Un día cualquiera de las Navidades me di cuenta.
¡Hacía tanto tiempo que no iba de visita a una cueva sin intenciones de
trabajar haciendo fotos! Estaba olvidando lo que significa estar con los amigos
disfrutando -sin pretensiones- de la belleza y metiéndome por todos los
recovecos a ver que es lo que encuentro. El día dos de enero tenía la
posibilidad de unirme a otro evento navideño. Ir todos, hijos, nietas, a
Alicante y comer con unos familiares a los que vemos poco. También tenía la
posibilidad de unirme a Mavil en Sorbas y practicar
espeleología lúdica e idílica. Me debatí débilmente entre ambos planes. Me
sentía culpable por no ir a comer en familia pero, por otra parte, veía más
saludable irme a una cueva y arrastrarme plácidamente como un animal.
El martes dos, algo ventoso, frío y claro, salí de
Alguazas como a las ocho y media de la mañana tome la A-7 en dirección a
Almería y me dispuse a viajar tranquilamente hasta Sorbas. Introduje un disco
de Brian Eno en el CD. Además, con ánimo de depurar
comilonas, decidí desayunar poco y basar en algunas frutas la comida mañanera.
Por el camino tuvimos una corta retención por un accidente. Pero por lo demás
todo me sonreía. Bastante antes de la hora prevista ya estaba cerca del punto
de reunión. Me paré un par de veces y disfrute de la claridad del día.
Mavil ya estaba en el aparcamiento de la Cuevas de Sorbas cuando llegué a las
diez y media. El momento se presentaba feliz. Debido a la carga de vitualla y
trastos la furgoneta de Mavil solo admitía al
conductor como pasajero. La aproximación a la Cueva del Tesoro comenzaba en un
lugar cercano. Esos factores nos indujeron a ir en los dos coches.
Después de un buen trozo de carretera nos metimos a
la derecha por una pista. Al principio la pista era estrecha y aceptable, pero
luego se ponía peor. Al final la cosa no estaba tan cerca como pintaba al
principio. Lo que si estaba cerca era la Cueva del Tesoro andando desde los
coches. Un llanura de suelos cuajados de pequeños cristales de yeso, salpicada
de vegetación desértica, daba acceso a una ligera depresión en la que se
observaban varias simitas, dolinas y bocas. La más cómoda de todas ellas era la
Cueva del Tesoro.
Inmediatamente a la boca comenzamos a recorrer en
suave descenso un estrecho y sinuoso meandro que permitía circular de perfil.
Las paredes del meandro estaban formadas por cristalotes
de yeso, pulidos por el paso del agua. Una belleza exótica. Pasamos varios
desfondes equipados con cuerdecitas quitamiedos y finalmente el meandro acabó
en un pequeño resalte. Una cuerda con nudos ayudaba a descender sin
complicaciones menos de cinco metros.
Foto: Felix Martínez
Desembocamos en una zona de anchas galerías en la
que la continuación del meandro se tallaba sobre una amplia plataforma.
Siguiendo la topo con cuidado visitamos un triángulo de galerías con
formaciones hermosas y localizamos la que nos iba a permitir continuar hacia la
Surgencia. En ese punto dejamos las sacas y volvimos sobre nuestros
pasos para visitar la zona más bonita de la cavidad: la galería de los
Cristales y la de los Espejos.
Los cristales de la Galería de los Cristales son
grandotes. Están parcialmente erosionados por el agua así que se forma un
conjunto de superficies planas y alabeadas con un atractivo aspecto. Unos
cuantos instrumentos científicos salpican la zona. En dirección contraria, sur,
fuimos a dar a otra zona de cristales espectaculares, los Espejos, que poco
después terminaba en un sifón. A veces el sifón permite el paso y cortocircuita
el recorrido que se hace por las galerías superiores. Pero sinceramente creo
que merece la pena visitarlo todo. Tanto si el sifón permite el paso como si no
lo hace.
De vuelta en las zona superior continuamos por una
cómoda galería. En un lateral visualizamos la Sima Principal. Las paredes tienen
tantos cristales de yeso que sería posible subir escalando sin grandes
complicaciones. Algo más allá la Galería del Cántaro nos condujo a dos pozos
cortos que necesitaron el uso de arnés y descensor. Y
aterrizamos en la Sala de los Bloques. Al mirar la topo parece obvio que se
debe seguir hacia el sur para llegar a la Surgencia.
Pero no es así. Se debe ir hacia el norte y descender al fondo de la sala por
donde discurre el cauce seco del riachuelo. Siguiendo ese cauce, y moviéndose entre
grandes bloques, se vislumbra la luz del exterior y se alcanza la salida sin más
problemas.
Para la vuelta debe seguirse una senda hacia el
oeste hasta que ésta asciende por una zona débil de la muralla que nos domina
por el norte. Se llega así de nuevo a la meseta superior. Tomando la dirección
noreste enseguida se otean los coches. Una travesía verdaderamente lúdica.
Eran las dos teníamos hambre y el tiempo invitaba.
Nos fuimos a Sorbas y en un agradable restaurante comimos verduras y carne a la
plancha. Una delicia. Y además cerveza.
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