19/2/17

Niños



Y madres. Porque donde hay criaturas hay mamis también. Pilar, que es una mamá ejemplar, me concedió una parte de su escaso tiempo libre para ir con su niña, Pilar junior, a realizar una sesión fotográfica en la cueva, que casualidad, de Río-Niño. Días antes dediqué una tarde a localizar dicha cueva deambulando por Los Losares. Aquel día después de dar mil vueltas encontré dos cuevas valladas, pero ni rastro de Río-Niño en la posición indicada por el GPS. Una de las cuevas valladas se parecía a la foto de la Cueva de las Cabras que había visto en una vieja publicación sobre las cavidades de Los Losares. La conclusión que saqué fue la siguiente: las coordenadas de Río-Niño que había conseguido en esa publicación no podían ser correctas.
Algunos días después pude obtener las coordenadas de las dos bocas de Río-Niño gracias a Vicente, quien había visitado la cavidad hace tiempo. Observando la ubicación en Google Earth empecé a pensar que una de las cuevas valladas que había encontrado, la parecida a la Cueva de las Cabras, era en realidad una de las bocas de Río-Niño. El domingo saldríamos de dudas.
A las diez nos vimos en Las Salinas; Pilar, su hija, una amiga de Pilar -de nombre Elena- y Martín, el hijo de Elena. También venían a Los Losares, pero con otros objetivos, Vicente, Mari, Reche, Aurora y Perico. Como éste último tardaba nos fuimos en el coche de Elena las madres, los niños y yo. Teníamos mucho trabajo por hacer. 
El coche de Elena es un Hyundai todo camino, al menos lo aparenta, que subió con facilidad la pista de Los Losares hasta una explanada, junto a un gran pino, en donde aparcamos. Desde ese punto una pisteja poco marcada nos llevo hasta la boca vallada en pocos minutos. Coincidía con la posición de una de las dos bocas de Río-Niño. Para confirmarlo busqué la otra boca según me indicaba el GPS y allí estaba: unos cien metros a la derecha de la pista formando una perpendicular al camino con la otra boca.  En realidad era la boca principal: Río.
Nos metimos por esa última boca, en vez de por la vallada, más que nada porque tenía aspecto cómodo. Recorrimos la parte de la cueva sin peligro para el tránsito de niños. La imagen de una sala amplia, y con cierto nivel de decoración, me llamó la atención. Decidí hacer las fotos allí mismo. Cuando extendí el material fuera de las sacas se armó un pequeño revuelo. Era un poco mareante el entusiasmo que mostraban los niños por todo lo que veían, artificial y natural, pero la infancia de los humanos es una sorpresa detrás de otra (para algunos la vida sigue siendo siempre sorprendente).
Fui poniendo los flashes en los sitios que estimé oportuno. Para evitar el error de otras veces coloqué secuencialmente, según su letra y en sentido de las agujas del reloj, los flashes. Así recordar su posición, y por ende controlarlos, sería muy sencillo. El flash Metz lo metí entre unas formaciones y lo esclavicé con una célula fotoeléctrica -me está dando fallos muy a menudo-. Luego puse el trípode, monté la cámara y realicé el encuadre. Entonces mande a Pilar a encender los flashes. Las pruebas me permitieron ajustar a la baja casi todos. Además decidí encapuchar con plásticos dos de ellos.
Ya estaba todo listo y Pilar junior comenzó a cambiarse de atuendo. Un bonito jersey gris azulado con estrellas y unas mallas negras. Como calzado unas zapatillas deportivas de color uniforme. No tiene vestidos, ni conjuntos coquetos porque no le gustan. Es una chica deportista. A estas alturas Martín tenía hambre, o su madre quería que comiese -no lo tengo claro-, y la cosa fue que decidieron salirse a devorar, madre e hijo, un bocata a la entrada. Eso me permitió marearme menos haciendo las fotos. Siempre tienes que pensar en demasiadas cosas y, sencillamente, el hecho de que disminuya el número de personas, y las distracciones, a tu alrededor ayuda a organizarse mejor.
           El flash Metz -o la célula o el controlador por radio- fallaba demasiadas veces. Así que mentalmente prescindí de él. Si funcionaba bien, y si no pues también bien. No era esencial en la composición. Comenzamos con una serie en la que Pilar junior, de pie ante una estalagmita, contemplaba el paisaje en general desde distintas poses. A continuación hicimos lo mismo pero con la niña en cuclillas. Luego añadimos al atuendo el gorro de conejo con orejas eréctiles. Es un gorro verde muy gracioso. Lo más interesante fue pasar a su raqueta de bádminton con su pelota emplumada. Conseguimos sacar una buena toma con la pelota botando desde la raqueta. Finalmente hicimos una toma, que costo más de diez pruebas, en la que la pelota se acerca en trayectoria libre hacia la raqueta, que sostiene Pilar, en posición de devolver el golpe. El encuadre fue a 35mm en las últimas tomas pero a 14 en las primeras. El paisaje se veía bien amplio con esa focal.


