un peligroso tránsito hacia el oeste. Con los focos de profundidad constatamos que desaparecían unas decenas de metros más allá. Una fijación en una plataforma marcaba el descenso hacia el fondo del meandro. Pero no teníamos material para eso.
Ascendimos el pozo cómodamente gracias al pantín de Miguel. Y a él aún le quedaron ganas de mirar más cueva. Mientras yo dormitaba en la oscuridad unos minutos él se entretuvo comprobando la zona oeste del Mago. No tardo mucho en volver, y sin pausas ya, regresamos hacia la superficie. Era ya de noche. Nos pareció que había caído un ligero chaparrón. Cuando llegamos al coche debían ser las nueve.
En Ramales paramos para tomar una cerveza pero los bares estaban abarrotados de gente viendo el fútbol. No podíamos aguantar el ruido y salimos huyendo. Continuamos camino hasta Colindres. Allí acabamos en un bar-restaurante regentado por un italiano. Cuando le pedimos tapas el italianos nos dijo que allí sólo se servía comida italiana. Pizzas y pasta fundamentalmente, aunque sí que tenía rabas. Así que bebimos cerveza y comimos rabas. ¡Y las rabas estaban especialmente bien hechas!  



9/7/14

Hraunhella







Nú dreymir allt um dýrð og frið                        Todo ahora sueña con gloria y paz
við dagsins þögla sálarhlið                               en el silencioso umbral del alma 
og allt er kyrrt um fjöll og fjörð                       Todo es sosiego por montañas y fiordos,  
og friður drottins yfir jörð                                 la paz del Señor sobre la Tierra entera.

             Nú sefur jörðin sumargræn ( Ahora duerme la Verde Tierra)
                                                          un poema de Davíð Stefánsson


Strompahraun


Leiðarendi


Rosahellir


Rosahellir



Langihellir

21/6/14

Plan




Todos éramos adultos. Algunos muy inconscientes y otros menos. Pero adultos al fin y al cabo. Nos citamos a las ocho en Solares para ir con holgura. Para tener tiempo de sobra… La tarde del viernes estuvo poblada de agoreros que predecían un día lluvioso y una cueva inundada. Pese a todo mantuvimos la cita. Nacho, Ester, Miguel, Rubén y Jaime por un lado. Por otro Mavil, Marisa, mi hijo Eduardo y César. Sin embargo César decidió no venir a última hora del viernes. Eduardo hizo lo mismo a primera hora del sábado. Las tormentas que, a lo largo de la noche, había escuchado le echaron para atrás.
El día se levanto con nubes, pero sin lluvia. Al avanzar la mañana las nubes fueron escaseando. Finalmente el sol lució esplendoroso. Saltamos el puerto de Alisas con gracia. En Arredondo hicimos una parada. El segundo coche (un Toyota Avensis con los cinco más jóvenes) se había parado a repostar. Tardaron unos minutos en abrir la gasolinera. Mientras llegaban desayunamos y fui a la panadería.
En Asón contactamos con Mavil. Un quinientos metros más allá aparcamos y sacamos todos los trastos de los vehículos. Unos minutos más tarde estábamos caminando hacia el comienzo del Barranco de Rolacías. El sol pegaba bastante fuerte. Repleto de humedad y bocanadas calientes el bosque, más que cantábrico, semejaba tropical. Me movía desde una calma premeditada, calculada, para evitar el sudor. Con la calma de un taichista, como un reposo en movimiento. Iba cerca de la cabeza, pero no en cabeza. Nacho corría cuesta arriba sin apenas esfuerzo. Mavil seguía el ritmo con eficacia.
En el Chumino, última umbría antes de la Cuesta del Avellano, hicimos una parada. En ese lugar se nos unió un joven excursionista, llamado Chus, amigo de mi hijo Eduardo –el mundo es un pañuelo-. Chus está enamorado de los valles de Asón-Soba. Suele recorrer todas las sendas y veredas que interconectan la zona en cuanto tiene algún tiempo libre.
Cierto que me esperaba la senda de la Cuesta del Avellano totalmente cerrada. Pero estaba muy bien señalizada y abierta al tránsito. La trocha en sí estaba limpia de vegetación. Fue una agradable sorpresa. Así llegamos sin contratiempo a la cabecera de la cascada. Bebimos agua fresca, rellenamos las cantimploras, nos refrescamos y nos despedimos de Chus.





