1/1/15

Las Ratas





Lo que me inspira hoy es un hecho irrelevante. Algo minúsculo sin trascendencia alguna. Además no creo que tenga sentido preocuparse por ello más de un minuto. En su momento no lo hice ni siquiera uno. Y ahora que lo cuento tampoco me preocupa. Creo que escribo sobre ello porque es un buen ejercicio de gramática. Y el ejercicio fortalece los músculos. Además se trata de un hecho risible. Y la risa es buena, sobre todo si el chiste está en uno mismo.
La verdad es que las ratas no se merecen la fama que tienen. No hay cosa más sucia que un ser humano desparramando sus pensamientos y sus actos por la creación. No existe una especie que transmita más veneno y patógenos que el Homo Sapiens. De hecho me permito afirmar que las ratas han cumplido, hasta hace bien poco, un gran papel en las artificiosas ciudades que habitamos. Ellas se comían toda la basura que podían de forma voraz e incansable, transformándola en tejidos vivos de rata. Lo que constituye una tarea encomiable y de una dificultad extrema. Transformar plomo y plástico en algo comestible y nutritivo es algo mágico. Ni siquiera nuestras modernas plantas de reciclaje han podido todavía emular a las humildes ratas. Acaso nuestra perdición, nuestro pecado original, comenzó cuando nos trasladamos a las ciudades. Algunos las admiramos como tontos incorregibles. Sus bonitas luces de colores, sus torres de cristal, sus imponentes edificios de piedra tallada y también esas estructuras metálicas increíbles llamadas puentes; todo ello nos encandila como las cuentas de abalorios a los indígenas del Amazonas. Si dejásemos de trabajar, incansables e insomnes como hormigas, para mantenerlas con vida, sus calles apenas serían reconocibles al cabo de unas semanas. Y como únicos habitantes, corroyéndolo todo, solo quedarían los fantasmas y el polvo. Las ratas, probablemente, acabarían la tarea. Pero no me apetece seguir hablándoos de esa realidad virtual a la que llamamos ciudades. Ni tampoco de su matriz de origen, las llamadas civilizaciones. Todo esto ya lo sabéis. Y no pretendo aburriros.  Os hablaré de la Sima Destapada. Destapada significa que estuvo tapada en alguna ocasión.
Cuando llegué al punto clave sencillamente me percaté de los hechos, recogí todo el material a lo largo del ascenso, salí de la sima, llamé a mi mujer y nos fuimos a comer frente al mar en un rincón soleado de Isla Plana. De hecho la pequeña ración de indignación de ella y de Mavil no me llego a conmoverme lo más mínimo. Por supuesto fue una pena no darse un mágico baño en el lago termal de la Sima Destapada. Por otra parte, el hecho de intentar haceros comprender que las ratas no son los malos de la película es lo más interesante de este cuento. Los malos no existen realmente. En las enseñanzas budistas se aprende que el origen básico del sufrimiento es la ignorancia. Es decir, no es que exista lo bueno como contrapuesto a lo malo: esa solo es la lectura superficial de los hechos. Lo que realmente tenemos entre manos es la ignorancia. O dicho de otra forma la falta de consciencia. A ver si lo digo más llano: ¡¡que no te enteras contreras!! Robar lo público y poner grifos de oro en tu patio al estilo saudí. Así pues hete aquí un asunto común en nuestra cultura latina, heredera parcialmente de otras culturas mediterráneas, musulmanas y africanas: considerar todos los bienes ajenos como potencialmente aprovechables para uso exclusivamente propio (incluidos los bienespúblicos)
Aunque con una saca podía subir los cuatro trozos de cuerda que necesitaba, Marisa se vino hasta la boca de la Destapada para ayudarme. El cerro donde está la sima llamaba su atención y podía subirse bien desde el final del sendero a la boca. Llevaba tres cuerdas de veinte y una de diez. El primer pozo necesita una de veinte, el segundo dos  de veinte, sobrando algo, y el resalte anterior al pozo Coke una de diez. Muy cómodo todo. De todas formas estaba un poco nervioso y me costo un minuto encontrar el paso entre la base de los primeros pozos y la cabecera de los grandes. A pesar de que me prometía un largo baño, el hecho de bajar los dos grandes pozos en solitario me inquietaba un poco. Es cierto que no era la primera vez que hacía esto sin compañía alguna, pero eso no me aportaba una sensación de seguridad. Además se me multiplicaban los recuerdos: Mavil, Joaquín, Lola, Espeleo50… sin duda éste es un sitio al que le tengo un cierto apego.
Descendí emocionado el pequeño resalte anterior al pozo Coke. Las fijaciones químicas de acero inoxidable me ofrecían una seguridad total. Avancé por el pasamanos de acceso al pozo y comencé a ver la realidad: las cuerdas que esperaba encontrarme puestas habían desaparecido. No estaban ya. Las habíamos puesto nosotros hace tres años. La del Coke era muy nueva. El esfuerzo de colocarla y el dinero que habían costado. Y el detalle de dejarla allí para todos. Para facilitar la visita. Estaban pasadas por las argollas de las fijaciones. No lo pensé más. Comencé la vuelta hacia la superficie.
En la base de los pozos iniciales me volví a cambiar de ropa para protegerme en las estrecheces. Aproveche para hacer un ejercicio excelente y me moví con concentrada soltura. El día estaba resplandeciente. Disfrute del paisaje y mientras descendía con calma fui observando las plantas que colonizan el árido terreno. Volví a pasar junto a la roca plana en la que está escrito love you con tinta roja…
La plaza de Isla Plana estaba en calma invernal aunque la temperatura era deliciosa. Pasaron dos parejas españolas de paseo tras la comida. Ellos lanzaban a voces su opinión sobre el servicio de mesas del restaurante en el que habían estado mientras ellas iban un poco detrás, siguiendo a sus maridos, como impone la costumbre latina. También pasaron varias parejas de alemanes. Ellas y ellos juntos muy deportistas y activos. Mientras tanto yo devoré una buena empanadilla acompañada con mojama de atún.


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