Llegó el momento en que la paciencia de Pilar se saturó por completo. En consecuencia recogimos cuidadosamente los trastos y salimos al exterior. Antes de volver al coche hicimos una incursión por la otra boca. El tamaño de las salas es menor en esa zona del sistema, pero el encanto puede que sea superior. De hecho yo creo que a los niños les entusiasmo más las formaciones y pasadizos de esa parte.
De vuelta al coche, como a las dos y pico, ya era “la hora de comer”. Y en eso las madres son muy estrictas. En el mundo de una madre todo gira alrededor de la alimentación de los hijos. Es algo muy instintivo y no admite dilaciones. Así que surgieron bocadillos, frutas y todo tipo de alimentos. Y entonces fue cuando me dijeron que querían volverse ya a casa. Tenían que ayudar a hacer la tarea de los niños, tenían que planchar, tenían que duchar a los niños y se estaba haciendo tarde… El programa previsto era ir a  escalar un poco en una escuela cercana, pero no hubo manera de desviar a las madres de su plan.  Llamé a Perico y no cogía, llamé a Vicente y no cogía, llame a Reche y me dijo que estaban en la Sima Promoción, que tenían para una hora más allí y que luego se volverían todos en el único coche, abarrotado, que tenían aparcado en Almádenes. Dicho de otra manera: no podía quedarme con ellos. El plan de seguir haciendo algo por la tarde se esfumó por completo. Patalee un poco, pero en contra de la determinación de dos madres nada pudo mi pataleo.
          Para volver a Molina elegimos el tramo superior de la pista de Los Losares. Nos condujo de forma suave y cómoda a la carretera Cieza-Embalse de Alfonso XIII. En mi opinión es un acceso a Los Losares que ahorra tiempo, suspensión y neumáticos. Como premio de consolación decidí invitarme a un plato de carne a la parrilla con guarnición de ensalada y aceitunas. Fue un gran disfrute culinario pero, a pesar de ello, me quedo una insatisfacción, una sensación de haber hecho poco. La próxima vez que salga con hijos, junto a sus madres, me aseguraré de pactar con antelación un tiempo en abundancia…