Unos doscientos metros más, valle arriba, nos pusimos bajo las Cuevas Sopladoras. Los preparativos no se demoraron. El viento que salía de las bocas estaba helado. Me coloqué en la tercera boca, de izquierda a derecha, y disparé algunas fotos. Mientras tanto fueron subiendo todos. Un cursillista tuvo algún problema con la colocación de los pies. Disparé también unos primeros planos de Mavil en la cuerda. Y comenzamos la marcha cuesta abajo. Curiosamente, y a pesar de la cantidad de veces que he realizado la travesía, no me sentía seguro. Posiblemente el tamaño del grupo que dependía de mí contribuyese a este sentimiento de duda. Al haber más huellas y señales por doquier las decisiones en los caos de bloques se tornaban difíciles –o al menos dudosas-. Y tuve la intuición de que no les estaba transmitiendo un buen nivel de seguridad.
No recordaba los resaltes instalados con cuerda, pero eran sumamente sencillos. Sin embargo ahí fue donde me empecé a preocupar. Un cursillista no era capaz de descender. Ignoraba el manejo de aparatos y los movimientos correctos en las cuerdas. Tardamos más de quince minutos en que bajara la cuerdecita. Le ayudaron Nacho y Mavil. Yo estaba bastante enfadado con la situación. La vivía como una encerrona. Y no me cuadraban ni la idoneidad del minicurso que se le había dado al novato, ni el momento elegido, ni, por supuesto, los resultados obtenidos. Sea como fuere el muchacho bajó y pudimos continuar. En las siguientes dificultades se porto mejor, pero la tensión con la que vivía cada paso le pasó factura. A la altura de la desviación fósil hicimos un alto para que se recuperase de un calambre.






Me costó un par de minutos dar con la escalada a un nivel superior por la que se cortocircuita el sifón del río. Al principio me confundió un hito colocado en una posición anterior al punto correcto. Una vez localizado y escalado me relajé por completo pues ya no quedaba ninguna dificultad técnica por delante. Sin embargo la belleza de las galerías, Los Meandros lo mejor, me sedujo de nuevo como la primera vez. Tiré algunas fotos que salieron regularcillas. El río, Los Bulevares, y las galerías que preceden al laguito fueron un disfrute para todos. En la sala de salida, donde ya se ve la luz, intenté un par de fotos que salieron algo escasas de luz.
Me impresionó la belleza del valle contemplada desde el mirador de la salida. Una jungla de helechos, tojos y roblecillos nos esperaba para mostrarnos que las dificultades mayores iban a estar en la bajada. Primero nos movimos paralelos a la pared, hacia el norte, hasta un claro entre grandes bloques de caliza.  Allí comimos tranquilamente. Por fin parábamos (luego me acusaron de no haber parado en cuatro horas de cueva, pero en mi descargo he de decir que no me sentí tranquilo hasta que todo el grupo llegó a los coches) La continuación fue una apoteosis de Parque Jurásico. Helechos y tojos gigantes y bichos de todo tipo poblaban el descenso. Alcanzamos la arista que define el Barranco Huerto del Rey por su margen izquierdo y seguí la línea, alcanzando varias islas formadas por resaltes de arenisca y grandes robles. Tomé las decisiones correctas de forma intuitiva y alcance una senda definida entre la vegetación exuberante. La senda se hizo progresivamente más clara al recorrer el robledal. Se junto con otra senda que venía llaneando desde el sur. Finalmente desembocó en un prado con una cabaña rodeada de un ambiente selvático. Desde aquí una senda de caballería nos deposito en la orilla izquierda del río Asón. Un corto tramo por un prado, la travesía del puente de cemento y estábamos en los coches. Mientras todos terminaban de cambiarse comimos fresas silvestres y fuimos hasta la Iglesia para ver el Barranco Huerto del Rey en todo su esplendor. Un rato después estábamos en el bar Coventosa. Comprobé con sumo placer que la mujer que regenta el bar había comenzado a hacer espeleo con su hija y su marido (?) Dos fotos atestiguaban su estancia en Coventosa.  Nosotros nos sentamos en la terraza y disfrutamos de una gran cerveza y de una agradable charla. Marisa y yo nos despedimos allí mismo para iniciar el retorno a Setién.




