5/4/14

Furtivos


Texto: Antonio G. Corbalan
Fotos: Miguel F. Liria

¡Por fin! Íbamos a explorar en la Red del Gándara. Algo modesto, cercano a la entrada, un fleco olvidado, pero que nos llenaba de ilusión. Habían pasado muchos años en que nuestra única actividad en la Red consistió en conocer a grandes rasgos la cavidad. Y también, desde hace dos años, en instalar balizaciones en zonas muy frecuentadas y en algunas de las muchas zonas frágiles que se lo merecen. Una tarea enorme. Por el camino tuvimos la inmensa fortuna de encontrar Sonámbulos. Una gran suerte si consideramos el grado de profesionalidad de los exploradores del SCD y su exhaustividad. Pero así es el destino.
Ahora ya teníamos un permiso para explorar en una zona limitada, cercana a la entrada, y para prospecciones en superficie. Para nosotros se trata de un tipo de exploración muy ajustado a nuestras capacidades físicas y logísticas. No cabe duda de que una exploración puntera en cualquiera de las zonas remotas requiere, al menos, una estancia de tres días en la cavidad. Esto es debido, principalmente, al número de horas necesario para colocarse en una punta y/o en el vivac correspondiente.
El equipo de exploradores estaba formado por Nacho, del SCC, Miguel, del Burnia, y yo mismo. Cuatro invitados más, todos del SCC, declinaron la oportunidad por causas varias. Nos lo tomamos con tranquilidad. Esto significa que la cita era a una hora festiva. Nos encontramos en Ramales a las nueve y media. Después de los últimos palizones de catorce horas, con madrugón incluido, esto era todo un lujo. A las once estábamos entrando por la boca, abandonando el ambiente tropical en que se había convertido en los últimos días la Cornisa Cantábrica. Brutalmente, en una fracción de segundo, el flujo de aire frío te colocaba en otro mundo: el Mundo Subterráneo. No había transcurrido ni siquiera una hora y ya estábamos ante zona desconocida.
 Comenzamos instalando un pasamanos bajo una ducha fría. Asumí la tarea con bastante  respeto. La roca no me inspiraba ninguna confianza. De hecho se me cascaron algunos apoyos en dos ocasiones. Y tuve que tantear bastante para colocar las fijaciones. En total puse, para completar su instalación, cinco fijaciones y un natural. Enseguida mis compañeros estaban junto a mí.
La galería que nos ocupaba era muy modesta. Avance agachado y luego repté unas decenas de metros hasta que el laminador desembocó, a través de un resalte de un metro más o menos, en un riachuelo. Desde este punto la progresión fue haciéndose más cómoda. Decidimos ir topografiando como la mejor opción. Esta es la práctica usual, lo sé por sus crónicas, de los exploradores del SCD; y es una práctica que ahorra bastante trabajo. Muchas zonas, al carecer de interés intrínseco, sólo se visitan cuando se exploran y/o topografían.





El Río Pintado nos sorprendió a pesar de su modesta envergadura. Sobre los suelos -recorridos por el agua- se dibujaban diseños abstractos e irregulares que variaban de un crema claro a un marrón rojizo. La decoración de las paredes de la galería aumento progresivamente de nada a una profusión de coladas y pequeñas estalactitas. Las coladas obstruyeron el paso humano por el río y nos obligaron a pasar una gatera abarrotada rompiendo algunas formaciones. Una chimenea ascendente nos llamó la atención poderosamente. El recorrido se volvió muy cómodo. Sin embargo apareció otro conjunto de coladas obstruyendo el paso y obligando a utilizar otra gatera, algo por encima del nivel del río. Aquí nos paramos. Resultaba imposible pasar sin meterse en el agua por completo. Y no nos apetecía nada de nada. De vuelta terminamos de topografiar y exploramos una diaclasa ascendente con una gatera sopladora en su final.
Ya volvíamos hacia la boca cuando en un lateral de Alizes advertimos unos parabolts que ascendían. Se trataba de una escalada pendiente en la que habíamos puesto bastantes esperanzas. La enorme colada que se descuelga por ese  punto y la sensación, vista desde abajo, de que existe una enorme galería colgada es muy llamativa. Decidimos aprovechar el trabajo de esos espeleólogos furtivos. Gracias a los anónimos  escaladores el trabajo fue más corto y sencillo. Sólo metí un parabolt adicional (para alcanzar el tercero que alejaba peligrosamente) El resto de la escalada era coser y cantar. El único problema -fue empeorando según subía- es que apenas corría la cuerda debido a los roces. Tuve que instalar una reunión casi al final -sólo restaba una corta travesía horizontal- y pedirle a Miguel que subiese. Desde allí, en un par de pasos, termine de alcanzar la gran plataforma bien asegurado. Me paseé con calma y verifiqué que no había continuación. Solo una chimenea vertical en mitad del techo -y de la que cae el agua que forma las coladas- permitiría una complicada y poco prometedora continuación. De cualquier forma el paisaje sobre Alizes es espectacular y el balcón que forma la gran plataforma se merece un nombre: Balcón de los Furtivos.
Mientras tanto había ascendido Nacho. Abandonamos una chapa para montar el rapel de una forma más segura y equilibrada. Bajamos con facilidad los tres, Nacho, Miguel, recogiendo el resto del material, y el último yo. Antes de salir tratamos de ordenar un poco los trastos. Desde luego que habíamos conseguido ensuciarlos y desordenarlos bastante.
El ambiente que nos esperaba en el exterior era cálido y húmedo -tropical- como cuando entrábamos por la mañana. Pero por una vez habíamos conseguido no salir a deshoras. Y tener la sensación de que nos quedaba un buen trozo del día para hacer lo que suele hacer la gente los sábados. En el cercano pueblo de La Gándara entramos a un bar repleto de gente y pedimos unas cervezas. Miguel y yo Raqueras y creo que una Mahou para Nacho. Además devoramos unas patatitas. Al final el día había sonreído. Una exploración fructífera. Una agradable sensación de suave cansancio (y no de palizón) Tendremos que continuar en un futuro próximo.





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