Las Fotos

12/2/17

Gigante



Al principio hice la propuesta de ir a la Cueva del Gigante con la esperanza de que cuajase una sesión fotográfica con una niña de nueve años. La hija de mi amiga Pilar. Pero las cosas se torcieron. La niña quería estar con su hermanito y no funcionaron las ofertas que la madre les hizo. Por otra parte los potenciales excursionistas eran similares a una veleta en un día de tormenta. Venían o no venían dependiendo de la hora y el día. Así que desconecte totalmente de quienes iban a venir o no venir. Vendrían los que viniesen el domingo por la mañana.
A última hora del sábado confirmaron su asistencia A. Dólera y Pilar, y confirmó su no asistencia Perico. En cuanto a Juan T. Reche no estuve seguro hasta el domingo por la mañana de lo que iba a hacer. A las diez y cinco apareció en Las Salinas. Unos minutos antes había aparecido –fugazmente- Perico para confiarme material de ferrata destinado a Rebeca y Bruno, que esperaban en El Portús. También hizo acto de presencia Sergio con más material de ferrata para ellos.
Unos minutos más tarde nos montamos en el coche de A. Dólera: Pilar, Reche, el hijo de Dólera (Antonio Junior) y yo. Nos deslizamos hacia Cartagena alimentando conversaciones laborales y evitando pasar de 120 km/hora. Al llegar a la entrada del camping naturista vimos a Rebeca y Bruno aparcando también. Nuestra intención era atravesar el camping, pero se vio frustrada por la empleada de recepción. “Teníamos que quitar los coches del parking privado y firmar un documento presentando los carnets de identidad”. Decidimos pasar de ella e ir por el camino que flanquea el acantilado. Como había marejada usamos los antiguos clavos para encaramarnos unos cinco metros por encima del mar y así alcanzar la playa del camping. A. Dólera superviso muy de cerca, en los paso delicados, a su hijo de doce años; seguramente para sentirse, el mismo, más tranquilo.
Desde la playa tomamos una senda señalizada con llamativas flechas azules. Las flechas están muy cerca unas de otras y si, en algún momento, las pierdes  solo tienes que volver atrás unos metros para encontrarlas de nuevo. El camino siempre domina un paisaje magnífico. De vez en cuando hay que hacer alguna fácil trepada. En una de ellas han instalado clavos de baja calidad que, más que ayudar, hacen necesaria una especial atención para no herirse.
            En una hora estábamos en el tramo vertical que lleva a la boca de la cueva. En esa pared se ha instalado una pequeña ferrata con buenos materiales: clavos gordos de acero inoxidable y cable del mismo material. Un par de rellanos de la senda nos sirvieron para ponernos los arneses y los cordinos de seguro. Era la primera vez que Rebeca y Bruno se colocaban encima esos artilugios. Que estuvieran algo nerviosos era lo más lógico. Por otra parte A. Dólera quería extremar las precauciones. Así pues sacó un cordino de treinta metros, instaló una reunión y aseguró a Antonio Junior.


Lo primero que hicimos al llegar fue la tradicional foto de grupo. Lo segundo fue visitar algunas galerías que albergan minerales blancos y rojos y bonitas geodas. Lo tercero fue ir al lago. Como la galería estaba inundada algunos se volvieron a la entrada para comer (comer es el vicio de más generalizado de todos; al parecer todo el mundo lo tiene…) Mientras tanto eché un vistazo a una galería algo más arriba que me permitió cortocircuitar la zona con charcos y llegar al lago. En cuanto toqué con la mano el agua no me quedó ninguna duda: iba a darme un baño. Avisé a voces a los demás y volví a por la toalla y el bañador.
Me costo un poco meterme porque la sentía fresca. Pero luego fue un placer remover el agua, enturbiar la termoclina y hacer emerger el agua termal que llena el lago a partir de un metro de profundidad. Hubo dos excursionistas más que siguieron mi ejemplo y se bañaron. Los demás se pusieron a sí mismos excusas variadas de todo tipo.  A. Dólera y Reche celebraron la suerte de haber conocido ese lugar maravilloso. Rebeca y Bruno hicieron vídeos y fotos. Después del baño comer fue un placer especial. El agua termal nos había cambiado el talante  sin darnos cuenta.
Para acabar nuestra visita preparé una foto con trípode desde un punto en que la oscuridad se mezclaba con el resplandor de la entrada. Uno trás otro, todos fueron posando en el mismo punto. La exposición era de un segundo y no todo el mundo puede estar como una estatua durante tanto tiempo. Algunos quedaron fijos y otros movidos.  
Era hora de recoger e irse. Subí la ferrata el primero para poder hacer fotos más dramáticas. Tardamos en pasar ese tramo menos que a la venida. Y también tardamos menos en la vuelta al Portús. Al acercarnos al camping la conversación giró hacia el tema de las autocaravanas. Reche  parecía muy interesado en adquirir una. Le hable de las Karmann alemanas. Le parecieron caras. Quizás se conviertan en valiosas antigüedades pues han dejado de fabricarlas. Los nuevos modelos son estilo furgoneta. Y cuestan menos de la mitad que las antiguas… 
             No preguntamos a nadie, sencillamente atravesamos el camping para evitar la expuesta senda del acantilado. Todo estaba en calma y verde. No parecía Murcia. Paramos en el bar-tienda del Portús.  Todos menos Rebeca y Bruno que debían volver pronto. Una ensalada y unos pescados en salazón bien regados con cerveza. El place de comer y beber nos desató la lengua demasiado. Hablamos de lo típico: batallas pasadas y proyectos futuros. Quizás algunos de ellos se realicen alguna vez… el mundo es una noria que sube y baja al ritmo de los vientos que soplan.

