1/10/16

Mont-osos


 



Adrián convocó una salida a la Cueva de las Montosas. La cita era a las diez, el sábado día uno de Octubre, en el camping de San Roque. Cuando llegué, algo después de las nueve y media, una gran multitud estaba ya en el aparcamiento. Varios coches, una furgoneta y dos autocaravanas habían dejado el lugar como un mercado de frutas y verduras en hora punta. Allí había de todo: niños, bebes, jóvenes y jóvenas, hombres y mujeres fuertes, gente madura e incluso algunos mayores. Y seguían llegando. Algo en el ambiente me decía que todos habían venido para hacer una bonita excursión a una bonita cueva. Al menos casi todos. Otros habían venido para explorar. Y algunos para hacer fotos.
Ya habían llegado todos cuando echamos en falta a Adrián. Una llamada telefónica, de él o de Joserra, confirmo las sospechas de algunos: se encontraba aún en la cama. Todos, sin excepción, lo tomamos como un gran chiste. Algunas personas tienen la suerte de que los demás no se enfadan nunca con ellos. Es como si la gracia divina los hubiera tocado al nacer. Lo que a otros no se les perdonaría a estos se les toma como algo genial. De todas formas era un día lúdico y nadie tenía prisa. Y yo menos que nadie. Al final del día estaba programada una pequeña fiesta en el restaurante del camping para celebrar los últimos descubrimientos. Un día redondo pues. Aunque algunos compromisos, anteriormente adquiridos, me iban a impedir disfrutar de esa cena. Finalmente llego Adrián. Nos arreglamos en el menor número de coches posible para no colapsar el aparcamiento y Adrián se vino conmigo. Con las prisas se le olvidaron las botas en su coche y tuvimos que volver. Por fortuna se acordó antes de sobrepasar San Roque y nos retrasamos muy poco.
             Durante los preparativos se pasó por allí un anciano para charlar con el personal. Dijo que, desde Valdicio bajando un poco y yendo por caminillo hasta una cabaña, existía una ruta mejor para la Cueva de las Montosas. A la vuelta me paré a mirar, más o menos desde el cementerio de San Roque, y observé que hay una cabaña bastante cerca de la cueva  a una cota algo más baja. Desde luego es cuestión de ir a ver cómo es ese camino. En casa mire la zona con Google Earth y confirmé que existe un camino hasta una primera cabaña que luego continua hasta la que yo observe desde el cementerio -cercana ya a las Montosas-. El ahorro de energía podría ser muy sustancioso. 



Sea como fuere los preparativos continuaron. Yo tarde un minuto en ponerme las botas y estar listo. Así que me dediqué a mirar a los excursionistas y a fotografiarlos. Mientras tomaba fotos me hacía una buena pregunta: ¿les habían contado Adrián y Joserra a los participantes la clase de camino que lleva hasta la cueva? Por la alegría colectiva se notaba que la mayoría creía que había una cómoda senda hasta la boca.  Nada más lejos de la realidad. Ya al comienzo, la bajada hasta el puente, es un poco como caminar en la jungla. Aunque desde el puente comienza un camino de verdad, eso sí embarrado por las pezuñas de las cabras, el camino dura bien poco. A unos doscientos metros, nada más cruzar una vaguada que afluye al Miera, el camino se convierte en una senda de cabras entre helechos y altas hierbas. La anchura de la senda nunca sobrepasa un palmo. Generalmente es más estrecha, diez o quince cm., está levemente inclinada hacia la pendiente y, si tienes la mala suerte con el tiempo y la lluvia, es de barrillo patinoso. Era el caso.  En muchos puntos la senda bordea pendientes muy fuertes, o pequeños cortados, lo que constituye un motivo para ir en tensión. Finalmente la senda de cabras desaparece por completo y uno tiene que gestionarse el acceso a la boca trepando por las pendientes herbosas. Podríamos decir que la hierba viene bien para agarrarse un poco.
Por el trayecto la multitud inicial se fracciono al menos en tres grupos: el grupo formados por los de cabeza, llamémosles mont-osos, los que venían bastante cerca y los retrasados. Para mi sorpresa en el segundo grupo venía un bebe de pocos meses porteado por su papá en una mochila delantera. Dentro de la cueva ya, y a unos veinte metros de la boca, nos fuimos reuniendo todos, salvo el grupo de retrasados, para vestirnos de cueva. Me dio tiempo a montar el trípode y disparar algunas fotos. La multitud se dividió por intereses: los que iban a buscar una continuación en la Sala de los Gansos, los que iban a darse un paseo, los que iban a hacer fotos y los que no sabían que iban a hacer. Por otra parte aun no había llegado el grupo de retrasados.



A menos de 200 metros de la entrada Joserra comenzó a hacer fotos con su cámara réflex y un trípode. Tenía dos ayudantes: uno para iluminar y una chica, creo que Raquel de nombre, para posar. Yo me arrimé para aprovechar sus iluminaciones y su modelo. Aparte de hacer fotos iluminadas en una sola toma pretendía también volver a estudiar las posibilidades de la fusión de varias imágenes. Hice dos fotos de la gran galería con ellos. Luego me dediqué a hacer varias “series de tomas” con la cámara fija. Con las tomas de cada serie se trataba de construir una sola imagen. En cada toma se iluminaba una zona distinta de la imagen con una potente linterna.  El problema es que la iluminación la proyectaba desde un  punto muy cercano a la cámara. Sabía que eso daría imágenes un tanto planas. Mientras trabajaba pasaron el grupo de retrasados que formaban tres personas. Iban lentos por los caos de bloques de la gran galería.  Desde luego los mont-osos habían vendido bien la cueva a todo el mundo…
Después de tres o cuatro series de tomas habrían pasado, más o menos, un par de horas. Veía cierta iluminación proveniente de las lejanías de la galería adelante. Pensando en volver a trabajar junto a Joserra avance un poco hasta darme de bruces con un grupo que volvía. Realmente Joserra estaba bastante más lejos. Así que decidí volverme con tranquilidad. El grupo que volvía estaba formado por el bebe y sus padres y por dos o tres personas más. Habían llegado a un punto en que los destrepes y complicaciones de la cueva les aconsejaron volver. Bastante lejos de la Sala de los Gansos. Aproveche el encuentro para documentar con tres fotos la presencia del bebe en la Cueva de las Montosas.  Unos padres muy echaos palante  que me recordaron mis propias locuras en las montañas con mis hijos aún pequeños.
El descenso fue más fácil que la subida. Al fin y al cabo era bajar. Primero a rastraculo y luego siguiendo las trazas hasta donde se podía volver a ver la senda cabruna. Como no había llovido el estado de la senda era algo mejor que por la mañana.  Baje cerca de los padres y del bebe. Este dormía plácidamente ajeno a cualquier peligro. Ya en los coches charle un minutos con los padres y con una pareja de gente mayor. Estaban indecisos de que hacer hasta la cena y les aconsejé que fueran a ver el camino desde Valdició hasta las Montosas.  No se lo que harían porque yo me baje de inmediato aunque paré unos minutos un poco antes de entrar en San Roque. Cuando llegué a casa me toco preparar un par de ensaladas, deshacer los equipajes de la cueva y comenzar a pensar en los equipajes del domingo. Un buen lío…




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