15/6/14

Eurotúnel

Fotografías: Miguel F. Liria



Muchas circunstancias tuvieron que reunirse para volver a intentarlo. Entre otras el misterio de la Bloquera. Después de tanto tiempo la expectativa era muy alta. Dos intentos anteriores: el primero con Mavil el 19/8/2002, en el que probamos por el Meandro Maxim’s y otro con los amigos de E50 el 4/9/2010. En un reconocimiento anterior no había encontrado la ventana de acceso a la ruta del Eurotúnel (ésta se encuentra en un punto anodino de la Galería de los Inválidos, a unos cinco metros de altura, y es muy difícil de intuir) En el primer intento, con Mavil, escalamos el inicio del Meandro Maxim’s y avanzamos hasta constatar su estrechez e incomodidad (nos venció el cansancio). Fue una prueba clara de que esta galería es inadecuada para una incursión al Eurotúnel. La actividad con los madrileños de E50 nos llevo, más abajo de la Galería de los Excavationnistes, hasta un bucle en el que nos despistamos. Cuando nos vinimos a dar cuenta habíamos vuelto atrás. Fue Hugo quien se percató de un catadióptrico que nosotros mismos habíamos colocado. Ahí se acabó mi empuje para llegar al Eurotúnel aquel día. Y ya no hubo más intentos hasta la fecha de esta crónica.
La principal motivación para volver a intentarlo era un hecho que hasta hace poco nadie se hubiera planteado. Una posible relación entre el Sistema del Lobo y la Red del Gándara, por un lado, y algunas entradas potenciales a uno u otro sistema -no  lo sabemos de momento- . Las cosas se cuadraron para volver el domingo día 15. Se suspendió una salida de Club a las travesía Sopladoras-Agua por necesidades estudiantiles. El tiempo no estaba para trabajar desobstruyendo en el exterior. Además convenía reservar los flecos de exploración para días en que apeteciese actividad suave. Así que planteé a mis compañeros ir al Lobo y visitar el Eurotúnel. Como ninguno de ellos conocía la travesía aceptaron de buen grado. Además eso del “Eurotúnel” tenía el atractivo del nombre. Todos nos esperábamos algo grandioso.
     Las previsiones del tiempo daban nublado con llovizna en un alto porcentaje. Así que eché un paraguas plegable y un impermeable. Sin embargo al acercarnos a Soba descubrí mi grato error: nubes y claros en un ambiente entre primaveral y veraniego. Recogimos a Mavil en La Gándara y nos encontramos con Miguel en el comienzo de la pista a las cabañas del Carrascal. A Miguel no le veía desde el 7 de Abril. Pero a Mavil le había visto varias veces últimamente. Me pareció que le estaba sentando bien su estancia en Asón-Soba. Nacho había compartido conmigo algunas de las últimas salidas. El grupo era muy adecuado para la actividad que nos proponíamos.
En previsión de algún resalte no instalado, o de alguna cuerda en falta, llevábamos dos trozos de cuerda de unos veinte metros, taladradora, maza, y algún material de fijación. En realidad era poco peso por persona. El bosque estaba pletórico después de un invierno y una primavera tan lluviosas. En la subida me faltaba el aire. Hubiera necesitado oxígeno puro. La subida nos demostró que el día era más tropical que atlántico. Y la sudada llego a su apogeo en el Pasillín de las Escalerucas.
El Altiplano bajo la Lusa estaba ocupado por un enjambre de vacas y caballos. Cierta vaca nos empezó a mirar más fijamente de lo habitual en una vaca. No parecía mera curiosidad. ¿y si se le ocurría embestir? En ese terreno era imposible guarecerse de la bestia. Y tenía unos cuernos magníficos… Sin más contratiempo alcanzamos la entrada de Torca Fría.