 

LAS FOTOS


9/2/17

Redonda


Con el propósito de hacer un poco de ejercicio cogí el coche el jueves  después de comer y me encaminé a Los Baños de Fortuna. Mi objetivo era echar un vistazo a la Cueva Redonda “hermana de La Almagra”. Las ventajas de ir a esa cueva eran muchas:
a)      Poco tiempo conduciendo desde casa.
b)     Unos minutos de cómoda aproximación.
c)      Equipo vertical innecesario.
d)     Gran cantidad de gateras en plan laberíntico (ideal para entrenar).
e)      Expectativas de conexión con La Almagra

Aparque el coche, eran las cuatro pasadas, en una explanada a diez minutos de la boca. Aunque hacía bastante frío sabía que la cueva tiene clima tropical. En consecuencia me puse el mono de tela sobre la ropa interior. Preparé dos microsacas para llevar en un cinturón: en la primera llevaba material de repuesto, luz y baterías, y en la segunda un flash gordo, conexión por radio/celula fotoeléctrica para dispararlo y un minitrípode. Además portaba la compacta Nikon en bandolera. El plan consistía en esclavizar el flash gordo desde el propio flash de la cámara. De esa manera, con un equipo mínimo, se puede intentar hacer algo mínimamente interesante. La idea consiste en usar el flash esclavo para contraluz duro y el de la cámara como iluminación suave y directa.
Deje la mochila un poco más abajo de la entrada. Ésta, de unos tres metros de diámetro, es prácticamente circular y se abre en una suave ladera guijarrosa. A dos metros de profundidad se percibe el aire cálido y húmedo que exhala la boca. Gracias a este microclima las paredes están tapizadas de musgos y pequeñas plantas de un verde intenso. Además hay también abundantes cucarachas grandotas y anaranjadas.
Las estrecheces y gateras se inician a pocos metros de la entrada y no nos abandonan nunca ya. Las microsacas se convirtieron en un estorbo nada más iniciar la incursión. La mayor parte del tiempo las llevaba colgadas de la mano. A poca distancia de la entrada tuve que realizar un delicado destrepe por lo resbaladizo y la ausencia de presas netas. La técnica fue usar oposición de fuerzas y elegir hábilmente los puntos donde ejercerlas. Poco después llegue a una zona estrecha y baja limitada, a mano izquierda, por un buen muro construido con ladrillos y cementado a conciencia. Por lo que me habían contado los amigos que habían visitado esta zona, dicho muro es una parte de la pared de un aljibe. Este depósito de agua es accesible desde la superficie por un punto cercano a la boca redonda.
La cavidad se ensanchaba algo más adentro pero como contrapartida me encontré con una montaña de guano de murciélago reblandecido por la humedad y lleno de bichos. Había que pisarlo con mucho cuidado para evitar enlodazarse de mierda. Por suerte el guano se acababa tan rápido como había empezado dando paso a múltiples galerías agateradas en plan laberinto tridimensional. Sin embargo lo más notable era la existencia de un potente chorro de aire. Si bien antes, cerca de la entrada de la cueva, la corriente me pareció cálida ahora, después de los metros avanzados y con un ambiente tropical, la percibía fresca. De hecho era una bendición pillar la gatera por la que venía la corriente. Dejabas de sudar aunque, por supuesto, el mono ya estaba totalmente empapado.
Me interné en una zona blanca y roja por la que creí intuir que venía el aire. Pase varias gateras que me llevaron a algunas salitas llenas de colores. Pero el viento había desaparecido o, quizás, no lo notaba ya. Seguí adelante por intuición hasta que, al cabo de un tiempo relativamente corto, se me acabaron las posibilidades de avance. Algo antes había pasado por una salita especialmente colorida y amplia. La elegí para hacer unas fotos.
Me costó un buen rato de pruebas e intentos que el flash esclavo se disparase adecuadamente en el periodo de sincronización. Uno de los problemas era que no conseguía desactivarse el preflash de ojos rojos a pesar de estar seleccionado en OFF. Pero finalmente seleccioné una modalidad de disparo de flash que evitaba ese problema y pude hacer algunas fotos.