Las instalaciones van mejorando: ahora se observan bastantes fijaciones de acero inoxidable al completo. Pero las cuerdas, quizás debido a las heladas y deshielos, están hinchadas y apenas dejan correr el descensor. Nos topamos con una estrechez vertical muy cerca del comienzo. La instalación está hecha de forma impecable aunque algunas fijaciones de acero (y algunos mosquetones) se están corroyendo. Pero tampoco es para preocuparse demasiado.  Las cabeceras de las instalaciones son muy redundantes. Mavil paso por la estrechez vertical sin problemas pero a las sacas les costo un poco más.
En el meandro de la Carpeta Verde mis recuerdos se mezclaron con la realidad haciendo más confuso el guisado. Me vi a mi mismo intentando reconstruir la realidad en base a mis recuerdos y no al revés... un proceso por el pasas de forma espontánea, sin premeditación. Como si algo o alguien protestara en nuestro interior porque no encuentra las cosas en el sitio que espera. Además, y para terminar de apañar el descosido, Mavil se estuvo reafirmando durante todo el día en la idea de que él no había recorrido la travesía Torca Fría—Lobo nunca. Sin embargo en el cuaderno de actividades tengo anotado la travesía con Mavil el 19 de Agosto de 2002. Días después, en una conversación telefónica, tuve que emplearme a fondo para convencerle de ello.
Un poco antes de los Handicaps, en un pozo de diez metros, reforzamos la cabecera. Tenía un solo spit roñoso y  añadimos un parabolt. En realidad hubo que meter dos porque el primero, a causa del ansia de economizar batería, se quedo corto. Lo barato sale siempre caro. La galería que precede a los Handicaps y la primera parte de ésta tiene una fina arena blanca que se ha conservado así de blanca pese al pisoteo de cientos (o miles?) de espeleos. La razón de esto es el hecho de que el tramo inicial de la travesía es, mayormente, fósil y limpio.
Por fin nos encontrábamos ante la desviación hacia el Eurotúnel. Una cuerdecita de cuatro metros nos introdujo en una sucesión de pasillos. En algún punto éstos se agateraban pero sin ponerse bordes. Al poco encontramos la desviación hacia la Galería de los Torreros y un poco más allá un resalte equipado con una cuerda con nudos. Bajar por esa cuerda era un poco viva la virgen, pero subir por ella iba a ser mucho más difícil. Dos peldaños de nudo intentaban facilitarte la bajada. Sin embargo al pisar el peldaño de abajo se tensaba el del arriba impidiendo su uso. A la vuelta coloqué un cabo de cuerda limpio para subir con los aparatos. Lo barato sale siempre caro. Tras esta dificultad aterrizamos -bien dicho pues la cosa iba de bajada y más bajada- en el cruce con la Galería de los Excavationnistes. Eran las dos y media y queríamos comer. Así que comimos.
Miguel hizo una infusión caliente -portaba un infernillo de pastillas de alcohol- para despedir el almuerzo helado. Como postre tocaba el descenso del primer resalte. Hubiera preferido un cordino para bajar. Pero como iba con seres más ágiles que yo mis protestas se perdieron en la oscuridad. Luego llegamos a una zona con un riachuelo meandroso sobre areniscas. Lo peor fue, y es, la búsqueda de la ruta adecuada. Se gasta mucha energía en esa búsqueda.  Pasamos por el punto de la desilusión (donde encontramos el catadióptrico en la incursión con E50)  pero como mis recuerdos eran confusos continuamos por el riachuelo hasta encontrar la cuerda del bucle superior. Pensé que disminuirían las dificultades, pero no fue así. La situación empeoró. Multitud de pequeños laminadores, trepadas, empotramientos, pasos egipcios, contorsiones y cosas similares se sucedieron en cadena ininterrumpida. Me sentía bastante desanimado y ponía en duda que consiguiéramos nuestro objetivo. Luego hubo más de lo mismo. Una cuerda nos resolvió una bajada. Finalmente llegamos a una confluencia con otro riachuelo. La topo indicaba muy pocos metros desde aquí al Eurotúnel. Pero el laminador por donde se escurría el riachuelo era impracticable. Mirando con atención la topo se podía ver una galería paralela que permitía llegar. En realidad se trataba del arroyo de la Toussaint. Un primer ensayo me condujo a nada, pero Miguel se percató de un hueco que se transformaba en la galería buscada. Habíamos llegado.
La primera impresión, y la última, fue negativa. Después del palizón de llegar hasta ese remoto lugar nos esperábamos una gran recompensa. Una galería grandiosa digna de su nombre. Algo. Pero la realidad era otra. Por un lado el tamaño del Eurotúnel era superior al del camino recorrido pero sin llegara a ser una gran galería (concedamos que quizás en el Sistema del Lobo si pueda considerarse grande) Pero el aspecto era deprimente: un caos de bloques enmarcado en una roca de calidad pésima. Un riachuelo entra por el oeste y desaparece por el este. Revisamos, hacia el E, por arriba y por abajo. Los soplos de viento eran ese día prácticamente inexistentes. Miguel también miro el afluente de la Toussaint. Pero no tuvimos –tuve- el ánimo de revisar hacia el W. Enseguida nos dispusimos a iniciar la salida. Se me hacia un mundo, principalmente por las dificultades hasta la ruta de la travesía.
Puse la marcha en automático intentando no amontonar las dificultades en la cabeza. Ahora que las cosas estaban más claras elegimos el bucle –largo pero cómodo- para ahorrar esfuerzos. Cuando llegamos al punto donde habíamos almorzado verificamos la hora: ocho de la tarde. Casi seis horas entre la ida y vuelta al Eurotúnel. La previsión de salida era como muy pronto a la once.
Sin contratiempos fuimos realizando el resto de la travesía. Se trata de un camino de rosas en comparación con la visita al Eurotúnel. Todavía quedaba un remanente de claridad cuando salimos al bosque de hayas. Para la vuelta hacia el coche elegimos el camino de la Zucía. Bastante más largo pero de una comodidad insuperable. Los kilómetros se sumaron dejándonos los pies doloridos. Fue el tramo de asfalto final el que nos remató. Habían transcurrido más de trece horas desde que iniciamos el camino. Sentarme en el coche fue un momento inolvidable. Todo había concluido. Al menos de momento…  
      