De vuelta me fijé en un recoveco por el que de nuevo recuperé el hilo del viento. Desde luego, todo hay que decirlo, estaba utilizando catadióptricos en todas las bifurcaciones para evitar perderme. Como no pensaba hacer más fotos dejé todo el material, salvo una linterna de repuesto, y me introduje por la estrecha gatera ventosa. Al otro lado había una salita y luego más gateras ventosas y más salitas. Fui eligiendo siempre aquella gatera que, aparentemente, soplaba más. Finalmente, tras dar bastantes vueltas y sufrir cambios en la dirección dominante, accedí a una salita con tres continuaciones aparentes. Me fije en dos de ellas por el viento. La primera traía muy poco aire y me llevo a una ratonera sin posibilidades. La que traía más aire era una gatera que daba paso a una salita evidente. Una inspección visual me hizo pensar que cabía por la gatera. Pero enseguida descubrí que me quedaba empotrado por las caderas. Prudentemente reculé y comencé la vuelta.
Después de arrastrarme como un gusano durante varias horas estaba embadurnado, yo, las microsacas y la funda de la cámara, de un barro rojo, pegajoso y terco. Sude de lo lindo en las últimas gateras y escalando el resalte.  Cuando salí eran casi las ocho de la tarde. Hacía un frío intenso y brillaba una luna casi llena. El mono empapado se empezó a helar sobre mi piel. Aunque tenía intención de tomar alguna foto de la entrada usando los flashes finalmente decidí abandonar la idea y volver a toda velocidad al coche para cambiarme. O hacía eso o iba a coger un enfriamiento por culpa de las fotos. Las fotos podían esperar otra ocasión.
            Ya en el coche me relaje. Escuché música, disfruté de la noche de luna y pensé que teníamos todas las papeletas para conectar con La Almagra. No es que vaya  a ser una travesía cómoda pero como cavidad es de un exotismo total. Y siempre cabe la posibilidad de alcanzar el acuífero por alguna gatera desconocida y remota…    



4/2/17

Polvorienta


El sábado, después de muchas vacilaciones acerca de donde -y con quienes- trabajaría, la duda se despejo con mucha facilidad. Para ir a la Raja Eiger o Los Elfos hacía falta que viniese uno de los dos: Vicente o Mavil. Como Vicente se iba con Mavil a Benís quedaron descartadas ambas simas. Como alternativa Mavil nos tenía preparado un muestrario de agujeros relativamente prometedores. Y pongo en cursiva lo de relativamente porque en la Sierra de Benís todas las cavidades que se han descubierto hasta el momento no resultan baratas de explorar. Las estrecheces y las penalidades son la tónica dominante.
De Molina a Benís se tarda menos de media hora, pero la pista que acerca a las simas es larga y tortuosa. Mavil, Vicente y yo fuimos en nuestros tres coches. Uno porque se quedaba varios días allí, los otros porque lo mismo tenían que venirse antes. Al menos yo. Mediada la pista aparcamos para ver el primer agujero (agujero bufador de David). Nada más aparcar llego un guarda en un todoterreno para asegurarse de nuestras intenciones. “No íbamos a cazar ni teníamos ningún interés en la caza” le dijimos. Quedo satisfecho, dio media vuelta y se alejó hacía el sur por la pista.
El agujero bufador estaba silencioso y, sinceramente, me pareció poco prometedor. Sin embargo resulta intrigante que a veces suelte tanto viento. Poco después llegamos a otro agujero redondito justo al lado de una pista. Este me pareció más atractivo pero Vicente me dijo que abajo estaba todo tapizado de clastos. El tercer agujero resulto ser una sima en plena cantera. Necesita desobstrucción pero tiene buena pinta. Los agujeros cuarto y quinto son manifestaciones de un cavernamiento que la cantera ha puesto al descubierto. Uno de ellos era facilmente penetrable pero con un montón de bloques amenazadores por encima. El sexto agujero estaba en una cantera cerca de la Sima de Benís. Se trata de un agujero múltiple por el que normalmente emana aire caliente y húmedo de las mismas características que Benís.  Mavil dice que seguramente es la misma cavidad.
Finalmente nos fuimos a trabajar a la sima penetrable con bloques amenazantes. Pusimos una cuerda anclada a un pino y me descolgué sobre la boca haciendo una buena limpieza de bloques, cantos y tierra. Mavil acabo la faena desde la boca misma dejando una entrada cómoda con una plataforma terrosa donde comenzar el descenso. La instalación se dispuso de forma que nos alejase de la vertical de la boca para evitar las caídas de guijarros y tierra. Mavil fue instalando y yo, a poca distancia de él, actué como depósito de cuerdas y material de reserva. El trío fue cerrado por Vicente quien, debido a la tardanza, estuvo mientras tanto inspeccionando la línea de falla en superficie. Digamos que lo que hizo fue extrapolar la dirección de la grieta que forma la sima.
El pozo polvoriento tenía suficiente anchura para bajar con comodidad, pero no tanta como para equipar fácilmente. Y mucho menos para ascender. Las paredes, algo sinuosas, hicieron necesarios varios desviadores entre cada fraccionamiento. Evitamos una repisa de bloques, con una montaña de polvo encima, y continuamos otro tramo de iguales características. Mavil me avisó que había tomado tierra sobre una especie de collado polvoriento en la cual la sima se dividía en dos rutas. Esperó a que yo bajase y me envió a inspeccionar para tomar una decisión. Hacia el oeste se hacia muy estrecho y finalmente se obstruía con colada y con bloques que dejaban agujeros pequeños. Hacia el este la sima continuaba limpiamente. Las caídas de piedras duraban muchos segundos aunque los rebotes entre las paredes eran tan cortos que indicaban poca anchura. Mavil le echo un vistazo y dijo que él no bajaba porque no cabía. Me toco probar a mí. Enseguida me di cuenta que aunque bajar fuera posible subir era casi imposible porque te quedabas emparedado con la cabeza de perfil. La única esperanza es que se ampliase algo más abajo. Pero el riesgo de bajar “demasiado” era alto. A los cinco metros decidí volverme. Tarde un cuarto de hora en subir esos cinco metros a base de penosos movimientos de gusano. La solución para esa exploración pasaría por bajar una cámara colgada de un cordino haciendo una revisión sistemática del pozo. Si se mantiene tan estrecho es inviable bajarlo. En caso de que sean sólo unos metros se podrían desobstruir.
             El ascenso me resulto mucho más penoso de lo que esperaba. Las paredes no dejaba ir de frente y el hecho de ser sinuosas impedía un jumareo eficaz. Pero con el tiempo conseguí salir del polvoriento pozo. Mavil salió al menos veinte minutos después. En el entreacto visitamos los agujerillos vinculados a la fisura y la otra cavidad que parecía emitir algo de aire y que tenía humedad en una de sus paredes. Recogimos todo y cuando ya estábamos en los coches cambiándonos llego Jonathan para quedarse con Mavil el domingo. Vicente y yo nos despedimos de los que se quedaban y nos fuimos pista abajo. El atardecer se puso naranja escarlata contra azul profundo. No me quedó más remedio que pararme antes de llegar a Abarán para hacer fotos desde una rotonda. El cielo estaba espectacular…