7/6/14

Dúo


Ninguna actividad subterránea me resultaba atractiva ese fin de semana. Mavil iba a ser mi único compañero. Costo concretar lo que íbamos a hacer: desobstruir en el Ojón el HO1. Nos encontramos en una mañana soleada en el centro de La Gándara. Le había pedido que subiéramos en su furgoneta pero al final decidí llevar mi utilitario. Un coche duro y sencillote.
La subida por la pista fue de pegada. El coche subió con alegría todo el tiempo. Incluso la zona de grava y montículos. Lo abandonamos donde la pista emerge del bosquecillo de abedules. En diez minutos estábamos instalados junto a la dolina del  HO1.
Trabajamos con tranquilidad y entusiasmo sacando piedras cuando su peso lo permitía y moliéndolas adecuadamente cuando eran demasiado pesadas. A las tres hicimos una parada para almorzar.
Echábamos en falta un capazo para sacar tierra y piedrecillas. Fuimos a una de las cabañas cercanas a buscar un saco viejo. No encontramos ningún saco pero si un capazo. Como no había nadie a quien pedírselo (pero si había un coche aparcado en las cercanías) decidimos no tocar nada. No deseábamos ningún malentendido.
Seguimos con nuestro trabajo hasta el atardecer. El resultado fue un agujero muy notable. Para bajarlo era necesario un destrepe. Lo que no conseguimos fue ver un hueco importante hacia abajo. Además no percibimos,  en ningún momento del día, un flujo de viento como el que nos llevo, hace años, a fijarnos en HO1. Bastante inquietante…
Volveremos al tajo en un futuro cercano. Quizás con una taladradora más eficaz...


25/5/14

Misterio

Foto: Espeleofoto



Todo está construido del mismo material que nuestros sueños. Esta afirmación no se me ha ocurrido a mí. Algunos Premios Nobel -como Schrödinger y Bhor-, algunos literatos -como Calderón o Shakespeare-, algunas tradiciones religiosas como el Budismo -y me quedo sólo con la punta del iceberg- hacen declaraciones similares. De una manera u otra todos afirman lo mismo: la mente y la realidad están construidas de la misma sustancia. Nada material.
En este paisaje -vacío de solidez- queda en relieve la irrelevancia de nuestros afanes. A la Naturaleza le da igual nuestras opiniones y nuestros deseos. El tiempo no significa nada. ¿Para qué sirven tantas preocupaciones? ¿Para que tanto esfuerzo? Todo surge y luego todo se desvanece. La Naturaleza tiene un tiempo ilimitado para crear… y para destruir. Como esos mándalas que fabrican -a base de arenas de colores variados- los monjes tibetanos, con un esfuerzo y una concentración sublimes, para luego destruirlos de inmediato. Ese es el camino de todo lo existente. Así pues podemos creer en el impulso de construir y también en el de destruir. Ambos son inseparables.
 Solo nos queda una certeza: el misterio que habita en cada uno de nosotros, en cada ser vivo y también en cada piedra y en cada átomo. Por eso el misterio es lo único sagrado y, en la medida en que todo es habitado y sustentado por el misterio, todo es sagrado. Y es también por eso que elijo un camino:  respetar las formas de existencia y realizar la mínima acción posible. Y en el mejor de los casos el camino de la no-acción. Aunque sé que todas mis elecciones y todos mis esfuerzos son irrelevantes.