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1/2/17

Sierra del Baño



Nuestra ilusión era alcanzar el acuífero de los baños termales a través de algún paso por descubrir en la Cueva de la Almagra. Pero después de las observaciones y prospecciones realizadas por Mavil, y más tarde por Vicente, han surgido una pléyade de candidaturas a ser el camino hacia el nivel de aguas termales. Sin embargo hasta ahora ninguna de las simas y cuevas localizadas se ha mostrado más expedita o franca que la propia Almagra. En concreto Mavil localizó una pequeña sima cercana a los Baños Romanos, pero requiere desobstrucción. Igualmente todos los demás agujeros, que no colapsan claramente, requieren desobstrucción. Durante unas semanas Mavil, Vicente y Perico han realizado salidas de media jornada para explorar esas pequeñas cavidades. El último fruto de las caminatas de Vicente fue, hace pocos días, un par de agujeros muy llamativos. El primero tras una desobstrucción paso de ser una conejera de 20 cm de diámetro a permitir el paso con comodidad. Después de una par de salitas la cavidad colapso sin posibilidades de continuación. El otro agujero era una sima que daba tiempos de caída de más de 7 segundos. Decididamente esto significaba muchos metros. Dependía de los choques y rebotes de la piedra. Pero de cualquier forma la sima entraba en cotas que sobrepasarían el nivel del acuífero arrojando así una poderosa incógnita y muchas dudas.
El miércoles  uno de febrero nos acercamos Vicente, Mavil, yo y, algo más tarde, Perico a explorar la sima profunda. Desde el aparcamiento, al lado de la urbanización de los guiris, se tardan diez minutos a la boca. Hay que poner mucha atención al trepar por la fuerte pendiente de roca pudinga desnuda. En su superficie hay zonas de pequeños cantos rodados sueltos, o casi sueltos, que podrían hacerte resbalar y rodar cuesta abajo. El punto donde se encuentra la sima tiene unas vistas excelentes sobre la comarca.
              En cuanto mire la boca pude observar las marcas cilíndricas de los barrenos y su forma rectangular. El pozo es artificial. Eso hizo que nuestras expectativas se desinflasen. Cabía la posibilidad de que interceptase alguna galería abajo o a mitad de camino. Mavil se preparo con parsimonia, instaló una buena cabecera y comenzó a bajar. Al cabo de un rato llegó Perico. Poco después Mavil solicitó las cuerdas que todavía había en superficie y Perico comenzó su descenso. Sin embargo a la postre no fueron necesarias. Abajo no encontraron nada. Pero a unos 20 o 25 metros observaron una galería descendente que cruzaba el pozo de este a oeste. Perico la exploro hacia el este (ascendente) hasta que se colapsó por completo en una chimenea a unos 20 metros del pozo. Luego la exploro hacia el oeste (descendente) encontrando un pequeño grupo de excéntricas y una gatera. Una desobstrucción de tierra y arena podría dar lugar a una posible continuación. Al poco salieron del pozo, Vicente ya se había ido, recogimos y bajamos por otra ruta un poco más segura. La conclusión fue que debíamos centrarnos en algún agujero en concreto par ir cerrando asuntos pendientes. Demasiadas desobstrucciones y demasiados trabajos en mucho sitios.